miércoles, 17 de octubre de 2012

Isla de Goreé y Lago Rosa


Integrantes: Spanish ROCK, Z
Fechas: 17 de Agosto del 2011
Sector: África Occidental
  
Ese día hacía calor, calor, calor. CALOR. Y además, el sol caía a plomo. No era tanto un calor húmedo, era un calor a la madrileña: al sol, esté te devoraba, te despedazaba, rodeaba y quemaba. Estábamos empapados de Senegal.

El día comenzó en un temprano ferry que llevaba, por fin, a la isla de Goreé; el Goreé de las fotos, de las guías de viaje, el Goreé que todo el que viaja a Senegal recuerda, una de las principales razones por las que venir a este país. Y no defrauda.

Un feo puerto nos despidió del feo Dakar conduciéndonos, en un trayecto corto que refresca y perfuma de brisa marina, al precioso muelle de la isla. Aún recuerdo la bienvenida que nos ofreció este precioso lugar, con sus palmeras, sus cientos de niños, baobabs, artesanos, pequeños y cuidados construcciones coloniales y exquisitas brochetas de pescado fresco.
Escena cotidiana
Tras caminar por sus preciosas calles de arena, amenizados con tristes historias de esclavos, nos bañamos en la orilla del puerto principal en el que será uno de los momentos más memorables de mi vida: a nuestro lado, escoltados por bellos edificios de ascendencia francesa de preciosos colores, jugaban felices decenas de niños senegaleses. Con camisas largas, en bañador o con vestidos, su oscura piel contrastaba con la blancura de su sonrisa, que no podían borrar ni tras un buen revolcón producto de las olas; el suave y regular sonido del mar rompiendo contra la orilla se adornaba con sus nerviosas carcajadas y divertidos lemas que se gritaban para infundirse coraje, mientras, abstraído, yo intentaba captar el momento con mi humilde cámara y los cinco sentidos.
Explosión de vida en la Isla de Goreé
De vuelta al continente, nuestros pasos se dirigieron al Lac Rose; un camino de tan solo media hora en coche nos adentra en la más pura África rural: carreteras de arena, mercados de mangos, mujeres con kikoys de mil colores y cestas en la cabeza, poblados de documental, lagos rosas, barcos d e colores y dunas de sal. Las chicas bailan, las madres amamantan, los hombres descansan, los niños juegan. Y yo levito en este increíble continente.

Dakar Día 2

Integrantes: Spanish ROCK, Z
Fechas: 17 de Agosto del 2011
Sector: África Occidental

Arrastrando el inmenso error de querer conocer Dakar, amanecimos despertados por un senegalés gritando a una tozuda cabra que no quería caminar. El tema de las cabras en esta ciudad es dantesco; pastan entre la basura, escalan escombros, se bañan en la playa, corretean entre el tráfico… mientras nadie parece sorprenderse.

La playa de Dakar
Una de las principales atracciones del túnel de los horrores que es Dakar es el mercado Kermel (karmeel, Kaermel, he visto distintas maneras de escribirlo), pero no duramos ni cinco minutos. El olor era insoportable, una mezcla de pescado, frutas exóticas de aroma intenso, y carne en proceso de putrefacción, mientras chapoteas en un encharcado suelo… muy bonito todo, vámonos de aquí. 

Comerciante del mercado
Las calles de este desierto domingo dakarí tampoco eran mejor. Dos españoles, un domingo de Agosto que justo rompía, por el centro de Dakar, llamaban la atención de los pocos senegaleses que rompían el vacío de la ciudad; encontramos simpáticos de blancas sonrisas, violentos de ojos vidriosos, pesados de incasable espíritu… todos compartían un deseo común: que viéramos su tienda.

Cansado del rien de rien, après après, (con el francés voy muy justito, pero aunque me defiendo muy bien en inglés, tiene mucho más caché, donde va a parar mes amis), y para evitar el acoso, escogimos a un nuevo mejor amigo, Ibrahima, un parlanchín borracho que chapurreaba español y que nos hizo de guía. De su temblorosa mano por la necesidad de un chato de vino, recorrimos la ciudad entre cochambrosos edificios coloniales de pasado poco glorioso y presente incierto, desiertas plazas y un bullicioso y sucio puerto. ¿Qué destacar de Dakar? El mercado Kermel, el pequeño puerto, el centro con sus grandes avenidas, el consulado francés para tomarse un café y, sobre todo, que es MUY FEA.

El bueno de Ibrahima
Así que pasamos el día sin pena ni gloria, solo alegrado por un gigante plato de mafe, receta senegalesa de carne con una espesa pero riquísima salsa de cacahuete servido en un enorme recipiente en el centro de la mesa, del que comen todos ayudados con la mano. Curiosos lugareños observaban la escena divertidos a los que, según es tradición en Senegal, convidamos a picar de nuestro enorme plato de mafe que nos habían servido; invitación que amablemente declinaron.

martes, 9 de octubre de 2012

Dakar: La "París" de África

Integrantes: Spanish ROCK, Z
Fechas: 16 de Agosto del 2011
Sector: África Occidental

El famoso campeonato París-Dakar reúne a intrépidos aventureros que recorren miles de kilómetros, en preparados y caros bólidos, atravesando sofocantes desiertos, belicosas regiones dominadas por redes de secuestradores, dunas de inalcanzables cimas y extensas llanuras donde es imposible orientarse, exponiéndose a infinidad de peligros para alcanzar un sueño, llegar el primero a Dakar.

Después de pasar un día en Dakar, entendí que miles de soñadores tengan en su voladora imaginación la ilusión de recorrer miles de kilómetros, en preparados y caros bólidos, atravesando sofocantes desiertos, belicosas regiones áreas dominadas por redes de secuestradores, dunas de inalcanzables cimas y extensas llanuras donde es imposible orientarse, exponiéndose a infinidad de peligros para alcanzar un sueño… EL HUIR EL PRIMERO DE DAKAR.



Cabras, cabras everywhere

Bella estampa Dakarí
 Y es que disculpen los lectores Dakaríes (¿?), pero la suya es un infierno de ciudad. Fea pero sin la gracia de otras ciudades como la fea Bangkok, destartalada pero sin el romanticismo de la destartalada vecina Saint Louis, pobre pero sin la historia de la pobre Nairobi, con un puerto horroroso, esta “París” de África es mejor evitarla, pasar una noche como máximo (si no tienes más remedio), para, si has resistido la tentación de no volverte a tu país, embarcar hacia otras preciosas zonas de este increíble país, como el delta del Siné Saloum, el desierto, los parques naturales de la Lengua de la Barbarié o la preciosa Saint Louis.Nosotros llegamos el 16 de Agosto, a última, pero sofocante, hora del día, en vuelo directo con Iberia. Habíamos reservado en el OCEANIC, http://www.hoteloceanicdakar.com/, un hotel que a pesar del “alto” precio no está mal, ya que tiene cerca el mercado Kermel y el puerto de donde salen los ferries a la fabulosa isla de Goreé. Quedamos en que nos iban a recoger al aeropuerto, cosa que nunca sucedió… pero tras cogernos un taxi, fueron amables y nos dieron de cenar en esta nuestra primera noche senegalesa.

Bañando a la cabra

Nota: Ésta y las siguientes entradas son obra de un colaborador que espero que sea habitual. No es otro que el gran Pitoño Weed, a.k.a. Spanish Rock

sábado, 8 de septiembre de 2012

Circular de La Mujer Muerta

Integrantes: Coleman
Fechas: 4 de Marzo del 2012
Sector: Sierra de Guadarrama 
 


Como entrenamiento para la semana del GR-11 que haremos la última semana de Julio, me propuse hacer una ruta rompepiernas que combinara desnivel y longitud. Para evitar el sol criminal de estos días (o al menos intentarlo) descarté La Cuerda Larga y para evitar sentirme como en la calle Preciados hice lo propio con La Pedriza, llena a rebosar de pachangueros y domingueros a partes iguales en los fines de semana de Julio y Agosto.
 
Mujer muerta
La ruta elegida fue La Mujer Muerta, cordal que aún no conocía y que combinaba dureza, distancia y soledad mientras que la segunda parte del recorrido discurría en el fondo del valle del Rio Moros, al resguardo de los pinos del Guadarrama. Como mantenía alguna esperanza de volver a comer a casa, madrugué de lo lindo y a las 08:00 estaba en el parking enfrente de Casa Cirilo, cerca del area recreativa de Las Dehesas, en el valle de la Fuenfría. Con un ritmo elevado para entrenar y que no se me hiciera tarde, enfilé hacia el puerto por la Calzada Romana, disfrutando del fresquito de la mañana que me obligó a ponerme un cortavientos y saboreando uno de los mejores pinares de toda la sierra, que continúa hacia el E y se une con el del valle de La Barranca, por donde estuve hace tan solo 8 días.

Llegué al puerto de la Fuenfría al tiempo que lo hacían un grupo de corredores y una pareja de montañeros y giré hacia la derecha buscando la fuente situada al final de la senda de los Cospes. Con un exiguo chorro de agua aguanta la pobre este verano de este seco año, pero fue suficiente para rellenar mi bidón y la mitad de mi botella de agua de litro y medio. Sólo rellené la mitad para aligerar peso y en previsión de encontrar fuentes en el camino, sobre todo en el valle del río Moros, previsión que resultó fallida y que me hizo sufrir más de la cuenta en la segunda parte del recorrido.

