martes, 29 de octubre de 2013

Viaje a Japón. Dia 7: El parque de Nara


La conciencia nos remordía a los tres desde dos días antes, y es que el templo que nos habíamos dejado por ver, el Sanjusangendo aparecía en multitud de guías, blogs y libros como uno de los imprescindibles de Kyoto, una sorpresa espectacular de la que no queríamos prescindir.

Aprovechando que Nara está bastante cerca de Kyoto y se tarda una hora escasa en llegar, nos propusimos llegar al templo nada más abriese, verlo y coger el tren de las 08:40 desde la estación central. Y nos salió bien. Fuimos los primeros junto con un par de colegios en comprar la entrada al templo (reflexión al margen: ¿en realidad van los niños japoneses al colegio? ¿hacen algo más que ir de excursion todo el puto año? ¿de verdad es un país envejecido?) y accedimos al impresionante interior.

Exterior del templo de Sanjusangen-do (la foto es de internet)
El templo de Sanjusangen-do pertenece a la escuela budista de Tendaishu y data del siglo XII. En el interior de una estructura de madera sostenido por columnas se encuentra la estatua principal de la deidad del templo, la diosa Kannon de los 1000 brazos. Escoltándola en un perfecto orden de filas y columnas se hallan otras 1000 estatuas de la misma deidad, mientras que en primera fila, mostrando una advertencia bien patente en sus caras y poses agresivas 28 esculturas de dioses guardianes se enfrentan al visitante.

La imagen de las mil y pico estatuas colocadas en formación es impresionante y hace que merezca la pena la visita aún sin poder hacer las fotos que sin duda merece el templo, ya que está prohibido. Fuera de la sala de las estatuas poco más hay que ver, pero repito que bien merece la pena pagar la entrada para disfrutar de uno de los monumentos más impresionantes de Kyoto.

Interior del templo con las 1000 estatuas y los 28 guardianes (la foto es de internet)
Todo nos salió según lo planeado y pudimos coger el tren a Nara (sale uno cada hora así que no hubiese supuesto un grave problema el perderlo). Éste no era un tren bala sino un regional que podría ser como uno de cercanías en España. Sin embargo, no es la modernidad o el lujo lo que destaca de los trenes japoneses respecto a los españoles, sino la frecuencia, extensión y puntualidad de la red. No haría falta gastarse una millonada en trenes de última generación para tener una red bien digna, sino extender la red a todo el territorio y hacerla más puntual (este comentario va por los trenes de cercanías especialmente de la comunidad de Madrid, con los cuales es realmente imposible saber a qué hora van a salir).

Llegamos a Nara tras una hora de cómodo viaje por el agro japonés, salpicado de campos de arroz y casas diseminadas.

El segundo martes de cada mes una asociación de jubiladas de Nara celebra como actividad cultural una ceremonia del té en la que visten al visitante con el kimono tradicional y le explican paso a paso este ritual ancestral del pueblo nipón. Nos enteramos por unas amigas que habían estado aquí hace unos meses y subimos al piso donde tiene la sede la asociación. Allí, unas simpáticas ancianitas con un inglés muy depurado nos vistieron con kimonos de vistosos colores (para las chicas) y de samurai (a mi mismo). Sin duda la actividad es más atractiva para ellas que para ellos, pero no deja de ser gracioso, interesante y sobretodo gratuito. 
Tras quedar convenientemente vestidos y calzarte los infernales zuecos, si consigues desplazarte sin caerte hasta la habitación anexa, te explican la ceremonia del te paso por paso, y tienes la ocasión de probar uno de los brebajes más asquerosos curiosos que uno pueda saborear. Además tienes a la conductora de la ceremonia mirándote fijamente con lo que no puedes hacer como que bebes o escupir disimuladamente. Afortunadamente, para pasar el mal trago te dan un bollito relleno de una pasta verde inidentificable cuando lo que más necesitas es un bote de reflex para conseguir anestesiar tus tobillos, rodillas y resto de pantorrilla, ya que durante todo el tiempo que dura la ceremonia estás sentado a la manera japonesa, apta únicamente para ancianos/as de metro sesenta y 50 kg de peso.

Zuecos y calcetines grotescos
Acabó la ceremonia y tras despojarnos de los vestidos y dar las gracias efusivamente a nuestras anfitrionas, anduvimos la calle principal hasta la entrada del parque de Nara, donde están las principales atracciones de la ciudad.

Bastante parecido a Jurassic Park cuando se les va la luz
Paseando entre más ciervos aún que en Miyajima recorrimos la vía central del parque hasta llegar al primer y más importante templo del día, el Tōdai-ji. Este templo budista tiene el record de la mayor estructura de madera del mundo, y en su interior descansa una inmensa estatua de Buda, llamado Daibutsu (gran buda). Escoltándole, dos estatuas menores a cada lado. El conjunto impresiona, tanto desde el exterior, desde donde se aprecian las inmensas dimensiones del edificio y sus jardines, como desde el interior, donde el gran buda parece controlar todo.
 
Templo del Todai ji
Durante el siglo VIII una serie de catástrofes climáticas asolaron Japón. Para intentar alejarlas de la isla, el emperador Shomu propuso (entre comillas, porque supongo que no lo pediría por favor precisamente) construir una enorme estatua de Buda para apaciguar al clima. Según la leyenda, alrededor de 2.600.000 personas en total ayudaron en la construcción del Budha (420.000 con contribuciones y 2.180.000 trabajando para construirlo); este número iguala a la mitad de la población de Japón en esa época, y es obviamente un gran invent. El templo se acabó en el 745 y el buda en el 751, y dejó al país casi en bancarrota (esta historia me suena bastante). Las dimensiones actuales del templo son algo menores que las originales, puesto que se reconstruyó y se redujo su tamaño.
 
Gran buda o Daibutsu
El budismo entró en Japón en el siglo VI desde la península de Corea, pero pasó un poco sin pena ni gloria hasta principios del siglo VIII, cuando el emperador Shomu trasladó la capital a Nara (de hecho inaugurando el llamado periodo de Nara) y le dió un impulso definitivo, fomentando la construcción de templos y haciéndola casi la religión oficial del imperio. Es llamativo pensar el tiempo que tardó el budismo en alcanzar el archipiélago japonés, unos 12 siglos desde su nacimiento en el norte de la India y casi 6 desde su implantación en China. Nos da una muestra del aislamiento en el que vivían y lo precario de las comunicaciones en aquella época.

Tras esquivar las hordas de niños en edad escolar continuamos el paseo por el parque de Nara y nos encaminamos hacia otro templo que queda en el norte del parque, el Kasuga-taisha. Este templo sintoísta fué el templo familiar de los Fujiwara, un clan muy importante en el japón medieval. Fundado en el siglo VIII, ha sido a lo largo de la historia uno de los templos sinto más importantes del país. Sus características linternas de madera y piedra se encienden cada febrero durante la celebración principal del santuario. Sin embargo, nos pareció un poco puta mierda, en gran parte porque estaba en obras y le quitaban emoción al asunto. Además, si has leído otras entradas de este blog verás que somos bastante de la opinión que los templos sinto son un coñazo (con algunas excepciones como luego veréis).
 
