jueves, 23 de abril de 2020

Transrraulaica 2019 Día 3: De Bachimaña a Bujaruelo

15-Julio-2019

Y aquí estoy, en plena cuarentena del coronavirus y a días de que nazca mi primera hija escribiendo el diario del último día de monte del CARAH. A saber cuándo volveremos a la actividad y si será con Eze y Victoria.

Nos levantamos raudos, desayunamos y salimos del refugio con la amenaza de más lluvia, secuelas aún de las tormentas de la noche. La consigna durante la primera parte del día iba a ser simple: NO PERDER ALTURA.

El GR-11 (y con él sus marcas rojas y blancas) bajaban hasta el balneario de Panticosa y luego subían de nuevo, pero habíamos investigado y la amable guarda del refugio nos había confirmado la existencia de una senda marcada levemente con hitos que a media ladera nos comunicaría con el embalse de Brazato con apenas un tímido sube-y-baja.

El valle de Panticosa
Nada más salir del refugio nos dirigimos hacia el sur-sureste y allí apareció una senda marcada por piedras. No hay que preocuparse si por momentos baja, pero si el descenso se mantiene por espacio de 5' es mejor parar y replantearse donde va uno. Al principio el camino bordeaba un hueco en la montaña para posteriormente avanzar a media ladera siempre dejando a la vista al otro lado del valle el vertiginoso descenso hacia el balneario. Que alegría ver lo que nos habíamos ahorrado el día anterior. 

Al fondo se el camino que baja al balneario

Hablando de todo un poco por poco nos despistamos y tomamos por unos breves minutos una senda que descendía abruptamente. Afortunadamente nos dimos cuenta a tiempo y retomamos la senda correcta, llamada (pronto sabríamos el porqué) de la tubería.

Efectivamente tras cinco minutos más apareció una enorme tubería de conducción de aguas que conecta los embalses de las montañas entre sí y con el balneario. Son instalaciones antiguas, carcomidas por el óxido y maltratadas por los rigores atmosféricos de estas montañas, pero la verdad es que sorprende ver lo bien que aguantan. De vez en se pasa por una zona con fugas pero no creo que a nadie le importe demasiado. Así que siguiendo la tubería recorrimos de manera casi horizontal un buen trecho, atravesando incluso dos o tres túneles que horadaban la montaña.

Por fin tras unos cuarenta minutos de camino la senda conectaba con el GR11 que subía (igual que bajaba desde Bachimaña, es decir, casi a 90º) desde el balneario. Hicimos fotos a una descarada marmota y seguimos caminando hacia el embalse, ahora ya si subiendo un poco (ya tocaba, no se entienda como una queja). Recuerdo que nos pasó un trail-runner a toda pastilla, que cabrón, y no tenía pinta de haberse ahorrado la subida desde Panticosa.

Ibones altos de Brazato
Desde el embalse de Brazato una senda sube haciendo eses hasta otro nuevo collado que da acceso a los ibones del mismo nombre. Un sitio precioso, carente de toda vegetación por la altura a la que se encuentra (2500msnm) pero que sin duda compensa cualquier tipo de sufrimiento anterior. Nosotros paramos un breve momento y seguimos caminando en dirección este, hasta el puerto viejo de Brazato, donde haríamos el último cambio de valle, accediendo al de Bujaruelo.

El Vignemale, menudo mostrenco. 1200 metros de desnivel en apenas 2000 m.

El nuevo valle nos daba la bienvenida con los ibones de los Batanes y con una acojonante vista del Comachibosa (Vignemale) y sus 3299 msnm. No recuerdo una vista así, tan majestuosa en todo el pirineo. El Aneto se oculta muy bien, el Perdido no se ve tan claramente, únicamente el Posets y el Collarada se muestran de una manera similar desde el valle contrario. A pesar de los años pasados recuerdo nítidamente la imagen del Posets desde las granjas de Viadós y hace no tanto ver impresionado el Collarada desde la majada de Gabardito. Pero creo que la vista del Comachibosa desde los ibones de los Batanes no es igualada por ninguna otra.

Inmersos en una especie de hipnosis por el gran entorno, y también con un poco de prisa por llegar a San Nicolás de Bujaruelo, no lo vamos a negar, apretamos el paso y rápidamente conectamos con el Valle del Ara, a los pies del Vignemale. Este valle es mi favorito del Pirineo, así que no soy objetivo. Es de una belleza increíble y su longitud hace que su parte alta sea muy recóndita, aventurándose pocos montañeros hasta su final.

Ya en las cercanías de Ordesa
Y comenzamos el largo descenso del valle, eterno, a veces corriendo y a veces simplemente a buen paso. Las vacas, los corrales, las zonas de bosque bajo y ya al final las praderas alpinas y los remansos del río. Fueron 12 kilómetros que describo en pocas frases pese a lo que lo disfrutamos y el colofón es inmejorable, con la entrada al valle de Ordesa y el magnífico puente románico de San Nicolás de Bujaruelo.

