martes, 28 de agosto de 2012

Transrrauláica 2012 Día 6 Del Puente de San Jaime al Refugio de La Renclusa

Día de “teórico” descanso que resulto no ser tal. Alegremente, desde nuestro sofá de Madrid habíamos pensado que lo de coger un bus que nos subiese a La Besurta estaba feo y que qué mejor plan para un día de descanso que cubrir la distancia que hay desde Benasque hasta La Renclusa a patita. No quisimos fijarnos en que había casi unos 1000 metros de desnivel positivo y que a eso en mi pueblo no le llaman descanso. Asi que nos pasamos por el forro el día de descanso pre-Aneto y después de desayunar en el bar del camping volvimos a hacer la dichosa mochila dispuestos a recorrer de abajo a arriba el valle más oriental del pirineo aragonés (bueno, el de Barrabés está más al E, pero es compartido con Cataluña).

Durante los primeros kilómetros seguíamos aún el GR-11, y el camino estaba bien marcado y era cómodo, subiendo moderadamente a la vera de un embalse. En el nacimiento del valle de Vallibierna tuvimos que abandonar nuestro amado GR-11 que nos había guiado tan bien durante los últimos 3 días. ¡Volveremos! – nos dijimos. Llegamos al plan de Senarta, zona donde aparentemente se podía acampar libremente, lo atravesamos y seguimos nuestro agradable camino a buen ritmo. La jaqueca había desaparecido así como el cansancio, con lo que el ritmo era alto y el ánimo – por ahora – elevado.

El mapa marcaba que el camino pasaba al lado de los Baños de Benasque, y la recepcionista del camping nos había aconsejado abandonar en ese punto la pista y coger una senda que subía en un principio pero que iba a dar más tarde a los llanos del Hospital, el último punto que pueden alcanzar los coches particulares (los autobuses suben hasta la Besurta). Así que, obedientes que somos, al divisar los baños a mano derecha arriba, buscamos y encontramos (con dificultad, ojo, que la senda nace nada más pasar un puente, está marcada un poco mal y sube por una pedrera por la que no piensas que va a subir con lo que a nosotros nos costó encontrarla) el camino que, efectivamente subía como un condenado ladera arriba buscando la silueta un poco fantasmagórica de los Baños de Benasque.

A mitad de ladera la senda desemboca en una pista asfaltada que, mediante unas curvas te deja en los Baños, un edificio abandonado y terriblemente feo que desentona sobremanera con la belleza del lugar donde se enclava. Ya has llegado a los Baños, pero el camino sigue subiendo sin mucha pausa por una estrecha senda que corre paralela al valle pero unos cientos de metros arriba. Blasfemando y con el ánimo desplomándose al ver que nuestro teórico día de descanso se iba al garete, continuamos la marcha sorprendiéndonos y maldiciendo cada vez que al girar una curva veíamos que el camino no llaneaba. (Nota al margen: estábamos bastante hartos ese día, pero pensándolo en frío, la senda es muy bonita y merece mucho la pena cogerla en vez de ir por el fondo del valle). Nos encontramos con un simpático árbol curvo que parecía hecho aposta para tumbarse y lo aprovechamos como todo hombre cabal haría: tumbándonos a la bartola mientras que comíamos algo y echábamos un trago.

Resting in the trees
De vuelta al camino, éste por fin decidió bajar y, entre coña y coña llegamos a la pista asfaltada que desemboca en los llanos del Hospital. Atravesamos la barrera y proseguimos la ruta hacía el N, por una cómoda ruta que asciendo muy tendidamente y que nos traía grandes recuerdos. Dos años atrás, un nutrido grupo de intrépidos montañeros llegaban a estas latitudes con noche cerrada y una cortina de agua cayendo del cielo. La llamada “expedición Aneto Fail” no pudo coronar su objetivo debido a la nevada de Septiembre, y al bajar de nuevo a Benasque uno de los coches de apoyo, incomprensiblemente embarrancó en un llano. Tuvieron que venir la Guardia Civil, Parques Nacionales y los Bomberos para sacar al pequeño utilitario pero al final todo salió bien y pudimos llegar a Benasque.

Las Maladetas
Recordando estas historias hicimos el camino en un santiamén hasta la Besurta, y en el chiringuito nos tomamos unas cervezas y unos bocadillos que preparamos nosotros mismos. Hay que ver cómo cambian los sitios de noche y es que, lo que años atrás nos pareció un escenario apocalíptico, hoy nos recibía al menos con luz y sin lluvia (por ahora). Tras confirmar los horarios del bus para el día siguiente, comenzamos a recorrer el camino que, en media horita nos dejaría en La Renclusa.

Y entonces, a los 10 minutos de empezar a subir y cuando ya no tenía sentido volver, empezó a caer la tormenta del siglo sobre nuestras cabezas. Para mas INRI un rebaño de vacas buscaba cobijo cruzando nuestro camino y tuvimos que aminorar la marcha. Una vez superado el obstáculo, casi corrimos hasta el Refugio pero nada nos evitó empaparnos hasta los huesos.

El Refugio de La Renclusa es magnífico, casi un hotel en medio del macizo más alto del Pirineo. La última vez que vinimos no estaba reformado, pero ahora las habitaciones son nuevas y los baños impolutos. Un gran trabajo el que se ha llevado a cabo aquí respetando a la vez la naturaleza. Nos registramos, sacamos la ropa húmeda de la mochila para secarla y nos pegamos una ducha de agua caliente de las que hacen época. El resto de la tarde lo dedicamos a charlar con la gente que venía de la cima y a leer revistas de montaña. Sorpresivamente aparecieron por allí los griegos y el canadiense, y Giorgios “The Rock” nos contó que había subido el Posets desde Viadós, salvando los casi 1800 metros de desnivel, y que luego había bajado a Estós, donde habían dormido la noche pasada. Vaya máquina estaba hecho el griego.

La cena fue espléndida, con una sopa de cocido, ensalada y una carne con puré de patatas riquísima, que degustamos al lado de un grupo de mega-jubilados alemanes, una pareja de valencianos y un padre y una hija catalanes. Después de charlar un rato más y decidir la hora de salida para el día siguiente (cinco y algo, creo recordar) nos fuimos a sobar, nerviosos porque el día siguiente era el día culminante de nuestra ruta Transrrauláica.
 
Y al día siguiente... ¡para allá que iríamos!

