domingo, 2 de octubre de 2011

Singapur - Malasia - Indonesia Días 16 y 17 (y fin)


 6 de Agosto: De relax en Singapur y el Marina Bay como colofón

Back to the beginning
 Nos echamos una siesta (porque eso de dormir 3 horas y pico no es dormir) y nos montamos en el taxi que nos llevaría al aeropuerto. A esas horas había poco tráfico y además el aeropuerto estaba al lado, así que llegamos en poco tiempo. Estaba todo cerrado, a diferencia del de Kuala Lumpur así que pasamos los controles de seguridad, sacamos las tarjetas de embarque (de papel por ser Air Asia) y, con Lucas cabreado porque no había tomado un café (jodido loco) facturamos y fuimos en dirección a la puerta de embarque. Para alivio de Lucas, allí si había cafeterías abiertas y nos tomamos un bollo y un café, con Jorge acompañándonos con un Gatorade. A la hora convenida, cogimos nuestro avión y tras dos horas de sueño casi ininterrumpido (excepto el ciborg, que dormitó 32 segundos exactos) aterrizábamos de nuevo en Singapur, viendo desde el aire las islas verdes que la rodean. ¡De vuelta a la civilización, que gustazo! El magnífico aeropuerto de la ciudad estado nos recibió y tras coger un tren que te lleva de terminal a terminal esta vez nos desplazamos hacia el hotel en el metro que ya conocíamos. Sacando los billetes en las leeeentas máquinas expendedoras llegamos en un pis-pas a Lavender, estación situada justo al lado del V Hotel que, para variar estaba lleno de chinos en el Hall. Las habitaciones estaban disponibles a pesar de ser las 11 de la mañana y subimos.

Pablo y yo queríamos ir a dar una vuelta pero los otros 3 no estaban muy por la labor, asi que mientras que ellos se echaban una siesta nosotros dos nos fuimos a Little India bajo un calor infernal. Antes desayunamos en el patio de comidas de abajo, unos bollitos y unos cafés. Sin embargo yo me atreví con una especie de tortilla de gambas enorme que me estaba llamando. La cosa picaba tanto que tras dos mordiscos la tire a la basura y, buscando una servilleta que nadie tenía me arrepentí claaaramente de haberme metido eso en la boca.
 
Meeeek, error, no ingerir ni introducir en la boca
Vimos un templo indio en las cercanías del hotel y cogimos el metro que, tras 2 transbordos y 15 minutos de agradable aire acondicionado, nos dejó en Little India. Repleto de restaurantes y tiendas de oro, tiene bastante más carácter que Chinatown. Pasamos a un templo hindú con la típica torre encima de la puerta principal y olisqueando entre puestos compramos un candado y dos aceites aromáticos por un dólar de Singapur. Cambiamos dinero y dimos una vuelta hasta volver al metro y tomar la dirección hacia el hotel.

Un templo indio en Little India
Los encontramos recién despiertos y bajamos al patio mágico de comidas (Kopitai o algo así) donde cada uno se decantó por un plato aunque claramente mayoritaria fue la opción del arroz con pollo clásico. Yo me comí un plato chino muy rico. Al acabar, subimos a la piscina del hotel mientras que Dueño se echaba una merecida siesta. La pisci estaba muy bien, con algún chino que otro jodiendo pero unas tumbonas muy cómodas y un solecito tropical que no dudamos en aprovechar. Lucas, nada amigo de normas, se saltó todas las que pudo mientras que nos remojábamos en la piscina salvando las horas de más calor, en las que era un completo suicidio hacer turismo. Cuando el calor empezó a remitir subimos a las habitaciones y tras una ducha y un cambio de ropa un poco más elegante para los estándares del viaje nos dirigimos hacia el centro financiero. 
 
Allí, dimos una vuelta admirando el Skyline de la ciudad iluminado y maravillándonos de una ciudad que es un milagro económico y uno de los 4 dragones de Asia. Un entrante del mar hace la función de lago, alrededor del cual se planea construir un cerco de rascacielos. Aún con el plan lejos de terminarse, la vista es espectacular, con varias zonas de rascacielos y edificios singulares (una noria entre ellos) que el Marina Bay preside sin lugar a dudas. Y ese era nuestro principal destino, el Marina Bay y en especial, su casino. Sin embargo, antes de llegar al casino pero ya dentro del complejo te ves inmerso en un grandísimo centro comercial con todas las tiendas de lujo imaginables que hizo las delicias sobretodo de Lucas y Villa.