Fin de ruta y enlace de todo el GR-11 desde Zuriza hasta Andorra: El puente de San Nicolás de Bujaruelo.
No hacía un calor tremendo, pero nos bañamos en el remanso bajo el puente y como fin de fiesta nos tomamos un chuletón en el restaurante del refugio. Bien lo merecía el haber enlazado todo el GR-11 (con variantes pero sin trampas) desde Zuriza hasta Andorra. Todo el pirineo central, ahí lo llevas.

El tramo hasta Torla lo hicimos en autostop con unos amables alemanes y de ahí a Jaca en la furgo de Mikel, que supongo desinfectaría después de llevar a 5 tíos asquerosos durante media hora. Yo me quedaría en Jaca, donde mis suegros y la pobre Eva aceptaron acogerme por enésima vez pero esta vez con un extra de sudor y suciedad. Nada que una ducha no arreglara.

miércoles, 22 de abril de 2020

Transrraulaica 2019 Día 2: De Formigal a Bachimaña

13- Julio - 2019

Me suena que el suculento desayuno que nos dieron en nuestro hotel no nos duró a ninguno mucho, de hecho creo que tiramos las bolsas de basura en el último cubo de basura de la urbanización. Y detrás de ese cubo, o de un jardín privado, que para el caso es lo mismo, apareció Puskas: el chucho. Un perrillo bien simpático que nos estaba escoltando hasta que dejáramos atrás la urbanización. O eso creíamos nosotros. El perrillo nos siguió durante casi 10 km y 1000 metros de desnivale y a día de hoy es probable que nuestro valiente Puskas siga acumulando tresmiles entre España y Francia, sobreviviendo como perro guía (de montañeros, no de ciegos) en los meses de invierno. 

Pero volvamos a la ruta, que me despisto. El primer tramo del día fue como el último del día anterior: una turra terrible. Al menos estábamos descansados, hacía fresquito y teníamos agua. Descendimos por la carretera hasta casi el pueblo de Sallent, con esa molesta sensación que te acompaña siempre que empiezas una jornada bajando provocada porque no puedes parar de pensar que todo lo que desciendas lo tendrás que recuperar cuando ya estés bastante más cansado.

La carretera giraba hacia el norte rodeando la pintoresca Peña Foratata, guiando nuestros pasos hacia el embalse de La Sarra. Por fin allí el asfalto dio paso al camino y se acabó la parte más engorrosa de la ruta. Nos echamos crema, ahuyentamos a los últimos mosquitos del amanecer y mandamos a nuestro sherpa Puskas en cabeza. Por momentos le perdíamos de vista pero siempre aparecía en lo alto de un promontorio, con su silueta recortada ante la luna aullando al cielo. Esto puede que me lo esté inventando, la memoria me juega malas pasadas a veces.

Preciosas vistas de buena mañana

Además de ser de tierra, el camino empezaba a subir y se empezaban a ver las primeras hayas, esplendorosas en este mes de Julio. Y sin casi darnos cuenta estábamos rodeados por un sombrío y majestuoso bosque pirenaico por el que era un auténtico lujo caminar. El día parecía sonreírnos y a pesar de tener por delante aún muchas horas caminábamos felices, siempre liderados por Puskas, que nos protegía de los malos espíritus del bosque.

Remontando el valle
Poco a poco fuimos ganando altura y el bosque se abría dejando paso a magníficas vistas: al sur la peña Foratata y la boca del valle de Sallent, al norte los picos de Arriel y al este una preciosa cascada y un escalón que nos separaba de la zona de Respomuso, primera parada del día. Para salvar aquel, la pendiente se inclinó pero bastante fuertes de fuerzas aún superamos sin mayor dificultad el desnivel para encontrarnos en el entorno del embalse de Respomuso y el circo de Piedrafita.

Ya con varios tresmiles a la vista (Gran Facha, Balaitous) descansamos en el refugio tomando algo y decidiendo la estrategia para comunicarle a nuestro amigo Puskas que no continuaría más con nosotros.

Ibón de Respomuso y entorno. La pirámide perfecta creo que es la Gran Facha
Agradecíamos mucho los servicios que nos había prestado pero nos considerábamos capaces de hacer nosotros el resto del día sin su ayuda. Aprovechamos un momento en el que estaba jugando con unos amigos y abandonamos el refugio a todo correr. Qué es de él a día de hoy nadie lo sabe, pero seguro que se buscó la vida por allí. Si me lees, Puskas, ole tus huevos de perro. Si me lees tú, dueñ@ de Puskas, nosotros no le secuestramos, fue él quien insistió en vivir una aventura.

Dejando atrás la historia del perro, recuerdo que en la zona de la cabecera del embalse nos liamos un poco. Las marcas no eran claras y casi llegamos al ibon de campo plano cuando teníamos que enfilar hacia el de Llena Cantal. Superado el despiste remontamos una pequeña subida que nos dejo en el ibon correcto donde Ignacio se dio el ya habitual baño y el resto descansamos tirados en la hierba.