Transrrauláica 2012 Día 5 Del Refugio de Viadós al Puente de San Jaime

Tras una noche sorprendentemente plácida para lo que veníamos temiendo (benditos tapones, accesorio número 1 del montañero con sueño difícil) nos levantamos y bajamos a desayunar al comedor, otra vez con nuestros amigos de Cabra y los madrileños. Croissant para arriba, magdalena para abajo, zumito de bote y colacao nos bastaron para coger algo de fuerzas y comenzar la quinta etapa, que nos dejaría a través del collado de Estós en el valle de Benasque. A priori un día no muy complicado que, por casualidades de la vida, se me hizo eterno.

Valle de Chistau
Nos despedimos de nuestros efímeros compañeros y enfilamos el solitario y precioso valle, siempre bajo el majestuoso Posets, al que rodearíamos por el Norte. El camino discurría unos cientos de metros por encima del cauce del arroyo, entre prados verdes y cimas rocosas. El sol, huidizo en estas primeras horas, jugando al escondite detrás de la montaña, no molestaba de momento y nos permitía caminar a buen ritmo por un terreno que subía cómodamente buscando el por ahora invisible collado.

El arroyo discurre encajonado por debajo de la senda
Cuando acumulábamos hora y pico de marcha, el sol empezó a golpearnos y la pendiente a crecer y, como no hay dos sin tres, algo en mi tripa decidió que no le molaba donde estaba y comenzó a causar problemas. Concentrado como estaba en otras partes de mi cuerpo, metí el pie entero hasta más arriba de la bota en un charco de barro asqueroso, culminando cinco minutos de escándalo. El consecuente cabreo inútil no sirvió para nada y tuve que subir montaña arriba bajo la amenaza de más barro.

Subsanado el problema de la tripa, reemprendimos la marcha cuesta arriba ya con el collado de Estós en nuestro punto de mira. Sin embargo iba muy flojo de fuerzas, algo me había sentado mal y la subida me costaba una barbaridad. Bebí agua con sales y pastillas potabilizadoras y poco a poco fui ganando metros, apoyado por el incansable Antoñito. Tras numerosas paradas conseguí llegar al collado, agotado y desanimado, pero siendo consciente de que sin duda había superado la parte más dura de la etapa. A partir de ahora, bajada hasta el valle.

Valle de Estós desde el collado
El comienzo del descenso tenía una fuerte pendiente y el paisaje era rocoso y adusto, con pocos tramos para el disfrute del entorno. Recuperándome por momentos, aceleramos el ritmo por la senda que serpenteaba hasta alcanzar el nacimiento de un arroyo, embrión del rio Estós. Cuando el agua ya corría clara rellenamos nuestras cantimploras y nos acercamos a una preciosa cascada que se intuía en la margen izquierda. Con mucha energía y ayudados por el verdor del valle pusimos la quinta marcha y, ya sin parar llegamos hasta el refugio de Estós, enclavado en la ladera izquierda del valle del mismo nombre.

Gayer y cascada / Cascada y gayer
Como ya no nos quedaba mucho camino por recorrer y aún no habíamos probado bocado nos lo tomamos con mucha calma y, unos con una cerveza y otros con un aquarius, nos encalomamos un bocadillo de queso manchego cojonudo, aprovechando el pan de hogaza que nos habían vendido en el refugio de Viadós. Las instalaciones comunes del refugio estaban bien, al menos el comedor y una fantástica terraza al sol en la que disfrutamos nuestra comida. Más tarde hablaríamos con unos chicos que se quejaron de la cena y las habitaciones del refugio pero nosotros no los llegamos a catar. Dejamos pasar casi una horita tostándonos al solecito y recuperando las fuerzas perdidas.

Vista del macizo del Posets desde el refugio de Estós
El valle de Estós es precioso, verde y lleno de vida y agua, y la caminata hasta el refugio desde el parking merece mucho la pena y es apta para todos los públicos. El camino está bien acondicionado, es entretenido y durante mucho tiempo discurre a la sombra de grandes árboles. Con este panorama bajamos disfrutando de cada paso, desviándonos a una gran cascada a mitad de camino, evitando un grupo de caballos e incluso recogiendo objetos perdidos por el camino. Sólo al final la senda muta en pista asfaltada, ya a la vera de una pequeño embalse y el camino se hace más tedioso, coincidiendo además con un mayor cansancio.

Llegamos por fin al valle de Benasque, donde transcurrirían las dos últimas etapas. El camping Ixeia parecía abandonado, así que seguimos unos metros más hasta llegar al Camping Aneto, donde nos registramos y montamos la tienda en una zona de césped un poco ramplón. Para nuestra alegría (más bien la mía), el camping contaba con lavadoras que me permitieron no garrapiñar calcetines usados ni camisetas en los dos últimos días y un completo bar donde nada más llegar nos tomamos un helado que nos sentó de vicio.

Descansamos un buen rato mientras la ropa se lavaba y, justo cuando acababa la secadora una preciosa jaqueca me atacó con todo su cariño. El resto de la tarde noche no pude aprovecharla mucho pero si nos dio para comprar algo de comida para el día siguiente y cenarnos un buen plato combinado al fresquito de la tarde-noche. Con bastantes dudas acerca de si podría culminar la ruta en el Aneto debido a la debilidad del día y a la jaqueca que tenía encima me metí en la tienda rezando para descansar bien y poder disfrutar al día siguiente.
 
Datos Prácticos
Tiempo empleado: 7 horas más o menos con descansos

Desnivel: +850 m

Dificultad: Fácil, únicamente superar el desnivel positivo.

Alojamiento: Camping Aneto. Bien, muy completo, con bar/restaurante, lavadoras, baños limpios.... Agua: Al principio hay algún arroyo pero luego, desde antes del collado hasta ue desciendes un buen rato es bastante seco. En el refugio de Estós puedes comprar bebidas y repostar agua.
 

Transrrauláica 2012 Día 4 De Parzán al Refugio de Viadós

Nos despertamos en un colchón por primera vez en cuatro días y bajamos a desayunar al comedor. Sin duda fue el mejor desayuno de todo el viaje, con tostadas, mermelada, bollos, zumo y café. Todo un detalle por parte del Hostal para que nos enfrentaramos a un duro día con buena distancia y buen desnivel. Tras una parada en el supermercado de enfrente para comprar pan cogimos la carretera de Francia, por la que discurre el GR-11 durante un par de kilómetros.