Templo de Kasuga (el de las linternas)
El caso es que pagamos la correspondiente entrada y dimos una vuelta por las galerías rojas con linternas y cogimos las de Villadiego rápidamente pues allí no había mucho que ver. Afortunadamente los alrededores del santuario son muy bonitos, ya que el bosque que lo rodea es muy frondoso, como todos los del Japón. Paseando otro poco por él casi nos salimos del parque y, tras descartar la entrada a otro maravilloso templo sinto descubrimos que estábamos a tomar por culo del centro y con un hambre de narices.

En la calle principal nos metimos en el primer restaurante que encontramos y nos tomamos nuestro diario plato de ramen con cosas que nos supo de maravilla. Es de agradecer que en Japón no te inflan los precios por estar en un sitio turístico, igualito que en España, vamos. Como ya no había mucho más que ver, desandamos la calle principal, nos tomamos un helado muy rico de mango y cogimos el tren de vuelta hacia Kyoto.

De camino a Kyoto paramos dos estaciones antes para visitar otro templo del cual nos habían hablado muy bien. El Fusimi-Inari es un templo shinto muy característico, y ha sido imagen de numerosas películas, anuncios e imagenes rodadas o tomadas en Japón. Sus pasillos formados por miles de toris rojos conforman una de las imágenes más impactantes y reconocibles del pais del sol naciente. Está situado en la falda de una montaña, y los senderos cubiertos por los toris ascienden hasta casi su cumbre, conformando una ruta de casi 7 kilometros salpicada por numerosos pequeños templos. Los toris son donados por agricultores, empresarios y gente en general que desea tener éxito en los negocios.
 
Oh, ¡una zorra inmensa!
Esta dedicado a la diosa Inari la deidad japonesa de la fertilidad, el arroz, la agricultura, los zorros, la industria y el éxito. Los zorros son sus mensajeros y por ello a la entrada del templo dos grandes estatuas de este animal dan la bienvenida. El templo tiene su origen a principios del siglo VIII, cuando los primeros toris empezaron a erigirse en la base de la montaña.
 
Fusimi Inari
Comenzamos a caminar con la luz característica del atardecer mientras que haciamos multitud de fotos (el templo lo merece). Sin embargo, olvidamos otra cosa muy característica del atardecer, y más en estas zonas húmedas y llenas de vegetación: los mosquitos. Cuando concluimos que el número de picaduras era suficiente nos dimos la vuelta y volvimos al tren. Debe de ser bonito recorrer el sendero entero hasta el final de los toris, pero para ello hay que venir bastante antes y provisto de manga y pantalón largo.

Con las últimas luces del día recogimos las maletas en el hotel de Kyoto y cogimos el siguiente tren a Tokyo, a donde llegaríamos ya de noche y donde nos quedaríamos hasta el final del viaje en casa de nuestra anfitriona.

NST: 9/10 Desarrollando alergía aguda al puto shintoismo (aún me cabe alguno budista)

jueves, 24 de octubre de 2013

Viaje a Japón. Día 6: La isla sagrada del Tori flotante

Una de las ventajas que tiene el buen funcionamiento de la red de trenes de Japón es que te permite planear cada día casi al segundo. Si en el ticket de reserva dice que el tren saldrá a las 08:32 desde el andén 4 puedes quedar convencido de que así será.

Sabiendo esto, y dado que nuestro hotel estaba enfrente de la estación, nos levantamos con muy poco tiempo de margen, compramos unos bollos y unos cafés y buscamos nuestro andén, esquivando la marea de trabajadores uniformados (sobre todo ellos, con camisa de manga corta de color blanco y corbata) que atestaban los pasillos de la estación. Sin mayores problemas cogimos el tren a Hiroshima, recorrido que nos llevaría casi dos horas. El trayecto se hace rápido y cómodo, y cuando quieres darte cuenta ya estás en la ciudad con la horrible fama de ser la primera víctima de una bomba atómica en la historia.
Miyajima (A morada) e Hiroshima y su bahía
Sin embargo en nuestros planes no estaba la visita a la ciudad, en la que lo único interesante es el parque y el museo de la bomba atómica, sino el hacer un transbordo a un tren local (que se coge en la misma estación) y que tarda unos 30 minutos hasta Miyajima-guchi, el puerto desde donde zarpa el ferry hasta la isla de Miyajima.

Miyajima es una isla-santuario (precisamente su nombre significa eso) que alberga el santuario de Itsukushima, de gran importancia sintoísta y venerado por comerciantes, pescadores y marineros, debido a su peculiar construcción sobre el mar (bueno, digamos mejor que mitad mitad, no imagineis un santuario flotante). El templo fué construido en el 593 y ha sido ampliado, destruido y reconstruido unas n veces a lo largo de la historia. Su peculiar localización y su hiperfamoso gran Tori rojo hacen de él uno de los monumentos más visitado y míticos de Japón.

Desde Miyajima-guchi hay ferrys cada 20 minutos, de manera que no tienes que esperar casi nada desde que llegas en el tren. El trayecto es corto, la isla está muy cerca de Honshu. Al llegar los turistas se esparcen rápidamente, atraídos por la otra atracción: los puñeteros ciervos que pueblan toda la isla y acechan sigilosos tras cada árbol, esquina o contenedor para robarte la comida, comerse tus mapas o simplemente vigilarte con mirada suspicaz y luego contarle tus movimientos al señor rey ciervo (esto último no lo llegué a comprobar, pero desde luego que estoy casi seguro).

A mi no me engañas, ciervo disimulante, se para quien trabajas
De camino al santuario de nuevo mi apetito volvió a jugarme una mala pasada, y es que olvidada ya la experiencia del desayuno de Takayama, opté por almorzar un mejillón sobre una pasta rara y empanada. El sabor real no desentonaba en absoluto con la apariencia, que era horrenda y mi estómago no se recuperó en todo el día.

Mal / Error / No tocar (es lo que creo que debe de poner abajo)
Un tori de piedra te da la bienvenida al templo, de color rojo y que consiste en varias galerías porticadas sobre el agua (si hay marea alta), el Honden (edificio principal y santuario), el Haiden (oratorio) y el Heiden (edificio de las ofrendas), alineados con el gran Tori rojo, que se yergue surgiendo de las aguas dando la bienvenida (o advirtiendo) a los que llegan por barco a la isla.

O-toriii
Conviene ajustar la visita a la isla para así poder contemplar el templo y sobretodo el tori con marea alta y marea baja. Con la primera el santuario parece flotar sobre el mar y con la segunda puede uno acercarse a pata hasta el Tori y contemplar su gran tamaño desde cerca.

Como es lógico suele haber mucho visitante y hay casi que hacer cola para hacerse una foto en condiciones. A la salida del santuario a mano derecha hay una pequeña playa desde donde se tiene también una bonita vista del tori. Una vez visto el templo queda la duda de que hacer durante el resto del día mientras esperamos a que la marea baje del todo. Nosotros optamos por subir por un camino que va ganando altura por la ladera del monte Misén y que te lleva a otro santuario, en este caso budista y merecedor de pasar un buen rato en él: el Daisho-in.

