miércoles, 31 de agosto de 2011

Singapur - Malasia - Indonesia Día 5

26 de Julio: Templos de Yogyakarta: Del Budismo al Hinduismo en un par de horas
El madrugón a las 4 venía motivado porque nuestro vuelo a Yogyikarta salía a las 6 y pico, y sería el primer madrugón (aunque eso no es un madrugón, sino mucho peor) de los 4 o 5 que tendríamos durante el viaje. Nos vino a recoger un marchoso taxista malayo, marcha que se le fue pasando y, ante la amenaza de que se quedara dormido, le dimos un poco de conversación. El aeropuerto de los vuelos baratos estaba a rebosar a las 5 de la mañana, así que hicimos el check-in en los mostradores de Air Asia y nos fuimos a desayunar un donut con un café en las tiendas del aeropuerto. Air Asia no está mal, viene a ser como un Ryanair pero mejor, ya que los asientos si están numerados y no te sientes como ganado a bordo, aunque viniendo de Qatar Airways, el espacio que tenías para las rodillas era claramente insuficiente, estos asiáticos son muy pequeños, confirmado. Lucas iba sentado al lado de una mujer indonesia, pero salió el Adolf Hitler que está dentro de él y, argumentando que olía muy mal nos abandonó y se fue a la parte trasera del avión. El resto, menos el ciborg, sobamos un buen rato hasta que nos despertamos y tuvimos que rellenar la hoja de entrada en Indonesia, con el ya más que sabido “Pena de muerte para los traficantes de drogas”.

Nada más llegar a Indonesia, te das cuenta de que todo ha cambiado, mucho más pobre que sus vecinos Malasia y Singapur, el aeropuerto de Yogyakarta era muy jacho y las maletas las traía un tío desde el avión y las dejaba todas amontonadas para que tu cogieses la tuya. Tras pagar las tasas de entrada en el país (25 US$ de series posteriores a 1996, cosa que no nos explicamos) cogimos la maleta y contratamos un taxi de 5 personas que nos llevase hasta nuestro hotel, el Duta Guest House. Una vez en el taxi, el chofer nos sacó un papelito con sus excursiones, y para no perder tiempo en Yogyakarta, le dijimos que nos llevase a los templos de Borodbur y Prambanan, que es lo que hay que ver en esta parte de Java. Con lo que, sin pasar por el hotel, el buen hombre nos llevo durante una hora y pico en el coche (muy cómodo, eso sí) hasta el primero de ellos: Borodbur. Descubrimos el porqué de que Java sea la isla más poblada del mundo, 170 millones de personas se hacinan en esta isla y es bien sencillo ver cómo. La ciudad no se acaba nunca, siempre hay casas a los lados, sólo hay gente, y gente, y más gente, la urbanización no se acaba nunca y sólo hay coches y motos. Bastante agobiante esta parte central de Java.

Resulta que antes de la llegada del islam a Indonesia, en Java florecían 2 civilizaciones, una hinduista y otra budista. Para mayor gloria de sí mismas, ambas construían templos, y a día de hoy, los únicos que quedan (o los mejores) son estos dos, Borodbur budista y Prambanan hinduista. El primero de ellos es una especia de pirámide escalonada con las paredes talladas con escenas de la vida de Buda y con multitud de estatuas de buda sentado. Con varios pisos, representa la subida hacia el Nirvana, que es el último piso. La verdad es que está espectacularmente conservado y es claramente un hit del viaje.

Borodbur
Nos hicieron ponernos un sarong a la entrada, nos invitaron a un té de bienvenida y adentro. Lucas subió directo a la última planta pasando de hacer el camino, pero Villa, Nova, Dueño y yo recorrimos el monumento en toda su extensión, admirando las tallas y el paisaje de volcanes de alrededor. Una vez arriba, los locales insistieron en hacerse fotos con todos nosotros y en especial con Villa. Un grupo de chavales de un instituto de una ciudad cercana estaban muy contentos con nosotros y se hicieron una sesión de un verdadero photocall con todos. Eran simpáticos y era curioso que quisieran hacerse fotos con gente tan fea como nosotros, así que aceptamos sin problemas 

Como famosos que somos....

Bajamos y salimos del templo y un escalofrío nos recorrió a todos la espalda durante 5 minutos, ya que no veíamos a nuestro chofer ni a su coche donde descansaban absolutamente todas nuestras pertenencias. Cuando le vimos aparecer, respiramos aliviados y le pedimos que nos llevara a algún restaurante de la zona no muy guiri. No sé qué parte de “no muy guiri” no entendió, pero nos llevo a un sitio en el que sólo había turistas pero que es cierto que estaba muy bien puesto y nos dieron de comer bastante bien. Probamos nuestros primeros mie goreng, ayam y demás exquisiteces indonesias de las que acabaríamos hasta los huevos al final pero que ese día nos supieron de maravilla.

