domingo, 2 de octubre de 2011

Singapur - Malasia - Indonesia Días 16 y 17 (y fin)


 6 de Agosto: De relax en Singapur y el Marina Bay como colofón

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 Nos echamos una siesta (porque eso de dormir 3 horas y pico no es dormir) y nos montamos en el taxi que nos llevaría al aeropuerto. A esas horas había poco tráfico y además el aeropuerto estaba al lado, así que llegamos en poco tiempo. Estaba todo cerrado, a diferencia del de Kuala Lumpur así que pasamos los controles de seguridad, sacamos las tarjetas de embarque (de papel por ser Air Asia) y, con Lucas cabreado porque no había tomado un café (jodido loco) facturamos y fuimos en dirección a la puerta de embarque. Para alivio de Lucas, allí si había cafeterías abiertas y nos tomamos un bollo y un café, con Jorge acompañándonos con un Gatorade. A la hora convenida, cogimos nuestro avión y tras dos horas de sueño casi ininterrumpido (excepto el ciborg, que dormitó 32 segundos exactos) aterrizábamos de nuevo en Singapur, viendo desde el aire las islas verdes que la rodean. ¡De vuelta a la civilización, que gustazo! El magnífico aeropuerto de la ciudad estado nos recibió y tras coger un tren que te lleva de terminal a terminal esta vez nos desplazamos hacia el hotel en el metro que ya conocíamos. Sacando los billetes en las leeeentas máquinas expendedoras llegamos en un pis-pas a Lavender, estación situada justo al lado del V Hotel que, para variar estaba lleno de chinos en el Hall. Las habitaciones estaban disponibles a pesar de ser las 11 de la mañana y subimos.

Pablo y yo queríamos ir a dar una vuelta pero los otros 3 no estaban muy por la labor, asi que mientras que ellos se echaban una siesta nosotros dos nos fuimos a Little India bajo un calor infernal. Antes desayunamos en el patio de comidas de abajo, unos bollitos y unos cafés. Sin embargo yo me atreví con una especie de tortilla de gambas enorme que me estaba llamando. La cosa picaba tanto que tras dos mordiscos la tire a la basura y, buscando una servilleta que nadie tenía me arrepentí claaaramente de haberme metido eso en la boca.
 
Meeeek, error, no ingerir ni introducir en la boca
Vimos un templo indio en las cercanías del hotel y cogimos el metro que, tras 2 transbordos y 15 minutos de agradable aire acondicionado, nos dejó en Little India. Repleto de restaurantes y tiendas de oro, tiene bastante más carácter que Chinatown. Pasamos a un templo hindú con la típica torre encima de la puerta principal y olisqueando entre puestos compramos un candado y dos aceites aromáticos por un dólar de Singapur. Cambiamos dinero y dimos una vuelta hasta volver al metro y tomar la dirección hacia el hotel.

Un templo indio en Little India
Los encontramos recién despiertos y bajamos al patio mágico de comidas (Kopitai o algo así) donde cada uno se decantó por un plato aunque claramente mayoritaria fue la opción del arroz con pollo clásico. Yo me comí un plato chino muy rico. Al acabar, subimos a la piscina del hotel mientras que Dueño se echaba una merecida siesta. La pisci estaba muy bien, con algún chino que otro jodiendo pero unas tumbonas muy cómodas y un solecito tropical que no dudamos en aprovechar. Lucas, nada amigo de normas, se saltó todas las que pudo mientras que nos remojábamos en la piscina salvando las horas de más calor, en las que era un completo suicidio hacer turismo. Cuando el calor empezó a remitir subimos a las habitaciones y tras una ducha y un cambio de ropa un poco más elegante para los estándares del viaje nos dirigimos hacia el centro financiero. 
 
Allí, dimos una vuelta admirando el Skyline de la ciudad iluminado y maravillándonos de una ciudad que es un milagro económico y uno de los 4 dragones de Asia. Un entrante del mar hace la función de lago, alrededor del cual se planea construir un cerco de rascacielos. Aún con el plan lejos de terminarse, la vista es espectacular, con varias zonas de rascacielos y edificios singulares (una noria entre ellos) que el Marina Bay preside sin lugar a dudas. Y ese era nuestro principal destino, el Marina Bay y en especial, su casino. Sin embargo, antes de llegar al casino pero ya dentro del complejo te ves inmerso en un grandísimo centro comercial con todas las tiendas de lujo imaginables que hizo las delicias sobretodo de Lucas y Villa.

Marina Bay
Skyline singapureño
Al entrar al Casino nos sorprendió que la entrada para los occidentales fuese gratuita y cambiamos cada uno unos 20-30 € (menos Lucas, que fueron algo más) y buscamos las ruletas para hacer un poco el moñas. Lucas llevó la voz cantante y nos ayudaba con sus consejos después de haber estado 7 días en Las Vegas. A pesar de ellos, ni la estrategia de estudio concienciudo de Dueñas y Villa, ni la encomendación a Dioses profanos como el 7 de España de Nova y mía dio resultado, y mucho menos la táctica de pro de Lucas. A los 40 minutos, todos a tomar por culo desfilando por la puerta de salida. Pero bueno, fue folklórico ver como se juegan la pasta los chinos.