De vuelta a la Fuenfría tomé la senda que sube directamente al Cerro Minguete, al Oeste del mismo puerto. Este cerro se sitúa en un segundo plano por la zona en la que se encuentra. Parece un monte “auxiliar” antes de coger la cuerda que nos lleve al Montón de Trigo o hacia la Mujer Muerta, pero las veces que lo he subido me ha hecho sufrir bastante. Son sólo 200 metros desde el puerto, pero se hacen duros hasta alcanzar su modesta cumbre. Desde allí, pese a que no es necesario para llegar al collado de Tirobarra, me propongo resarcirme de un intento de subida al Montón de Trigo que la niebla y la lluvia me llevaron a abortar hace un par de años. Con su particular forma el Montón de Trigo constituye un mirador incomparable del Valle de Valsaín, verdadero pulmón de esta Sierra y que fue incluido in extremis en el proyecto de parque nacional del Guadarrama. Esperemos que se recapacite y se incluya en su totalidad, así como el Pinar de los Belgas y el resto de masas boscosas que dan vida y forman parte inseparable de esta sierra.

Es una subida bonita y entretenida, en la que hay que superar algún bloque grande de piedra ya al final de la ascensión y cerca de la cumbre, desde la que se vislumbra un inmejorable paisaje de pinos entre nuestra posición y la ladera de Peñalara, un poco deslucida vista desde esta cara Noroeste. Realmente es un mar de pinos, verdadero tesoro centenario de nuestra tierra, que es necesario proteger como se ha hecho hasta ahora. En un monte cercano a nuestra posición se aprecian las antiguas ruinas del convento de Casarás, del que ya hablaré en otra ocasión. Tomé un par de piezas de fruta disfrutando de las vistas y de una soledad que no pensaba encontrar en un domingo de Julio.
 
Vista hacia el E desde el Monton de Trigo (7 picos, Maliciosa, Bola del mundo, Cabezas de hierro)
Reemprendí el descenso hacia el collado, adentrándome en Segovia, y observando el contraste entre el verde que cubría el valle del Rio Moros a mi izquierda y el parduzco que asola la meseta castellana en estos meses. Enfilaba la mujer Muerta, para lo que primero debía subir a la cabeza, conformada por La Pinareja (2197 m). La subida es tendida pero aburrida, ausentes los árboles que jalonaban el camino a las dos cimas ya subidas. La cuerda de la mujer muerta es seca, pedregosa y hostil, chocando con el arbolado valle que se extiende a sus faldas.
 
Ruinas del convento de Casarás
Ya en la cumbre y refugiándome en una torreta de piedras del implacable sol de Julio que ascendía impertérrito por el cielo castellano observé la inmensa pedrera que constituye la cara norte de La Pinareja. Tras ella, se extienda la seca en esta época tierra segoviana, dando una sensación de desolación y crudeza que nada tienen que ver con los verdes y húmedos valles de la vertiente madrileña.
 
Paso de la Pinareja a la Peña del Oso
El paso entre La Pinareja y la Peña del Oso se realiza por una entretenida cresta que hay que bordear o pasar por encima en algunos casos. Con unas inmejorables vistas sobre el pinar del río Moros, su cantera y sus dos embalses, llegué en poco más de 30 minutos a la cima de la Peña del Oso, inconfundible con sus dos estatuillas del plantígrado animal. Me comí un bocadillo buscando la sombra que ya escaseaba mientras descansaba las piernas, sabiendo que la parte más dura de la ruta ya había pasado y que lo único que quedaba era devorar kilómetros superando el cansancio y el hastío por la soledad y la distancia.
 
Figuritas en la cima de la Peña del Oso
Enfilé hacia el puerto de Pasapán, visible ya en la distancia, con aún alguna esperanza de llegar a comer a casa a las 3. Una bajada por una pedrera donde me crucé con un grupo precedía a la pequeña subida al Pico de Pasapán, ultima elevación de más de 2000 metros que alcanzaría hoy. No es sin embargo la cumbre más occidental de más de dos mil metros del Guadarrama, ya que al otro lado del puerto la Majada Pielera alcanza los 2004 metros. Arriba, una pareja de excursionistas no parecían creerse que viniera de Cercedilla y seguí mi camino hasta que dos vacas con malas pulgas me obstruyeron el camino. Salté una valla metálica para evitarlas y llegué al Puerto de Pasapán, donde comenzaba la segunda parte de la ruta bajo un intenso sol.
 
Valle del Río Moros
El Valle del Río Moros se extiende en dirección NE- SW íntegramente por la provincia de Segovia. Delimitado por el cordal principal del Guadarrama por el SE y por La Mujer Muerta y la sierra del Quintanar por el NW, supone un pulmón verde para la vertiente segoviana de la sierra y el municipio al que pertenece, El Espinar. El Rio Moros discurre por su fondo junto con multitud de arroyos y se une al Gudillos para alimentar más allá de la sierra al Eresma. Aprovechado desde mucho tiempo atrás forestalmente, hoy aloja dos embalses que dan de beber a los municipios limítrofes, así como una cantera olvidada y abandonada. Es una zona solitaria y de gran belleza, en contraste con sus valles hermanos de la vertiente madrileña, valles domesticados y poco solitarios en cualquier época del año.
 
Pedrera que cruza el camino
Bajé por una pista forestal en no muy buen estado, y cuando esta giro bruscamente a la derecha seguí de frente, subiendo unas cuestas a la sombra de unos pinos cada vez más altos según bajaba la altitud. La pista trazaba una amplia curva a izquierdas cruzando una espectacular pedriza que se asemejaba a un inmenso rio de piedras por la que cruzaba el camino. Tras un cruce con algún ciclista, la pista empeoraba y perdía altura rápidamente, todo por en medio del profundo pinar hasta desembocar en otra pista forestal que atravesé para continuar campo a través a la vera de un arroyo saltarín. Unas vacas pastaban pacíficamente a la vera del arroyo y me hicieron desviarme y cruzar el curso de agua para prevenir: la mirada fija de un bicho de 500 kg con cuernacos no me parece una sensación muy tranquilizadora y tiendo a alejarme por muy pacíficos que sean. Por fin, desemboqué en otra pista, al lado de un puente que cruzaba el arroyo que venía siguiendo. Sediento y esperanzado de encontrar otra fuente cerca de los embalses, apuré las últimas gotas de agua que quedaban en la botella.

Embalses del valle
La pista me dejó al pié de la pared del primer embalse donde eché un vistazo al estado de la misma y subí para cruzarlo por encima de la presa. Entre el calor y la sed que tenía, esa masa de agua fresquita me llamaba muchísimo, pero ni parecía muy limpia, ni se veía el fondo, así que opte por dejarlo para otra ocasión. Me reincorporé a la pista que rodeaba el embalse y la seguí durante una media hora, hasta que llego al pie de la senda que conduce al collado de Marichiva, que separa el valle del Rio Moros del de la Fuenfría. Sediento y muy cansado, descansé a la sombra del tupido pinar y emprendí con calma la subida de unos 200 metros hasta llegar al collado, donde había un grupo de personas que me indicaron la supuesta presencia de una fuente. No la encontré y opté por coger la calle alta hasta llegar a la fuente del Infante, siempre con agua fresca y sana. Me sacié todo lo que quise y comí algo de bocadillo, para volver al collado y bajar por una senda hasta el parking de Casa Cirilo, donde llegué a eso de las 15:20.

Una buena palicilla que me obligó a comer en casa a las 16:30 y a pasarme la tarde sentado en el sofá lamiéndome las heridas.

Transrrauláica 2012 Día 7 (y último) Subida al Aneto

Por fin llegaba el último día, el día del reto final, si cabe aún más desafiante por venir de 6 días de caminatas intensas. No empezaba bien, sin embargo, porque la noche no había sido del todo placentera…justo el día que mejor necesitábamos descansar fue el día que los ronquidos fueron más intensos y más cercanos. Ni los tapones podían contener los rugidos de oso polar que asolaban la habitación. A las 4 de la mañana, una hora antes de la hora prevista ya estábamos con los ojos como platos, esperando la hora de levantarnos y desayunar, momento que por fín llegó a las 5 en punto de la mañana. La gente estaba ya en pie y preparándose para salir pese a la total oscuridad.