Ale, al otro templo. Este otro templo estaba a una horita de distancia, y por el camino pudimos ver que aquí los volcanes no son como el Teide, sino que van bastante en serio. Cerca de Yogya, está el volcán Merapi, que es muy activo, y hace un par de años le dio por entrar en erupción. Los ríos de lava y ceniza se pueden ver a ambos lados de la carretera, de hecho han hecho una mina para aprovechar las rocas que escupió. Debió de ser impresionante, y con toda la gente que vive por aquí, algunas vidas humanas se debió llevar. Sin embargo, la gente sigue haciendo sus vidas en las faldas del mismo volcán, sin parecer muy preocupados, aunque seguramente no tengan otro sitio donde ir…

Prambanan es hinduista y no es un sólo templo, sino un conjunto de ellos. Están en bastante peor estado de conservación, ya que un terremoto destruyó muchos y dañó otros tantos. Sin embargo, a la caída de la tarde resulta espectacular. Contratamos un guía local que nos iba contando con su inglés de indonesia que hay tres templos principales, cada uno destinado a Shiva, Vishnu y Brahma y otros muchos para ofrendas. Las tallas son impresionantes y cuentan una leyenda de un príncipe hindú que ahora lamentablemente no recuerdo. La luz de la caída de la tarde era muy bonita e hicimos multitud de fotos saltando y haciendo el chorra. Sucios como estábamos (mi camiseta de Padel Lobb insistía en quedarse y seguir andando) y cansados, le dijimos al chofer que nos llevara al hotel no sin antes preguntar cuánto nos cobraba por llevarnos a los volcanes que resultó ser una barbaridad que descartamos.

Prambanan al atardecer

El hotel estaba fenómeno, con una piscinita muy decente que catamos nada más llegar, un desayuno local muy rico (mie, nasi goreng y fruta) y unas habitaciones algo peores pero aceptables. Tiene un hermano mayor llamado Duta Gardens que tenía mucha mejor pinta, pero que probablemente costase mucho más caro. Descansamos un rato y salimos a cenar y a informarnos de las excursiones al Bromo y al Kawah Ijen, que las agencias que abarrotaban nuestra calle ofertaban todas. Yogya está llena de holandeses por ser Indonesia una excolonia suya independizada hace bastante poco, al final de la segunda guerra mundial. Entramos en un par de agencias y la que más nos convenció fue una regentada por un local que nos recibió al grito de “¡Que pasa, maricones!” Con una bienvenida de ese tipo…nos tenía ganados. Apalabramos la excursión y nos fuimos a cenar a un sitio con muchos guiris, donde disfrutamos del magnífico servicio Indonesio. Un camarero ultratroller nos tuvo esperando durante hora y pico unos putos sándwiches y al final se equivocó. Mientras que Nova y yo jugabamos al billar, Lucas le vejaba y se quejaba amargamente. Al final pudimos comer algo y nos marchamos al hotel a descansar, que el día había sido muy largo. Al día siguiente, nuestro primer día de relativa calma, que falta nos hacía.

martes, 30 de agosto de 2011

Singapur - Malasia - Indonesia Día 4


25 de Julio: Monos, Budas y l@s amig@s malayos del Dueño

Pues ale, visto que Kuala no iba a ser suficiente para ese día, Villa recordó un Madrileños por el mundo y, comprobando con la guía que merecían la pena, fijamos las Batu Caves como nuestro siguiente destino. El amable recepcionista del hotel (un poco troller por cierto) nos recomendó el monorraíl y el tren para llegar hasta allí, asegurándonos que nos saldría más barato que un taxi. Razón no le faltaba al amigo malayo, pero se le olvidó decirnos que nos iba a llevar tres veces más tiempo, y en uno de estos viajes y a estas alturas de la vida, es preferible ahorrar tiempo que dinero, ya que es un bien mas escaso.
 Madre mía que guarros deben de ser estos malayos
Pero nada, le hicimos caso y cogimos el monorraíl hasta KL Central y luego compramos unos billetes de tren hasta nuestro destino final. En la estación había una especie de mitin político y unos jovenzuelos con banderas malayas daban ambiente patriótico a la cómoda y funcional estación. Metidos en los fresquitos trenes, llegamos en un rato a las cuevas Batu. Estas cuevas son un santuario hindú muy importante para la minoría india malaya, que son cerca del 8% del país. ¿Qué cojones hace tanto hindú aquí? os preguntareis angustiados. Pues los ingleses, que colonizaron estas tierras, los trajeron como mano de obra barata y ya se quedaron. Los hijos de la gran Bretaña, siempre dando por culo allá donde van. En la festividad hindú del nosequé, se reúnen aquí hindúes para parar un puto tren, como bien diría Lucas y se ponen a hacer cosas desagradables como andar sobre ascuas y cosas del estilo. 
La estatua hortera que domina las Batu Caves
Lo primero que nos recibió nada más llegar fue una estatua de un dios hindú de tamaño gigante y con un toque un poco hortera. Aún así, impresionaba por su tamaño. Unas escaleras bien altas, subían hasta las cuevas en sí, y unos simpáticos monos las guardaban, mirándote con ojos de desconfianza si te acercabas mucho a ellos. Los guiris insistían en acercarse mucho a los monos, ignorando que no hay bicho más hijoputa que un mono, sólo en competencia directa con el mosquito que picó a Dueñas en Le Village. Arriba había un par de templos hindúes, pero no eran gran cosa, lo impresionante del lugar es el sitio, la estatua dorada y los pintorescos monos. Una vez abajo, el calor empezaba ya a apretar y nos tomamos un refrigerio en un restaurante indio lleno de indios comiendo con los dedos. Un poco cerdos estos señores, que luego seguro que se limpian con la mano al ir al baño.