Vista desde el ibón de Llena Cantal. Subimos por una diagonal de derecha a izquierda.
Nos quedaban 350 metros de desnivel hasta el collado de Tebarray, que con casi 2800 msnm es uno de los puntos más altos del GR11. Aún quedaban neveros a estas alturas y mirábamos un poco temerosos el cielo, ya que anunciaban tormentas para el final del día. Afortunadamente aún era pronto y de haberlas, nos pillarían más abajo, ya por Bachimaña.

Poco a poco y en grupos de a dos fuimos subiendo por un terreno suelto, incómodo, salpicado de neveros que aunque seguros, si entorpecían el ritmo. La altura y el desnivel acumulado (llevábamos ya 1200 metros positivos acumulados eses día) hicieron este tramo bastante duro pero cuando llegamos al escalón final, en donde una cadena te ayudaba a salvar los últimos metros, todo mereció la pena. Un paso bastante alpino culminaba el collado, y las vistas al otro lado supusieron un justo premio.

Trepadita final al collado de Tebarray
¿Es el ibon de Tebarray una de las mejores vistas del Pirineo aragonés? Al menos subiendo desde Respomuso puede que si. La gran altitud a la que se encuentra y el entorno casi lunar, sin árboles y con las moles pálidas de los Infiernos detrás te transportan a otros macizos, en el que los bosques de hayas y las praderas alpinas quedan lejanos. Bordeándo el ibón a casi 2800 metros de altura pasamos del valle de Sallent al de Panticosa. Quizás debimos habernos animado a subir al pico de Tebarray, pero siempre hay que dejar retos para las siguientes visitas.

Ibon de Tebarray y los Infiernos
En el collado opuesto al de Tebarray soplaba un fuerte viento, presagio de tiempo cambiante y de futuras tormentas. Animados porque desde ese punto hasta el final solo habríamos de bajar, cogimos un buen ritmo y pactamos no parar a comer hasta perder más altura.

Escoltados por el Garmo Blanco y las Marmoleras descendimos a buena velocidad por el barranco de Piedrafita y sólo al llegar a los 2300 metros en el entorno del ibon azul superior paramos y comimos unos buenos bocadillos. El siguiente tramo fue un poco monótono y lo recorrimos a paso ligero. Se bordea el ibon de Bachimaña que parece no acabarse nunca y en la cabecera del embalse aparece el refugio del mismo nombre. Pero nosotros no habíamos conseguido reserva aqui sino más abajo, en el refugio anexo al balneario de Panticosa, lo que suponía 600 metros de bajada ese día y otro 600 metros de subida a la mañana siguiente. Mal negocio.

El muy azul ibón azul
Con todo el grupo reunido de nuevo antes de la última bajada, Tone aka Coleman se acercó al refugio a cargar agua. Tras 5' le vimos volver sin botellas ni cantimploras y un pequeño hilo de esperanza surgió en nuestras cabezas. Tone nos confirmó la buena noticia. Se les habían caido unas reservas y tenían plaza y al ser los mismos dueños que los del refugio de abajo no tendríamos que pagar nada extra por la cancelación. Nos acabábamos de ahorrar 1200 metros totales de desnivel que ibamos a agradecer mucho.

Echamos la tarde leyendo, descansando y viendo caer una pequeña tormenta, que siempre es un placer si estás a cubierto.

martes, 21 de abril de 2020

Transrraulaica 2019 Día 1: De Canfranc a Formigal

12-Julio-2019

Tuvimos que esperar 6 o 7 años, pero al final conseguimos no ir solos al monte. Un miembro del club tuvo que hacer las maletas y cruzar montañas y ríos hasta llegar a una tierra donde se nos comprendía e incluso admiraba (bueno, esto último no lo tengo tan claro). La patria chica de Juanito Oiarzabal, de Edurne Pasaban, de Karlos Arguiñano, de Santi Abascal. El edén de los montañeros, el paraíso perdido de los aventureros de 3 al cuarto que huyen de la meseta para pisar verde y comer tortilla de bacalao. La tierra del eterno chubasco y la inexistente distinción entre condicional y subjetivo.

Paro ya que corro el riesgo de acabar escribiendo un guión para Dani Rovira.

El caso es que Toni G había conseguido socios, y vaya socios. Lo mejor de cada casa.

Esta vez partiríamos de Canfranc y por tanto y aprovechando que mis suegros aún me aceptan en su casa, dormí allí y me junté con el resto de la tropa a las 8 de la mañana en la estación de autobuses de Jaca. El día anterior nos habíamos organizado para dejar un coche en Torla, de manera que el último día todo fuera más sencillo.

Cogimos el autobús de la mancomunidad hasta llegar a Canfranc-Estación (que el arbitro del GR-11 nos perdone el saltarnos el tramo Canfranc pueblo - Canfranc Estación) donde compramos comida para el día y fui conociendo a mis nuevos compañeros de ruta.