Como ya he dicho anteriormente los templos budistas son a mi parecer mucho más interesantes que los sintoístas, y éste no es una excepción. Una puerta flanqueada por dos imponentes estatuas nos da la bienvenida y nos deposita al comienzo de una larga escalera que sube al lado de una hilera de ruedas de plegarias giratorias de las cuales desconozco su significado. Arriba hay un par de edificios de oración con cuadros y estatuillas de buda, y el espacio intermedio está ocupado por un bello jardín repleto de estatuas de todo tipo de formas y tamaños. Es en conjunto un bello templo que merece la pena la visita. Fué fundado por el monje Kukai, fundador del budismo Shingon en el año 806 a la vuelta de su viaje a China y a lo largo de su historia ha permanecido como uno de los templos más importantes de Japón, siendo visitado por muchos de los gobernantes y líderes religiosos que han regido el destino del archipielago nipon.



De tanto subir y bajar escaleras se nos había despertado el hambre y acudimos a la única calle de la isla donde encontramos un acogedor sitio de ramen (es curioso como fuera de Tokyo los sitios de sushi son más complicados de encontrar y hay que conformarse muchas veces con el cansino, aunque rico bol de udon/soba).

Una vez terminado nos dimos una vuelta hasta una gran pagoda roja y por la falda del monte sagrado hasta llegar a la estación del funicular que lleva a la cima. Optamos por no cogerlo ya que no teníamos mucho tiempo y las críticas que habíamos recopilado no eran gran cosa. Continuamos el paseo por el frondoso bosque, deteniéndonos de vez en cuando a fotografiar algún ciervo y llegamos de nuevo a la pagoda al tiempo que la marea alcanzaba el nivel suficiente para acercarnos al tori.

La Pagoda de Miyajima
A priori parece que la vista del tori va a ser más espectacular flotando sobre el agua, pero en mi caso me impresionó más con la marea baja. Permite acercarse hasta su base y apreciar el gigantesco tamaño de los pilares. Nos surgió la duda de cómo resistiría el tori al tsunami del 2010 o a las tormentas que se deben desatar por aquí.

Ciervo enseñando a su cría como vigilar a los humanos
Cuando dimos por concluida la visita al tori, nos dimos cuenta de que poco más había que ver en la isla, así que deshicimos el camino de la mañana y nos montamos en el primer ferry que zarpó, que nos dejó de nuevo en Miyajima-guchi. Desde allí enlazamos los dos trenes y nos plantamos en Kyoto a eso de las 7 u 8. Decir que en un principio dudábamos de si, por la lejanía de Miyajima convenía hacer la excursion en el día. Me atrevería a decir que es lo óptimo, ya que los trenes son rápidos y el trayecto se pasa volando, y porque una vez que el último tren zarpa, la vida en la isla se apaga totalmente según nos han contado, y que las horas que te quedan hasta la noche son bastante aburridas. La opción de combinar la visita con Hiroshima también es una buena idea.
No nos apetecía más ramen para cenar, con lo que buscamos y preguntamos por un sitio de brochetas (yakitori) en las cercanías del hotel. Y justo a la vuelta de la manzana lo encontramos. Un sitio muy pequeño y típico, con asientos a ras de suelo, sala privada al fondo llena de trabajadores (o yakuzas, según la imaginación de cada uno) y brochetas a la brasa hechas en el momento. Un acierto.

NST (nivel de saturación templaria): 8/10 Estable dentro de la gravedad

lunes, 21 de octubre de 2013

Viaje a Japón. Día 5: ¡Y venga templos!

Segundo día de maratón templaria en Kyoto. Pese a que teníamos dos noches más en la ciudad imperial queríamos destinar los dos siguientes días a Miyajima y Nara con lo que tendríamos que ver hoy el resto de templos que teníamos marcados como imprescindibles. Lamentablemente el día no pudo empezar peor, y es que una auténtica cortina de agua caía del cielo haciendo imposible cualquier tipo de turismo. Habría sido el típico día de chimenea, manta y libro pero rezamos por que parara de llover mientras que tomábamos nuestro ya habitual desayuno en el Starbucks (nota: aunque pueda parecerlo no somos ni mucho menos amantes de esta cadena, pero la mala experiencia con los desayunos japoneses, la sobreabundancia de Starbucks en cualquier lado y que tengan wifi gratis nos llevó a frecuentarlos más de lo que hubiésemos deseado).

A eso de las 10:00 la lluvia amainó un rato (que no paró) y decidimos esperar a que parara del todo en el interior de un autobús. El Ginkaku - ji o pabellón plateado quedaba en el extremo noreste del mapa y nos daría más tiempo de margen. Además llevábamos nuestros paraguas japoneses de plástico transparente que se encuentran en casi cualquier sitio con lo que mojarnos no nos íbamos a mojar demasiado (los pies serían otro cantar).

Ginkaku-ji desde lo alto del jardín
Pese a que la lluvia continuaba cayendo al llegar, nos decidimos a seguir con el plan prefijado. El pabellón plateado me pareció con diferencia el peor de los templos que visitamos. Da la impresión de que se han aprovechado de la analogía en el nombre con el pabellón dorado (que si merece la pena su visita) para meterlo en el listado de templos a visitar. Un jardín japonés bonito pero sin nada especial y unos edificios sosos sin ningún viso de plata o color plateado, tal y como podría indicar su nombre. Su nombre oficial es Jishō-ji o Templo de la misericordia resplandeciente. Parece ser que el plan inicial del shogun que promovió el templo era emular al Kinkaku - ji (pabellón dorado) que construyó su abuelo y cubrirlo con plata pero quien sabe si por una crisis inmobiliaria se quedó sin pasta y tuvo que echarse atrás. Quizás tuvo algo que ver la lluvia en nuestra percepción pero nos pareció un tocomocho bastante claro, porque creo recordar que no era barato.

Monolitos vestidos en el paseo de la filosofía
Bajo la cada vez más tenue llovizna salimos a la calle y buscamos el “Paseo de la Filosofía”, que resultó ser otro buen camelo atrapaturistas. Una senda estrecha a lo largo de un canal estrecho en el que no merece la pena perder ni un solo minuto. Hablando con otra gente que ha estado en Kyoto, parece ser que en la época de floración de los cerezos gana bastantes enteros, pero en nuestro caso salimos de allí por el primer desvío para, tras atravesar un barrio residencial meternos en otro autobús y llegar al Santuario Heian, característico por el inmenso tori rojo que enmarca la calle.

¿Mascotas de equipos de algo? ¿Dibujos de niños?
 En la calle que da acceso al templo y que estaba cortada asistimos a un festival de ¿mascotas? ¿gente vestida con trajes de plástico? muy extraño, a los que los niños aplaudían y sonreían como si fueran personajes de algún dibujo animado. Un poco más adelante, una procesión de gente disfrazada (e incluso travestida) de superhéroes nos mostró la cara más freaky de Japón.