Marina Bay
Skyline singapureño
Al entrar al Casino nos sorprendió que la entrada para los occidentales fuese gratuita y cambiamos cada uno unos 20-30 € (menos Lucas, que fueron algo más) y buscamos las ruletas para hacer un poco el moñas. Lucas llevó la voz cantante y nos ayudaba con sus consejos después de haber estado 7 días en Las Vegas. A pesar de ellos, ni la estrategia de estudio concienciudo de Dueñas y Villa, ni la encomendación a Dioses profanos como el 7 de España de Nova y mía dio resultado, y mucho menos la táctica de pro de Lucas. A los 40 minutos, todos a tomar por culo desfilando por la puerta de salida. Pero bueno, fue folklórico ver como se juegan la pasta los chinos.

Desfallecidos por el hambre fuimos recorriendo el centro comercial buscando un sitio que se adecuase a nuestro presupuesto hasta encontrarlo en…una hamburguesería. Pedimos unas patatas y unas burguesas, incluido Nova que no pudo contenerse y que seguramente se arrepintiera luego. No estaban mal pero tampoco eran gran cosa. Eso sí, Lucas evitó que les pusieran a él y a Dueño los restos del Sprite que quedaba en la bolsa de polvos solubles. Al lado del restaurante había una pista de patinaje sobre hielo y nos quedamos viendo un poco las toñas que los niños se pegaban.

Queríamos subir a lo alto del Marina Bay y sopesando las opciones nos decantamos por el KuDeTa en lo alto del edificio. Sin embargo, nuestros planes se vieron truncados cuando una amable señorita nos comentó que la consumición mínima eran 50 $S. Sintiendo envidia de la fauna que subía a la discoteca, ya casi habíamos perdido la esperanza cuando Lucas fue a hablar con la relaciones/puerta y le comentó que podíamos subir sin pagar al bar situado al lado de la discoteca. Pues ale, si no podíamos subir a lo rico, subiríamos a lo pobre. Arriba, separados claramente de la gente pudiente disfrutamos de las maravillosas vistas de la ciudad por un módico precio de 0 $. La piscina no la logramos ver, pero queda pendiente para otra visita a la ciudad, ya que debe ser única en el mundo. Bajamos y cogimos un par de taxis (de los baratos, ya que los caros son eso, más caros) y nos plantamos en el V hotel en menos que canta un gallo. Tras unos problemillas de Nova y Dueño con su taxista, nos retiramos a descansar en la última noche del viaje.

7 de Agosto: Para acabar…vuelta al Santuario Poya-Poya

Tras una buena sobada para terminar el viaje y afrontar el duro viaje de vuelta con fuerzas y ganas, nos levantamos para descubrir que las pruebas de Nova con su estomago no habían sido satisfactorias y que estaba peor que el día anterior. En el rato que estaba fuera del baño se bebía un suero que Dueñas había traído en su botiquín, el cual rivalizaba en dimensiones con el que el tío Liza suele llevar a los viajes. Fue todo lo que su maltrecho cuerpo ingeriría hasta la llegada a Madrid. El resto bajamos a desayunar y nos metimos entre pecho y espalda unos bollitos bien ricos en un puesto de debajo del hotel. Aumentamos la hora del checkout hasta las 15:00 pagando unos dólares de más, ya que cuanto más tiempo estuviese Nova en la cama mejor se iba a encontrar luego. 
 
Dejando al pobre enfermo en el hotel, los otros 4 integrantes nos desplazamos hasta Chinatown para hacer las últimas compras antes de volver a Madrid. En Metro llegamos bien rápido y a la búsqueda de relojes de palo para que Lucas se hiciese con algunos. Cuál fue su sorpresa al descubrir que a cualquiera que preguntase le decía que no iba a encontrar nada ya que acabarían en la cárcel en un abrir y cerrar de ojos. Singapur es muy limpia y muy ordenada, pero en ciertos aspectos es una desventaja, ya que pierde lo que el Sureste asiático tiene de caótico y por momentos es una ciudad aburrida. Recorrimos de nuevo las calles principales de Chinatown pero todo era una mierda bastante interesante y lo único que compramos fueron unos imanes para la chavalada que nos esperaba a la vuelta. Con poco más que hacer en Singapur, se nos encendió la bombilla y decidimos volver a visitar el santuario del diente de Buda para ver si los monjes seguían con su letanía. Y efectivamente, aunque habían cambiado la letra, los tíos seguían recitando su mantra sin fin, con la salvedad de que ahora los fieles iban vestidos de negro. Dimos una vuelta leyendo los textos sobre Buda e hicimos unas últimas fotos.
 
Cerrando el circulo del viaje
Cogimos de nuevo el metro y fuimos hasta el centro colonial ya que yo me puse un poco pesado con ver el famoso Hotel Raffles, símbolo del poder colonial británico en los siglos XIX y XX. Tras atravesar un moderno centro comercial salimos a la calle y allí estaba, el hotel Raffles que no deja de ser un modesto edificio colonial con más importancia por lo que significa que por lo que realmente es. 
 