El camino comienza en la desubicada y semi-abandonada estación internacional de Canfranc, vestigios de un cruce fronterizo otrora importante y hoy reducido al tráfico rodado debido a la desidia francesa y el olvido nacional. Cruza el río y se interna en un bosque por el que discurre entre entretenidas subidas y bajadas hasta el enlace con la pista de la Canal Roya. 

La pista, aburrida como solo las pistas lo son, se nos hizo bastante amena mientras íbamos contándonos historias y disfrutando de la vuelta al monte. El primer día siempre es alegre. La mochila aún no pesa, los hombros no duelen y los pies no arden. Todo parece (y es) verde y fresco comparado con la ciudad y el día a día.

Echando la vista atrás, hacia el Aspe

La pista muta en camino y el camino en senda y el llano deja paso a la cuesta arriba. Adelantamos a una pareja de navarros y Koldo, que se casaría pronto, les deleita con una jota de la tierra. Piel de gallina, ojos humedecidos. La conjunción naturaleza - arte llevada a cotas nunca antes alcanzadas. 

Seguimos con ritmo animado pero nos vemos obligados a parar ya que además de su alma, Koldo se había dejado las gafas de sol mientras cantaba la jota en aquel claro del bosque.

Ya con todo equipo reunido de nuevo superamos las cuestas más duras y llegamos a La Rinconada, que así se llama al llano en el que termina la canal. Un prado alpino precioso con vacas, caballos, marmotas y alguna espécimen humano ligera de ropa. Aficiones como otra cualquiera que tienen algunos. Unos se comen una barrita de cereales y frutas, otros muestra su comunión con la naturaleza mostrándose tal y como son.

El final de la Canal Roya: La Rinconada
La senda ya no era obvia, pero estaba claro que había de haberla. Era necesario vencer a la pared casi vertical que nos cerraba el paso y poco a poco fuimos distinguiendo el camino, que a base de infinitas zetas salvaba mucha altura en muy poco recorrido. A ello nos pusimos, cada uno a su ritmo y echando la vista atrás admirando el paisaje y recuperando resuello.

Arriba nos esperaban los ibones de Anayet, enmarcados por la silueta del Midi d'Osseau. Su color marrón barro nos supuso una pequeña decepción, no lo negaré. Allí, ya con el sol apretando fuerte hicimos una parada larga y nos comimos el pan y embutido acarreado desde Canfranc. Que momentos de absoluto placer puede darte una hogaza de pan y un paquete de jamón Navidul calidad mediana. Como merece la pena llevarlos en la mochila. Siempre en mi equipo el jamón de lonchas y el queso de la tierra.

El Anayet

Le Midi y los decepcionantes ibones del Anayet
Tras unas fotos de equipo nos echamos de nuevo al camino, sabiendo que era ya todo bajada o llano hasta Formigal. La primera parte del descenso, estupendo, siguiendo un arroyo saltarín en el que algunos incluso se bañaron y otros mojamos los pies. La trocha bajaba encañonada entre dos riscos que nos ocultaban la cara B de una fuente de ingresos muy importante para estas zonas. Cuando la vista se abrió pudimos ver las contrapartidas de una estación de esquí. Que desolación, que horror. No son solo los hierros que se elevan allá donde mires. Son los desmontes, las zonas deforestadas, las pistas abiertas en lo que en algún momento fue una pradera, etc. El horror.

La Marmolada de los infiernos al fondo
Y al horror le añadimos la sed, porque desde que llegamos a la zona de Anayet de la estación de Formigal hasta el núcleo de urbanizaciones y hoteles, fue una hora larga de caminata a buen ritmo a pleno sol, cansados y sedientos por una zona desagradable, al lado de la carretera y con vistas a las pistas de esquí. Creo que no me equivoco si digo que es la parte mas fea y tediosa de todo el GR-11 que hemos hecho hasta ahora.

Por fin entramos en la horrenda urbanización y calmamos nuestra sed en una terraza con agua, cerveza y aquarius.

La tarde la pasamos entre la piscina y las terrazas de Formigal, descansando y riéndonos cerveza en mano.

domingo, 19 de abril de 2020

Transrraulaica 2018 Día 4: Subida al Collarada

18-Septiembre-2018

"La pista de Collarada lleva, a través de sus 15 Km., aproximadamente, a los refugios de La Espata (1.690 m.) y La Trapa (1.720 m.). El acceso en vehículo privado solo es posible hasta el refugio de La Espata y se requiere un permiso específico, que se ha de llevar visible en el salpicadero del coche en todo momento"

Lo que no dicen en la página del ayuntamiento de Villanúa es que el estado de la pista es desastroso, y que más te vale tener un todoterreno para circular por ella. Mi Citroen C4 desde luego que no era el vehículo más apropiado para ir por esa vía pedregosa, llena de baches, cantos rodados del tamaño de un balón de rugby, ramas caídas y zonas de arenilla. Al menos peligroso no era, pero lo pasamos mal hasta que llegamos a la zona del refugio de la Espata. Mala idea, sin duda alguna.