Desayunamos fuerte: magdalenas, galletas y leche mientras que los cuerpos se desperezaban y la mente, intranquila ya por lo que nos venía encima, se iba sacudiendo los nervios de encima. Dejamos todo el equipaje no necesario en las taquillas (sin candado, el único fallo del refugio) y cargamos las mochilas con lo estrictamente necesario: ropa de abrigo, crampones, piolet y comida. La previsión meteorológica pronosticaba tormentas a primera hora de la tarde, asi que era conveniente salir temprano y darse una moderada prisa para que por lo menos la lluvia nos cogiese bajando al refugio y no atravesando el glaciar. Cuando salimos al porche del refugio, ya se veían varias luces en la ladera que conduce a los portillones. Que nosotros supiésemos, los jubilados con guía, los greco-canadienses y los valencianos estaban ya en marcha. De hecho, The Rock había caminado los primeros metros la tarde anterior para memorizar la ruta en el GPS y no perderse al día siguiente. Muy profesional.
El sol se empieza a ver
Enfilamos el camino, que discurre por un auténtico murallón de piedras, sin apenas 3 metros seguidos de senda terrosa. En esta primera mitad de camino es muy importante seguir los hitos, ya que es la única manera de no extraviarse y coger el camino más rápido al Portillon Superior. Y aún asi, es complicado y desviarte de la ruta si no la conoces previamente es más que probable. Recordamos con nostalgia como 2 años atrás habíamos dado estos mismos pasos en unas condiciones muy diferentes: en pleno Septiembre, la nieve nos sorprendió y ganamos varios cientos de metros ladera arriba bajo una espesa nevada que cubría poco a poco las rocas con un par de centímetros de resbaladiza nieve que ocultaba cualquier grieta o agujero. Tomamos la sensata decisión de volver al refugio tras un par de horas de camino. Dos años después, el destino nos daba la oportunidad de resarcirnos y conseguir la ansiada cima.
A rebufo de "The Rock"
Adelantamos a los valencianos y divisamos a los griegos más adelante. Subiendo de piedra en piedra, pronto empezó a amanecer y el calor empezó a hacerse notar. La subida no da tregua hasta el portillón, y no se tiene ninguna referencia visual que oriente hacia el paso. Al poco tiempo de amanecer, llegamos a la rueda de los griegos y el canadiense y tomamos la gran decisión de seguir a su ritmo, fiándonos de su experiencia y su GPS. “The Rock” lideraba la expedición, con un ritmo constante y decidido que no hacía sudar pero que avanzaba sin pausa. Se fijaba cada poco tiempo en los hitos, fiándose de ellos al completo, sin importarle en absoluto cambiar la dirección que llevaba. Conversando con ellos tranquilamente fuimos ganando altura, viendo el ibón de la Renclusa y los picos del otro lado del valle donde se sitúa el refugio. Un grupo de navarros ascendían también a buen ritmo pero por una ruta unos cientos de metros a la izquierda. Ninguno de nosotros sabíamos la ruta exacta, pero el camino parecía girar hacía la derecha, en dirección al glaciar de la Maladeta, visible desde el principio de la ruta bordeando la crencha de los portillones.
Glaciar de la Maladeta (por ahí NO se va)
En un momento dado, tras bordear varios neveros en nuestro camino a lo que creíamos que era el Portillon Superior, dejamos a los griegos y nos adelantamos por nuestra cuenta en dirección a los navarros, que parecían más decididos y con un ritmo más vivo. Pasamos por un pluviómetro desde el que se divisaba ya el otro lado de la cresta y desde donde observamos por primera vez el objetivo del día, el Aneto. Sin embargo, continuamos la senda que llevaba el grupo de navarros y continuamos ascendiendo por la cresta en dirección a La Maladeta. La cresta se ponía cada vez más complicada y no se vislumbraba el paso por ningún lado, por lo que juntos el grupo de navarros y nosotros dos, dimos la vuelta en dirección al pluviómetro. Y es que unos pocos metros más abajo se encuentra el paso del Portillón, constituyendo el pluviómetro una muy buena referencia visual para localizarlo. En cuanto uno lo divise, hay que dirigirse hacia él.
Primera vez que ves el Aneto. Desde el pluviómetro
Una vez allí nos encontramos con los valencianos, que habían ido por la ruta más directa, ya que él conocía el camino. Descansamos unos minutos, comimos algo y por fin cruzamos el Portillón Superior. Dos años antes, además de no acercarnos siquiera, sospecho que no tomamos ni la ruta correcta, demasiado pegados a la cresta desde el primer momento. Sin embargo hoy, bajo un cielo azul moteado por nubes altas, cruzamos la cresta para enfilar ya directamente hacia el rey del Pirineo, el Aneto. El atravesar este paso no supone que el fin de la ruta esté cerca, ni muchísimo menos. Si que se ha salvado ya un buen desnivel (aproximadamente la mitad del total), pero en distancia queda más de la mitad, eso si por un terreno más llano pero me atrevería a decir que igual de incómodo. Y es que el mar de rocas es común a ambos lados de la cresta, si cabe aún más grandes en este lado. Pegados a los muros del cresterío, hay que hacer equilibrios de piedra en piedra, poniendo toda la atención disponible en cada paso.

El cansancio hacía mella y el frío aumentó, con lo que decidimos parar un poco al cobijo de una gran roca, comer algo que nos diese energías y dejar que algún grupo que conociese la ruta más directa tomara la delantera. Se veía ya al grupo de “jóvenes“ alemanes atravesando el glaciar, a una distancia inalcanzable. Reanudamos el paso por el campo de rocas, acercándonos más y más a la inmensa y grisácea masa de hielo, deseosos ya de ponernos los crampones de una vez por todas. Por fin llegamos al límite del glaciar y nos pusimos los crampones alquilados en el refugio.
Panorámica del glaciar del Aneto
Hasta ahora, nuestra única experiencia con crampones era por nieve dura, pero nunca por hielo. La sensación resulta totalmente diferente. El glaciar es una superficie dura y brillante por la que a estas alturas de año corren infinidad de pequeñas corrientes de agua que poco a poco merman el volumen del glaciar. Resulta bastante cómodo andar por él, siempre y cuando no te ocurre lo mismo que a nosotros y los crampones se te desajusten continuamente. Si es posible, es recomendable subir con tus propios crampones. En nuestro caso, con 6 días de travesía a la espalda no resultaba lo más práctico. Comenzamos la travesía del glaciar tras los únicos dos navarros que quedaban (los otros se habían dado la vuelta, no es que hubieran muerto) pero pronto se distanciaron y nos unimos a unos catalanes muy amables, que nos guiaron por el mejor camino hasta casi la cumbre.

Esta es sin duda la parte más bonita y entretenida de la ruta. La pendiente es bastante suave y las vistas hacia el Norte son espectaculares, con infinidad de picos de más de tres mil metros a la vista y el verde valle de Aigualluts abajo. Paso a paso, haciendo paradas para reajustar los crampones, bordeamos un gran hueco en la nieve para llegar a la última parte de travesía del glaciar, donde la pendiente se hace más dura y es necesario hacer zig-zags por el hielo. Un irlandés atómico nos adelantó como un rayo y creí entenderle que había salido de Llanos del Hospital bastante más tarde que nosotros de La Renclusa. En caso de ser así, ole sus huevos. Por fin llegamos al punto donde hay que quitarse los crampones y dejarlos, esperándote hasta que bajes de la cima. A partir de ahí únicamente quedan unos minutos de subida por roca hasta la antecima, que se recorren en un santiamén, llevados en volandas por la cercanía del destino.
Atravesando la ultima parte del glaciar
Sólo quedaba enfrentarse al Paso de Mahoma. Tantas veces habíamos leído, oído hablar y visto fotos del famoso último tramo a la cima que, cuando le hincamos el diente nos pareció bastante sencillo. Una mano aquí, un pie allí…los apoyos son claros y amplios, permitiendo disfrutar del paso. Si no se tiene vértigo no debe haber ningún problema, si se tiene es probable que cueste porque el patio es grande a ambos lados. Con cuidado recorrimos los 15-20 metros que separan la antecima de la cima y por fín, a eso de las 12 de la mañana, un poco más tarde del horario previsto debido a algún despiste en la ruta, hicimos cima en el techo del Pirineo.
¡Cima!
Una gran cruz con guirnaldas tibetanas preside la cumbre, a la que se hayan anexas todo tipo de banderas de las (selecciónese aquí la palabra que cada uno quiera) naciones/comunidades autónomas/regiones de España. La panorámica es grandiosa. Pese a que el día no estaba claro se podía apreciar perfectamente el macizo del Posets, más cerca las crestas del ibon de Cregüeña y por el Este las cimas que bordean el Vall d’Aran. La satisfacción era plena y nos hicimos unas fotos que atestiguaran la cima. Sin duda disfruté mucho más esta cima que la del Monte Perdido, quién sabe si quizás porque en esta tuvimos la suerte de estar solos, mientras que en el Perdido una multitud abarrotaba la cima. También la duración de la ascensión añade más sufrimiento a la ruta, y a más sufrimiento, más recompensa final.
Panorámica desde la cima
Deshicimos nuestros pasos hasta la antecima, donde vimos aproximarse a los valencianos y a los griegos. Comimos un bocadillo con una sonrisa en la boca y bajamos de nuevo al lugar donde habíamos dejado los crampones. Nos los calzamos de nuevo y volvimos al glaciar para recorrer, esta vez pendiente abajo, la masa de hielo más grande del Pirineo. Era el turno para mis crampones para desajustarse continuamente, asi que la bajada se me hizo un coñazo. Además, cayeron un par de grandes rocas desde lo alto que bajaban cogiendo una gran velocidad y pegándonos unos buenos sustos. Las corrientes de agua que surcan el glaciar hacen que te empapes botas y calcetines, pero ya todo importa menos, ya que cada paso que das te estás acercando al refugio.