La etapa de hoy nos llevaría del valle de Bielsa hasta el de Chistau a través de la collada del mismo nombre y el Ibon de Urdiceto. El desnivel era grande, más de 1200 metros pero gran parte de ellos se salvaban por una pista forestal. Esto, si bien resultaba aburrido, lo hacía más fácil. Después de un puente sobre el río Barrosa la senda giraba hacia el E (derecha) y se incorporaba a la ya citada pista forestal. Imprimimos un ritmo alto y nos fuimos adentrando en el valle por medio de una pendiente constante y moderada, que hacía cómodo el caminar y permitía echar la vista atrás de vez en cuando para admirar la frondosidad y verdor del valle. Decidimos parar cada hora a beber agua y así el ascenso hacia el collado se nos hizo mucho más llevadero. El sol brillaba en el cielo y subía cada vez más, amenazando con un día de altas temperaturas y sudores.
Central hidroeléctrica de Ordiceto
A la hora y pico vislumbramos por primera vez la central hidroeléctrica de Ordiceto, que aprovechaba las aguas del ibón del mismo nombre para mover su maquinaria y generar electricidad. Es impresionante pensar el proceso de construcción de este edificio en este lugar tan recóndito, aunque la pista es ancha y permitía el acceso de algún camión de tamaño mediano. El lago artificial de la central (que no el ibon) mostraba sus tranquilas y turquesas aguas invitando al baño. Este segundo día de GR-11 nos encontramos a más caminantes, entre ellos algunos que nos acompañarían ya hasta el final de nuestra ruta. Los primeros en aparecer fueron una pareja de daneses que venían desde el Atlántico y que, con muestras de que no era la primera vez que hacían una ruta de este calibre, marchaban a buen paso hacia el Mediterraneo.

La pista se transmutaba en una senda pedregosa para salvar los últimos metros de desnivel hasta el collado, metros que se hicieron cansados pero que recorrimos con presteza animados por la cercanía del cambio de valle. Por fin arriba, nos desviamos unos metros para alcanzar el ibón de Urdiceto, precedido por un hermano pequeño, que, extenso y a gran altura, más parece un lago lunar que un lago de montaña. A la sombra de unas rocas y protegidos del viento comimos un bocadillo y descansamos un rato ante la laaarga bajada que nos esperaba.

Ibón de Urdiceto
De vuelta al camino apareció uno de los personajes del viaje. Acompañado de su pareja Amalia y de un simpático canadiense (Tim? Rob? No me acuerdo) y disimulando su fortaleza se nos presentó Giorgios, también llamado en su Atenas natal “The Rock”. Menudo, sin pelo y con barba de varios días caminaba sin apenas esfuerzo pero con una abrumadora seguridad por la montaña y armado de sus bastones, su sombrero y su gps hacía frente a los desniveles y pedreras sin prisa pero sin pausa. Un referente este Giorgios. La pareja helena había comenzado su andadura en el país vasco francés y se habían encontrado al canadiense, que se les había unido sin dudarlo. Estaban recorriendo la HRP (Alta ruta pirenaica) y aprovechaban para subir a los 3000 que les llamaban la atención. Nos preguntaron por una pulserita que llevaba Antonio al tobillo y seguimos nuestra marcha dejándolos atrás.

El camino en principio debería discurrir en descenso, pero al menos el primer kilometro llaneaba e incluso ascendía moderadamente. Tras unos minutos de esta dinámica por fin descendía decididamente por un terreno salvaje y deshabitado por completo. El paisaje de pastos de montaña dejaba paso lentamente a los pinos y a los pequeños arboles acostumbrados a estas alturas y a su clima. Un torrente de montaña descendía dividido en multiples brazos que se juntaban más abajo, cerca de un puente de madera que suponía un maravilloso escenario a una zona de pozas donde paramos a descansar. Hicimos unas fotos en el sitio, que realmente era bucólico, mientras que remojábamos los pies en la fría agua y aguantábamos y evitábamos a los molestos tábanos.

Paisaje del valle  de Gistaín
Tras unos minutos de relax, reemprendimos la marcha por un bosque de pinos donde nos volvimos a encontrar al grupo greco-canadiense, que nos había pasado durante nuestro descanso. El camino no tenía pérdida y seguimos avanzando hacia el fondo del valle de Gistaín, adonde llegamos sin más problemas para girar en dirección norte por una pista, aburrida y polvorienta donde aceleramos la marcha sintiendo ya próxima nuestra meta del día. Pasamos por delante de un campamento de verano lleno de niños para encontrarnos delante de la desviación que dirigía a las granjas de Viadós, donde está situado el refugio del mismo nombre. Eramos conscientes de que la etapa concluía con una cuesta arriba, pero después de andar durante unas horas, la dura pendiente se hizo eterna. Por fin, llegamos al refugio, aproximadamente a eso de las 5 de la tarde, donde reposamos mientras los guardas comían.

El entorno del refugio de Viadós es simplemente espectacular, con unas vistas del macizo del Posets sobrecogedoras. La Tuca Llardana, punto culminante del macizo, sobresale en el centro de una pirámide de roca gris, limitada por debajo por lomas de pinos. Desde aquí, la montaña tiene una imagen imponente, himaláyica, me atrevería a decir (salvando las distancias), que invitaba a gastar aquí las horas que quedaban hasta la cena con un buen libro en la mano y echando regulares miradas al panorama que se nos presentaba. Unas granjas no sé si en desuso se desparraman por la zona baja del valle, dando un aspecto suizo al paraje.

Macizo del Posets desde el refugio de Viadós
Una vez hecho el registro en el refugio, nos pegamos una ducha (de pago, hay que ser cutres) y descansamos hasta la hora de la cena, leyendo y mirando los mapas de la zona. Disfrutamos de una muy buena cena compuesta de sopa de cocido, menestra y guiso de cordero en compañía de un grupo de Córdoba y uno de Madrid, con quién compartimos rutas por nuestro Guadarrama. Tras un rato de tertulia nos subimos a la habitación, donde, aún con un poco de calor dormimos decentemente bien hasta que la luz nos despertó.

Datos Prácticos
Tiempo empleado: 8 horas más o menos con descansos

Desnivel: +1200 m

Dificultad: Fácil, únicamente superar el desnivel positivo.