Hoy el día era diferente. Era una ruta de ida y vuelta y teníamos el coche a pie de ruta, así que no teníamos que llevar casi nada a cuestas. Algo de comida, agua y algo extra de abrigo. Se notó, vaya si se notó.

Tras abonar el terreno cercano al refugio, falto a nuestro entender de nutrientes básicos para el desarrollo de la vida vegetal, echamos a andar por la pista a buen ritmo. Tres kilómetros casi horizontales que se recorren rápido, disfrutando el fresquito de la mañana. 

Una vez en la pradera del refugio de la Trapa empieza el baile: 1100 metros de desnivel en poco más de tres kilómetros y medio. Asi que para arriba, no hay mucho que pensar. El no llevar peso a la espalda se nota de verdad al subir, que ligereza. Ni dolor ni rodilla ni nada, como un tiro ibamos. Los primeros 500 metros (de desnivel) los hicimos rapidísimo, no recuerdo parar casi nada, siguiendo los hitos bien claros y el track del reloj. La vista hacia atrás es impresionante, con Villanúa abajo y Jaca y la peña Oroel al fondo. Unos sarrios nos entretuvieron a mitad de subida, sorprendidos de ver a gente en un martes de Septiembre por aqui arriba.

Vista hacia atrás: Villanúa, el valle del Aragón y la peña Oroel a la izquierda.
Cuando la pendiente se inclinó un poco más, y aunque ibamos bien, probamos una estrategia nueva: cada uno tiraría 100 metros de desnivel, y al llegar recuperariamos el resuello durante unos momentos y nos pondríamos de nuevo en marcha, esta vez guiados por el que iba a la cola antes. Sólo muy al final acortamos esos 100 metros a 50, ya casi entrando en la chimenea que da acceso a la cima.

Paisaje rocoso y lunar en la pirámide cimera
Coronamos por fin, con mucha más facilidad de que la que pensábamos el día anterior, preocupados por el cansancio acumulado y los dolores varios.

Que quede constancia de que subimos

Vista hacia el Norte. Ibón de Ip en primer plano
La visión hacia el norte es impresionante, con el ibon de Ip casi en vertical y todo el circo del mismo nombre cerrando el camino. Desde arriba pudimos ver todo lo caminado los días anteriores, desde el castillo de Acher al Bisaurin, desde el Bisaurín al Aspe. Que cuatro grandes días de montaña. Que maravilla es poder hacer esto al menos una vez al año. Viva el monte. Viva el CARAH.

Vista hacia el Oeste.
Las nubes empezaron a venir y la vista del majestuoso ibón desapareció. La temperatura bajó de manera importante y comenzamos el descenso, muy animados por el éxito del día. La bajada se hizo un poco más larga, nos saltamos algún hito y acabamos campo a través, pero no hay perdida ninguna, la ausencia de árboles hace que tengas bien claro en todo momento de donde vienes y a donde te diriges. El día era claro, la tranquilidad total, el monte para nosotros solos.

Bajando a la Trapa

Ni siquiera paramos en el refugio de la Trapa. Envalentonados por la cercanía del coche y reforzados por lo liviano que se nos había hecho el día cogimos la pista hasta llegar al coche en poco menos de media hora.

Y otra vez el tormento de la dichosa pista, aguzando el oido ante cada piedra, cada ruidito, cada posible pinchazo. Seguramente los peores minutos de los cuatro días. Pero afortunadamente no pasó nada y el coche llegó al asfalto sin mayores problemas. 

Un menú del día comido al solecito en Villanúa puso el broche de oro a nuestra escapada pirenaica, y no tardaríamos mucho en volver de nuevo.

Nota: esto no importa mucho, pero mientras comíamos en Villanúa me llamaron para ofrecerme un curro nuevo, y lo acabé aceptando.

Transrraulaica 2018 Día 3: De Lizara a Canfranc

17-Septiembre-2018

La noche anterior mientras aún había algo de luz, vimos como un rebaño inmenso de ovejas (no de ovejas inmensas, que las recuerdo de un tamaño normal) guiado por su pastor y un par de perrazos se movía por la ladera opuesta hasta llegar a un llano donde se erigía un humilde refugio o chamizo. La imagen era bonita, bucólica más bien, y desde nuestra tranquilidad chupando una brizna de hierba nos sirvió para acordarnos de que al día siguiente mucha gente trabajaría (era Lunes) y nosotros estaríamos de nuevo en el monte, ajenos a las preocupaciones diarias.

Las vistas nada mas comenzar. El perro no tiene fotos ya que el acojone no nos lo permitió.