Llegamos a la conclusión de que volveríamos en Taxi al centro pero las negociaciones con los taxistas locales no salieron bien, y eso que contábamos con el campeón mundial del regateo y la negociación salvaje, pero se ve que los antivirus son mas sencillos que los viajes en taxi, y nos vimos obligados a volver al tren para ahorrarnos un dinerillo. De vuelta a la estación de tren, ahora si cogimos un taxi con taxímetro, y por una miseria de ringgits malayos, nos dejó en el símbolo de la ciudad, las torres Petronas, que durante mucho tiempo fueron el edificio más alto del mundo y que fue dado a conocer por la película de La Trampa. Foto arriba, foto abajo, y una vuelta por el lujoso centro comercial de debajo, mientras que Dueñas insistía en entrar en una tienda japonesa para comprarse jerseys que según él eran de una lana magnífica. Comprarse un jersey aquí es como comprarse una camiseta de tirantes en noruega en Febrero, pero Dueñas insistía que la calidad textil era tal que sin duda merecería la pena. Obviamente no había ni un jodido jersey en toda la tienda y el ciborg se quedó sin compra.

Las torres son bien chulas y representan el espectacular desarrollo económico de Malasia y su potente industria petrolífera. Parece que la ciudad se ha convertido en un punto central para el turismo musulmán, y ves mucha mujer cubierta de pies a la cabeza acompañada de su maridito en sandalias, pantalón corto y camisa de flores, y con rasgos del golfo pérsico (él, porque ella igual era panchita de ecuador, porque no se la veía nada). En fin, como mola ser musulmán, yo ya me he apuntado para la próxima reencarnación, no me lo pierdo por nada del mundo!

Muy contentos con la experiencia de los taxis de KL, cogimos otro par, para desplazarnos hacia el centro, la plaza Merdeka. Sin embargo estos eran un poco más cabrones y nos llevaron por un sitio atascado y con un taxímetro megatrucado, que gracias al Nova conseguimos parar a tiempo y fijar un precio moderado. La plaza en si era un poco mierder, con tan solo un edificio colonial mezclado con influencia orientales que merecía la pena. Pero en esos momentos no nos importaba a ninguno ni la plaza, ni el edificio colonial ni la madre que los parió a ambos. Sólo nos importaba el sol y el calor. 15:00, 40 grados de temperatura, el sol del ecuador pegándonos en la chepa de lleno, y todos buscando la sombra como agua de mayo. ¿Todos? No, todos no, porque el ciborg caminaba plácidamente por el centro de la calle, sin sudar ni una gota y hasta parecía disfrutar del clima “benigno” de la ciudad. Mientras que los otros 4 maldeciamos el calor inmundo y jurábamos que no viviríamos allí ni aún cobrando una nómina como la de Gomi y Lucas juntas, Dueño estaba encantado y sólo le faltaba el jerseicito que no pudo comprar anteriormente por los hombros para parecer un hombre que disfruta plácidamente de un paseo primaveral. La hostia, como ha avanzado la robótica, dentro de poco los ciborgs dominarán el mundo, eso está claro.

Así que muertos de hambre y calor, vislumbramos un Burguer King donde estuvimos un par de horas disfrutando del magnífico aire acondicionado y de las ricas hamburguesas occidentales mientras que discutían (acaloradamente por supuesto) sobre futbol y yo leía la guía mientras.

Cuando el sol se calmó un poco y la gente de carne y hueso pudo salir a la calle, enfilamos hacia Chinatown, para ver un par de templos que no pudimos ver el día anterior por la noche. Nos volvimos a internar en las callejuelas atestadas de puestos, nos sorprendimos viendo chanclas de Facebook, Youtube y Twitter y Dueñas, que ejercía de guía después de mi fracaso absoluto del día anterior, nos llevo a las puertas de un templo indio donde, tras dejar el calzado fuera, presenciamos una ceremonia hindú. Los templos hindúes molan mucho, y la religión aún mucho más. Tienen un cirio de dioses, aunque en realidad son sólo 3, Brahma, Vishnu y Shiva que se reencarnan en miles de avatares. Los hindúes malayos adoran a Ganesh, que tiene cabeza de elefante y que es el hijo de Shiva y Parvati y da prosperidad en los negocios. Lo único malo  de los templos es que te obligan a dejar los zapatos a la entrada, lo que a la obvia falta de higiene se le suma la incertidumbre de saber si tus zapatos seguirán ahí fuera cuando salgas. Afortunadamente, los malayos son decentes y no es como sería en España, donde hordas de gitanillos, bakalas y demás fauna local te ventilarían los zapatos antes incluso de que te de tiempo a dejarlos en el suelo. En eso tenemos mucho que aprender de los asiáticos, la verdad…
Nova, te tenías que haber comprado unas chanclas de estas
Templo hindú de Kuala