El templo era bonito, pero los templos sintoístas son bastante aburridos ya que son casi todos iguales y no muy espectaculares, mucho menos que los budistas. Este en particular es bastante nuevo, fue fundado en el 1895 pero se quemó y se recontruyó por completo ya en la decada de los 70. Está dedicado a los emperadores emperadores Kanmu y Komei, que fueron respectivamente el primero y el último que residieron en Kyoto cuando era la capital de Japón (uno allá por el siglo IX y otro en el XIX).


Gente friki

Tras fotografiar de todas las maneras posibles al desfile de frikis reemprendimos la visita en otro templo, el Chionin Temple, centro principal de la secta Jodo Shu en Japón. Destaca principalmente su puerta de madera gigante o Sanmon, que es la más grande de todo el país y es Tesoro nacional. El templo fue fundado originalmente en 1234 pero fue enteramente reconstruido por los Tokugawa a principios del siglo XVII.

Templo Chionin
En el interior pudimos asistir a un rezo budista con una pesada letanía dirigida por un monje. Es un templo muy recomendable, muy extenso y que sin duda nos da una muestra de lo que es un santuario budista. Muertos de hambre, sed y calor cruzamos de nuevo el barrio de Gion, pero esta vez por el lado bueno, pudiendo apreciar la arquitectura tradicional de este barrio de geishas e incluso viendo un par de ellas caminar por la calle. Si eran geishas geishas o geishas de cartón piedra eso ya no lo podemos decir.
¿De verdad o de mentira?
Paseo por el rio o Pontocho

Comimos en un restaurante japonés una especialidad llamada Big Mac y cogimos otro bus hacia el templo Kiyozumi-Dera. Este templo es también budista pero de la secta Kitahossō, muy espectacular y fue fundado a finales del siglo VII, pero reconstruido también en el siglo XVII durante la época Tokugawa. Está hecho de madera, ¡pero con la peculiaridad de no tener ni un solo clavo! Su característico balcón ofrece unas muy buenas vistas sobre toda la ciudad, ya que no he comentado que está situado en lo alto de una laaarga cuesta extremadamente agradable de subir después de comer, a 30ºC con un 95% de humedad y rodeado de miles de turistas.
Parece ser durante el periodo Edo existía una tradición que decía que si se saltaba desde este balcón los 13 metros que hay hasta el suelo y se sobrevivía se podía pedir un deseo. De los 234 que lo intentaron un 85% sobrevivieron, que no está nada mal. Entiendo que su deseo sería recuperarse rápido de sus dobles roturas de tibia, peroné y fémur.

Como ahora la tradición está prohibida, nos limitamos a visitar el templo intentando apreciar su espiritualidad y belleza entre las hordas de turistas chinos que lo atestaban. Que no distingo muy bien físicamente a japoneses y chinos, pero por la escandalera que armaban creo que eran de los segundos. De veras que es un templo muy bonito y recomendable, pero en nuestro caso fué el que más lleno de gente encontramos.
Kiyozumi-Dera, con su balconada de ma-dera
Volvimos a bajar la larga cuesta y, pese a que la hora del cierre de los templos ya estaba próxima intentamos acudir al último que nos quedaba en la lista, el Sanjusanjen-do. Pese a que el bus vino rápido nos lo encontramos cerrado en nuestras narices. En los plannings de Kyoto hay que tener muy en cuenta que los templos suelen cerrar muy pronto, en torno a las 16:00 - 16:30, con lo que es importante madrugar y centrar las visitas por la mañana.

Así que un poco cabreados y pensando que hacer para ver el templo, ya que nos lo habían recomendado fervientemente nos fuimos hacia la zona del hotel donde entramos en un centro comercial que había al lado y pasamos un par de horas de compras (aunque realmente no compramos mucho), mirando cámaras de fotos, ropa y zapatillas.

Tras una breve parada en el hotel para dejar las bolsas cruzamos la calle hasta la estación donde reservamos los billetes para el día siguiente a Miyajima (via Hiroshima) y buscamos un restaurante para cenar. El elegido fué uno en la última planta de la estación cuya especialidad era el Okonomiyaki, o tortilla japonesa. No nos disgustó demasiado pero ha sido de la poca comida japonesa que no me ha convencido del todo. Sobre una plancha ardiendo te ponen una amalgama de huevos con pasta, verdura y recubierta de una salsa dulce. No repetimos ni ese día ni en todo el viaje.

NST: 8/10 Danger!

domingo, 20 de octubre de 2013

Viaje a Japón. Día 4: Descubriendo Kyoto

El día empezó con el cielo aún gris pero sin lluvia y el calor seguía desaparecido, así que nos lanzamos a descubrir los innumerables templos de Kyoto. Aviso al que vaya para allá: es totalmente imposible ver todos los templos que contiene la ciudad y aunque hay una leyenda que dice que turistas profesionales consiguieron ver 9 templos en un día, lo más normal es que no logres ver más de cinco, con lo que es importante escoger los que más merecen la pena, que suelen ser unos 9 o 10.
Nosotros optamos por empezar por el rincón noroeste, que resultan ser los más alejados y así ir acercándonos poco a poco según el día avanzase. Todos los templos son fácilmente accesibles con la magnífica red de autobuses de la ciudad, por eso es importante alojarse en las cercanías de la estación de autobuses, ya que todos o casi todas las líneas pasan por ahí.

Tras un café y un bollo en el Starbucks (omnipresentes en todas las calles) nos subimos al bus que tras media horita de trayecto nos acercó a la zona del Kinkaku ji o pabellón dorado. Entre una leve llovizna que no molestaba demasiado nos unimos a la marea de turistas y pagamos religiosamente la entrada al templo (nota: llevad dinero previsto para los templos porque, aún sin ser demasiado caros, te dejas una pasta al final del viaje).
 
Pabellón dorado
En realidad no es un templo, o al menos no se ve un templo, sino un frondoso y húmedo jardín japonés con un estanque en medio en donde en una pequeña península se aloja el templo en sí, cubierto de pintura dorada y al que no se puede acceder. Un shogun muy importante llamado Yoshimitsu, allá por el 1397 lo hizo su residencia habitual y tras su muerte el lugar se convirtió en un templo zen. A lo largo de su historia el templo ha sido varias veces dañado y restaurado, la ultima vez en 1987.
No sé si por el aura de misterio que le daba el día lluvioso o por ser el primer templo me gustó especialmente. Siempre siguiendo la ruta marcada (es prácticamente imposible ir por libre en estos monumentos japoneses) e intentando que el río de turistas no le quitara belleza al entorno, llegamos a otro pequeño templo sintoista aún dentro del recinto, donde los locales hacían una especie de ofrendas con incienso. Salimos del templo y anduvimos hasta la parada del autobús con dirección al Ryoan ji, donde llegamos en escasos 5 minutos.