Raffles Hotel, más por su significado que por lo que realmente es
Tachada esta visita del plan de viaje, volvimos al hotel ya que se acercaba la hora del check out. Allí descubrimos al Nova, algo repuesto ya de su debilidad aunque no para muchos trotes. Sacamos las maletas y nos las guardaron en la recepción y nos fuimos a comer al patio de comidas. Arroz, pollo, pollo y arroz, vamos, lo típico y mientras que echábamos cuentas y hacíamos un resumen del viaje, se nos hizo la hora y con los bártulos a cuestas, cogimos esta vez si el metro hasta el aeropuerto, listos para pasar unas horitas en el moderno y cómodo aeropuerto de Singapur. Unas visitas a la tienda Apple para fliparnos con el iPad, un paso por un baño más limpio que el de nuestra propia casa y la llamada del vuelo de Qatar Airways significó el fin de nuestra estancia en el SE asiático y el comienzo de unas 21 horas de viaje muy coñazo sólo amenizadas por la bendita tablet de Qatar.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Singapur - Malasia - Indonesia Día 15

5 de Agosto: Kuta: nido de surferos y de vida nocturna poco glamourosa

Kuta beach
Bueno, pues nada, se acababan los días de relax playero y comenzábamos la aburrida vuelta hacia atrás para coger el vuelo a Madrid. Nos invadía una sensación de fin de viaje que, aunque no era cierta ya que quedaban cosas por ver y hacer, no pudimos evitar. La mañana comenzaba con bajona, pues las tortitas tenían que ser de piña, ya que el plátano se había acabado. Hicimos las mochilas de nuevo después de 3 días y con la sonrisa permanente de la dueña del hotel (no así la de su marido que era bastante antipático) hicimos el check out y nos acercamos hasta el muelle, o mejor dicho la playa donde nos dejó nuestro barco a la ida y desde donde zarparía hacia Bali. Cambiamos el ticket por los 5 billetes y nos dispusimos a esperar a que llegara el barco para subirnos a bordo. Al lado de otro grupo de españoles, vimos como llegaban barcos con mercancía y los locales bajaban de su pueblo en medio de la isla con los carros tirados por caballos enanos para cargarla y llevarla a los hoteles y restaurantes. Vaya coñazo de vida la del gili-caballo. Nova había pasado su primera noche toledana “shitting fire all the way down” y estaba muy débil, en lo que fue el primer día de su enfermedad, que ya arrastraría hasta Madrid.

Con el debido retraso indonesio, el barco al fin llegó y dejamos nuestro equipaje para que lo cargaran a bordo. Hablamos con las españolas mañas para descubrir que ellas se lo habían pasado de puta madre los tres días ya que habían tomado “magic mushrooms” las tres noches y luego habían hecho la tijera (esto no puedo asegurarlo pero estaba bastante claro). Lucas hizo el aguililla como acostumbra y se montó en los asientos de “business” en la parte delantera del barco mientras que los otros 4 nos sentamos en la parte de atrás con la plebe. En un principio parecía que íbamos a ir más anchos que en la ida, pero cuando el barco paró en Lombok, recogió más pasajeros (entre ellos un surfero con su novia excepcionalmente guapa) y volvimos a ir igual de petados que en la ida. El calor seguía siendo muy incómodo pero no apareció el temido mareo y hasta Villa y yo pudimos ir leyendo tranquilamente. La horita y pico de trayecto pasó lentamente y al final divisamos las costas de Bali, ya acercándonos a Padang Bai. Desembarcamos y esperamos a que nos diesen las mochilas en el puesto de la compañía de ferries, mientras que mujeres locales nos ofrecían insistentemente sarongs, comida y bebida, no dándose por vencidas a la primera sino que cada 5 minutos volvían y te volvían a preguntar, por si habías cambiado de opinión en ese tiempo. Padang Bai es una población que vive de las gentes que cogen los ferries hasta Lombok y las Gilis, y realmente parece no tener nada salvo un par de playas buceables según la guía.