Como este templo nos había gustado, miramos en la guía que había otros dos templos en las cercanías, y nos fuimos en su búsqueda. Nova insistía en subir a una colina coronada por un centro de góspel o algo así, a lo que todos le miramos con cara rara y pasamos de él. Caminando por Chinatown, llegamos a un templo chino que resulto ser bastante mojón. Los chinos tienen una religión un poco extraña en la que adoran a los antepasados, así que había muchas fotos en altares de chinos en blanco y negro rodeadas de puestos donde vendían gofres. Un poco raros estos chinos. Había un libro de visitas, y a Lucas no se le ocurrió otra cosa que honrar a los chinos muertos dejando escrita la tonada que reza así: “Villamor, jamame la poya, Villamor cómeme la poya…” Famoso en el mundo entero te vas a hacer, Jesús. Decepcionados por este último templo, resolvimos volver al barrio del hotel, para pasear por la calle comercial de Kuala, llena de edificios modernos, centros comerciales y demás.

El monorraíl es bastante espectacular, aunque me surge la duda de si es verdaderamente útil tener un medio de transporte por encima de las calles pudiendo tenerlo todo subterráneo. Llama mucho la atención, pero me parece más cómodo y con menos impacto soterrarlo todo, pero bueno igual es que estoy influenciado por el modelo Gallardón. El sistema de transporte público de KL es muy bueno, lo que pasa es que las líneas son independientes y no están integradas en un solo sistema, con lo que hay que comprar un ticket diferente para cada línea, un engorro, vamos.
A cinco paradas de monorraíl, la ciudad cambia de manera radical. Centros comerciales, gentes vestidas a la manera occidental, tiendas de lujo, restaurantes caros…decidimos entrar a un centro comercial y tomar un soplo de vida occidental y nos tomamos una cerveza en un Fridays mientras charlábamos animadamente y descansábamos del calor malayo. De camino Dueñas se cruzó con dos travelos de importante magnitud que le saludaron amistosamente como si le conocieran de toda la vida. ¿Qué nos oculta el misterioso ciborg? ¿Cuántas visitas acumula ya al SE asiático? ¿O quizá conozca a estos dos personajes de internet? Son muchas preguntas que tendrá que responder algún día, aunque el happy ending que seguramente ofertaban estas dos mujerzuelas se orientaba más al medio Oeste norteamericano, ya sabéis, la ruta por Detroit y el estado de Ohio. 
Con coñitas sobre este último episodio y la desconocida afición de Villamor por Batman y su amigo gayer Robin pasamos las horas en un oasis de civilización occidental hasta que salimos de nuevo a la calle, ya de noche para encontrarnos con un concurso de desfiles. Coincidimos con el equipo checo, que nos abrió los ojos y nos desengañamos de las asiáticas: Donde esté una europea, que se quité cualquier otra raza. Mientras que Villa huía de una cucaracha de proporciones épicas, anduvimos un poco más para descubrir la otra parte de la calle comercial. Y ahí la cosa cambiaba, mucho moro, mucho, y mucha sordidez, restaurantes cutres, ofertas de masajes en locales misteriosos, chicas ligeras de ropa ofertando sus servicios. Dueñas estaba en su salsa, pero yo quería salir de ahí lo más rápido posible así que tras un paseo, giramos a la calle del hotel y vislumbramos un restaurante indonesio con buena pinta. A pesar de que al día siguiente llegaríamos a Java, no pudimos aguantarnos y entramos para probar las delicias del país vecino.

Y menos mal que la comida que nos esperaba no sería así, porque fue sin duda la peor cena del viaje. Dueño optó por un trozo de carne calcinada, mientras que Villa y yo gozamos de un trozo de paloma asado. Lucas acertó no pidiendo nada porque aquel garito era vergonzoso. Con el rabo entre las piernas y la amenaza del madrugón al día siguiente, nos retiramos al hotel, ya que el taxi no vendría a recoger a las 4 de la mañana y llevábamos una buena paliza encima.

lunes, 29 de agosto de 2011

Singapur - Malasia - Indonesia Día 3

24 de Julio: Las “joyas” de Malaca y un paseo más bien tonto

Tras un amanecer placentero en nuestro nidito de mierda, nos decidimos a resarcirnos con un buen desayuno, y a admirar las maravillas coloniales de la histórica ciudad de Malaca . Con Pablo cagándose en nuestros muertos y añorando a sus amigos de ICAI que le hubieran llevado al Four Seasons de la ciudad, subimos al fuerte portugués donde estaban las ruinas de una iglesia fundada por los lusos y luego reutilizada por los holandeses. Malaca siempre había sido la ciudad más importante del territorio malayo, ya que está situada en el estrecho de el mismo nombre, que siempre ha sido crucial (y lo sigue siendo, lo que pasa es que ahora en vez de especias y telas se transporta petróleo) para el comercio E-W. Será suficiente con decir que las ruinas eran una puta mierda del tamaño de un Boeing 747 y que el único interés era constatar que los portugalgos se habían ido muy lejos con sus carabelas para que luego llegaran los holandeses y les echaran y que luego a estos último les echaran los ingleses. Así que pasamos al desayuno que, tras un intento fallido, fue bastante satisfactorio y en un sitio en el que se estaba fresquito nos tomamos unos buenos platos que nos ayudaron a mejorar la imagen de la ciudad. El día anterior habíamos comprado ya el billete a Kuala, así que volvimos al hotel, cogimos las maletas y, con un sofocante calor, cogimos unos taxis que nos dejaron en la estación de autobuses desde donde saldríamos hacia la capital. Tras un rato de espera, subimos en otro autobús bastante decente y nos embarcamos en un viaje amenizado por música local a todo volumen hacia el Norte, donde nos esperaba una ciudad en la que muchos tenían muchas esperanzas.