Cuando al día siguiente un furioso mastín nos cortó el paso y nos mostró la raíz de los colmillos y lo sanas que tenía las encías, al menos uno de los dos miembros del C.A.R.A.H. echó de menos estar enfrascado en un excel infinito con muchas celdas interrelacionadas o en un word de chorrocientas páginas. Menudo perrazo, la madre. Considerar a eso de la misma especie que el perrillo de la señora mayor del portal de al lado nos debería hacer reconsiderar la teoría de la evolución.

En fin, que allí estábamos, plantados frente a frente con un mastín rústico que no conocía de GRs ni de senderos ni de amigables amigos dispuestos a disfrutar de la montaña. Que por ahí no pasábamos, y punto. No fue un buen comienzo de día, pero no había vuelta atrás. Al pastor, a todo esto, no se le veía por ningún lado. O se había bajado al pueblo a sobar o el cabrón tenía un buen sueño y seguía roquer dentro de su chamizo.

Nos hicimos con unos palos o piedras (no logro recordarlo) más que nada como arma disuasoria por si el perro se animaba y fuimos comprobando donde estaba la distancia de seguridad de nuestro nuevo amigo perruno. Parecía que al chucho unos cincuenta metros le parecían suficientes, con lo que fuimos avanzando paralelos al camino entre piedras, monte bajo y otras cosas que uno se encuentra fuera de una senda.

Sin perder de vista al mastín volvimos al camino y más tranquilos proseguimos hacia el primer collado de un día sin cumbres claras pero con mucho desnivel. Una vez arriba, oteando sobre el valle de Aisa y no sé porqué exactamente, nos apeteció muchísimo seguir subiendo sin ningún puto sentido. Pues ala, dejamos las mochilas en el collado y comenzamos a subir. No solo la juventud es gilipollas a veces, también los treintañeros sufren de ataques aleatorios de absurdez.

Vagabundeando por la Bernera

Por otra razón, de seguro igual de fútil que la que nos llevó a empezar a subir, nos separamos (pero siempre teniéndonos a la vista, que tan gilipollas no somos). Yo llegué hasta la Punta Alta de Nazapal, en el macizo de Bernera y recuerdo que arriba en el cielo un buitre me pasó cerca y que abajo en el prado vi mis primeras Edelweiss. No está mal para una incursión de media horita.

Edeeeeeeelweeeeeeeeiss!!! (mi mujer siempre canta una canción que me suena así)
Comprobado que aquel no era el camino al K2 bajé de nuevo y me encontré con Gorrino en el collado, solo para darme cuenta de que a mi rodilla no le había sentado muy bien la incursión. Mosqueo conmigo mismo. Insultos varios. Preocupación creciente. No hay vuelta atrás. Vamos a morir. Es el fin. Llama al helicóptero. El saludador del Everest. Coronavirus (bueno, por aquel entonces no sabía que era eso). Scott en el polo norte. Funeral e incineración.

Pero se me pasó rápido y seguimos bajando con ojo de no perder mucha altura ya que nuestro paso por el valle de Aisa era bastante transitorio. No recuerdo nada especialmente reseñable más allá de prado y vacas, que está bien y era lo que veníamos a ver. Los entrecots que compra mi suegra cuando voy a Jaca vienen de aquí, así que nada más que agradecimiento y aplausos para este valle, su hierba y sus vacas.

El camino volvía a subir a la sombra del Aspe, y aquí si recuerdo la preciosa imagen de un collado al norte. Mirándolo ahora en el mapa creo que debía de ser el collado entre el Aspe y el Sombrero, y sí recuerdo apuntarme mentalmente que tendría que pasar por allí alguna vez. Al otro lado probablemente asomaran ya los hierros de la estación de Candanchú.

Nos gustó esa vista: El sombrero, el Aspe...

En la leve subida hacia el collado de la Magdalena ocurrieron dos cosas: a) me volvió a molestar la rodilla, y no era una leve y llevadera molestia sino un pinchazo fuerte cada vez que apoyaba y b) nos quedábamos sin agua. Como veis no pintaba nada bien. Vuélvase a la última parte del párrafo de más arriba.

Una vez arriba y descartado llamar al helicóptero para el rescate un poco de agua, dejamos que mi rodilla descansara y optamos por seguir el camino y rezar porque alguna de las fuentes que marcaba el mapa no estuviera seca a comienzos de septiembre. El lector habrá notado que nos quedamos recurrentemente sin agua. Pues si, es así. Sudamos mucho, somos unos ansias y no es plan de llevar un bidón de 5 litros cada uno así que nos suele pasar. Hasta ahora no ha muerto nadie ni ha habido consecuencias irreparables así que seguimos con el plan.

El Aspe y la zona de Candanchú

Afortunadamente de la fuente del Refugio Militar Lopez Huici manaba un fresco chorro de agua y no había ganado aguas arriba con lo que nos saciamos y llenamos las cantimploras. Empezamos la larga bajada hasta Canfranc, al principio por prados alpinos y luego a través de un fresco bosque. 