Según hemos leído mucha gente sin experiencia con crampones y piolet ni rutas largas por montaña intenta esta cima por el hecho de ser la más alta de la cordillera. Somos poco amigos de los que llamamos “licenciados en montaña” que se permiten el lujo de mirar por encima del hombro a los que no tienen tanta experiencia como ellos pero creo que en este caso es conveniente hacer alguna recomendación. Esta no es una ruta conveniente para gente con poca experiencia. Conviene no tener prisa y haber practicado bastantes veces sobre nieve dura antes de intentar atravesar el glaciar. Además, una buena forma física es imprescindible para acometer con garantías la ruta, ya que son casi 7 horas subiendo que para alguien desentrenado puede resultar un auténtico suplicio. El camino atraviese zonas muy alejadas de cualquier puesto de ayuda y es complicado volver al refugio si nos acometiese una gran pájara o cualquier pequeña lesión.

Salimos del glaciar y nos despedimos de los catalanes que tan amablemente nos habían indicado el camino hacia la cima. Optamos por coger un camino que nos sacaba rápidamente del glaciar, ya que estábamos ya deseosos de volver a la roca para sacarnos los crampones. Pese a las dudas de Antonio, la ruta era la correcta y apenas tuvimos que ganar un poco de altura antes de llegar al Portillon. Las nubes empezaban a aparecer ya sobre la cima del Aneto y era necesario darse un poco de vidilla para no empaparnos. De roca en roca llegamos por fin, ya bastante cansados hasta el Portillón, donde, sin más dilación comenzamos a descender. En un principio tomamos una dirección equivocada y unos chicos nos avisaron de que nos dirigíamos hacia un cortado. Reconducimos la ruta y les dimos alcance. Nos quedaba una bajada larga en la que era necesario poner mucha atención. No obstante, la tormenta se acercaba y estábamos decididos a no mojarnos así que apretamos el paso, saltando de roca en roca a toda velocidad, estrategia que casi nos cuesta algún que otro susto.

Desafortunadamente, cuando nos encontrábamos a unos 40 minutos del refugio, empezamos a notar las primeras gotas de la tormenta. Asumimos que las nubes habían sido más rapidas que nosotros y sacamos el abrigo de la mochila mientras que seguíamos bajando asumiendo que nos tocaba empaparnos. El refugio estaba ya a la vista pero quedaba aún una media horita fácil hasta llegar a él. Afortunadamente no fue ni de lejos una tormenta como la que nos cayó encima el día anterior y pudimos avanzar a buen ritmo hacia el refugio. Incluso nos dío tiempo a recoger un saco de dormir extraviado. Un autobús salía de La Besurta a las 17:00 hacia Benasque y el siguiente lo hacía a las 19:00 así que apretamos el paso. Llegamos al refugio a eso de las 16:15, unas 10 horas y media más tarde de la hora de partida. Sin tiempo nada más que para devolver el material, pagar y rehacer las mochilas emprendimos una casi carrera hacia el parking de La Besurta, al que llegamos 5 minutos antes de que el autobús saliera.

Sólo en el autobús nos permitimos descansar e incluso quitarnos las botas, mientras que disfrutábamos ahora si del éxito que nos había acompañado en el día y en general en toda la semana. Llegamos a Benasque, buscamos un hotelito para pasar la noche y a eso de las 21:00, tras la reglamentaria ducha, estábamos comiéndonos un chuletón a la piedra con unas cuantas cervezas para celebrar el fin de la ruta.

Caimos dormidísimos poco más alla de las 22:00 ya que, además de lo cansados que estábamos, teníamos que coger un autobús la mañana siguiente a las 06:30 de la mañana.
Datos Prácticos
Tiempo empleado: 11 horas más o menos con descansos

Desnivel: +1200 m

Dificultad: Laaargo y duro. El paso del glaciar no recomendado para gente que no este habituado a caminar con crampones. Paso de Mahoma si tienes vertigo no tiene que molar nada.

Alojamiento: Hostal noseque en Benasque. Bien, funcional, estabamos tan cansados que nos hubiesemos sobado en la plaza mayor del pueblo

martes, 28 de agosto de 2012

Transrrauláica 2012 Día 6 Del Puente de San Jaime al Refugio de La Renclusa

Día de “teórico” descanso que resulto no ser tal. Alegremente, desde nuestro sofá de Madrid habíamos pensado que lo de coger un bus que nos subiese a La Besurta estaba feo y que qué mejor plan para un día de descanso que cubrir la distancia que hay desde Benasque hasta La Renclusa a patita. No quisimos fijarnos en que había casi unos 1000 metros de desnivel positivo y que a eso en mi pueblo no le llaman descanso. Asi que nos pasamos por el forro el día de descanso pre-Aneto y después de desayunar en el bar del camping volvimos a hacer la dichosa mochila dispuestos a recorrer de abajo a arriba el valle más oriental del pirineo aragonés (bueno, el de Barrabés está más al E, pero es compartido con Cataluña).

Durante los primeros kilómetros seguíamos aún el GR-11, y el camino estaba bien marcado y era cómodo, subiendo moderadamente a la vera de un embalse. En el nacimiento del valle de Vallibierna tuvimos que abandonar nuestro amado GR-11 que nos había guiado tan bien durante los últimos 3 días. ¡Volveremos! – nos dijimos. Llegamos al plan de Senarta, zona donde aparentemente se podía acampar libremente, lo atravesamos y seguimos nuestro agradable camino a buen ritmo. La jaqueca había desaparecido así como el cansancio, con lo que el ritmo era alto y el ánimo – por ahora – elevado.

El mapa marcaba que el camino pasaba al lado de los Baños de Benasque, y la recepcionista del camping nos había aconsejado abandonar en ese punto la pista y coger una senda que subía en un principio pero que iba a dar más tarde a los llanos del Hospital, el último punto que pueden alcanzar los coches particulares (los autobuses suben hasta la Besurta). Así que, obedientes que somos, al divisar los baños a mano derecha arriba, buscamos y encontramos (con dificultad, ojo, que la senda nace nada más pasar un puente, está marcada un poco mal y sube por una pedrera por la que no piensas que va a subir con lo que a nosotros nos costó encontrarla) el camino que, efectivamente subía como un condenado ladera arriba buscando la silueta un poco fantasmagórica de los Baños de Benasque.

A mitad de ladera la senda desemboca en una pista asfaltada que, mediante unas curvas te deja en los Baños, un edificio abandonado y terriblemente feo que desentona sobremanera con la belleza del lugar donde se enclava. Ya has llegado a los Baños, pero el camino sigue subiendo sin mucha pausa por una estrecha senda que corre paralela al valle pero unos cientos de metros arriba. Blasfemando y con el ánimo desplomándose al ver que nuestro teórico día de descanso se iba al garete, continuamos la marcha sorprendiéndonos y maldiciendo cada vez que al girar una curva veíamos que el camino no llaneaba. (Nota al margen: estábamos bastante hartos ese día, pero pensándolo en frío, la senda es muy bonita y merece mucho la pena cogerla en vez de ir por el fondo del valle). Nos encontramos con un simpático árbol curvo que parecía hecho aposta para tumbarse y lo aprovechamos como todo hombre cabal haría: tumbándonos a la bartola mientras que comíamos algo y echábamos un trago.

Resting in the trees
De vuelta al camino, éste por fin decidió bajar y, entre coña y coña llegamos a la pista asfaltada que desemboca en los llanos del Hospital. Atravesamos la barrera y proseguimos la ruta hacía el N, por una cómoda ruta que asciendo muy tendidamente y que nos traía grandes recuerdos. Dos años atrás, un nutrido grupo de intrépidos montañeros llegaban a estas latitudes con noche cerrada y una cortina de agua cayendo del cielo. La llamada “expedición Aneto Fail” no pudo coronar su objetivo debido a la nevada de Septiembre, y al bajar de nuevo a Benasque uno de los coches de apoyo, incomprensiblemente embarrancó en un llano. Tuvieron que venir la Guardia Civil, Parques Nacionales y los Bomberos para sacar al pequeño utilitario pero al final todo salió bien y pudimos llegar a Benasque.

Las Maladetas
Recordando estas historias hicimos el camino en un santiamén hasta la Besurta, y en el chiringuito nos tomamos unas cervezas y unos bocadillos que preparamos nosotros mismos. Hay que ver cómo cambian los sitios de noche y es que, lo que años atrás nos pareció un escenario apocalíptico, hoy nos recibía al menos con luz y sin lluvia (por ahora). Tras confirmar los horarios del bus para el día siguiente, comenzamos a recorrer el camino que, en media horita nos dejaría en La Renclusa.

Y entonces, a los 10 minutos de empezar a subir y cuando ya no tenía sentido volver, empezó a caer la tormenta del siglo sobre nuestras cabezas. Para mas INRI un rebaño de vacas buscaba cobijo cruzando nuestro camino y tuvimos que aminorar la marcha. Una vez superado el obstáculo, casi corrimos hasta el Refugio pero nada nos evitó empaparnos hasta los huesos.