Las "maravillas" coloniales de Malacca
El autobús nos depositó en una estación de autobuses nueva, limpia y con aspecto de eficaz, que nos empezaba a mostrar porque Malasia es considerada uno de los milagros económicos del sureste asiático. Con una industria electrónica y automovilística muy potente, las ingentes reservas de materias primas que esconden sus mares y selvas (petróleo, caucho, madera, minerales…) y la laboriosidad asiática, Malasia es un país avanzado y con un nivel de vida, por ejemplo muy superior a su vecina Indonesia. Es un país curioso este, multiétnico, multicultural, repartido en 2 mitades muy diferentes, con conflictos con todos los vecinos, y sin embargo, ha sabido salir adelante y gozar de unas condiciones de vida mucho más que aceptables. Aún sufre de bolsas de pobreza y las etnias están juntas pero no revueltas, vamos, que no se mezclan nada o casi nada y sigue habiendo leyes discriminatorias hacia los no malayos (chinos e indios) pero vivir, parecen vivir bien. Son musulmanes, pero no integristas, a pesar de que en la costa E de la península hay intentos por implantar la sharia.

La gente, amable con el viajero por norma general, nos indicó como llegar hasta el centro de la manera más sencilla posible, y primero en tren (moderno y con buen aire acondicionado) y luego en el famoso monorail de Kuala, llegamos a la calle donde estaba nuestro hotel, el Ambassador Hotel. Salimos de la estación de monorail y se nos presentó un dilema ancestral: izquierda o derecha. Optamos por la derecha y, entre rascacielos y hoteles occidentales, intentamos preguntar a la poca gente que nos cruzábamos por la calle, que parecían no tener ni puta idea de que les hablábamos. Lo que ocurre es que esta gente no es capaz de decirte: “No tengo ni puta idea de donde está dicho hotel, váyase usted a la mierda” sino que hacen un invent y te indican mal. Tras 30 minutos con un calor del demonio y cargados con las mochilacas, un noble peseto nos dijo que íbamos en la dirección contraria, y que al salir de la estación deberíamos haber optado por la izquierda. Caras de cabreo, desesperación y maldición. Pero bueno, había que llegar de todos modos, con lo que cada uno impuso su propio ritmo, yo eché a casi-correr, Dueño y Nova cogieron su ritmo y Villa y Lucas se quedaron al paso del caracol que tanto les gusta (algún día habría que cronometrar a Villamor recorriendo una distancia media, es algo a estudiar). Efectivamente, tras otro rato andando llegamos al hotel Ambassador, que no tenía nada que ver con sus hermanos de la calle situados en rascacielos, sino que era un hotel pequeñito y muy moruzo, todo lleno de inscripciones en árabe y con una flecha indicando La Meca en cada habitación. El reparto de habitaciones nos obsequió a Lucas y a mí con una habitación sin ventanas (bastante claustrofóbica) y a Villa, Dueño y Nova con una triple bastante grande y con vistas a la calle.

Bien duchaditos, nos dispusimos a comernos una pizza como nuestras cabezas en el Pizza Hut de abajo, y así lo hicimos, aunque Lucas se pidió un Chicken Roll, dando muestras de su exquisito paladar y gusto por la comida. El comité de turismo se reunió alrededor del mapa de Kuala, y planeamos las visitas para ese día. A las Petronas no era posible que subiésemos, ya que el lunes no abrían y sólo teníamos dicho día para acceder. Además, lo que mola es ver las Petronas, y si estás subido en ellas no se ven, así que nos decidimos a que nuestro primer destino fuese la Torre KL, una torre de telecomunicaciones que domina la ciudad, y desde donde esperábamos gozar de una maravillosa perspectiva de la misma.
Monorraíl mediante, llegamos a la parada más cercana a la torre, cuya entrada estaba metida en un parque que hay que rodear. Yo decidí tirar para la derecha, decisión absolutamente incorrecta ya que acabamos rodeando la manzana entera (y allí las manzanas no son precisamente como las del 36…) y tras Villamor dejar claro que no iba a subir al parque – jungla y 25 minutos seguidos de coñas de Lucas acerca de mi orientación, llegamos finalmente a la puerta de entrada a la torre. Afortunadamente había una oficina de cambio y, pagando el sablazo de entrada, subimos al mirador. Nova y yo nos hicimos la primera foto con locales, que te hacen parecer una atracción de feria o la misma Belen Esteban. 
La verdad es que la vista estaba bien, pero si quitabas las Petronas, no valía demasiado. Así que hicimos un buen reportaje fotográfico de las torres de día y de noche (nos cogió justo el atardecer) y bajamos para disfrutar con el plus que venía con la entrada, que era un simulador de Formula 1. Yo pasé de videojuegos, pero los otros 4 probaron suerte en el circo de la Formula 1. Unos con mejor y otros con peor suerte disfrutaron mientras que yo les hacía fotos. 