Alojamiento: Refugio de Viadós. Bastante bien. Cobran la ducha, un poco cutre. Cena buena y desayuno normal. Agua:Numerosos arroyos tanto en la subida como en la bajada.

martes, 7 de agosto de 2012

Transrrauláica 2012 Día 3 De Pineta a Parzán

El día amaneció fresco pero agradable, con una luminosidad que hacía prever un buen día de montaña entre cielo azul, prados verdes y blancos neveros. Habíamos dormido generosamente aún estando en el duro suelo del camping, pero es que el día anterior habíamos tenido un buen tute y nuestros cuerpos nos lo pedían. El rocio mañanero había empapado tienda, botas y todo lo que estuviese fuera, así que mientras que esperábamos que el sol hiciese su trabajo nos fuimos a desayunar al bar del camping unas magdalenas y un colacao. De vuelta, y con toda la calma del mundo, recogimos la tienda e hicimos las mochilas, en el ya conocido ritual de las mañanas.

La jornada era obviamente más tranquila que la del día anterior, pero eso no significaba corta ni llana. Otros mil metros de desnivel y unas 7 horas de duración planeada. Y además contábamos con una dificultad añadida y era que estábamos a 5 o 6 kilómetros del punto de comienzo de la etapa, y nos apetecía bastante poco andarlos, y encima por asfalto. Compramos una barra de pan en el supermercado y sacamos el dedo mágico del autostop. Aproximadamente a los 3 segundos un coche blanco paró en el arcén de la carretera. Dos simpáticas mujeres de Madrid se habían apiadado de nosotros y nuestras mochilas y se ofrecían amablemente a acercarnos hasta la pradera de Pineta. Muchas gracias desde aquí hacia ellas, que nos ahorraron un coñazo de camino.

Tras despedirnos de nuestras benefactoras, cogimos la senda a la altura de una ermita cerca del parador para descubrir un precioso camino que ascendia infernalmente por en medio del bosque. Sin tregua, sin pausa y sin rellano, las marcas blancas y rojas que nos acompañarían durante tres días marcaban un sendero casi vertical que, apoyándose en raíces y piedras ganaba altura de manera vertiginosa. Para mas INRI, el bosque no permitía que corriese el aire y la humedad era más alta que lo normal, con lo que la sudada fue de órdago. Cada uno a su ritmo e intentando no deshidratarnos, logramos llegar al fin del bosque para coger una pista que por lo menos hacía alguna ese más y en la que el aire se movía algo.
Llanos de Lalarri
Tras 15 minutos de pista llegamos a los archi conocidos llanos de LaLarri, mirador privilegiado del macizo del Monte Perdido, su glaciar y el valle de Pineta. Las vacas pastaban tranquilamente, un campamento escolar reposaba al lado de una cabaña de ganado y el sol lucía limpio en el cielo. La estampa era preciosa, con el verde de los prados enmarcando el gris de la roca y el blanco de los neveros mientras que el azul reinaba en lo alto. Sin embargo, sólo un factor venía a perturbar esta paz, y era nuestra mongolidad, que con las prisas nos había hecho olvidar llenar las cantimploras de agua. Por ahora la situación no era preocupante, pero nos tomamos unas piezas de fruta para meter algo de líquido al cuerpo.

La senda ascendía rodeando la cabaña y volvía a internarse en el bosque, girando de nuevo para, tras un rodeo coger la ladera del valle de Pineta a una considerable altura. Este fue el único punto donde las marcas del GR-11 no estaban claras y nos perdimos durante unos segundos, pero rápidamente volvimos a coger el camino con el buen rumbo. Salimos del bosque y llegamos a la zona de prados tras subir una dura rampa. Se veía en lontananza el refugio de la Estiba y lo que parecía ser una fuente con abrevadero. Apretamos el paso debido a nuestra boca seca y en un rato llegamos a la fuente donde descansaba otro grupo de chavales con sus monitores.

Bebimos a placer mientras charlábamos con el grupo, que venía de un colegio de Madrid y llevaba unos días de travesía por el monte cargando buenas mochilas. Le echamos un par de pastillas de Isostar al agua, comimos unos frutos secos y descansamos un rato largo, sabiendo que habíamos pasado ya el mayor desnivel de la etapa. Los chavales reanudaron su camino y nosotros, tras echar un último vistazo al macizo del Perdido, subimos hasta un collado que atravesaba una pista forestal. Ante nuestros ojos se abrió la Plana Fonda, especie de mini-valle paralelo al valle de pineta, completamente plano y solitario que en invierno y cubierto de nieve debe ser una delicia. Es un sitio perfecto para vivaquear, rodeado de hierba y con marmotas correteando alrededor. Disfrutamos este tramo cuanto pudimos y giramos a la izquierda para ascender al último collado del día: el collado de la Sobreestiba, que alcanzamos tras una breve cuesta.

La Plana Fonda

Desde arriba, dijimos adiós definitivamente al entorno del Valle de Pineta, con el que nos habíamos deleitado durante las últimas horas. Pese a que la fama se la lleva el valle del rio Arazas, este valle es también espectacular, y marco de muchas de las mejores excursiones que se pueden hacer en Ordesa. Hicimos el mongolo un rato con la cámara de fotos y continuamos la marcha, esta vez cuesta abajo siguiendo el barranco de Pietramula. En un principio el GR-11 descendía rápidamente, por una estrecha y entretenida senda que no te permitía despistarte y que hacía que las rodillas y dedos gordos sufriesen. Sin embargo, tras un rato en este camino se vio al fondo una plana con ganado, unos coches y un grupo de excursionistas, señal inequívoca de que comenzaba la tan temida pista.


Descansando en el collado

Menudo buey/toro/bicho grande

Y asi era, una pista ancha y tediosa llegaba hasta muy arriba, donde había un par de todoterrenos de apoyo aparcados y un nutrido grupo de senderistas. También un riachuelo que bajaba de las alturas, al lado del cual un grupo de vacas, bueyes y caballos pastaba tranquilamente sin ser incordiados ni por los humanos ni por los coches. Sin más dilación, enfilamos la pista cuesta abajo, siendo conscientes de que los bonito de la etapa se había terminado. Al cabo de una media horita nos cruzamos con un grupo de chavales de campamento con muy diversa actitud hacia la marcha: unos caminaban animados y a buen paso, charlando con alegría y otros (especialmente chicas) nos preguntaban qué cuanto quedaba para llegar arriba con evidente cara de cansancio físico pero sobre todo mental. Creo que es un error mandar a un campamento de estos a un hijo tuyo si no le gusta la montaña ya que puede convertirse en una auténtica tortura y llegar a odiar el monte y todo lo que venga con él.