El Refugio de La Renclusa es magnífico, casi un hotel en medio del macizo más alto del Pirineo. La última vez que vinimos no estaba reformado, pero ahora las habitaciones son nuevas y los baños impolutos. Un gran trabajo el que se ha llevado a cabo aquí respetando a la vez la naturaleza. Nos registramos, sacamos la ropa húmeda de la mochila para secarla y nos pegamos una ducha de agua caliente de las que hacen época. El resto de la tarde lo dedicamos a charlar con la gente que venía de la cima y a leer revistas de montaña. Sorpresivamente aparecieron por allí los griegos y el canadiense, y Giorgios “The Rock” nos contó que había subido el Posets desde Viadós, salvando los casi 1800 metros de desnivel, y que luego había bajado a Estós, donde habían dormido la noche pasada. Vaya máquina estaba hecho el griego.

La cena fue espléndida, con una sopa de cocido, ensalada y una carne con puré de patatas riquísima, que degustamos al lado de un grupo de mega-jubilados alemanes, una pareja de valencianos y un padre y una hija catalanes. Después de charlar un rato más y decidir la hora de salida para el día siguiente (cinco y algo, creo recordar) nos fuimos a sobar, nerviosos porque el día siguiente era el día culminante de nuestra ruta Transrrauláica.
 
Y al día siguiente... ¡para allá que iríamos!

Transrrauláica 2012 Día 5 Del Refugio de Viadós al Puente de San Jaime

Tras una noche sorprendentemente plácida para lo que veníamos temiendo (benditos tapones, accesorio número 1 del montañero con sueño difícil) nos levantamos y bajamos a desayunar al comedor, otra vez con nuestros amigos de Cabra y los madrileños. Croissant para arriba, magdalena para abajo, zumito de bote y colacao nos bastaron para coger algo de fuerzas y comenzar la quinta etapa, que nos dejaría a través del collado de Estós en el valle de Benasque. A priori un día no muy complicado que, por casualidades de la vida, se me hizo eterno.

Valle de Chistau
Nos despedimos de nuestros efímeros compañeros y enfilamos el solitario y precioso valle, siempre bajo el majestuoso Posets, al que rodearíamos por el Norte. El camino discurría unos cientos de metros por encima del cauce del arroyo, entre prados verdes y cimas rocosas. El sol, huidizo en estas primeras horas, jugando al escondite detrás de la montaña, no molestaba de momento y nos permitía caminar a buen ritmo por un terreno que subía cómodamente buscando el por ahora invisible collado.

El arroyo discurre encajonado por debajo de la senda
Cuando acumulábamos hora y pico de marcha, el sol empezó a golpearnos y la pendiente a crecer y, como no hay dos sin tres, algo en mi tripa decidió que no le molaba donde estaba y comenzó a causar problemas. Concentrado como estaba en otras partes de mi cuerpo, metí el pie entero hasta más arriba de la bota en un charco de barro asqueroso, culminando cinco minutos de escándalo. El consecuente cabreo inútil no sirvió para nada y tuve que subir montaña arriba bajo la amenaza de más barro.

Subsanado el problema de la tripa, reemprendimos la marcha cuesta arriba ya con el collado de Estós en nuestro punto de mira. Sin embargo iba muy flojo de fuerzas, algo me había sentado mal y la subida me costaba una barbaridad. Bebí agua con sales y pastillas potabilizadoras y poco a poco fui ganando metros, apoyado por el incansable Antoñito. Tras numerosas paradas conseguí llegar al collado, agotado y desanimado, pero siendo consciente de que sin duda había superado la parte más dura de la etapa. A partir de ahora, bajada hasta el valle.

Valle de Estós desde el collado
El comienzo del descenso tenía una fuerte pendiente y el paisaje era rocoso y adusto, con pocos tramos para el disfrute del entorno. Recuperándome por momentos, aceleramos el ritmo por la senda que serpenteaba hasta alcanzar el nacimiento de un arroyo, embrión del rio Estós. Cuando el agua ya corría clara rellenamos nuestras cantimploras y nos acercamos a una preciosa cascada que se intuía en la margen izquierda. Con mucha energía y ayudados por el verdor del valle pusimos la quinta marcha y, ya sin parar llegamos hasta el refugio de Estós, enclavado en la ladera izquierda del valle del mismo nombre.

Gayer y cascada / Cascada y gayer
Como ya no nos quedaba mucho camino por recorrer y aún no habíamos probado bocado nos lo tomamos con mucha calma y, unos con una cerveza y otros con un aquarius, nos encalomamos un bocadillo de queso manchego cojonudo, aprovechando el pan de hogaza que nos habían vendido en el refugio de Viadós. Las instalaciones comunes del refugio estaban bien, al menos el comedor y una fantástica terraza al sol en la que disfrutamos nuestra comida. Más tarde hablaríamos con unos chicos que se quejaron de la cena y las habitaciones del refugio pero nosotros no los llegamos a catar. Dejamos pasar casi una horita tostándonos al solecito y recuperando las fuerzas perdidas.

Vista del macizo del Posets desde el refugio de Estós
El valle de Estós es precioso, verde y lleno de vida y agua, y la caminata hasta el refugio desde el parking merece mucho la pena y es apta para todos los públicos. El camino está bien acondicionado, es entretenido y durante mucho tiempo discurre a la sombra de grandes árboles. Con este panorama bajamos disfrutando de cada paso, desviándonos a una gran cascada a mitad de camino, evitando un grupo de caballos e incluso recogiendo objetos perdidos por el camino. Sólo al final la senda muta en pista asfaltada, ya a la vera de una pequeño embalse y el camino se hace más tedioso, coincidiendo además con un mayor cansancio.

Llegamos por fin al valle de Benasque, donde transcurrirían las dos últimas etapas. El camping Ixeia parecía abandonado, así que seguimos unos metros más hasta llegar al Camping Aneto, donde nos registramos y montamos la tienda en una zona de césped un poco ramplón. Para nuestra alegría (más bien la mía), el camping contaba con lavadoras que me permitieron no garrapiñar calcetines usados ni camisetas en los dos últimos días y un completo bar donde nada más llegar nos tomamos un helado que nos sentó de vicio.

Descansamos un buen rato mientras la ropa se lavaba y, justo cuando acababa la secadora una preciosa jaqueca me atacó con todo su cariño. El resto de la tarde noche no pude aprovecharla mucho pero si nos dio para comprar algo de comida para el día siguiente y cenarnos un buen plato combinado al fresquito de la tarde-noche. Con bastantes dudas acerca de si podría culminar la ruta en el Aneto debido a la debilidad del día y a la jaqueca que tenía encima me metí en la tienda rezando para descansar bien y poder disfrutar al día siguiente.
 
Datos Prácticos
Tiempo empleado: 7 horas más o menos con descansos

Desnivel: +850 m

Dificultad: Fácil, únicamente superar el desnivel positivo.

Alojamiento: Camping Aneto. Bien, muy completo, con bar/restaurante, lavadoras, baños limpios.... Agua: Al principio hay algún arroyo pero luego, desde antes del collado hasta ue desciendes un buen rato es bastante seco. En el refugio de Estós puedes comprar bebidas y repostar agua.
 

Transrrauláica 2012 Día 4 De Parzán al Refugio de Viadós

Nos despertamos en un colchón por primera vez en cuatro días y bajamos a desayunar al comedor. Sin duda fue el mejor desayuno de todo el viaje, con tostadas, mermelada, bollos, zumo y café. Todo un detalle por parte del Hostal para que nos enfrentaramos a un duro día con buena distancia y buen desnivel. Tras una parada en el supermercado de enfrente para comprar pan cogimos la carretera de Francia, por la que discurre el GR-11 durante un par de kilómetros.

La etapa de hoy nos llevaría del valle de Bielsa hasta el de Chistau a través de la collada del mismo nombre y el Ibon de Urdiceto. El desnivel era grande, más de 1200 metros pero gran parte de ellos se salvaban por una pista forestal. Esto, si bien resultaba aburrido, lo hacía más fácil. Después de un puente sobre el río Barrosa la senda giraba hacia el E (derecha) y se incorporaba a la ya citada pista forestal. Imprimimos un ritmo alto y nos fuimos adentrando en el valle por medio de una pendiente constante y moderada, que hacía cómodo el caminar y permitía echar la vista atrás de vez en cuando para admirar la frondosidad y verdor del valle. Decidimos parar cada hora a beber agua y así el ascenso hacia el collado se nos hizo mucho más llevadero. El sol brillaba en el cielo y subía cada vez más, amenazando con un día de altas temperaturas y sudores.
Central hidroeléctrica de Ordiceto
A la hora y pico vislumbramos por primera vez la central hidroeléctrica de Ordiceto, que aprovechaba las aguas del ibón del mismo nombre para mover su maquinaria y generar electricidad. Es impresionante pensar el proceso de construcción de este edificio en este lugar tan recóndito, aunque la pista es ancha y permitía el acceso de algún camión de tamaño mediano. El lago artificial de la central (que no el ibon) mostraba sus tranquilas y turquesas aguas invitando al baño. Este segundo día de GR-11 nos encontramos a más caminantes, entre ellos algunos que nos acompañarían ya hasta el final de nuestra ruta. Los primeros en aparecer fueron una pareja de daneses que venían desde el Atlántico y que, con muestras de que no era la primera vez que hacían una ruta de este calibre, marchaban a buen paso hacia el Mediterraneo.