El ticket de ferry incluía un traslado hasta donde quisiéramos y elegimos Kuta, por ser la localidad más cercana al aeropuerto ya que teníamos que coger un vuelo a la mañana siguiente a las 06:00 y cuanto más cerca estuviéramos mejor. Así que acompañados por una familia de alemanes que nos quitaron la fila de atrás de una manera muy sucia, hicimos el trayecto por las caóticas carreteras de la isla atravesando las zonas más urbanizadas. Llegamos a Kuta, donde, casualidades de la vida nos dejaron justo al lado del McDonalds y claro, no era plan de desaprovechar la oportunidad. Me habían hablado cosas horribles de Kuta y las había leído aún peores. No distaba demasiado de la realidad: australianos jovencitos por todos lados y puestos de souvenirs baratos flanqueando las callejuelas todo ello rodeado de franquicias de comida rápida y tiendas de surf. Es decir, nada que no haya en otros doscientos sitios en el mundo. En mi opinión, venir a Bali y alojarse aquí es una completa estupidez que sólo tiene sentido si al día siguiente coges un avión temprano, que era nuestro caso.

Tras disfrutar de unas hamburguesas (más que nada para mimetizarnos con el ambiente) con música a todo volumen, Nova y Dueño se quedaron en la terraza del Mac (Nova no estaba para muchos trotes) y Villa, Lucas y yo fuimos a buscar alojamiento, que aún no habíamos cogido nada. Internándonos por las callejuelas de detrás de la vía principal que da acceso a la playa había multitud de hostales, unos con peor y otros con mejor pinta pero mayoritariamente sin agua caliente. Al final de un recodo, en un callejón apartado encontramos un sitio agradable con piscina y jardíncito, en el que las habitaciones no estaban mal y contaban con agua caliente. El precio muy asumible nos decidió a quedarnos y volvimos a por Dueño y Jorge y con las maletas nos instalamos definitivamente. El plan inicial de Jorge y mío era coger unas motos e ir hacia el templo Ulu Watu, un templo que no quedaba lejos y que habíamos dejado expresamente para este día en Kuta. Sin embargo, Nova se borró de este y de cualquier otro plan, ya que sólo pensaba en dormir debido al malestar general en el que se encontraba. Yo solo no iba a alquilar una moto e irme, con lo que me uní al grupo de Villa, Lucas y Dueño.

Lo único interesante de Kuta es su playa, así que nos pusimos un bañador, chanclas y gafas de sol y, atravesando la Puppies Lane, callejuela llena de puestos de souvenirs, entramos en la playa que, todo hay que decirlo, es cojonuda. Se extiende hasta donde alcanza la vista, tiene gran anchura y en ese momento de la tarde la marea estaba muy baja, dejando al descubierto una amplia franja de arena húmeda que invitaba a dar un paseo. Está llena de gente haciendo surf, en especial de gente aprendiendo a hacer surf, pero no se ve a mucha gente bañándose.

Surfers en Kuta
Nos dimos una vuelta en dirección norte durante un largo rato, algo más de una hora, mientras que disfrutábamos del sol y de las peripecias de los surferos. Esquivando las pocas medusas que yacían en la arena nos surgió la idea de llegar al KuDeTa para ver la puesta de sol, que María V. nos había recomendado, y que estaba en la playa de Seminyak, que realmente es la continuación de la de Kuta. Preguntando llegamos hasta el garito, que decorado al estilo balinés, es un local occidental en medio de una isla indonesia (con precios occidentales). Nos dejaron pasar pese a nuestras pintas playeras y nos hicimos un hueco en la terraza exterior donde disfrutamos de unos caros mojitos viendo la puesta de sol, algo deslucida por alguna nube baja en el horizonte. Ni rastro de locales y si de extranjeros forrados, así que nos hicimos unas fotos y salimos al exterior a coger un taxi que nos devolviese al hotel. Durante el trayecto pudimos ver que, mientras que Kuta es la cutrez, Seminyak es el lujo y la privacidad. Sigue sin verse el Bali del interior, pero al menos no estás metido en la masa y la depravación. Si alguien se ve obligado a alojarse en el sur, que venga aquí.
Puesta de sol desde el Ku De Ta
Kuta Beach
Llegamos al hotel y Dueño y yo fuimos a comprar algunos regalos que teníamos pendientes. Algo compramos, pero los vendedores no paraban de agobiarnos con lo que duramos menos de lo que teníamos pensado. Casi en el hotel compré, después de uno de mis mejores regateos unas gafas a un precio irrisiorio, cosa normal si tenemos en cuenta que el cristal debe ser de una calidad lamentable. Al llegar nos encontramos con Nova, que se había echado una gran siesta y había dado una vuelta para comprar souvenirs, los cuales tachó de “gran mierda”. Nos duchamos y vimos un poco TVE por primera vez en el viaje, contratamos el taxi y salimos a cenar en nuestra última noche en Bali. Los restaurantes eran completamente occidentales y encontrar un sitio que no fuese de comida rápida era todo un reto. Al final nos decidimos por un sitio cercano al hotel de comida mezcla de indonesia y occidental, pero resultó que se les había acabado el arroz, con lo que la comida local se veía muy mermada. Dueño y yo nos decidimos por el último mie goreng del viaje y el ya famoso sándwich de pollo indonesio hizo las delicias de los otros 3. El sitio tenía una pantalla gigante en la que estaban poniendo infiltrados y cuando ya estaba acabando la peli, nos levantamos de la mesa. Nova no se sentía con fuerzas para hacer nada y se retiró al hotel a descansar y a ver si se le pasaba lo que fuese que le ocurría a su tripa y el resto salimos a dar una vuelta a descubrir la famosa vida nocturna de Kuta.