Tras otro rato largo más paramos a comer a la poca sombra que daba una borda de pastores, acondicionada en su interior con unos colchones de paja por si sorprendiese una tormenta o la noche. Dimos buena cuenta de unos bocadillos de “sabroso” pavo y queso y descansamos del criminal sol que golpeaba este precioso valle de Langorrués. Tras el reposo, mas pateo de pista, a buena velocidad pero rezando por una bici de montaña que nos facilitase muuucho lo que quedaba de etapa. De buena charleta llegamos a Chisagües, el primer pueblo que veíamos desde Torla, donde la pista se transformaba en carretera y en donde no creo que viviese mucha gente. Parece ser que el valle que bajábamos albergó minas en el pasado y que mucha de la producción de hierro de Aragón durante la edad media se sacaba de aquí.

Ese pico, al E del valle de Bielsa, creo que se llama Punta Suelza
Desde Chisagües, la carretera bajaba haciendo eses hasta Parzán, el final de la etapa y entre la paliza del día anterior y el asfalto recalentado mis pies empezaron a resentirse en las plantas y los dedos. Sin duda fue la parte más coñazo de la ruta, hartos ya del aburrido alquitrán y deseando llegar al hostal que nos esperaba. Casi al fondo del valle salió un camino que nos ahorro unos metros de asfalto y nos dejó en el pueblo donde encontramos el Hostal Lafuen a pie de la carretera que llevaba a Francia. El pueblo era poca cosa, unas cuantas casas diseminadas alrededor de una iglesia más propia de Cádiz que de Huesca y una pequeña urbanización con tienda y gasolinera que daba servicio a las cercanas estaciones de esquí del otro lado de la frontera. Sin embargo, el hostal estaba bien, y pese a no encontrar nuestra reserva nos alojaron en una doble con vistas a la carretera. Una habitación y un baño funcionales, que nos sobraba para los estándares del viaje. Me curé las ampollas que habían salido y que me molestarían el resto de los días e hicimos un intento muy pobre de lavar la ropa sucia.

Estuvimos un rato en la terraza del hostal leyendo y descansando y luego cruzamos al super de enfrente, hecho exclusivamente para franceses pero que nos solucioó muchas cosas. Tras comprar algo de comida, tiritas y un pack de calcetines (¿Quién se pone a fregar calcetines mugrientos por 2 míseros euros?) nos dirigimos al comedor del hotel donde cenamos copiosamente unas alcachofas y un churrasco aragonés. Tras un rato más de lectura y una conveniente llamada a casa, nos fuimos a sobar en una cama por primera vez en tres días.

Datos Prácticos
Tiempo empleado: 7 horas más o menos con descansos

Desnivel: +1000 m

Dificultad: Fácil, únicamente superar el desnivel positivo.

Alojamiento: Hostal LaFuen. Bastante bien, funcional. Cena buena y desayuno cojonudo, el mejor de toda la ruta. Agua: Fuente en las cercanías del refugio de La Estiba. Luego algún arroyo por ahí.

domingo, 5 de agosto de 2012

Transrrauláica 2012 Día 2 De Goriz a Pineta pasando por el Monte Perdido

El viento golpeaba la tienda con furia, haciendo un ruido ensordecedor que impedía conciliar el sueño. Eran las 05:30 de la mañana de la noche que justo mejor debíamos dormir. La claridad empezaba a aparecer en el cielo y el valle del Arazas se empezaba a intuir bajo la mole pétrea en la que nos encontrábamos. Se oía el rumor de gente que levantaba el campamento y empezaba a andar, y las risas de los holandeses de la tienda de al lado que tampoco podían dormir. Sin embargo, a los 40 minutos más o menos el viento cesó y pudimos conciliar de nuevo el sueño hasta las 07:00, aprovechando un tiempo muy válido para descansar para el día que nos esperaba.

Asi da gusto madrugar

Sin levantar siquiera la tienda nos fuimos a desayunar, donde nos pusimos hasta arriba de magdalenas y croissants y preguntamos sobre la ruta al guarda del refugio. La mayor parte de la gente ya estaba arriba, e incluso subiendo, pero es que muchos debían subir al Perdido y bajar hasta el coche en Torla.

Lo normal es subir y bajar al Perdido por la cara Sur, desde el refugio de Goriz. Sin embargo nosotros, para no tener que volver atrás y avanzar de paso hacia el Este, pretendiamos bajar por la cara opuesta, la N y así bajar al valle de Pineta. Mientras que el camino por la cara Sur es sencillo y relativamente corto, la cara norte del perdido está presidida por un glaciar y un cortado de roca que lo separa de la plana de Marboré. Para mas INRI, una vez en dicha plana, aún se ha de bajar desde el balcón de Pineta al fondo del valle, por una senda cuasi vertical que desciende casi 1800 metros en poca distancia.

Nuestra idea original era subir a la cima y una vez allí, y siempre hacia el SE, bajar al cuello del perdido, rodear el Pico Añisclo por su izquierda, llegar a la Punta de las Olas y coger la Faja de las Olas que nos dejaría, ya en el GR-11 en el collado del Añisclo. Sin embargo, se nos ocurrió preguntar a uno de los guardas del refugio, que nos propuso un camino que, según él sería más corto y, textualmente, 10 veces menos complicado: esta opción suponía bajar del Perdido de nuevo hasta el Ibón Helado, subir al cuello del Cilindro y bajar, vía el glaciar del Perdido directamente hasta la Plana de Marborés.

La complicación venía en que la bajada del glaciar del Perdido a la plana era a través de un gran cortado vertical. Si se iba equipado con cuerdas no había problemas pero no era nuestro caso, con lo que deberíamos buscar una vía avanzando sobre el glaciar siempre hacia la derecha. Allí encontraríamos una sucesión de destrepes de grado IV según el guarda, que dependiendo de nuestro nivel de escalada o pericia en el monte supondrían un quebradero de cabeza o un aliciente para la etapa.