La pista se transmutaba en una senda pedregosa para salvar los últimos metros de desnivel hasta el collado, metros que se hicieron cansados pero que recorrimos con presteza animados por la cercanía del cambio de valle. Por fin arriba, nos desviamos unos metros para alcanzar el ibón de Urdiceto, precedido por un hermano pequeño, que, extenso y a gran altura, más parece un lago lunar que un lago de montaña. A la sombra de unas rocas y protegidos del viento comimos un bocadillo y descansamos un rato ante la laaarga bajada que nos esperaba.

Ibón de Urdiceto
De vuelta al camino apareció uno de los personajes del viaje. Acompañado de su pareja Amalia y de un simpático canadiense (Tim? Rob? No me acuerdo) y disimulando su fortaleza se nos presentó Giorgios, también llamado en su Atenas natal “The Rock”. Menudo, sin pelo y con barba de varios días caminaba sin apenas esfuerzo pero con una abrumadora seguridad por la montaña y armado de sus bastones, su sombrero y su gps hacía frente a los desniveles y pedreras sin prisa pero sin pausa. Un referente este Giorgios. La pareja helena había comenzado su andadura en el país vasco francés y se habían encontrado al canadiense, que se les había unido sin dudarlo. Estaban recorriendo la HRP (Alta ruta pirenaica) y aprovechaban para subir a los 3000 que les llamaban la atención. Nos preguntaron por una pulserita que llevaba Antonio al tobillo y seguimos nuestra marcha dejándolos atrás.

El camino en principio debería discurrir en descenso, pero al menos el primer kilometro llaneaba e incluso ascendía moderadamente. Tras unos minutos de esta dinámica por fin descendía decididamente por un terreno salvaje y deshabitado por completo. El paisaje de pastos de montaña dejaba paso lentamente a los pinos y a los pequeños arboles acostumbrados a estas alturas y a su clima. Un torrente de montaña descendía dividido en multiples brazos que se juntaban más abajo, cerca de un puente de madera que suponía un maravilloso escenario a una zona de pozas donde paramos a descansar. Hicimos unas fotos en el sitio, que realmente era bucólico, mientras que remojábamos los pies en la fría agua y aguantábamos y evitábamos a los molestos tábanos.

Paisaje del valle  de Gistaín
Tras unos minutos de relax, reemprendimos la marcha por un bosque de pinos donde nos volvimos a encontrar al grupo greco-canadiense, que nos había pasado durante nuestro descanso. El camino no tenía pérdida y seguimos avanzando hacia el fondo del valle de Gistaín, adonde llegamos sin más problemas para girar en dirección norte por una pista, aburrida y polvorienta donde aceleramos la marcha sintiendo ya próxima nuestra meta del día. Pasamos por delante de un campamento de verano lleno de niños para encontrarnos delante de la desviación que dirigía a las granjas de Viadós, donde está situado el refugio del mismo nombre. Eramos conscientes de que la etapa concluía con una cuesta arriba, pero después de andar durante unas horas, la dura pendiente se hizo eterna. Por fin, llegamos al refugio, aproximadamente a eso de las 5 de la tarde, donde reposamos mientras los guardas comían.

El entorno del refugio de Viadós es simplemente espectacular, con unas vistas del macizo del Posets sobrecogedoras. La Tuca Llardana, punto culminante del macizo, sobresale en el centro de una pirámide de roca gris, limitada por debajo por lomas de pinos. Desde aquí, la montaña tiene una imagen imponente, himaláyica, me atrevería a decir (salvando las distancias), que invitaba a gastar aquí las horas que quedaban hasta la cena con un buen libro en la mano y echando regulares miradas al panorama que se nos presentaba. Unas granjas no sé si en desuso se desparraman por la zona baja del valle, dando un aspecto suizo al paraje.

Macizo del Posets desde el refugio de Viadós
Una vez hecho el registro en el refugio, nos pegamos una ducha (de pago, hay que ser cutres) y descansamos hasta la hora de la cena, leyendo y mirando los mapas de la zona. Disfrutamos de una muy buena cena compuesta de sopa de cocido, menestra y guiso de cordero en compañía de un grupo de Córdoba y uno de Madrid, con quién compartimos rutas por nuestro Guadarrama. Tras un rato de tertulia nos subimos a la habitación, donde, aún con un poco de calor dormimos decentemente bien hasta que la luz nos despertó.

Datos Prácticos
Tiempo empleado: 8 horas más o menos con descansos

Desnivel: +1200 m

Dificultad: Fácil, únicamente superar el desnivel positivo.

Alojamiento: Refugio de Viadós. Bastante bien. Cobran la ducha, un poco cutre. Cena buena y desayuno normal. Agua:Numerosos arroyos tanto en la subida como en la bajada.

martes, 7 de agosto de 2012

Transrrauláica 2012 Día 3 De Pineta a Parzán

El día amaneció fresco pero agradable, con una luminosidad que hacía prever un buen día de montaña entre cielo azul, prados verdes y blancos neveros. Habíamos dormido generosamente aún estando en el duro suelo del camping, pero es que el día anterior habíamos tenido un buen tute y nuestros cuerpos nos lo pedían. El rocio mañanero había empapado tienda, botas y todo lo que estuviese fuera, así que mientras que esperábamos que el sol hiciese su trabajo nos fuimos a desayunar al bar del camping unas magdalenas y un colacao. De vuelta, y con toda la calma del mundo, recogimos la tienda e hicimos las mochilas, en el ya conocido ritual de las mañanas.

La jornada era obviamente más tranquila que la del día anterior, pero eso no significaba corta ni llana. Otros mil metros de desnivel y unas 7 horas de duración planeada. Y además contábamos con una dificultad añadida y era que estábamos a 5 o 6 kilómetros del punto de comienzo de la etapa, y nos apetecía bastante poco andarlos, y encima por asfalto. Compramos una barra de pan en el supermercado y sacamos el dedo mágico del autostop. Aproximadamente a los 3 segundos un coche blanco paró en el arcén de la carretera. Dos simpáticas mujeres de Madrid se habían apiadado de nosotros y nuestras mochilas y se ofrecían amablemente a acercarnos hasta la pradera de Pineta. Muchas gracias desde aquí hacia ellas, que nos ahorraron un coñazo de camino.

Tras despedirnos de nuestras benefactoras, cogimos la senda a la altura de una ermita cerca del parador para descubrir un precioso camino que ascendia infernalmente por en medio del bosque. Sin tregua, sin pausa y sin rellano, las marcas blancas y rojas que nos acompañarían durante tres días marcaban un sendero casi vertical que, apoyándose en raíces y piedras ganaba altura de manera vertiginosa. Para mas INRI, el bosque no permitía que corriese el aire y la humedad era más alta que lo normal, con lo que la sudada fue de órdago. Cada uno a su ritmo e intentando no deshidratarnos, logramos llegar al fin del bosque para coger una pista que por lo menos hacía alguna ese más y en la que el aire se movía algo.
Llanos de Lalarri
Tras 15 minutos de pista llegamos a los archi conocidos llanos de LaLarri, mirador privilegiado del macizo del Monte Perdido, su glaciar y el valle de Pineta. Las vacas pastaban tranquilamente, un campamento escolar reposaba al lado de una cabaña de ganado y el sol lucía limpio en el cielo. La estampa era preciosa, con el verde de los prados enmarcando el gris de la roca y el blanco de los neveros mientras que el azul reinaba en lo alto. Sin embargo, sólo un factor venía a perturbar esta paz, y era nuestra mongolidad, que con las prisas nos había hecho olvidar llenar las cantimploras de agua. Por ahora la situación no era preocupante, pero nos tomamos unas piezas de fruta para meter algo de líquido al cuerpo.

La senda ascendía rodeando la cabaña y volvía a internarse en el bosque, girando de nuevo para, tras un rodeo coger la ladera del valle de Pineta a una considerable altura. Este fue el único punto donde las marcas del GR-11 no estaban claras y nos perdimos durante unos segundos, pero rápidamente volvimos a coger el camino con el buen rumbo. Salimos del bosque y llegamos a la zona de prados tras subir una dura rampa. Se veía en lontananza el refugio de la Estiba y lo que parecía ser una fuente con abrevadero. Apretamos el paso debido a nuestra boca seca y en un rato llegamos a la fuente donde descansaba otro grupo de chavales con sus monitores.