Teníamos que recorrer una calle estrecha donde ya vimos la sordidez de la zona, madres con niños pequeños mendigaban a ambos lado de la calle, cosa que no habíamos visto aún en todo el país. Al llegar a la calle principal giramos a la izquierda y cada local que nos cruzábamos nos ofrecía droga en forma de pequeñas papelinas. Qué droga era no tengo ni idea, pero de todas maneras parece demasiado riesgo en un país en el que el tráfico está penado con la muerte. Entre camello y camello se aposentaban las putas, y los letreros rojos de algunos locales y las chicas bailando ligeritas de ropa dejaban bien claro el turista tipo que frecuenta la zona. Un poco acojonados por el ambiente, entramos en un bar que parecía tranquilo en medio de 4 o 5 discotecas con la música a todo volumen. Tomamos unos mojitos rodeados de occidentales mayores acompañados por locales de edad muy inferior a la suya y grupos de australianos rollo yanqui. Tras una media horita, concluimos que aquello no nos molaba nada y anduvimos 300 metros y entramos a una discoteca únicamente para ver cómo era. Nada que no hubiéramos visto ya: la primera planta de música anglosajona en vivo y en las siguientes, música electrónica a todo volumen. Con bastantes pocas ganas de quedarnos bajamos a la planta baja con la intención de salir e irnos pero nos lo impidieron los empleados del garito, conminándonos a que consumiésemos. Tras escabullirnos huimos aterrados mientras que unos jovenzuelos sacaban a un amigo con un pedo escandaloso. De camino a casa, cabizbajos tras comprobar que Kuta no estaba hecho para nosotros (menos para Dueñas, que insistía en quedarse) nos cruzamos con otro grupo de locales que nos ofrecían “Young girls”. Este hecho y las mujeres de vida disoluta que directamente te agarraban del brazo fueron la puntilla y aceleramos el paso de camino al hotel. Una vez allí, pusimos el despertador para las 3 y pico de la mañana y con un poco de Españoles por el Mundo nos sobamos.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Singapur - Malasia - Indonesia Día 14


4 de Agosto Día14: Snorkel en las Gili y la aventura canadiense de Lucas

Lombok en el horizonte

Nos levantamos con toda la calma del mundo y tras un desayuno rico de tortitas de plátano o tostadas o huevos revueltos, los 4 “buceadores” hicimos la mochila y nos fuimos hacia el puesto donde habíamos reservado el tour. El colega nos acompañó hasta el punto de salida de los barcos, donde más gente se acumulaba a la espera de que zarpase. Las aletas había que pagarlas aparte y yo fui el único que las consideró necesarias. Con unos 20 minutos de retraso nos “acomodamos” como pudimos en un barco de madera con un fondo de cristal lleno de mierda por el que no se veía absolutamente nada. Apretujados como íbamos y con ningún espacio para poner las mochilas o aletas, estábamos deseando que el bote hiciese la primera parada para tirarnos al agua. Repartieron gafas y tubo, remarcando que si las jodíamos era bajo nuestra responsabilidad. A mi izquierda iba una pareja de venezolanos que vivían en Perth. Eran muy majos y me aseguraron que en la playa de la isla principal habían visto numerosas tortugas la tarde anterior sin alejarse mucho de la orilla. En el barco había también una madre de familia con un bikini tanga que hizo estragos en los viajeros faltos de amor y una joven indonesia con unos cocos como los que venía deseando Villamor desde el momento que salió de casa. Dueñas volvió a recaer en su enfermedad con las locales y aseguró que de conseguir unos cocos así se quedaría para siempre en el SE asiático bebiendo zumos y comiendo fruta.