Este templo zen, con un nombre realmente curioso: El templo del dragón tranquilo y pacífico está al final de otro bonito jardín japonés que hay que atravesar (y rodear su estanque) si se quiere acceder al templo en sí. El principal atractivo del mismo es su jardín zen de piedras. Colocadas estratégicamente para provocar paz y relajación, las piedras deben servir como ayuda a la reflexión y meditación. El creador del jardín no dejó escrito la intención o significado que le movió para disponer las piedras de la manera en que las puso, asi que hay multitud de teorías acerca de ella. Si las quereis leer podeis leer algunas en la wikipedia. No sé si por la cantidad de gente que intentaba meditar a la vez o porqué, nos pareció un buen camelo (si bien es cierto que original) y tras unos pocos minutos de reflexión personal y profunda sobre la vida y la muerte, el bien y el mal y la titularidad de Diego Lopez o Casillas proseguimos con la vuelta al jardín para llegar al final del recinto.
 
La reflexión nos llevó a la conclusión de que eran 7 piedras grandes situadas aleatoriamente
Y de nuevo a la parada, y de nuevo otro bus y de nuevo otro templo, esta vez el Ninna ji. Este templo budista fue fundado en el año 888 y es el templo principal de la escuela Omuro de la secta Shingon del Budismo (muy bien unificados estos budistas según veo). En un principio no teníamos prevista su visita, pero el transbordo para ir al castillo Nijo ji estaba justo delante así que atraídos por el tamaño de su puerta principal y su monumentalidad nos decidimos a entrar. Y realmente mereció la pena. Una amplia explanada sirve de “recibidor” del templo en sí, que está nada más entrar a la izquierda (y al que hay que pagar) y al fondo puede verse una pagoda roja y dos o tres más estancias del conjunto. Un característico color rojo tiñe todos los edificios y el templo principal merece una visita con sus pasillos al aire libre y su jardín japonés. Estuvimos un largo tiempo en el templo durante el cual el hambre se nos despertó y salimos de nuevo a la parada para acercarnos a los alrededores del castillo Nijo donde buscaríamos un sitio para comer antes de proseguir la ruta turística.
 
Portón principal del Ninna ji
 Paseamos un rato por la manzana y muy cerca de la puerta de entrada encontramos un sitio con aspecto de comida rápida pero que servían udon y soba con una calidad muy decente y un precio muy moderado. Comimos nuestros primeros fideos del viaje acompañados de pollo empanado y gyozas y descubriendo un sitio de “menú del día” japonés.

A continuación, venciendo al sopor post- comida rodeamos lo que nos faltaba de castillo y bajo un cielo cada vez más amenazador entramos al castillo, en el que hay que ver el castillo en sí y los jardines. El castillo no vale demasiado, una sucesión de estancias monótonas sin mobiliario con unas pinturas de estilo japonés en las paredes. La arquitectura típica de los templos, con suelos y techos de madera se hace monótona y la historia de Japón nos queda muy lejos a los occidentales, y sobretodo con pocos lazos de unión con la nuestra propia.

Castillo Nijo
El castillo comenzó a construirse en el año 1601, bajo el gobierno del clan Tokugawa. ¿Quienes eran estos señores tan importantes? Pues basicamente los gobernantes de Japón desde el 1600 al 1868, nada más y nada menos. Estaban a la cabeza del sistema feudal imperante en Japón en dicha época, y desde el castillo de Edo (actual Tokyo) hacían y deshacían con ayuda de los shogunes (señores feudales). El emperador seguía nominalmente siendo el todopoderoso del país desde su castillo de Kyoto, pero los Tokugawa dominaban en la sombra, mientras que los samurais daban hostias a diestro y siniestro, entre ellos o a quien se lo mandara su shogun.

El jardín si molaba más, eso es así.
 Los jardines si merecieron más la pena, húmedos y verdes como todos los demás pero muy agradables de pasear. Lamentablemente la lluvía iba a más y tuvimos que refugiarnos varias veces en cobertizos construidos a tal efecto con, como en todos lados, máquinas expendedoras de bebidas de todo tipo, color y sabor. Cuando la lluvia nos dió un respiro, salimos de allí y fuimos a la zona de Gion, ya con la noche metida encima.

En esta primera visita nos decepcionó un poco, no logramos encontrar las calles pintorescas y deambulamos por las calles llenas de prostíbulos con nombre sugerente (y evidente) hasta llegar al río, a cuya orilla paseamos, contemplando las terrazas de los restaurantes y las parejitas y grupos de gente que tomaban el aire sentados en la orilla. La zona está a medio camino entre ser agradable y ser directamente cutre, la verdad es que no logro decidirme por una de las dos.

Los restaurantes tenían pinta de caretes, así que nos desplazamos un par de calles hasta la zona comercial y compramos dulces extravagantes para probarlos: kitkat de te verde, patatas de sabores exóticos, mikados, gominolas y demás mierdas que nos sirvieron de cena. También nos metimos en una galería comercial donde curioseamos tiendas y máquinas recreativas muy bizarras antes de coger un bus de vuelta y retirarnos temprano a dormir.

Máquinas expendedoras adictivas
NST: (al final del día): 6/10 Amarillo

sábado, 19 de octubre de 2013

Viaje a Japón. Día 3: De los templos sagrados de la montaña a la cerveza helada

Innovar y descubrir cosas nuevas está muy bien, enriquece y hasta puede ser divertido, pero si no tienes un resorte en tu interior que te dice: “en esto igual no mola tanto experimentar” puede jugarte una mala pasada. Y es que la comida japonesa es riquísima y sanísima, pero el desayuno típico japonés no se lo deseo ni a mi peor enemigo porque ingerir de buena mañana un poquito de sopa miso con algas y algún otro mejunje inidentificable no es agradable.

Mis compañeras fueron más inteligentes y eligieron el desayuno tradicional, que tampoco era una maravilla pero se parecía más al occidental.

Con el estomago lleno salimos a pasear por Takayama, merodeando primero por entre los puestos de un mercadillo matutino en el que se despachaban tanto souvenirs como productos agrícolas de la zona.

El centro del pueblo es agradable, con un buen río flanqueado por dos animadas calles donde los turistas nos acumulábamos para ver que vendían en las tiendecillas, principalmente sake, que aquí es muy típico.

Maquina de bebidas bizarras (foto de Pia)

Acabado el mercadillo (en aproximadamente 5 minutos a paso lento) giramos hacia el norte para visitar la zona de templos de Higashiyama, a las afueras de la localidad. Los templos están rodeados de una profunda vegetación, y se suceden casi uno al lado del otro, sorprendiendo el primero y decayendo el interés hasta que agotan tu paciencia y decides volver al centro de nuevo.
Templo en Higashiyama
Mientras paseábamos utilizamos por primera vez las innumerables máquinas expendedoras de bebidas de japón, asombrándonos de bebidas con nombre de sudor (pocari sweat), fanta de uva y demás engendros bebibles. También hicimos un rato el mongolo con las señales de tráfico protagonizadas por dibujos animados (curiosa esta fascinación de los japoneses por infantilizar todo) y hasta vimos una culebra que se escondía en un pequeño estanque. Tras cinco o seis templos y nuestro NST (nivel de saturación templaria) en un 8/10, se nos hacía tarde para coger el tren y caminamos de nuevo en dirección a la estación.