Un pelín acojonados por su explicación recogimos la tienda y los sacos y empezamos a subir por una senda que se empina sin ningún tipo de piedad desde el primer momento. Cada poco tiempo girábamos la cabeza para ver el maravilloso escenario que se nos presentaba, con el valle del Arazas haciéndose más pequeño cada vez. Poco a poco íbamos alcanzando gente, envidiando su livianez por no tener que llevar una pesada mochila a la espalda. Tras una hora y pico se llega al llamado campo de bloques, llamado así por los pedrolos que dejas a los lados y atraviesas un par de pasos equipados con cadenas que no revisten mayor dificultad. Tras un par de horas (o quizás algo más) al subir una gran roca aparece ante ti el Ibón Helado, al cual bajamos y donde descansamos un ratillo

El Ibón Helado y el Cilindro

 Decir que al ser domingo, la ruta de ascenso era bastante una procesión así que no hay perdida posible. Había grupos de chavales que se encordaban para pasar ciertos pasos, pero ni de coña es necesario aunque si comprensible por parte de los monitores que tienen que garantizar su seguridad. Cogimos un poco de aire y dejamos las mochilas en las cercanías del lago, una vez que cogimos todo lo valioso que teníamos en ellas. Iniciamos la subida de la tan temida (en invierno) escupidera. Con nieve y hielo es jodida ya que ante una caída deslizarías hacia el vacío, pero en verano lo único que es es un terrible coñazo, ya que está compuesta de piedras sueltas y cada vez que avanzas 2 metros retrocedes uno. La única receta posible es paciencia y ritmo ya que tiene una buena pendiente

Peña Oroel al fondo

 Cada uno a su paso y aliviados por la descarga del peso de la mochila (aunque un poco preocupados ya que nunca sabes qué tipo de hijoputa patea por el monte y puede robarte algo) logramos llegar al último collado donde la pendiente se suaviza, se abre el panorama hacia el valle de Pineta y ya tienes al alcance de la mano la cima. Tras 5 minutos se alcanza el techo del macizo, con unas vistas impresionantes sobre los valles de Ordesa, Pineta y macizos cercanos. Se ve claramente hasta la peña Oroel, en Jaca. Sin embargo, la incertidumbre de lo que nos íbamos a encontrar en el descenso y el largo camino que nos quedaba por recorrer no nos permitió disfrutar mucho la cima y tras hacer un par de fotos bajamos de nuevo hacia las mochilas

¡Cima!

 Pese a que parecía que la bajada iba a ser aún peor que la subida, la escupidera se hizo bastante más sencilla a la bajada. Las mochilas afortunadamente estaban íntegras así que volvimos al entorno de ibón, donde comimos algo y descansamos unos 15 minutos, mientras veíamos la aparentemente infranqueable pared que nos separaba del cuello del cilindro.

Sin embargo, ésta no era tal y se puede subir fácilmente por su extremo izquierdo, para luego seguir una faja hacia la derecha y volver a subir, esta vez hasta la cima, por otro sencillo paso. Y aquí es donde se vislumbraba la magnitud del problema.

Una bajada muy pronunciada llevaba hasta el glaciar (nevero mejor dicho) donde ya buscaríamos la tan temida destrepada. La primera parte del camino no era problema, pero de repente éste desaparecía y desembocaba en una pendiente de “piedras movedizas” donde, a cualquier movimiento todo tu alrededor se deslizaba contigo. Sin embargo, ahora las piedras eran pequeñas, de manera que te hundías hasta el tobillo en una especie de desprendimiento que te incluía sin tu poder hacer nada. Bajar era horrible, pero nos cruzamos a unos franceses que debían estar pasándolo aún peor de subida.

Por fin alcanzamos los límites del nevero, con el lago de Marboré siempre en la lejanía, y comenzamos la tediosa travesía. No llevábamos crampones, pero no era peligroso ya que aquí el terreno es más llano y lo más que puede ocurrirte es mojarte el pantalón. Caminando siempre hacía nuestra derecha, las vistas del glaciar eran imponentes. Nos acercábamos cada poco tiempo hacia el límite del hielo para ver si hubiese algún paso, pero siempre había una caída vertical importante de unos 30-40 metros que imposibilitaba la bajada. Alternando tramos de roca y nieve continuábamos avanzando hacia la derecha, hasta que no nos quedo otra opción de intentar por fin la bajada

Bajando hacia el balcón de Pineta (El glaciar a la derecha)

 El primer destrepe se mostraba ante nosotros, y no parecía tener excesiva dificultad. Aún con la mochila a la espalda, los apoyos eran claros y pudimos llegar abajo sin ningún problema, salvando los 6-7 metros que medía. Un rellano cortito y estábamos a la entrada del segundo, con una gran grieta vertical a la izquierda. Aquí si que tiramos las mochilas los 8 metros de altura que medía la grieta y comenzamos a descender usando la pared de la izquierda como apoyo vertical, lo cual facilitaba mucho las cosas. Una vez abajo recogimos las mochilas y comprobamos que no nos habíamos cargado nada. Otro rellanito, y por fin el teóricamente último destrepe que iba acompañado por un flujo de agua que lo hacía mas resbaladizo. Quizás fuese este menos vertical que los anteriores, pero la roca estaba en muy mal estado y se deshacía con facilidad al mínimo agarre. La última parte era la más peligrosa, pero la caída ya no era tan grande con lo que llegamos al final sin mayores consecuencias.

Más o menos por ahí bajamos

 Abajo, echamos un vistazo para comprobar que, efectivamente, ese había sido el último destrepe y que solo un breve y sencillo descenso nos separaba del llano de Marboré. Descenso que recorrimos sin más problemas viendo al fondo a un grupo de corzos que descansaban tranquilamente y nos miraban preguntándose quién coño venía a molestarles. No eran los únicos que nos vigilaban en ese momento, pero nosotros no lo sabíamos…

Una vez abajo, y con la adrenalina ya en niveles normales nos sentamos en lo alto de una gran roca para descansar de una vez y tomar el último bocadillo que nos quedaba. Qué tranquilos y satisfechos estábamos pese a saber que aún nos quedaban unas cuantas horas para llegar a nuestro destino. Al sol, nos quitamos las botas y comimos y descansamos con la tranquilidad de la dificultad ya pasada.