La primera parada era la costa oeste de la segunda de las islas, Gili Air, la menos poblada de todas y más salvaje. Nos soltaron cerca de la orilla y uno tras otro fuimos lanzándonos al mar y a descubrir los peces y corales del sitio. No difería mucho de lo que había visto el día anterior, pero puede ver más cantidad de todo y un pez muy grande parecido a un mero que me miraba con cara de retrasado (habrá que ver qué pensaría él de mi). La media hora prometida se quedó en 20 minutos, y nos llamaron con un silbato para subir a bordo de nuevo. Cuando me fui a quitar las gafas, debía llevarlas muy apretadas, porque la cinta elástica se rompió y me quedé con ella en la mano. Amablemente le pedí otras a la tripulación y me dijeron que tenía que pagarlas. Los ladrones, después de cobrarme 100000 rupias por un viajecillo en el bote ese de mierda y dejarme menos tiempo del convenido en el agua aparte de proporcionar un material que dejaba bastante que desear me querían cobrar 50000 rupias por una mierda de cinta elástica. Tras una discusión decidimos dejarlo para más adelante ya que habíamos llegado al segundo punto de inmersión.
 
Gili Air
Al otro lado de Gili Air y en más mar abierto, se trataba de lanzarse al agua e ir nadando mientras que seguíamos al guía. El barco nos recogería 500 metros más adelante. Con unas gafas nuevas que me cuidé muy mucho de no dañar visto lo visto, nos lanzamos al agua. Estábamos en el borde del arrecife y mientras que a la derecha se veía mucho coral en muy buen estado, a la izquierda contemplábamos una caída en vertical en la que no veíamos el fondo. El océano sin fin a la izquierda acojonaba bastante y era mejor concentrarse en la derecha y no mirar mucho al otro lado para no ver alucinaciones de tiburones surgiendo de las profundidades. Me separé del grupo involuntariamente ya que es muy difícil reconocer a la gente bajo el agua y con gafas y tubos y fui siguiendo a los venezolanos. Muchos peces de colores te acompañaban en tu nado, y de repente, una tortuga marina se dejó ver a nuestro lado. La cabrona iba muy rápido y no me puede poner a su altura, pero pude verla de cerca en lo que fue una experiencia cojonuda. Otra prima suya apareció de las profundidades y “recogió” a la primera y ambas se perdieron en los fondos, donde sabían que los humanos no les podíamos seguir. Aparte de las tortugas pude ver una serpiente marina de vivos colores a la que preferí no acercarme mucho y un pez araña semioculto entre el coral. Sin duda esta parada fue la mejor de las tres en las que se dividió el viaje. Cuando levanté la cabeza del agua me di cuenta de que estaba separado del resto del grupo, de hecho tenía un grupo detrás y otro delante, y no sabía cuál era el mío (decir que a la vez había varios grupos con varios barcos). Sin embargo tenía aún a los venezolanos al lado con lo que me quedé más tranquilo, y más cuando vi a mi barco pasar a pocos metros ya con todos los compañeros a bordo.

Subimos al barco y continuamos la ruta hacia la tercera de las islas: Gili Meno. El mar cada vez estaba más encrespado, es cierto, pero los tripulantes trileros lo usaron como excusa para acortar el tiempo de la excursión y meternos prisa para volver rápidamente al puerto de origen. Así que nos dejaron en el arrecife de la tercera isla y nos dieron unos escasos 5 minutos para bucear. El sitio no era gran cosa, me atrevería a decir que era el mas flojo de los tres, destacando únicamente unos trozos de coral azul. La gente estaba ya un poco harta de tanto snorkel y de hecho Nova se quedó arriba junto con otros viajeros más. Tras los cinco minutos de mierda que nos dejaron, nos acercaron hasta esta tercera isla para comer en un restaurante de la orilla, que muy probablemente sería del primo de los tripulantes.
 
El sitio donde te paran para comer
Nos tomamos unas burguesas y unas patatas normalitas sentados en una cama balinesa al lado de tres chicas: una japonesa con mezcla de rasgos occidentales que estaba de muy buen ver, una americana rubia bastante decente y una neozelandesa que aprovechando que en su país se rodó El Señor de los Anillos, era de una familia de orcos de la misma Minas Morgul. Horror, que adefesio de tipa. Los salteadores que nos llevaban en el barco nos metieron prisa y nos embarcamos sin más dilación en el viaje de vuelta a Trawagan. El mar estaba más bravío, pero nada que no fuese mas allá de un salpicón a la gente de proa y poco más. En ningún momento se mareó nadie ni vimos algo de riesgo. Con lo que llegamos una hora antes (a las 14:00) de lo que deberíamos haber llegado. Nos despedimos de los venezolanos, que eran muy buena gente y cogimos las de Villadiego hacia el hotel. Pero uno de los tripulantes me paró diciéndome que tenía que pagar el coste de la gafa de bucear. No estaba yo demasiado dispuesto a sufragarle al colega que se había forrado gracias a nosotros un iphone así que me dispuse a lucharlo al máximo. Tras una dura gestión que incluyó discursos sobre no robar al turista y demás, conseguí pagarle 15000 rupias que tampoco me sentaron nada bien.