Llegados a Gabardito (otro, no el de dos días antes, que nos hubiéramos dado cuenta, hombre) la vista del Collarada nos hipnotizó. Vaya mole. Desde abajo no se aprecia tanto pero vista de frente, de igual a igual, impresiona su magnitud. Ya veíamos cerca el fondo del valle, un valle que conozco bien, el del Aragón.

El Collarada, objetivo del día siguiente
Antes de llegar abajo del todo, pasamos por una zona que recuerdo como unas ruinas antiguas de terrazas enladrilladas. La vegetación había invadido todo hace años ya y pensar en una civilización perdida recién descubierta por Coleman y Gorrino me entretuvo durante los últimos kilómetros. El caso es que he preguntado a mi familia política, oriunda del valle y nada saben del misterioso lugar e incluso me miran como a un loco cuando lo cuento. Llamadme loco pero se me ocurren dos posibilidades: o el agua de la fuente tenía estupefacientes o descubrimos de verdad una ciudad perdida de los antepasados de los aragoneses que habitaron estos valles. La llamaremos Nueva Colonia Marconi en honor a nuestro líder Rulo.

Llegamos por fin a Canfranc pueblo, y entendimos porque la gente lo había abandonado en favor de su hermano con estación de tren. Menuda chufla de pueblo. Eso si, mientras llegaba el bus tuvimos la oportunidad de conocer al que probablemente es el tío más antipático al que nos hemos enfrentado. Alemán en el sentido más estricto de la palabra. Y a ver como un crió de 10 años daba vueltas con un quad por el pueblo. Urge un Canfranc central.

En fin, que dejo ya de decir estupideces. Llegó el autobús de línea, bajamos a Jaca, cogimos el coche que habíamos aparcado y subimos a Villanúa, donde dormiríamos esa noche. 

Bajamos a cenar a Jaca, que si algo tenemos claro es que el monte no está reñido con cenar y beber bien.

sábado, 18 de abril de 2020

Transrraulaica 2018 Día 2: De Gabardito a Lizara

16-Septiembre-2018

 (escribo esto en mitad de la cuarentena por el coronavirus de 2020, lo digo por si se nota algo de angustia ante la vida en este texto)

No tengo muy nítidos los recuerdos de esa mañana, pero supongo que desayunariamos frugalmente junto a nuestros compañeros temporales y echamos a andar hacia el collado del Foratón, que separa el valle de Hecho del de Aragües del Puerto.

Vistas hacia el este
Recuerdo una senda bonita, a cielo abierto, sin apenas grandes árboles, desde donde se divisaba el valle que quedaba a la espalda y el Bisaurín, que se erguía donde suelen estar los baños en los bares: al fondo a la izquierda. Nuestro paso era rápido para ir con mochilas, pero no podíamos "competir" con los trail runners. Reflexión: ¿qué sentido tiene ir rápido en el monte? ¿Queda tiempo para parar a observar el entorno y escucharte a ti mismo? Fin de la reflexión y vuelta a la gilipollez.

El Castillo de Acher visto desde el Bisaurín
Recuerdo llegar al collado y cruzarnos a los corredores, que bajaban ya follados del pico. Les deseamos buena vuelta, nos animaron y hasta otra. Amistades fugaces que uno hace por ahí arriba. Paramos un poco a beber agua, le dijimos adiós al valle y empezamos a subir los 650 metros de desnivel que nos separaban de la cumbre. No recuerdo un gran sufrimiento, será que estábamos en mejor forma que ahora porque tengo que subirme ahora mismo 650 metros para arriba con la mochila a la espalda y llamo al helicóptero. En fin, que recuerdo que arriba coincidimos con un padre y un hijo guipuzcoanos, con los que estuvimos charlando sobre futbol y sobre no sé qué más. Creo que ellos venían de Lizara, y nos los fuimos encontrando en la bajada en varias ocasiones.

Recuerdo que en vez de bajar por el mismo sitio, optamos por coger un camino que yendo hacia el norte primero y luego hacia el este, nos deja en la Foya de Bernera, desde donde bajaríamos al refugio de Lizara.

Como siempre que bajas de algún pico pirenaico, el comienzo era un puto pedregal de cuidado. Cuando pasamos esa primera zona de rocas y neveros, cruzaron ante nosotros unos 30 sarrios, a no más de 20 metros de distancia. Una imagen que no creo que olvide en mucho tiempo. Eché en falta algo persiguiéndoles, un lobo o un tigre de dientes de sable por ejemplo, pero bueno, no vamos a exigir más al cada vez menos salvaje Pirineo.

Por ahí debe de verse algún sarrio
Cuando llegamos al llano semipantanoso íbamos secos como la mojama pero tuvimos la suerte de que coincidíamos con una carrera de montaña y nos invitaron a unos tragos de agua. Quise enseñarle al tio Tone el valle de los sarrios pero me parece que nos quedamos en el ibon viejo.

