domingo, 19 de abril de 2020

Transrraulaica 2018 Día 3: De Lizara a Canfranc

17-Septiembre-2018

La noche anterior mientras aún había algo de luz, vimos como un rebaño inmenso de ovejas (no de ovejas inmensas, que las recuerdo de un tamaño normal) guiado por su pastor y un par de perrazos se movía por la ladera opuesta hasta llegar a un llano donde se erigía un humilde refugio o chamizo. La imagen era bonita, bucólica más bien, y desde nuestra tranquilidad chupando una brizna de hierba nos sirvió para acordarnos de que al día siguiente mucha gente trabajaría (era Lunes) y nosotros estaríamos de nuevo en el monte, ajenos a las preocupaciones diarias.

Las vistas nada mas comenzar. El perro no tiene fotos ya que el acojone no nos lo permitió.

Cuando al día siguiente un furioso mastín nos cortó el paso y nos mostró la raíz de los colmillos y lo sanas que tenía las encías, al menos uno de los dos miembros del C.A.R.A.H. echó de menos estar enfrascado en un excel infinito con muchas celdas interrelacionadas o en un word de chorrocientas páginas. Menudo perrazo, la madre. Considerar a eso de la misma especie que el perrillo de la señora mayor del portal de al lado nos debería hacer reconsiderar la teoría de la evolución.

En fin, que allí estábamos, plantados frente a frente con un mastín rústico que no conocía de GRs ni de senderos ni de amigables amigos dispuestos a disfrutar de la montaña. Que por ahí no pasábamos, y punto. No fue un buen comienzo de día, pero no había vuelta atrás. Al pastor, a todo esto, no se le veía por ningún lado. O se había bajado al pueblo a sobar o el cabrón tenía un buen sueño y seguía roquer dentro de su chamizo.

Nos hicimos con unos palos o piedras (no logro recordarlo) más que nada como arma disuasoria por si el perro se animaba y fuimos comprobando donde estaba la distancia de seguridad de nuestro nuevo amigo perruno. Parecía que al chucho unos cincuenta metros le parecían suficientes, con lo que fuimos avanzando paralelos al camino entre piedras, monte bajo y otras cosas que uno se encuentra fuera de una senda.

Sin perder de vista al mastín volvimos al camino y más tranquilos proseguimos hacia el primer collado de un día sin cumbres claras pero con mucho desnivel. Una vez arriba, oteando sobre el valle de Aisa y no sé porqué exactamente, nos apeteció muchísimo seguir subiendo sin ningún puto sentido. Pues ala, dejamos las mochilas en el collado y comenzamos a subir. No solo la juventud es gilipollas a veces, también los treintañeros sufren de ataques aleatorios de absurdez.

Vagabundeando por la Bernera

Por otra razón, de seguro igual de fútil que la que nos llevó a empezar a subir, nos separamos (pero siempre teniéndonos a la vista, que tan gilipollas no somos). Yo llegué hasta la Punta Alta de Nazapal, en el macizo de Bernera y recuerdo que arriba en el cielo un buitre me pasó cerca y que abajo en el prado vi mis primeras Edelweiss. No está mal para una incursión de media horita.

Edeeeeeeelweeeeeeeeiss!!! (mi mujer siempre canta una canción que me suena así)
Comprobado que aquel no era el camino al K2 bajé de nuevo y me encontré con Gorrino en el collado, solo para darme cuenta de que a mi rodilla no le había sentado muy bien la incursión. Mosqueo conmigo mismo. Insultos varios. Preocupación creciente. No hay vuelta atrás. Vamos a morir. Es el fin. Llama al helicóptero. El saludador del Everest. Coronavirus (bueno, por aquel entonces no sabía que era eso). Scott en el polo norte. Funeral e incineración.