Cabreado volví al hotel para cruzarme con Villa, Dueño y Nova que se iban a la playa a aprovechar las últimas horas de sol en las Gili. Cuando llegamos, nos encontramos con que Lucas no había perdido el tiempo y que había conocido a tres canadienses o mejor dicho Quebequois con las que entabló una bonita relación y estaba comiendo con ellas. Lucas: 24/7 ligando. Nosotros 4 nos tiramos en la playa a echar una siesta y esperamos a que Lucas regresara para que nos contara sus peripecias. Cuando volvió nos contó que había ido de paseo y que su mirada se había cruzado con la de las tres jovenzuelas y que ellas le devolvieron el paseo y le invitaron a acompañarlas a comer ya que le vieron solo y desamparado. Lucas aseguraba que eran majas pero un poco niñas, y que había quedado en verse luego con ellas por la noche en la no party. A la caída de la tarde nos fuimos hacia el hotel parando antes en un punto de acceso a internet donde reservamos el hotel de Singapur y mandando algún mail a casa. Devolvimos las bicis que nos hicieron un gran apaño en la isla por un precio razonable y nos sentamos en la terraza del hotel que daba al mar en nuestras famosas colchonetas.
 
El Welcome que en realidad era un Goodbye, porque nos ibamos al día siguiente
Me aburría de estar sentado y me fui a dar una vuelta con la cámara por la avenida principal. Llegué a un puesto de pulseras pero me pedían una millonada que no estaba dispuesto a pagar y encima no tenía ninguna gana de regatear después de la experiencia del snorkel. Ni un duro más iba a dejar en las Gili. De vuelta encontré el turno de duchas ya en funcionamiento y me uní a él, para salir a cenar por última vez en Gili. Volvimos a elegir el restaurante de pescado del primer día ya que habíamos tenido una buena experiencia. Esta vez, Nova se subió al carro del atún y Dueño pidió un pescado al estilo indonesio mientras que los otros tres manteníamos las elecciones del primer día. Nos hinchamos a ensaladas y cuando llegó el calamar ya estábamos bastante llenos, lo cual no fue impedimento para meternos entre pecho y espalda los segundos y luego unos helados. Saciados como nunca en Indonesia, volvimos a nuestro irlandés a bajar la cena con unos mojitos. Lucas oteaba el horizonte para ver si veía a las Quebequois y el resto conversábamos animados. Cuando comenzó el toque de queda musical, Lucas creyó ver a sus amigas y se quedó con Villa y Pablo, mientras que yo y Nova nos íbamos al hotel, ya que Jorge empezaba a no encontrarse muy bien. Al parecer, el tema con las canadienses no dio para mucho, ya que los tres cazadores nocturnos estuvieron de vuelta no muy tarde con la excusa de que eran muy niñas y que cualquier esperanza de riki-nait era muy complicada.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Singapur - Malasia - Indonesia Día 13

3 de Agosto: Día playero y puesta de sol en lo alto de la colina

Con lo que teníamos 2 días más en un islote paradisiaco tirados en la playa pero sin fiesta. A descansar se ha dicho. 

La luz entró a través de la ventana abierta y me desperté antes de lo acordado. Con el ciborg aún sobando, me puse el bañador, cogí mi libro y salí a la terraza, donde el amable personal del hotel me sirvió unas tortitas de plátano muy ricas y un café de Lombok. Me puse a leer y enseguida llegó el resto de la expedición, que se puso a dar cuenta de su desayuno. Tras un rato más de asueto, cogimos las bicis y nos fuimos a dar una vuelta a la isla. Sin embargo, imprimí un ritmo demasiado alto e hice que el grupo se dividiera en 3 más pequeños. Yo me quede solo y decidí atravesar la isla hasta el lado opuesto donde habíamos visto la puesta de sol el día anterior Nova y yo. Lucas, Dueño y Villa dieron la vuelta a la mitad de la isla por el Sur y Nova siguió la misma ruta pero un poco más retrasado, ya que había vuelto al hotel a buscar al grupo de 3. Finalmente nos juntamos todos en el punto opuesto de la isla, desde donde emprendimos la semivuelta por la cara sur para buscar alguna playa desierta en la que aposentar el culo.
 
Playa en Gili
 Al cabo de unos centenares de metros, paramos en un sitio con arena en buenas condiciones y agua transparente, donde hicimos unas fotos con Lombok al fondo y donde Lucas y Villa se quedaron tomando el sol pese al viento y Nova, Dueño y yo nos fuimos unos metros más lejos para pegarnos un buen baño. Decir que la entrada en el agua era complicada ya que el coral pinchaba como el demonio y las heridas en los pies que nos hicimos así lo atestiguan. Sin embargo, la claridad del agua y la gran vista bien merecieron el bañito. 
 