Recuerdo que rehicimos nuestros pasos hasta volver a saludar a los de la carrera y bajamos directos al refugio, que por ser domingo estaba lleno de excursionistas. En cuanto se fueron nos quedamos casi solos. Recuerdo una pareja que estaba haciendo el GR11 en caballo. Siempre hay alguien más raro que tu, está claro...

Rutina habitual y a sobarla.

Transrraulaica 2018 Día 1: De Zuriza a Gabardito

15-Septiembre-2018

Habían pasado 5 años ya desde la última transrraulaica, pero aun teniendo menos pelo, más kilos y menos explosividad (si cabe), qué mejor manera de pasar 4 días que continuando el GR.11, subiendo caminos y puertos y a veces hasta algún pico.

Esta vez nos decidimos por la parte aragonesa más pegada a Navarra, ya que llegar a Jaca desde Madrid es más o menos rápido sin embargo ir a Andorra exige bastante más tiempo. Dejamos el coche en Jaca y tomamos el autobús hasta Hecho, desde donde un taxi nos llevaría por un modico precio autentico pastón hasta Zuriza. Allí cenamos y dormimos en el albergue/refugio, situado a la vera de un camping muy grande. Ya se respiraba el olor a montaña y una temperatura bastante fresquita. Qué maravilla, porque no haremos esto más a menudo.

Dormí así así, luchando con la chistorra que habíamos cenado y con los ronquidos de nuestro compañero de habitación. Bajamos a desayunar a una hora no muy temprana solo para comprobar que el bar aún no estaba abierto. Definitivamente esto es más un hostal que un refugio de montaña.

Esperamos unos minutos hasta las 8 y nos tomamos un café con leche con un bollo antes de ponernos las mochilas y echar a andar.

La primera parte de la ruta discurre por una amplia pista apta para el tráfico rodado. La agradable temperatura, la sensación de estar de vuelta en unas montañas mágicas y las vistas de la Sierra de Alano a nuestra derecha hicieron que fuéramos bien contentos y a buen ritmo hasta el Llano de Tacheras donde la pista termina y la senda del GR11.1 gira a la derecha. ¿Qué porque optamos por el GR11.1 en vez de por el GR11? Pues porque queríamos subir al Bisaurín y porque no quería volver a pasar por el Ibón de Estanés ni acabar en Candanchú, que es feo como él solo (el "pueblo", no el entorno, no se me enfaden los vallearagonienses).

Sierra de Alano desde la pista de Zuriza


Subimos por una bonita senda protegida por un bosque y cuando los árboles terminaron nos dimos cuenta de que casi todo el mundo subía hacia el paso de Tacheras, incrustado entre las moles de los picos de la Sierra de Alano. Como no sabemos decir que no e íbamos aún muy frescos tiramos para arriba admirando la muralla de rocas. En menos de 50’ estábamos arriba, admirando las vistas hacia el norte y un poco decepcionados con las que dan al sur, ya que el paso da a un altiplano sin mucha historia. Con lo cual bajamos hacia la ruta de nuevo mientras flipabamos con unos escaladores y retomamos la larga subida primero por pista y luego por senda hasta que nos dejó en el collado de Estriviella, que comunica el valle de Ansó con el de Hecho.

Gente muy válida escalando


La vista impresionante del Castillo de Acher hacia adelante y la sierra de Alano hacia atrás nos hizo parar un rato, descansar y beber unos tragos de agua.

El Castillo de Acher, en la lista de TO DOs

La sierra de Alano desde el paso de Tacheras

Y empezamos la bajada del puerto, a ratos ayudados por unas cadenas y a ratos simplemente teniendo un poco de cuidado. El nombre de “selva” llama mucho la atención, pero la verdad es que la de Oza hace honor al nombre. Un bosque majestuoso, con árboles de todo tipo y una magia especial. Incluso en esta época del año, que quizás sea la más desagradecida (septiembre tras un verano seco) este bosque mantiene un verdor cuasi tropical.

La selva de Oza, perfecta sombra para cuando te dan las 4 de la tarde andando


Al llegar abajo, al camping, nos tomamos una de las cervezas que mejor me han sentado en mi vida. Y eso que era con limón. Madre mía que fresquita y que rica.
Sin tardar mucho más, cogimos el sendero que en paralelo al río desciende por el valle hacia el pueblo de Hecho. Se hizo largo el camino, con un sube-y-baja casi constante y en dirección opuesta a las montañas. Al salir del desfiladero, el camino discurre por un camino de media montaña hasta que por fin abandonas el río y encaras los últimos 300 metros de desnivel, que con lo que llevábamos ya encima se hacen duros.

Por fin llegamos al refugio de Gabardito, situado en un agradable llano en el que íbamos a estar muy cómodos, únicamente acompañados de unos trail runners vasco-valencianos y un caminante que terminaba la senda de Camille.

Ducha, descanso, cena, cháchara y a dormir que mañana toca subidita al Bisaurín.