Guardian de piedra de un santuario

Por el camino pasamos de largo una tienda dedicada únicamente a imanes de pájaros (y no había precisamente 10 o 12 modelos) y nos llevamos de recuerdo el primer souvenir, un muñequito/a de colores típico de estos lares.

Y ale, al tren, en el que echamos unas buenas siestas y que nos depositó en Nagoya a su hora precisa y con el tiempo justo para comprar unos sandwiches y unas cocacolas y meternos en el siguiente con dirección Kyoto. Nota: los japoneses compran con mucha asiduidad unas cajas con comida que llaman Bento u O-bento y que contienen diversos alimentos en general poco apetecibles para comer en el tren. Después de la mala experiencia de la mañana optamos por los sandwiches.

El tren te sirve para ver el paisaje de las zonas entre ciudades, que al menos en la zona de la costa del pacífico y al sur de Tokyo en la isla de Honshu, son pocas. Y es que la población de Japón se reparte esencialmente en una megalópolis que abarca desde la capital hasta el norte de la isla de Kyushu (Fukuoka). El resto del país, es decir, la parte norte, el extremos sur y la parte occidental de Honshu está poco poblado principalmente debido al clima y al relieve.

Así que desde el tren bala casi únicamente ves como sales de una ciudad y entras en otra casi igual, con cada casa de su padre y de su madre y los cables eléctricos tirados por aire. Los 10 primeros minutos que pasas en un tren le prestas atención, después, te dedicas a leer o dormir.

Kyoto fue la capital de Japón durante chorrocientos siglos, y ademas fue poco bombardeada durante la II Guerra Mundial, así que conserva multitud de templos y palacios antiguos. Eso si, no os esperéis un Salamanca, Paris o Florencia con un casco antiguo homogéneo y monumental. Aquí los templos son bonitos, sí, pero la ciudad que los separa sigue siendo una ciudad media japonesa, es decir bastante fea, con un urbanismo desordenado o directamente inexistente y edificios con una estética digamos que “poco cuidada”.

Una vez hecho el check in en el hotel cogimos un autobús de los cientos que salen de la estación central y tras un laaaaargo recorrido nos bajamos en Arashiyama, una zona verde del Oeste de Kyoto, justo en los límites de la ciudad. Como calculamos mal el tiempo del trayecto llegamos ya con el crepúsculo, pero nos dió tiempo a apreciar una zona muy agradable junto a un río bien hermoso, un bosque de bambú misterioso con las últimas luces del día y un par de templos enclavados en un gran parque, que tenía toda la pinta de ser la válvula de escape de los habitantes de Kyoto en los fines de semana o al acabar la jornada laboral.
Bosque de Arashiyama (la foto no es mía, pero es que lo vimos ya con poca luz)
Las últimas luces del día se disipaban rápidamente, con lo que salimos del parque y dimos una pequeña vuelta por el barrio adyacente, que con sus restaurantes elegantes y tiendas caras parecía una especie de Moraleja de Kyoto. Cuando ya nos disponíamos a volver hacia el centro para cenar por allí, nos topamos de frente con una terracita muy agradable en las instalaciones de una estación de tren. Allí, por un precio muy decente, la gente bebía una cerveza extraña y comía cosas de picar como pinchos de pollo empanado, patatas fritas y edamame. Nos gustó el plan y pedimos unas cervezas con la espuma helada y algunas “raciones” para comer.
Cerveza con espuma helada. Nos llevan años de ventaja.
 Cuando ya llevábamos unas cuantas rondas un japonés entrado en años se acercó a hablar con nosotros, o mejor dicho a intentar hablar con nosotros, porque el pobre hombre no sabía ni una palabra de inglés. Así, tras 5 minutos de infructuosa conversación llamó al que parecía un subalterno para ejercer de traductor. Pese a que tampoco es que fuese William Shakespeare, conseguimos que entendiese de donde veníamos, qué hacíamos en Japón y nuestra opinión sobre la futura elección de la sede de los JJ.OO. Parecieron muy contentos con nuestra visita y nos invitaron a beber sake y a tomar wakame, oséase unas algas saladas para acompañar la bebida.

Cuando la conversación en japoespanglés no dió más de sí, nuestros amigos se retiraron con una profusión de reverencias y sonrisas y nosotros cogimos el último autobús al centro, que pasó puntualmente por delante de la estación. 

Al llegar a la zona del hotel, no nos apetecía absolutamente nada ir a dormir así que nuestros ojos se encendieron al ver un gran karaoke nada más bajar del autobús. Entusiasmados y curiosos por conocer el gran hobby nocturno de los japos, cogimos una sala para los tres donde pudimos aprender a controlar un menu de opciones en japonés y berrear todo lo que quisimos con hits de Julio Iglesias, Madonna y las Spice Girls.


NST (al final del día): 3/10 Verde

lunes, 14 de octubre de 2013

Viaje a Japón. Día 2: Hospitalidad y festín en las montañas

Llovía, llovía y llovía sin parar. El cielo era “grísoscurocasinegro” y parecía que el ambiente y la tierra no podían soportar tanta agua y que ésta permanecía en el ambiente, aumentando la humedad hasta niveles insoportables. El calor no había bajado un ápice por la lluvia, en contra de lo que ocurre en España, y dejaba un tiempo realmente agobiante. A pesar de todo esto, nos levantamos puntuales y logramos llegar a tiempo para coger el primer tren bala del viaje. Estuvimos a punto de montarnos en un tren de escolares (aquí en vez de autobuses fletan trenes de alta velocidad para las excursiones de los colegios) y aguantamos los 10 minutos de insospechado retraso (sería el primero y el último en todo el viaje) de nuestro tren.

Tren bala (foto cortesía de Pia Spry)

Los trenes japoneses son cómodos pero sencillos. No encontrarás pantallas planas ni última tecnología de comfort, pero si espacio de sobra entre asientos, aire acondicionado suficiente y asientos cómodos. Además, la función de vagón cafetería la hace una señora que se pasea por el tren con café, té y snacks. Como curiosidad, aquí sí se puede fumar en muchos vagones.

El tren nos depositó en Nagoya y nada más poner un pie fuera nos dimos cuenta de que el tiempo había cambiado. Ya no llovía, y aunque seguía haciendo calor la humedad angustiosa había desaparecido del ambiente. Más animados (al menos yo que era el que más lo sufría) cogimos el segundo tren, esta vez un regional con amplios ventanales para disfrutar del paisaje de montaña que nos ofrecería el trayecto a Takayama, a la orilla de un río caudaloso y enmarcado por bosques.



Nuncá pensé que Japón fuese a ser tan verde. Los bosques espesos y de un verde casi fosforito cubren todo el espacio que las torres de apartamentos no han tomado a la fuerza y en las zonas llanas campos de arroz inundados se ajustan formando un puzzle agrario. El verano es radicalmente diferente al nuestro, con lluvias esparcidas sobretodo en Junio y Septiembre y un calor húmedo con un sol que aplasta a los humanos pero actúa de catalizador para el crecimiento de cualquier planta.