Aparentemente el balcón de Pineta estaba al alcance de la mano, pero aún tuvimos que remontar una loma rocosa y atravesar un par de torrentes de montaña que venían del Lago de Marboré y que posteriormente caerían verticalmente formando las cascadas del circo de Pineta. Bastante hartos ya llegamos por fin al Balcón, sin duda uno de los mejores miradores naturales que existen ya no en el Pirineo, sino en todo el país. El valle, verde y largo, se extiende ante la vista sin aparente fin

Un tio espectacularmente guapo (bueno, y el valle de Pineta detrás)
Comenzamos el interminable descenso haciendo zetas para salvar la gran verticalidad, e imprimiendo un fuerte ritmo ya desde el comienzo para conseguir bajar el tiempo de las 3 horas y media que nos habían dicho que se tardaba en bajar. Nos cruzábamos a gente que subía a dormir a las cercanías del lago, y adelantábamos a excursionistas que iban por delante de nosotros visiblemente hastiados de la bajada, que es larga y monótona pese a las magníficas vistas. Las cascadas y arroyos te rodean por todo el valle y las Tres Soroes son testigo mudo de todo lo que ocurre abajo en el valle.

Después de un par de horas de charleta llegamos a una fuente con abrevadero que prometía aliviarnos y donde descansaríamos un rato por primera vez desde arriba. Allí había un grupo de excursionistas que nos cuestionaron si éramos nosotros los que habíamos bajado desde el Perdido esa misma tarde a eso de las 15:00. Resulta que, desde el lago de Marboré nos habían estado siguiendo por medio de unos prismáticos, primero por el glaciar y luego bajando por la brecha. Les habíamos entretenido con nuestra ruta en la sobremesa y nos echamos unas risas con ellos, que eran muy majos. Uno de ellos nos contó que había participado en la primera maratón de Madrid, allá por el año 1975. ¡Qué tío! Aprovechamos su compañía y charla para continuar la ruta con ellos, que viene muy bien de vez en cuando hablar con más gente y el camino se hace más entretenido.

Este tramo continuaba entre bosque hasta la pradera de Pineta, donde nosotros erróneamente creíamos que estaba el camping. Sin embargo, después de preguntar en un campamente de un colegio, nos dijeron que éste quedaba más abajo, en dirección Bielsa, a unos 6 o 7 kilómetros. Abatidos y derrotados como estábamos, esta distancia nos parecía un mundo, y más por una tediosa carretera asfaltada.

Afortunadamente, nuestros nuevos amigos aún estaban por allí y se ofrecieron (tras una merecida cerveza) a acercarnos al camping en sus coches. Gracias de nuevo a ellos, porque nos ahorraron un final de etapa aburrida.

El camping de Pineta está muy bien equipado, y con supermercado, restaurante y unas buenas duchas nos sirvió perfectamente como área de descanso. Cenamos unos platos combinados sin mirar grasas ni colesteroles y nos fuimos a la tienda prontito después de ver un peliculón en la tele del restaurante. Habíamos tenido un gran día, quizás la mejor de las etapas del viaje, pero estábamos realmente cansados después de casi 12 horas de marcha.

Resumen y datos básicos:

Tiempo empleado: 11 horas más o menos con descansos

Desnivel: + 1221 / -2071

Dificultad: Media/Alta. Pasos con cadenas en la subida al Perdido. La escupidera más que peligrosa es un coñazo. La bajada del cuello del Cilindro es complicadilla y para bajar del glaciar hay 3 destrepes difíciles de encontrar y, según tu nivel de maña en la montaña, pueden resultar complicados, y lo peor es que no hay otra alternativa.


Alojamiento: Camping de Pineta. Muy bien. Restaurante, supermercado, duchas limpias. Pero ojo, alejado del final de la etapa.

sábado, 4 de agosto de 2012

Transrrauláica 2012 Día 1 De Bujaruelo a Goriz por la brecha de Roland

Aún con luz llegamos a Torla tras atravesar el puerto de Cotefablo, y preparamos las mochilas para los 7 días. Dejamos definitivamente los crampones y el piolet en el maletero, confiando en no necesitarlos hasta el glaciar del Aneto, donde utilizaríamos los alquilados en La Renclusa. Nos hicimos unas fotos preliminares y santificamos la expedición al gran 7, justo a tiempo para que nos recogiera el taxi que habíamos llamado para llevarnos a Bujaruelo por unos caros (a nuestro parecer) 30 eurípides. La razón primera para coger un taxi era el poder acceder más fácilmente al coche a la vuelta, pero según avanzábamos por la pista me fui dando cuenta de que dejar el coche en Torla había sido también una gran idea por el mal estado de la pista que conduce hacia el norte. Sí que hay gente que se aventura en ella con su coche, pero mi viejuno y dañado A4 no está para estos trotes e hicimos bien en dejarlo en el parking público de Torla.

El valle es estrecho y oscuro, dando un respeto si lo atraviesas con las últimas luces del día. Llegamos al camping (al segundo de ellos, el más alejado de Torla) justo a tiempo para cenar algo rápido antes del cierre de la cocina y planear a la luz del frontal la etapa del día siguiente. Con la ayuda de un camping – gas que nos prestaron (a pesar de que ya habíamos cenado, jejeje) montamos la tienda, para darnos cuenta por primera vez de sus estrecheces y de los juntitos que íbamos a dormir. Pero oye, todo fuese por cargar menos peso. Nos echamos a dormir entre campamentos juveniles e ilusionados por la ruta que empezaría al día siguiente…

La luz nos indicó que había llegado la hora de desmontar el campamento. Yo, al ser la primera noche no había dormido nada bien, todo lo contrario que Ant, que se duerme encima de una piedra. Entre desperezos y bostezos llegamos al bar a tomarnos un desayuno sencillo para luego desmontar la tienda, empaquetarla y rehacer las mochilas

Puente de Bujaruelo

La ruta de hoy nos llevaría en primer lugar hasta el puerto de Bujaruelo, atravesando primero un bosque para, según la altitud aumentara, pasar a los prados de montaña. Atravesamos el bello puente de piedra de Bujaruelo que salva un rio de aguas cristalinas, y cogimos un sendero que remontaba la ladera este del valle a través del ya mencionado bosque. Tras las primeras sudadas en las primeras rampas, dejamos a la izquierda el valle de Otal, escondido y virgen y fuimos contemplando en el fondo del valle el camping y el puente de Bujaruelo

Valle de Otal
Acostumbrados al Guadarrama, estas montañas juegan en otra liga. No es su altura lo que las hace espectaculares, sino su morfología, abrupta, vertical y rocosa, que contrasta con la suavidad y redondez de las montañas de Madrid.