Las Petronas, símbolo del esplendor malayo
Satisfechos con la primera visita de Kuala, cogimos un taxi de 4 para los 5 en los que probamos los pequeños que son los coches malayos para que nos dejara en el Central Market de Kuala, que está situado al ladito tanto de Little India como de Chinatown. El mercado era bastante organizadito y más que nada había tiendas de souvenirs para turistas así que ya estábamos dispuestos a abandonarlo para ir a disfrutar del ambiente callejero cuando al final de un pasillo, vimos un sitio donde ofertaban el masaje de pies hecho por peces pequeñitos que te comen las pieles muertas. Tras comprobar cuidadosamente que el tamaño de los peces no sobrepasaba lo que dicta el sentido común (su boca no debe ser mayor que tu dedo meñique del pie por razones más que obvias) a Nova le entro el cague de última hora pero Lucas y un servidor nos atrevimos a remojarnos los pies. Lucas no paraba de partirse el culo pero no aguantaba con los pies metidos más de 5 segundos y a mí también me dió bastante repelús y cosquillas, así que bajo la mirada de asco inmundo de Villa y sus comentarios de desprecio, aguantamos 10 minutillos y nos calzamos con una pequeña decepción en el cuerpo. Fresquitos y contentos, enfilamos hacia Chinatown. 
¡Menuda diferencia con la de Singapur! Multitud de gente, de puestos, de mercancía, de olores, de comidas, de guiris (para que negarlo) nos asaltaron en las abarrotadas callejuelas.

El animado Chinatown de KL
Recorrimos la principal de principio a fin con cuidado de no perdernos, y nos sentamos en una terracita a tomar unas cervezas y un 100%plus para el ciborg. Lucas se encaprichó con un reloj (¿¿Hublot?? Nunca he sido bueno para las marcas) y lo consiguió seguro que por un buen precio. Cansados del regateo y sorprendiendo al grupo, Villa y Lucas se dirigieron al Hotel mientras que Dueño, Nova y yo comíamos en un hawker, que es un patio con puestos de comida alrededor, que suponen las mejores opciones para comer por estas latitudes. Recuerdo unos noodles para Dueño, un curry para nova y un pollo thai para mí, que nos gustó bastante y tenía un precio muy barato. Cansados por el duro día, cogimos un taxi que, a pesar del infernal tráfico malayo, nos depositó en nuestro hotel por un mísero precio. 
Hicimos un poco de vida común en la habitación triple, buscando wifi haciendo acrobacias y viendo que podríamos hacer al día siguiente, ya que la ciudad tampoco parecía que fuese a ofrecer mucho más. Me sobé oyendo el dulce rumor de los botones de la Blackberry accionados por mi compañero de cuarto. En la triple, la noche sería movidita, con Dueñas decidiendo no dormir (otra vez) para hacer una cacería de mosquitos, ducharse, trabajar, jugar al bridge o quien sabe que cosas hará cuando el resto de mundo duerme.

domingo, 28 de agosto de 2011

Singapur - Malasia - Indonesia Día 2

23 de Julio: El santuario Poya-Poya y las brochetas felices

Tras amanecer bien descansaditos y con el primer retraso de Villa y Dueñas, bajamos a la calle y desayunamos un bollito salado en una zona de restaurantes de al lado del hotel que nos daría momentos de gloria culinarios en el viaje. Comprobando que iba a hacer un calor asfixiante, nos armamos de valor y nos dirigimos a buscar la estación de tren donde comprar los billetes a Kuala Lumpur, ya que nuestra idea original era viajar esa noche y amanecer en la capital malaya. Creo recordar que Nova sugirió preguntar en el hotel, pero Mr. “preguntar es de débiles” Jaime Tébar optó por mirar en la guía y lanzarse a buscar la estación. Tras un viaje en metro y media horita andando bajo un sol de justicia y una humedad propia de la selva (que es lo que debería haber por estas latitudes, y no una ciudad) encontramos la estación. 
La modernidad de Singapur
Problema: que tenía aspecto de que no había salido un tren de allí en 70 años. Jodida Lonely Planet, no te fíes de los guiris backpackers. Así que, intentando no mirar cara a cara a los problemas, decidimos visitar Chinatown, que pillaba cerca y aplazar la compra del billete de tren hasta cuando se nos pasara el cabreo. Llegando a Chinatown, vimos la típica calle con tenderetes, aunque nos pareció un poco puta mierda, sinceramente, ya que si normalmente lo que se vende en Chinatown es basura, aquí es basura legalizada, con lo que pierde el aura misteriosa que todo barrio chino debería tener. Pero sorprendentemente descubrimos uno de los primeros hits del viaje, el santuario del diente de Buda, o más comúnmente llamado, el santuario del Poya-Poya. A pesar de que, obviamente, ni dios se cree que ahí guarden el diente de Buda (de Nepal a Singapur hay un trecho incluso para el ratoncito Perez asiático), cuando entramos estaban recitando una especie de letanía con la letra Poya-Poya. No sabemos cuánto duraba, porque durante 20 minutos no callaron ni un segundo, ni los monjes ni los feligreses. Dicha letanía ponía muy intranquilo, tanto que yo, que iba fenomenal intestinalmente, me puse súbitamente nervioso y me entraron unas ganas de soltar la tortuga irremediables. El templo estaba lleno de estatuillas de Buda, centenares de ellas, que rodeaban a 6 o 7 monjes que recitaban la letanía sin respirar siquiera. Se ayudaban con una especie de mazo que uno sostenía para marcar el ritmo, y los feligreses les acompañaban como buenamente podían. 
Santuario del diente de Buda o "Poya-Poya"