El invierno en los alpes japoneses debía ser bien duro
Takayama es agradable, con un par de calles del Japón antiguo y una colina repleta de templos sintoístas. Como contacto con el Japón rural está bien, pero si no se va sobrado de tiempo es una visita suprimible. Nosotros estuvimos 24 horas aqui, y no nos habríamos quedado ni una hora más, es más que suficiente. Lo primero que hicimos fue comer algo en una tienda de comida para llevar: un poco de sushi (mediocre) y unos pinchos de pollo. Pero lo peor fueron las bebidas de té que elegimos, que se quedaron casi enteros y juramos no volver a comprarlos.

Museo de Hida no Sato
Con el estómago lleno cogimos el autobús en la estación anexa a la de tren, no sin antes comprobar la pulcritud absoluta de los baños japoneses para ir al poblado museo de Hida No Sato. Este museo al aire libre agrupa multitud de casas típicas del japón histórico, especialmente de las zonas de montaña. Siguiendo un itinerario marcado (siempre el orden japonés impera) recorrimos las distintas casas y cabañas que se situaban alrededor de un estanque dando un agradable paseo mientras que hacíamos fotos. Tras un par de horitas y una sesión de fotos vestidos como japoneses rurales volvimos a Takayama y dimos una vuelta por las calles típicas, repletas de tiendas de souvenirs (pero elegantes, no como las del centro de las ciudades españolas) y de sake, que parece ser muy típico por aquí.

La hora de la cena eran las 19:00 asi que nos dirigimos al hotel donde nos enseñaron las habitaciones, amplias y con tatami para dejar el futon e incluso con una pequeña terracita donde sentarse. Una amable ancianita nos invitó a te en la propia habitación y nos vestimos con unos kimonos más que nada para hacer un poco el mongolo antes de bajar a cenar a un comedor japonés donde había que sentarse en el suelo y en el centro de cada mesa había un pequeño fogon a gas que calentaba unas piedras planas y una pequeña cazuela con agua.

Y de repente, empezaron a traer platos. Siempre en cantidades pequeñas para que uno no se llenase y pudiera probar de todo llegaron a nuestra mesa carne de Hida en diferentes formatos, sashimi, sopa de miso, cosas inidentificables pero ricas, un huevo pochado de una manera extraña, verduras de todo tipo y bastante cosas más que el tiempo me impide recordar. Lo recuerdo (y creo que mis compañeras también) como una si no la mejor comida de todo el viaje, regada con cerveza y vino y solo empañada por la incomoda posición al sentarse y que nos sirvió como presentación y a la vez inmersión en la gastronomía japonesa. Lo mejor probablemente fuese la carne de Hida, que tiene fama de ser la mejor del pais después de la de Kobe. Con las vetas blancas de grasa intercalada entre la carne, se debía preparar o bien hervida en agua caliente o bien a la plancha y de cualquiera de las maneras y pasada levemente por unas salsas estaba exquisita.

Festín Japonés
Terminamos de cenar temprano y con mucha sed y poco sueño, asi que salimos en busca de un bar donde tomar una cerveza. Los bares no abundan en Japon, o al menos en Takayama. Los restaurantes estaban ya casi todos cerrados y la ciudad parecía desierta y deambulamos por las calles adyacentes a la principal sin atrevernos a entrar en ningún local, por miedo a que nos encontraramos algo que no ibamos buscando. Finalmente entramos en un restaurante - bar y nos acomodamos en la barra, donde pedimos unas cervezas y como colofón un vaso de sake del que dimos buena.

Cansados del largo día y sin mucho más que hacer (dicho sea de paso) retornamos al Ryokan (que asi se llaman los hoteles típicos japoneses) dispuestos a descansar de lo lindo, eso si, en el suelo.

jueves, 10 de octubre de 2013

Viaje a Japón. Días 0 y 1: Atravesando el mundo y calor, humedad e incluso fuego

Cruzar Europa entera, Rusia al completo y la mitad de China en avión no es agradable, dejemoslo claro. Incluso para dos personas bastante tranquilas y que pueden permanecer sentados leyendo, escribiendo o viendo una peli, 11 horas metidas en un avión con un espacio limitado para estirar las piernas o tumbarte se convierte en algo menos que una tortura. Si de verdad no se tiene la perspectiva de un viaje a continuación, ahora entiendo la fobia de mucha gente a los viajes.

Poco más contaré del vuelo, un avion correcto, con una pantalla personal con peliculas, series y música, un libro entretenido, una guía de japón y una libreta con un boli. Entremezclad estos ultimos 4 elementos con un par de comidas, algún rato de sueño (poco) y una troupe de azafatas chinas con poca tendencia a sonreir y os haréis una idea de esas 11 horas.

Llegamos al aeropuerto de Beijing con un desajuste horario ya importante, ya que mientras que allí el día empezaba, para nuestros relojes biológicos eran las doce de la noche. Así que consumimos las 4 horas de escala tirados en unos bancos de la terminal y cogimos nuestro segundo vuelo de Air China sin más retrasos. En este vuelo si que conseguimos dormir las casi 4 horas que separan las capitales china y nipona así que aterrizamos en Tokyo a las 14:00 del 4 de Septiembre.

Y la cosa no pudo empezar peor: cuando pasé el control de inmigración, me encontré a E charlando con una trabajadora del aeropuerto, ante lo cual mi primer pensamiento fue para su asombrosa capacidad de hacer amigos. Sin embargo, al acercarme noté que su cara no era precisamente de simpatía sino de tremendo enfado y decepciión. Y es que sí, le habían perdido la maleta, o al menos no había llegado a esta última etapa. 
Podría parecer que la imagen que he dado hasta ahora de la perfección y la minuciosidad de los japoneses se derrumba por esta primera anécdota, pero en mi opinión no es ni mucho menos así. En primer lugar porque la maleta la perdieron en Beijing y una compañía china, no japonesa y en segundo lugar porque en vez de esperar a que, tras 20 minutos mirando a la cinta transportadora tú sólo te des cuenta de que tu maleta no va a llegar, allí el personal de la JAL (Japan Airlines) nos estaba esperando desde antes de aterrizar con un cartelito con nuestro nombre, para comunicarnos que su maleta se había quedado en Beijing. Todo ello por supuesto, y pese a su escaso dominio del inglés, con una sonrisa en la cara y modales perfectos, en todas y cada una de las trabajadoras que vinieron a intentar ayudar, que creo que fueron al menos 4.

Tras estudiar detenidamente la situación, resolvimos que la mejor solución era que mandaran directamente la maleta al hotel de Kyoto un día después.

Intentando olvidar este primer incidente y confiando aún sin mucha seguridad en que todo iba a salir bien, nos dirigimos al tren que nos llevaría al centro, donde pudimos seguir disfrutando de la disposición a ayudar de cualquier japonés y de su milagrosa e incluso sospechosa facilidad para quedarse dormidos, especialmente en el transporte público. En unos 40 minutos llegamos por fin a Tameike Sanno, donde Cristobal y Pía habían quedado en venir a buscarnos.