Bebimos a placer mientras charlábamos con el grupo, que venía de un colegio de Madrid y llevaba unos días de travesía por el monte cargando buenas mochilas. Le echamos un par de pastillas de Isostar al agua, comimos unos frutos secos y descansamos un rato largo, sabiendo que habíamos pasado ya el mayor desnivel de la etapa. Los chavales reanudaron su camino y nosotros, tras echar un último vistazo al macizo del Perdido, subimos hasta un collado que atravesaba una pista forestal. Ante nuestros ojos se abrió la Plana Fonda, especie de mini-valle paralelo al valle de pineta, completamente plano y solitario que en invierno y cubierto de nieve debe ser una delicia. Es un sitio perfecto para vivaquear, rodeado de hierba y con marmotas correteando alrededor. Disfrutamos este tramo cuanto pudimos y giramos a la izquierda para ascender al último collado del día: el collado de la Sobreestiba, que alcanzamos tras una breve cuesta.

La Plana Fonda

Desde arriba, dijimos adiós definitivamente al entorno del Valle de Pineta, con el que nos habíamos deleitado durante las últimas horas. Pese a que la fama se la lleva el valle del rio Arazas, este valle es también espectacular, y marco de muchas de las mejores excursiones que se pueden hacer en Ordesa. Hicimos el mongolo un rato con la cámara de fotos y continuamos la marcha, esta vez cuesta abajo siguiendo el barranco de Pietramula. En un principio el GR-11 descendía rápidamente, por una estrecha y entretenida senda que no te permitía despistarte y que hacía que las rodillas y dedos gordos sufriesen. Sin embargo, tras un rato en este camino se vio al fondo una plana con ganado, unos coches y un grupo de excursionistas, señal inequívoca de que comenzaba la tan temida pista.


Descansando en el collado

Menudo buey/toro/bicho grande

Y asi era, una pista ancha y tediosa llegaba hasta muy arriba, donde había un par de todoterrenos de apoyo aparcados y un nutrido grupo de senderistas. También un riachuelo que bajaba de las alturas, al lado del cual un grupo de vacas, bueyes y caballos pastaba tranquilamente sin ser incordiados ni por los humanos ni por los coches. Sin más dilación, enfilamos la pista cuesta abajo, siendo conscientes de que los bonito de la etapa se había terminado. Al cabo de una media horita nos cruzamos con un grupo de chavales de campamento con muy diversa actitud hacia la marcha: unos caminaban animados y a buen paso, charlando con alegría y otros (especialmente chicas) nos preguntaban qué cuanto quedaba para llegar arriba con evidente cara de cansancio físico pero sobre todo mental. Creo que es un error mandar a un campamento de estos a un hijo tuyo si no le gusta la montaña ya que puede convertirse en una auténtica tortura y llegar a odiar el monte y todo lo que venga con él.

Tras otro rato largo más paramos a comer a la poca sombra que daba una borda de pastores, acondicionada en su interior con unos colchones de paja por si sorprendiese una tormenta o la noche. Dimos buena cuenta de unos bocadillos de “sabroso” pavo y queso y descansamos del criminal sol que golpeaba este precioso valle de Langorrués. Tras el reposo, mas pateo de pista, a buena velocidad pero rezando por una bici de montaña que nos facilitase muuucho lo que quedaba de etapa. De buena charleta llegamos a Chisagües, el primer pueblo que veíamos desde Torla, donde la pista se transformaba en carretera y en donde no creo que viviese mucha gente. Parece ser que el valle que bajábamos albergó minas en el pasado y que mucha de la producción de hierro de Aragón durante la edad media se sacaba de aquí.

Ese pico, al E del valle de Bielsa, creo que se llama Punta Suelza
Desde Chisagües, la carretera bajaba haciendo eses hasta Parzán, el final de la etapa y entre la paliza del día anterior y el asfalto recalentado mis pies empezaron a resentirse en las plantas y los dedos. Sin duda fue la parte más coñazo de la ruta, hartos ya del aburrido alquitrán y deseando llegar al hostal que nos esperaba. Casi al fondo del valle salió un camino que nos ahorro unos metros de asfalto y nos dejó en el pueblo donde encontramos el Hostal Lafuen a pie de la carretera que llevaba a Francia. El pueblo era poca cosa, unas cuantas casas diseminadas alrededor de una iglesia más propia de Cádiz que de Huesca y una pequeña urbanización con tienda y gasolinera que daba servicio a las cercanas estaciones de esquí del otro lado de la frontera. Sin embargo, el hostal estaba bien, y pese a no encontrar nuestra reserva nos alojaron en una doble con vistas a la carretera. Una habitación y un baño funcionales, que nos sobraba para los estándares del viaje. Me curé las ampollas que habían salido y que me molestarían el resto de los días e hicimos un intento muy pobre de lavar la ropa sucia.

Estuvimos un rato en la terraza del hostal leyendo y descansando y luego cruzamos al super de enfrente, hecho exclusivamente para franceses pero que nos solucioó muchas cosas. Tras comprar algo de comida, tiritas y un pack de calcetines (¿Quién se pone a fregar calcetines mugrientos por 2 míseros euros?) nos dirigimos al comedor del hotel donde cenamos copiosamente unas alcachofas y un churrasco aragonés. Tras un rato más de lectura y una conveniente llamada a casa, nos fuimos a sobar en una cama por primera vez en tres días.

Datos Prácticos
Tiempo empleado: 7 horas más o menos con descansos

Desnivel: +1000 m

Dificultad: Fácil, únicamente superar el desnivel positivo.

Alojamiento: Hostal LaFuen. Bastante bien, funcional. Cena buena y desayuno cojonudo, el mejor de toda la ruta. Agua: Fuente en las cercanías del refugio de La Estiba. Luego algún arroyo por ahí.

domingo, 5 de agosto de 2012

Transrrauláica 2012 Día 2 De Goriz a Pineta pasando por el Monte Perdido

El viento golpeaba la tienda con furia, haciendo un ruido ensordecedor que impedía conciliar el sueño. Eran las 05:30 de la mañana de la noche que justo mejor debíamos dormir. La claridad empezaba a aparecer en el cielo y el valle del Arazas se empezaba a intuir bajo la mole pétrea en la que nos encontrábamos. Se oía el rumor de gente que levantaba el campamento y empezaba a andar, y las risas de los holandeses de la tienda de al lado que tampoco podían dormir. Sin embargo, a los 40 minutos más o menos el viento cesó y pudimos conciliar de nuevo el sueño hasta las 07:00, aprovechando un tiempo muy válido para descansar para el día que nos esperaba.

Asi da gusto madrugar

Sin levantar siquiera la tienda nos fuimos a desayunar, donde nos pusimos hasta arriba de magdalenas y croissants y preguntamos sobre la ruta al guarda del refugio. La mayor parte de la gente ya estaba arriba, e incluso subiendo, pero es que muchos debían subir al Perdido y bajar hasta el coche en Torla.

Lo normal es subir y bajar al Perdido por la cara Sur, desde el refugio de Goriz. Sin embargo nosotros, para no tener que volver atrás y avanzar de paso hacia el Este, pretendiamos bajar por la cara opuesta, la N y así bajar al valle de Pineta. Mientras que el camino por la cara Sur es sencillo y relativamente corto, la cara norte del perdido está presidida por un glaciar y un cortado de roca que lo separa de la plana de Marboré. Para mas INRI, una vez en dicha plana, aún se ha de bajar desde el balcón de Pineta al fondo del valle, por una senda cuasi vertical que desciende casi 1800 metros en poca distancia.

Nuestra idea original era subir a la cima y una vez allí, y siempre hacia el SE, bajar al cuello del perdido, rodear el Pico Añisclo por su izquierda, llegar a la Punta de las Olas y coger la Faja de las Olas que nos dejaría, ya en el GR-11 en el collado del Añisclo. Sin embargo, se nos ocurrió preguntar a uno de los guardas del refugio, que nos propuso un camino que, según él sería más corto y, textualmente, 10 veces menos complicado: esta opción suponía bajar del Perdido de nuevo hasta el Ibón Helado, subir al cuello del Cilindro y bajar, vía el glaciar del Perdido directamente hasta la Plana de Marborés.

La complicación venía en que la bajada del glaciar del Perdido a la plana era a través de un gran cortado vertical. Si se iba equipado con cuerdas no había problemas pero no era nuestro caso, con lo que deberíamos buscar una vía avanzando sobre el glaciar siempre hacia la derecha. Allí encontraríamos una sucesión de destrepes de grado IV según el guarda, que dependiendo de nuestro nivel de escalada o pericia en el monte supondrían un quebradero de cabeza o un aliciente para la etapa.