Después del santuario poya-poya, y empapados de calor, descubrimos un magnífico centro comercial chino con el aire acondicionado a tope y, aunque no conseguimos ningún billete de tren a KL, si nos avisaron de que no había ningún tren y que o bien teníamos que ir a Johor Baru, en Malasia y allí pillar el tren, o bien conformarnos con el autobús. En el hall de la estación de metro, se reunió por primera vez el comité de crisis y se cambiaron los planes del viaje. Iríamos en bus a Kuala pero pasando por Malaca, ciudad que en la guía azul aparecía como una maravilla comparable a Sevilla, Florencia o la mismísima Paris. Afortunadamente la estación de autobuses (o mejor dicho, trecho de calle desde donde salen los buses) estaba al ladito del hotel así que mientras que Nova, Lucas y yo comprábamos los billetes de las 15:30, Dueñas y Villa visitaban al señor Roca del V Hotel.

Con las maletas hechas y el billete a Malaca en el bolsillo, cogimos un autobús muy decente, que, tras dos paradas en las fronteras, nos depositó suavemente en la ciudad histórica de Malaca, donde nos esperaban grandes aventuras.

Nada más llegar nos asaltaron dos lugareños con fotos de sus guest houses. Un negro (¿negro en malasia? Sonaba mal desde el principio, cierto) y un local de edad avanzada. Ambos folletos parecían de similar calidad, pero Lucas se mostró más decidido por el negrito, ya que anunciaba que había muy buen rollito en su albergue. (hay que huir del buen rollito, eso está claro). Tras deambular por el centro comercial de la estación de buses y desacalorarnos un rato, nos decidimos y contratamos 2 habitaciones con baño compartido por el módico precio de 2€ por persona. Con un par de taxis malayos nos desplazamos al alojamiento situado en un 2º y 3er piso de un bloque donde había que quitarse los zapatos para entrar, cosa que a Villamor le encantó. Nuestras habitaciones eran como un horno pero contaban con un ventilador oscilante que hizo que la noche fuese dividida en periodo de 2 segundos: 2 segundos de calor infernal seguidos de 2 segundos de viento huracanado. Lucas, que se sentía culpable por tan acertada elección, durmió en un colchón en el suelo entre mi cama y la de Villamor mientras que Dueño y Nova se alojaban en la suite nupcial con agujeros en el techo. El baño era tema aparte, ya que era el mítico baño all in one, donde uno puede truñar, ducharse y lavarse las manos a la vez. Ducharse sin chanclas en ese baño suponía perder la pierna por debajo de la rodilla así que pocos fueron los que se atrevieron con la ducha, sabiendo que al día siguiente había hotel bueno (más o menos) en KL.

Así que salimos a dar una vuelta mientras Dueño se cagaba en nuestra madre por pagar sólo 2€ y pretender que el hotel estuviera bien mientras que Nova y yo hacíamos un elogio de la aventura y las experiencias vividas para intentar olvidar la pocilga en la que íbamos a dormir. Quien no se consuela….

El calor asfixiante había bajado tras caer el sol así que nos dispusimos a buscar un famoso sitio para cenar que marcaba la guía azul. La ciudad era agradable, con un río con un paseo y barquitas en él y mucho turismo interior malayo. Cuatro edificios coloniales de puta mierda (si no conoces la América española o portuguesa igual son curiosos, pero habiendo estado en La Habana, Salvador o Cuzco esto no vale ni para cagar sobre ellos) tienen la culpa de que Malaca sea bautizada la ciudad colonial de Malasia. Encontramos el restaurante “Capitol” pero había cola para entrar, así que entramos en su primo hermano, que estaba al lado y había hueco, para encontrarnos con el segundo hit del viaje: El restaurante brochetero de las caritas felices. Nos convertimos automáticamente en la atracción del local por ser los únicos occidentales y nos sentamos en una mesa con dos agujeros donde colocaron dos calderos con una salsa marrón con grumos calentados por unos fuegos debajo. Os podéis imaginar que si al calor ambiente le añades fuego cerca de las piernas, el señor Casanova (y el resto también menos el ciborg, que empezó a forjar allí su leyenda) era agua pura y dura. La cosa consistía en que tú te levantabas y elegías unas brochetas que había en un mostrador, para luego meterlas en la salsa caliente mientras que se hacían. Como una fondie de brochetas, para hacernos una idea. Luego te contaban los palos de las brochetas (o satay, en malayo) y te cobraban. Como un bar de pinchos de San Sebastián, para hacernos una idea. Bueno, pues ni una cosa ni la otra, lo que era, era un mojón de proporciones épicas, pero eso sí, típico 100%. Las brochetas iban desde hojas de verdura a lonchas de salchichón, pasando por bolas de carne, pescado, gambas y, por supuesto, estrellas con caritas hechas de pescado. Partiéndonos el culo por lo malo que estaba aquello (lo mejor eran las setas y las gambas) pasamos un gran rato haciéndonos fotos con las caritas de pescado y demás exquisiteces mientras que Lucas vomitaba dos trozos del asqueroso tofú. Por lo menos nos lo pasamos de puta madre y tenían cerveza Tiger bien fría. 
Observad las joyas gastronómicas: caras, salami, bolas inidentificables...