Ésta fué la primera vez que salimos al exterior, y todos los presagios y advertencias de pronto se hicieron realidad. Aún de noche como ya era, el calor y la humedad eran terribles e incluso quedándonos quietos al menos yo sudaba y sudaba. La perspectiva de pasar 15 días así no era nada halagüeña, pero confiando en un cambio de tiempo nos dejamos refrescar por el aire acondicionado del apartamento de María, oasis de frescor en medio del agobiante clima de Tokyo.

Descansamos, compartimos experiencias del viaje con Pia, que también había llegado ese mismo día y Cristobal nos puso minimamente al tanto de su vida japonesa y decidimos acercarnos a la estación central para cambiar nuestros JRPasses y reservar el trayecto del día siguiente a Takayama. Conocimos el metro tokyota en hora punta y la experiencia nos deleitó tanto que decidimos no volver a disfrutarla en la medida de los posible.

Estación de Tokyo (no, no es gran cosa)
Con los billetes ya en los zurrones salimos a la calle para hacernos unas fotos con la estación y los rascacielos iluminados y nos fuimos de nuevo hacia casa para recibir a María, que estaba aún en la oficina. Cuando llegó y tras los afectuosos recibimientos y saludos, nos llevaron a cenar a un restaurante muy especial, en el que hacían el pescado directamente introduciéndolo en una llamarada de fuego para así darle una mínima cocción por dentro y un sabroso toque a brasa por fuera. Comimos un atún impresionante y de unos trozos de carne de caballo y de caballa. Muy satisfechos con nuestra primera cena japa nos dimos una vuelta por el barrio de Asakusa, con sus neones brillando en la noche y alguna que otra casa de citas.

El chef japo y su fuego

Restaurante de pez Fugu en Asakusa
Cansados por nuestros viajes desde Europa, y deseosos de darnos una buena ducha nos recluimos en el apartamento y tras un rato de charleta caímos profundamente dormidos.

viernes, 4 de octubre de 2013

Viaje a Japón : Intro

Comienzo hoy un relato del último viaje que hemos hecho. No sé cuánto tiempo me llevará ni siquiera si lo acabaré, porque no he tomado ningún tipo de notas y sólo de pensar en 15 entradas de blog me muero de pereza, pero bueno, llegará hasta donde llegue, e intentaré relatar lo mejor posible mis impresiones de uno de los países más interesantes donde he estado: Japón.


En ningún caso antes de decidir este destino Japón había estado en mi lista de países a visitar. Ni top 3, ni 5 ni siquiera 10. Así como hay muchos japonófilos por ahí, a mi nunca me había atraído ni su cultura, ni su historia ni su naturaleza: creo que el último comic que leí fué uno de Lucky Luke hace más de 10 años, tengo el mismo smartphone desde hace tres años y porque me salió barato, mi última cámara de fotos era una cuya principal característica era que me cabía en el bolsillo y a pesar de ser un entusiasmado de la Geografía y la Historia, nada sabía del país del sol naciente anterior a la segunda guerra mundial y podía contar con los dedos de una mano las veces que había investigado un mapa de Japón (y para quienes me conocéis eso son muy pocas veces para cualquier mapa).


Pero nuestra querida amiga María se cruzó en nuestra vida viajera, y con la decisión de irse a vivir a Tokyo por una temporada cambió nuestros planes y concluimos que una oportunidad como esta no podíamos desaprovecharla. Decidimos las fechas, encontramos un vuelo bien barato y no con muchas prisas, diseñamos un itinerario de dos semanas leyendo lo que podíamos en internet y en guías. Y así, tras un duro verano casi anclados en la ciudad, llegó el 3 de septiembre, y con él el avión de Air China que nos llevaría al Pacífico.

La ruta que seguimos fue la siguiente, decidida tras hablar con toda la gente que conocíamos que había estado en Japón (que es bastante) y tras leer casi todo lo leible en internet:


Día 1 - Llegada a Tokyo. 
Día 2 - Takayama
Día 3 - Takayama - Kyoto
Día 4 - Kyoto
Día 5 - Kyoto
Día 6 - Miyajima
Día 7 - Nara
Día 8 - Nikko
Día 9 - Tokyo
Día 10 - Kamakura
Día 11 - Tokyo
Día 12 - Tokyo
Día 13 - Tokyo y vuelta

A rasgos generales hemos quedado bastante satisfechos con la ruta, creemos que no nos hemos dejado casi nada imprescindible (si acaso la silueta del Monte Fuji) y que hemos llegado a atrapar todo lo que buenamente se puede en 13 días la esencia del país y sus gentes. Quizá haya habido un poco de saturación de templos, pero el JR Pass funciona en días consecutivos y ello te obliga a acumular visitas en … días consecutivos.

De las recomendaciones de la gente descartamos el Monte Koya (Koya-san) por estar lejillos de todo y Hakone, ya que no nos quedaban muchos días en Tokyo y el principal atractivo de Hakone, que es ver el Fuji, es complicado en esta época del año.

Viajar por Japón es cómodo y sencillo, quizás el país más cómodo para viajar en el que hemos estado. Tiene una red de transportes espectacular, en la que todo funciona al segundo y milímetro y que se extiende no se si por todas partes pero sí por todos los lugares interesantes para el viajero. Nosotros cogimos el JRPass, una especie de Interrail japonés que te permite durante 7/14 o 21 días coger todos los trenes que desees (con alguna excepción sin importancia).

Mapa de ferrocarriles japoneses
 
Japón, en contra de la creencia extendida, no nos ha parecido un país caro en absoluto. La comida y el alojamiento son iguales o más baratos que en España, el billete de metro en Tokyo cuesta un euro y poco al cambio y las compras mantienen el mismo nivel que en nuestro pais. Lo único que sí es más caro es el alcohol, ya que una cerveza de tercio está en torno a los 4 o 5 euros. Los billetes de tren comprados sueltos creo que también son caros, pero el JRPass no creo que lo sea, ya que el nuestro de 7 días nos salió por 214 euros, que para los estándares de comodidad y puntualidad de la red japonesa no es ni mucho menos caro.

La comida es estupenda, sobretodo si eres un amante del sushi, como es nuestro caso. Pero además de makis, sashimi y temakis, se puede disfrutar de otros muchos platos como tempura, ramen (soba o udon), okonomiyaki, teppanyaki, brochetas, curry… Vamos, una maravilla al paladar que ha hecho que el comer fuese al menos para mi uno de los aspectos álgidos del viaje.

Udón con shiitake (setas, vamos)

No sé si por las modestas expectativas con las que afrontaba el destino, pero Japon me ha encandilado completamente y aún a día de hoy, un mes después del viaje, me sigo descubriendo comparando Madrid con Tokyo, España con Japón y a mis compatriotas con los japoneses. No miento si digo que salimos perdiendo en casi todo.
 
Una mención final a la estupenda compañía, sin la cual no hubiese sido posible este gran viaje. ¡Gracias chicas! (y chico aunque fuese por poco tiempo)