Pero se me pasó rápido y seguimos bajando con ojo de no perder mucha altura ya que nuestro paso por el valle de Aisa era bastante transitorio. No recuerdo nada especialmente reseñable más allá de prado y vacas, que está bien y era lo que veníamos a ver. Los entrecots que compra mi suegra cuando voy a Jaca vienen de aquí, así que nada más que agradecimiento y aplausos para este valle, su hierba y sus vacas.

El camino volvía a subir a la sombra del Aspe, y aquí si recuerdo la preciosa imagen de un collado al norte. Mirándolo ahora en el mapa creo que debía de ser el collado entre el Aspe y el Sombrero, y sí recuerdo apuntarme mentalmente que tendría que pasar por allí alguna vez. Al otro lado probablemente asomaran ya los hierros de la estación de Candanchú.

Nos gustó esa vista: El sombrero, el Aspe...

En la leve subida hacia el collado de la Magdalena ocurrieron dos cosas: a) me volvió a molestar la rodilla, y no era una leve y llevadera molestia sino un pinchazo fuerte cada vez que apoyaba y b) nos quedábamos sin agua. Como veis no pintaba nada bien. Vuélvase a la última parte del párrafo de más arriba.

Una vez arriba y descartado llamar al helicóptero para el rescate un poco de agua, dejamos que mi rodilla descansara y optamos por seguir el camino y rezar porque alguna de las fuentes que marcaba el mapa no estuviera seca a comienzos de septiembre. El lector habrá notado que nos quedamos recurrentemente sin agua. Pues si, es así. Sudamos mucho, somos unos ansias y no es plan de llevar un bidón de 5 litros cada uno así que nos suele pasar. Hasta ahora no ha muerto nadie ni ha habido consecuencias irreparables así que seguimos con el plan.

El Aspe y la zona de Candanchú

Afortunadamente de la fuente del Refugio Militar Lopez Huici manaba un fresco chorro de agua y no había ganado aguas arriba con lo que nos saciamos y llenamos las cantimploras. Empezamos la larga bajada hasta Canfranc, al principio por prados alpinos y luego a través de un fresco bosque. 

Llegados a Gabardito (otro, no el de dos días antes, que nos hubiéramos dado cuenta, hombre) la vista del Collarada nos hipnotizó. Vaya mole. Desde abajo no se aprecia tanto pero vista de frente, de igual a igual, impresiona su magnitud. Ya veíamos cerca el fondo del valle, un valle que conozco bien, el del Aragón.

El Collarada, objetivo del día siguiente
Antes de llegar abajo del todo, pasamos por una zona que recuerdo como unas ruinas antiguas de terrazas enladrilladas. La vegetación había invadido todo hace años ya y pensar en una civilización perdida recién descubierta por Coleman y Gorrino me entretuvo durante los últimos kilómetros. El caso es que he preguntado a mi familia política, oriunda del valle y nada saben del misterioso lugar e incluso me miran como a un loco cuando lo cuento. Llamadme loco pero se me ocurren dos posibilidades: o el agua de la fuente tenía estupefacientes o descubrimos de verdad una ciudad perdida de los antepasados de los aragoneses que habitaron estos valles. La llamaremos Nueva Colonia Marconi en honor a nuestro líder Rulo.

Llegamos por fin a Canfranc pueblo, y entendimos porque la gente lo había abandonado en favor de su hermano con estación de tren. Menuda chufla de pueblo. Eso si, mientras llegaba el bus tuvimos la oportunidad de conocer al que probablemente es el tío más antipático al que nos hemos enfrentado. Alemán en el sentido más estricto de la palabra. Y a ver como un crió de 10 años daba vueltas con un quad por el pueblo. Urge un Canfranc central.

En fin, que dejo ya de decir estupideces. Llegó el autobús de línea, bajamos a Jaca, cogimos el coche que habíamos aparcado y subimos a Villanúa, donde dormiríamos esa noche. 

Bajamos a cenar a Jaca, que si algo tenemos claro es que el monte no está reñido con cenar y beber bien.

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