Después de pagar un precio irrisorio por tal puta mierda (relación calidad precio altísima porque ambas cosas estaban a la altura del betún), nos dimos una vuelta por el Chinatown muy animado y lleno de chinos para desembocar tomando un refresco en la zona musulmana, con mucho velo y mucho niqab, donde comenzamos a vivir la maravilla que es que te toque ser de religión musulmana. Con una acalorada discusión sobre lunas de mieles y viajes, nos dirigimos hacia Le Village, que así se llamaba nuestro resort. Partiéndonos el culo y con toda la protección anti mosquitos posible, nos dormimos (unos más que otros, ya que mientras Lucas y yo dormíamos decentemente bien, Villa y Nova lo hacían intermitentemente, y el ciborg, al que parecieron no gustarle los enchufes del garito, no pego ojo en toda la noche). Así concluyó un día que dio para mucho.

sábado, 27 de agosto de 2011

Singapur - Malasia - Indonesia Día 1

22 de Julio: Llegada a la ciudad de las multas

Llegamos a Singapur entrada ya la tarde, que aquí se traduce en entrada ya la noche ya que en todos estos países tiene la mala costumbre de anochecer a las 18:00 más o menos, con lo que a las 20:00 los ingleses colonos llevan ya un par de horitas bebiendo. En el aeropuerto, tras 24 horas de viaje ininterrumpido sólo amenizado por la bendita tablet de Qatar Airways, estábamos muertos, así que despreciamos el fenomenal metro de Singapur y cogimos un taxi, no sin que Lucas se acojonase por la fama de la ciudad y se fuese a fumar a un smoking point al aire libre antes.


El taxi nos depositó en el V hotel en Lavender Street y el hall estaba lleno de chinos tal y como sería norma habitual en este hotelazo (de grande, no de bueno). Tras comprobar que las habitaciones eran tamaño ser humano de raza china nos dispusimos a dar una vuelta por la ciudad, una vez repartidos en las dos habitaciones: Villa y Dueño y el trió de basket en la triple. Cogimos el metro, con la mierda de billetes sencillos que había que comprar, y llegamos a Raffles Place, que no es donde está el Hotel Raffles, sino que es el primer centro financiero de la ciudad. Nos acercamos hasta el rio y cenamos en un restaurante tradicional escocés que por toda esa zona se estila mucho.

En un principio acojonados por la lista de multas y prohibiciones aún mayor que la de la piscina de Retiro 2, poco a poco nos fuimos dando cuenta de que no era para tanto, y de que se podía fumar tranquilamente en la calle y cruzar al modo madrileño las calles sin que te pegaran varazos. Lo de la homosexualidad no lo probamos, a pesar de que Villa y Lucas tenían gestos cariñosos. A la orilla del río Singapur, dimos una vuelta viendo los restaurantes llenos de anglosajones bebiendo cerveza y paseamos entre rascacielos iluminados hasta llegar a la estatua del león - pez símbolo de Singapur.

El león con cola de pez, símbolo de Singapur
La ciudad de Singapur fue fundada en un principio por un príncipe hindú de la vecina isla de Sumatra que un día, navegando plácidamente por los mares cercano creyó divisar un león en una isla (Singapura significa ciudad de los leones en sánscrito) . Luego se ha demostrado que fué un invent, porque nunca hubo leones por la zona, si eso sería un tigre pero el caso es que el tipo lo consideró un buen presagio y fundo una población, que serían cuatro casas mal puestas hasta que los británicos se dieron cuenta de la extraordinaria posición geoestratégica de la isla y se la compraron al sultán que la tenía en aquel momento. Y de aquellos polvos estos lodos. Ojo tenían un rato los ingleses, las cosas como son.

Hicimos unas fotos con el impresionante skyline de la ciudad presidido por el Marina Bay y cogimos 2 taxis para volver al hotel en la puerta de una discoteca abarrotada de jovenzuelos singapurenses. Estábamos muertos y queríamos mantener el jet-lag a raya, con lo que tras una bien merecida ducha nos fuimos a sobar. Lucas y Nova tuvieron que lidiar con un bote de gel roto durante el viaje que manchó la ropa de Lucas y le impidió ir tan ideal como él quería en los sucesivos días.