Un pelín acojonados por su explicación recogimos la tienda y los sacos y empezamos a subir por una senda que se empina sin ningún tipo de piedad desde el primer momento. Cada poco tiempo girábamos la cabeza para ver el maravilloso escenario que se nos presentaba, con el valle del Arazas haciéndose más pequeño cada vez. Poco a poco íbamos alcanzando gente, envidiando su livianez por no tener que llevar una pesada mochila a la espalda. Tras una hora y pico se llega al llamado campo de bloques, llamado así por los pedrolos que dejas a los lados y atraviesas un par de pasos equipados con cadenas que no revisten mayor dificultad. Tras un par de horas (o quizás algo más) al subir una gran roca aparece ante ti el Ibón Helado, al cual bajamos y donde descansamos un ratillo

El Ibón Helado y el Cilindro

 Decir que al ser domingo, la ruta de ascenso era bastante una procesión así que no hay perdida posible. Había grupos de chavales que se encordaban para pasar ciertos pasos, pero ni de coña es necesario aunque si comprensible por parte de los monitores que tienen que garantizar su seguridad. Cogimos un poco de aire y dejamos las mochilas en las cercanías del lago, una vez que cogimos todo lo valioso que teníamos en ellas. Iniciamos la subida de la tan temida (en invierno) escupidera. Con nieve y hielo es jodida ya que ante una caída deslizarías hacia el vacío, pero en verano lo único que es es un terrible coñazo, ya que está compuesta de piedras sueltas y cada vez que avanzas 2 metros retrocedes uno. La única receta posible es paciencia y ritmo ya que tiene una buena pendiente

Peña Oroel al fondo

 Cada uno a su paso y aliviados por la descarga del peso de la mochila (aunque un poco preocupados ya que nunca sabes qué tipo de hijoputa patea por el monte y puede robarte algo) logramos llegar al último collado donde la pendiente se suaviza, se abre el panorama hacia el valle de Pineta y ya tienes al alcance de la mano la cima. Tras 5 minutos se alcanza el techo del macizo, con unas vistas impresionantes sobre los valles de Ordesa, Pineta y macizos cercanos. Se ve claramente hasta la peña Oroel, en Jaca. Sin embargo, la incertidumbre de lo que nos íbamos a encontrar en el descenso y el largo camino que nos quedaba por recorrer no nos permitió disfrutar mucho la cima y tras hacer un par de fotos bajamos de nuevo hacia las mochilas

¡Cima!

 Pese a que parecía que la bajada iba a ser aún peor que la subida, la escupidera se hizo bastante más sencilla a la bajada. Las mochilas afortunadamente estaban íntegras así que volvimos al entorno de ibón, donde comimos algo y descansamos unos 15 minutos, mientras veíamos la aparentemente infranqueable pared que nos separaba del cuello del cilindro.

Sin embargo, ésta no era tal y se puede subir fácilmente por su extremo izquierdo, para luego seguir una faja hacia la derecha y volver a subir, esta vez hasta la cima, por otro sencillo paso. Y aquí es donde se vislumbraba la magnitud del problema.

Una bajada muy pronunciada llevaba hasta el glaciar (nevero mejor dicho) donde ya buscaríamos la tan temida destrepada. La primera parte del camino no era problema, pero de repente éste desaparecía y desembocaba en una pendiente de “piedras movedizas” donde, a cualquier movimiento todo tu alrededor se deslizaba contigo. Sin embargo, ahora las piedras eran pequeñas, de manera que te hundías hasta el tobillo en una especie de desprendimiento que te incluía sin tu poder hacer nada. Bajar era horrible, pero nos cruzamos a unos franceses que debían estar pasándolo aún peor de subida.

Por fin alcanzamos los límites del nevero, con el lago de Marboré siempre en la lejanía, y comenzamos la tediosa travesía. No llevábamos crampones, pero no era peligroso ya que aquí el terreno es más llano y lo más que puede ocurrirte es mojarte el pantalón. Caminando siempre hacía nuestra derecha, las vistas del glaciar eran imponentes. Nos acercábamos cada poco tiempo hacia el límite del hielo para ver si hubiese algún paso, pero siempre había una caída vertical importante de unos 30-40 metros que imposibilitaba la bajada. Alternando tramos de roca y nieve continuábamos avanzando hacia la derecha, hasta que no nos quedo otra opción de intentar por fin la bajada

Bajando hacia el balcón de Pineta (El glaciar a la derecha)

 El primer destrepe se mostraba ante nosotros, y no parecía tener excesiva dificultad. Aún con la mochila a la espalda, los apoyos eran claros y pudimos llegar abajo sin ningún problema, salvando los 6-7 metros que medía. Un rellano cortito y estábamos a la entrada del segundo, con una gran grieta vertical a la izquierda. Aquí si que tiramos las mochilas los 8 metros de altura que medía la grieta y comenzamos a descender usando la pared de la izquierda como apoyo vertical, lo cual facilitaba mucho las cosas. Una vez abajo recogimos las mochilas y comprobamos que no nos habíamos cargado nada. Otro rellanito, y por fin el teóricamente último destrepe que iba acompañado por un flujo de agua que lo hacía mas resbaladizo. Quizás fuese este menos vertical que los anteriores, pero la roca estaba en muy mal estado y se deshacía con facilidad al mínimo agarre. La última parte era la más peligrosa, pero la caída ya no era tan grande con lo que llegamos al final sin mayores consecuencias.

Más o menos por ahí bajamos

 Abajo, echamos un vistazo para comprobar que, efectivamente, ese había sido el último destrepe y que solo un breve y sencillo descenso nos separaba del llano de Marboré. Descenso que recorrimos sin más problemas viendo al fondo a un grupo de corzos que descansaban tranquilamente y nos miraban preguntándose quién coño venía a molestarles. No eran los únicos que nos vigilaban en ese momento, pero nosotros no lo sabíamos…

Una vez abajo, y con la adrenalina ya en niveles normales nos sentamos en lo alto de una gran roca para descansar de una vez y tomar el último bocadillo que nos quedaba. Qué tranquilos y satisfechos estábamos pese a saber que aún nos quedaban unas cuantas horas para llegar a nuestro destino. Al sol, nos quitamos las botas y comimos y descansamos con la tranquilidad de la dificultad ya pasada.

Aparentemente el balcón de Pineta estaba al alcance de la mano, pero aún tuvimos que remontar una loma rocosa y atravesar un par de torrentes de montaña que venían del Lago de Marboré y que posteriormente caerían verticalmente formando las cascadas del circo de Pineta. Bastante hartos ya llegamos por fin al Balcón, sin duda uno de los mejores miradores naturales que existen ya no en el Pirineo, sino en todo el país. El valle, verde y largo, se extiende ante la vista sin aparente fin

Un tio espectacularmente guapo (bueno, y el valle de Pineta detrás)
Comenzamos el interminable descenso haciendo zetas para salvar la gran verticalidad, e imprimiendo un fuerte ritmo ya desde el comienzo para conseguir bajar el tiempo de las 3 horas y media que nos habían dicho que se tardaba en bajar. Nos cruzábamos a gente que subía a dormir a las cercanías del lago, y adelantábamos a excursionistas que iban por delante de nosotros visiblemente hastiados de la bajada, que es larga y monótona pese a las magníficas vistas. Las cascadas y arroyos te rodean por todo el valle y las Tres Soroes son testigo mudo de todo lo que ocurre abajo en el valle.

Después de un par de horas de charleta llegamos a una fuente con abrevadero que prometía aliviarnos y donde descansaríamos un rato por primera vez desde arriba. Allí había un grupo de excursionistas que nos cuestionaron si éramos nosotros los que habíamos bajado desde el Perdido esa misma tarde a eso de las 15:00. Resulta que, desde el lago de Marboré nos habían estado siguiendo por medio de unos prismáticos, primero por el glaciar y luego bajando por la brecha. Les habíamos entretenido con nuestra ruta en la sobremesa y nos echamos unas risas con ellos, que eran muy majos. Uno de ellos nos contó que había participado en la primera maratón de Madrid, allá por el año 1975. ¡Qué tío! Aprovechamos su compañía y charla para continuar la ruta con ellos, que viene muy bien de vez en cuando hablar con más gente y el camino se hace más entretenido.

Este tramo continuaba entre bosque hasta la pradera de Pineta, donde nosotros erróneamente creíamos que estaba el camping. Sin embargo, después de preguntar en un campamente de un colegio, nos dijeron que éste quedaba más abajo, en dirección Bielsa, a unos 6 o 7 kilómetros. Abatidos y derrotados como estábamos, esta distancia nos parecía un mundo, y más por una tediosa carretera asfaltada.

Afortunadamente, nuestros nuevos amigos aún estaban por allí y se ofrecieron (tras una merecida cerveza) a acercarnos al camping en sus coches. Gracias de nuevo a ellos, porque nos ahorraron un final de etapa aburrida.

El camping de Pineta está muy bien equipado, y con supermercado, restaurante y unas buenas duchas nos sirvió perfectamente como área de descanso. Cenamos unos platos combinados sin mirar grasas ni colesteroles y nos fuimos a la tienda prontito después de ver un peliculón en la tele del restaurante. Habíamos tenido un gran día, quizás la mejor de las etapas del viaje, pero estábamos realmente cansados después de casi 12 horas de marcha.

Resumen y datos básicos:

Tiempo empleado: 11 horas más o menos con descansos

Desnivel: + 1221 / -2071

Dificultad: Media/Alta. Pasos con cadenas en la subida al Perdido. La escupidera más que peligrosa es un coñazo. La bajada del cuello del Cilindro es complicadilla y para bajar del glaciar hay 3 destrepes difíciles de encontrar y, según tu nivel de maña en la montaña, pueden resultar complicados, y lo peor es que no hay otra alternativa.


Alojamiento: Camping de Pineta. Muy bien. Restaurante, supermercado, duchas limpias. Pero ojo, alejado del final de la etapa.