domingo, 19 de abril de 2020

Transrraulaica 2018 Día 4: Subida al Collarada

18-Septiembre-2018

"La pista de Collarada lleva, a través de sus 15 Km., aproximadamente, a los refugios de La Espata (1.690 m.) y La Trapa (1.720 m.). El acceso en vehículo privado solo es posible hasta el refugio de La Espata y se requiere un permiso específico, que se ha de llevar visible en el salpicadero del coche en todo momento"

Lo que no dicen en la página del ayuntamiento de Villanúa es que el estado de la pista es desastroso, y que más te vale tener un todoterreno para circular por ella. Mi Citroen C4 desde luego que no era el vehículo más apropiado para ir por esa vía pedregosa, llena de baches, cantos rodados del tamaño de un balón de rugby, ramas caídas y zonas de arenilla. Al menos peligroso no era, pero lo pasamos mal hasta que llegamos a la zona del refugio de la Espata. Mala idea, sin duda alguna.

Hoy el día era diferente. Era una ruta de ida y vuelta y teníamos el coche a pie de ruta, así que no teníamos que llevar casi nada a cuestas. Algo de comida, agua y algo extra de abrigo. Se notó, vaya si se notó.

Tras abonar el terreno cercano al refugio, falto a nuestro entender de nutrientes básicos para el desarrollo de la vida vegetal, echamos a andar por la pista a buen ritmo. Tres kilómetros casi horizontales que se recorren rápido, disfrutando el fresquito de la mañana. 

Una vez en la pradera del refugio de la Trapa empieza el baile: 1100 metros de desnivel en poco más de tres kilómetros y medio. Asi que para arriba, no hay mucho que pensar. El no llevar peso a la espalda se nota de verdad al subir, que ligereza. Ni dolor ni rodilla ni nada, como un tiro ibamos. Los primeros 500 metros (de desnivel) los hicimos rapidísimo, no recuerdo parar casi nada, siguiendo los hitos bien claros y el track del reloj. La vista hacia atrás es impresionante, con Villanúa abajo y Jaca y la peña Oroel al fondo. Unos sarrios nos entretuvieron a mitad de subida, sorprendidos de ver a gente en un martes de Septiembre por aqui arriba.

Vista hacia atrás: Villanúa, el valle del Aragón y la peña Oroel a la izquierda.
Cuando la pendiente se inclinó un poco más, y aunque ibamos bien, probamos una estrategia nueva: cada uno tiraría 100 metros de desnivel, y al llegar recuperariamos el resuello durante unos momentos y nos pondríamos de nuevo en marcha, esta vez guiados por el que iba a la cola antes. Sólo muy al final acortamos esos 100 metros a 50, ya casi entrando en la chimenea que da acceso a la cima.

Paisaje rocoso y lunar en la pirámide cimera
Coronamos por fin, con mucha más facilidad de que la que pensábamos el día anterior, preocupados por el cansancio acumulado y los dolores varios.

Que quede constancia de que subimos

Vista hacia el Norte. Ibón de Ip en primer plano
La visión hacia el norte es impresionante, con el ibon de Ip casi en vertical y todo el circo del mismo nombre cerrando el camino. Desde arriba pudimos ver todo lo caminado los días anteriores, desde el castillo de Acher al Bisaurin, desde el Bisaurín al Aspe. Que cuatro grandes días de montaña. Que maravilla es poder hacer esto al menos una vez al año. Viva el monte. Viva el CARAH.

Vista hacia el Oeste.
Las nubes empezaron a venir y la vista del majestuoso ibón desapareció. La temperatura bajó de manera importante y comenzamos el descenso, muy animados por el éxito del día. La bajada se hizo un poco más larga, nos saltamos algún hito y acabamos campo a través, pero no hay perdida ninguna, la ausencia de árboles hace que tengas bien claro en todo momento de donde vienes y a donde te diriges. El día era claro, la tranquilidad total, el monte para nosotros solos.

Bajando a la Trapa

Ni siquiera paramos en el refugio de la Trapa. Envalentonados por la cercanía del coche y reforzados por lo liviano que se nos había hecho el día cogimos la pista hasta llegar al coche en poco menos de media hora.

Y otra vez el tormento de la dichosa pista, aguzando el oido ante cada piedra, cada ruidito, cada posible pinchazo. Seguramente los peores minutos de los cuatro días. Pero afortunadamente no pasó nada y el coche llegó al asfalto sin mayores problemas. 

Un menú del día comido al solecito en Villanúa puso el broche de oro a nuestra escapada pirenaica, y no tardaríamos mucho en volver de nuevo.

Nota: esto no importa mucho, pero mientras comíamos en Villanúa me llamaron para ofrecerme un curro nuevo, y lo acabé aceptando.

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