Desfallecidos por el hambre fuimos recorriendo el centro comercial buscando un sitio que se adecuase a nuestro presupuesto hasta encontrarlo en…una hamburguesería. Pedimos unas patatas y unas burguesas, incluido Nova que no pudo contenerse y que seguramente se arrepintiera luego. No estaban mal pero tampoco eran gran cosa. Eso sí, Lucas evitó que les pusieran a él y a Dueño los restos del Sprite que quedaba en la bolsa de polvos solubles. Al lado del restaurante había una pista de patinaje sobre hielo y nos quedamos viendo un poco las toñas que los niños se pegaban.

Queríamos subir a lo alto del Marina Bay y sopesando las opciones nos decantamos por el KuDeTa en lo alto del edificio. Sin embargo, nuestros planes se vieron truncados cuando una amable señorita nos comentó que la consumición mínima eran 50 $S. Sintiendo envidia de la fauna que subía a la discoteca, ya casi habíamos perdido la esperanza cuando Lucas fue a hablar con la relaciones/puerta y le comentó que podíamos subir sin pagar al bar situado al lado de la discoteca. Pues ale, si no podíamos subir a lo rico, subiríamos a lo pobre. Arriba, separados claramente de la gente pudiente disfrutamos de las maravillosas vistas de la ciudad por un módico precio de 0 $. La piscina no la logramos ver, pero queda pendiente para otra visita a la ciudad, ya que debe ser única en el mundo. Bajamos y cogimos un par de taxis (de los baratos, ya que los caros son eso, más caros) y nos plantamos en el V hotel en menos que canta un gallo. Tras unos problemillas de Nova y Dueño con su taxista, nos retiramos a descansar en la última noche del viaje.

7 de Agosto: Para acabar…vuelta al Santuario Poya-Poya

Tras una buena sobada para terminar el viaje y afrontar el duro viaje de vuelta con fuerzas y ganas, nos levantamos para descubrir que las pruebas de Nova con su estomago no habían sido satisfactorias y que estaba peor que el día anterior. En el rato que estaba fuera del baño se bebía un suero que Dueñas había traído en su botiquín, el cual rivalizaba en dimensiones con el que el tío Liza suele llevar a los viajes. Fue todo lo que su maltrecho cuerpo ingeriría hasta la llegada a Madrid. El resto bajamos a desayunar y nos metimos entre pecho y espalda unos bollitos bien ricos en un puesto de debajo del hotel. Aumentamos la hora del checkout hasta las 15:00 pagando unos dólares de más, ya que cuanto más tiempo estuviese Nova en la cama mejor se iba a encontrar luego. 
 
Dejando al pobre enfermo en el hotel, los otros 4 integrantes nos desplazamos hasta Chinatown para hacer las últimas compras antes de volver a Madrid. En Metro llegamos bien rápido y a la búsqueda de relojes de palo para que Lucas se hiciese con algunos. Cuál fue su sorpresa al descubrir que a cualquiera que preguntase le decía que no iba a encontrar nada ya que acabarían en la cárcel en un abrir y cerrar de ojos. Singapur es muy limpia y muy ordenada, pero en ciertos aspectos es una desventaja, ya que pierde lo que el Sureste asiático tiene de caótico y por momentos es una ciudad aburrida. Recorrimos de nuevo las calles principales de Chinatown pero todo era una mierda bastante interesante y lo único que compramos fueron unos imanes para la chavalada que nos esperaba a la vuelta. Con poco más que hacer en Singapur, se nos encendió la bombilla y decidimos volver a visitar el santuario del diente de Buda para ver si los monjes seguían con su letanía. Y efectivamente, aunque habían cambiado la letra, los tíos seguían recitando su mantra sin fin, con la salvedad de que ahora los fieles iban vestidos de negro. Dimos una vuelta leyendo los textos sobre Buda e hicimos unas últimas fotos.
 
Cerrando el circulo del viaje
Cogimos de nuevo el metro y fuimos hasta el centro colonial ya que yo me puse un poco pesado con ver el famoso Hotel Raffles, símbolo del poder colonial británico en los siglos XIX y XX. Tras atravesar un moderno centro comercial salimos a la calle y allí estaba, el hotel Raffles que no deja de ser un modesto edificio colonial con más importancia por lo que significa que por lo que realmente es. 
 
Raffles Hotel, más por su significado que por lo que realmente es
Tachada esta visita del plan de viaje, volvimos al hotel ya que se acercaba la hora del check out. Allí descubrimos al Nova, algo repuesto ya de su debilidad aunque no para muchos trotes. Sacamos las maletas y nos las guardaron en la recepción y nos fuimos a comer al patio de comidas. Arroz, pollo, pollo y arroz, vamos, lo típico y mientras que echábamos cuentas y hacíamos un resumen del viaje, se nos hizo la hora y con los bártulos a cuestas, cogimos esta vez si el metro hasta el aeropuerto, listos para pasar unas horitas en el moderno y cómodo aeropuerto de Singapur. Unas visitas a la tienda Apple para fliparnos con el iPad, un paso por un baño más limpio que el de nuestra propia casa y la llamada del vuelo de Qatar Airways significó el fin de nuestra estancia en el SE asiático y el comienzo de unas 21 horas de viaje muy coñazo sólo amenizadas por la bendita tablet de Qatar.