El viento nos hizo decidir volver a la playa del día anterior, mucho más domesticada que la que estábamos y por ello más cómoda. Por este lado de la isla también hay resorts muy chulos y vimos un sitio desde donde la puesta de sol debía ser espectacular. Así pues, volvimos a la playa del día anterior previo paso por una tienda de alimentación donde compramos unas cervecitas y unas coca colas. Y ahí anduvimos haciendo el gañan, básicamente tomando el sol y bañándonos. Alquilé unas gafas y un tubo para bucear y muy cerca de la orilla se empezaban a ver muchos peces de colores entre el coral. Peces loro, araña, de colores verde, azul, amarillo, morado, azules muy pequeños, una verdadera maravilla bajo el agua de la que no te cansabas en ningún momento. Lucas se sintió interesado y cogió las gafas y el tubo un rato, quedándose también muy contento de lo visto. El resto prefirió esperar al día siguiente, cuando habíamos decidido contratar un viaje para hacer snorkel alrededor de las tres islas.

El tiempo pasaba y nos fuimos a comer en el mismo sitio del día anterior y repetimos básicamente la misma comida ya que las hamburguesas estaban muy ricas y no era especialmente caro para las Gili (que advertimos que son más caras que Lombok y que Bali dado que todo llega desde estas dos islas principales). Con el estómago lleno, volvimos al hotel para acomodarnos en las tumbonas de la piscina leyendo y durmiendo (en especial Villamor que no consiguió llegar a leer ni una página de su apasionante libro somnífero).
 
Con las bicis de camino a la puesta de sol
A la hora convenida, cogimos las bicis (Lucas se quedó en el hotel) y nos dirigimos al Sunset Spot, que estaba en lo alto de la única colina de la isla. Un paseo bucólico digno de Verano Azul por el medio de la isla entre palmeras, vacas y locales nos situó en unas escaleras que intuíamos que nos dejarían en lo alto de la colina. Dejamos las bicis y empezamos la ascensión, que por momentos se hacía no apta para ir con chanclas. La subida hace un descansito desde donde se aprecian las otras dos islas Gili y al fondo Lombok con su impresionante volcán sobresaliendo por encima de las nubes. La verdad es que debe ser la leche hacer la ascensión al Gunung Rinjani, el segundo pico más alto de Indonesia y de más de 4000 metros de altura. Su pico majestuoso se eleva por encima de la isla, y no extraña que los hinduistas de Bali lo consideren como un Dios.
 
El Gunung Rinjani, majestuoso por encima de las nubes
Al final de la subida se juntó un grupo de gente para apreciar la puesta de sol (incluso alguno había logrado subir con la bici no sabemos aún por donde), que en efecto fue magnífica. Al final de su trayectoria, el sol se ponía sobre la isla de Bali, dejando una estampa preciosa.
 
La puesta de sol desde la colina
La noche se cierne sobre Gili Trawagan
Cuando por fin se puso, descendimos el camino con cuidado de no caernos y volvimos a coger las bicis para descubrir que el sitio que esa misma mañana habíamos descubierto para ver la puesta de sol, contaba con una especie de chiringuito con música y con cervezas. Tampoco se tenía que estar mal ahí. De camino al hotel paramos en un sitio para apreciar cómo había bajado la marea y hacer un par de fotos ya en la penumbra casi. Cuando llegamos al hotel, Lucas había encontrado su sitio Zen en el bar del hotel, en una especie de colchoneta con respaldo muy cómoda que se estila mucho por esas latitudes y que convendría exportar a España. Villa se quedó con él tomando algo y el resto empezamos a ducharnos para cenar con el horario Gili. 
Y nada, vuelta a la rutina de salir a tomar algo sabiendo que a las 23:00 todo se acabaría. Teníamos ganas de pizza, y encontramos un restaurante italiano con una camarera- dueña que chapurreaba español y que estaba de buen ver donde tomamos unas pizzas riquísimas y un mousse de chocolate que nos hizo olvidar por un momento las maravillas del nasi goreng del que estábamos ya bastante hartos. Fuimos otra vez hacia el irlandés, en el que había menos gente y nos tomamos unos mojitos y unas cervezas. Nova y yo echamos unos futbolines con unos locales. Palmamos, pero es que allí juegan con guarra y con empalme, y nosotros estamos federados por la asociación española de futbolín y sólo sabemos jugar con las reglas oficiales, así que es normal. Tras el fin de la música, el goteo de gente hacia los hoteles nos mostró el camino y desfilamos asumiendo la realidad hasta el Pesona Resort.