El sol empezaba a elevarse justo cuando nosotros salíamos del bosque, y nos protegimos de sus rayos mientras seguíamos ascendiendo contemplando las primeras marmotas, los omnipresentes córvidos y algún que otro buitre. Tras atravesar una plana, el camino giró al E y el puerto se dejó ver entre las nubes, lo que nos animó a seguir avanzando a buen ritmo por el fondo del valle. Los últimos metros se empinan un poco más para arriba, pero finalmente arribamos al puerto de Bujaruelo o Gavarnie.


El puerto de Bujaruelo aparece entre las nubes
Nos había sorprendido la soledad que llevábamos hasta ahora, siendo Julio y sábado, pero ésta se truncó al llegar arriba, donde un grupo de jóvenes alaveses y otros grupos ponían el bullicio que hasta ahora había faltado. Nos abrigamos, ya que las nubes habían hecho bajar la temperatura, comimos algo de frutos secos y nos hidratamos añadiendo una pastilla de Isostar al agua, invento que creemos que nos ha venido muy bien durante toda la ruta, evitándonos las agujetas y proporcionándonos las sales que nos hacían falta. Igual también simplemente ha sido una flipada y un placebo, pero eso no lo sabremos nunca…

Tras un descanso después de los 800 metros de subida, reemprendimos el camino en dirección E, por una senda que ascendía más tendidamente pero de manera constante ya por territorio francés. El paisaje deja el verde para volverse más áspero y rocoso, con un carácter lunar que nos acompañará todo lo que quedaba de día al ser la altura ya considerable (2273 m en el puerto). Aquí la procesión de gente era mucho mayor, porque una carretera deposita a los franceses casi arriba del puerto, cosa que jode bastante teniendo tú que subir casi 1000 metros. Atravesando cursos de agua y alguna cascada equipada con una cadena que hizo el camino más ameno, empecé a sufrir, debido a que pensaba que el camino llanearía hasta el refugio de Serradets y de de eso nada. Tuvimos que dejar pasar a un grupo que iba como un tiro (¡cómo andan por el monte estos vascos!) en dirección al Taillón. Las nubes que en un principio cubrían todo desde el puerto empezaron a levantar, dejándonos ver el pirineo francés con el Vignemale y su glaciar presidiendo la estampa. Estas son las cosas que te responden a la pregunta que resuena en tu cabeza durante las subidas: ¿y qué cojones haré yo aquí en vez de tirado en la playa?

Panorámica desde Serradets
La altura iba subiendo y se iban viendo algunos neveros y glaciares en la cara norte de la cuerda divisoria. Una última rampa nos dejo a los pies del refugio de Serradets o de la brecha, que alcanzamos en 5 minutos a buen ritmo. Las vistas sobre el circo de Gavarnie eran preciosas, pese a estar las nubes en el fondo del valle, y se intuía la cascada de Gavarnie, que pasa por ser la más alta de Europa. El refugio se sitúa en un sitio inmejorable, al pie de la cuesta que conduce a la brecha de Roland y en lo alto del circo de Gavarnie. No llegamos a entrar pero nos tomamos un montadito de sardinas que nos supo a gloria y estrenamos nuestras pastillas potabilizadoras que resultaron ser una buena compra. Los chavales alaveses traían comida para un regimiento pero iban más preocupados por las copas que se iban a tomar en Torla esa noche que por la subida al Taillón. Eran unos cachondos y nos echamos unas risas oyendo sus conversaciones.

Ahi está ahi está ahi está ahi está...la brecha de Roland!! (matadme, gracias)

Tras un descansito al sol esperando a ver si se iban las nubes sobre el circo, reemprendimos la marcha que subía ya sin pausa hacia la brecha por una loma formada por los depósitos de un glaciar. Tuvimos que atravesar unos neveros sin mayor problema porque la nieve estaba blanda blanda y con mucha huella marcada y casi al final echar mano a la roca en algún paso sin complicaciones. Tras 30 minutos llegamos a la brecha de Roland, que hace de pintoresco paso fronterizo entre España y Francia.

Roland fue el sobrino de Carlomagno, y le acompañó en su campaña al sur de los pirineos para ampliar y asegurar la marca hispánica, allá por el siglo X. Cuando, de vuelta al territorio franco, los vascones les sorprendieron en Roncesvalles, Roland se encontraba en la retaguardia del ejercito que sufrió el ataque y, antes de morir, intentó por todos los medios que los enemigos no se hiciesen con la preciada espada regalada por su tío. Para ello intentó romperla lanzándola contra una roca, roca que sin embargo no aguantó el embiste de la mágica arma y se rompió, dejando una brecha que hoy es la brecha de Roland. Bonita historieta para un paso realmente pintoresco que comunica el Parque nacional de los Pirineos con el de Ordesa y Monte Perdido.

El famoso paso de los sarrios con la cadenita de marras

Desde la brecha se puede bajar directamente hacia el Sur al Collado del Descargador, pero nosotros teníamos intención de atravesar el famoso paso de los Sarrios, que quedaba un poco más al Este, para luego cruzar un terreno más rocoso y escarpado hasta llegar al mismo collado. Así pues cogimos una faja que discurre bajo los riscos en dirección E, hasta llegar al famoso paso, que no es más que un paso con algo más de patio a la derecha y una cadena que sirve para darte seguridad. Con hielo y nieve puede acojonar algo más, pero en pleno verano es un paso entretenido pero nada más. De todos modos viene bien pasar por aquí si se quiere dar un poco más de chicha a la excursión. Pasamos por debajo de la gruta de Casteret y disfrutamos del sol un rato antes de pasar un nevero y un pasito más complicado donde tuvimos que echar mano a la roca quitándonos previamente las mochilas. A partir de ese momento, una senda que descendía constantemente por un terreno lunar y rocoso atravesando el citado collado, el llano de Millaris y la faja Luenga, donde nos comimos otro pequeño bocadillo a eso de las 15:00.

El refugio de Goriz ya se veía en lontananza, pero aún nos quedaba un buen camino bastante aburrido y cansado. El entorno se hacía algo más verde, ya que aquí la altitud algo más baja permite crecer a la hierba e incluso alguna flor. Tras descender otros cuantos metros, llegamos al refugio de Goriz, meta de este primer día, y que más bien parecía un camping desorganizado debido a la masificación que sufre permanentemente este refugio de alta montaña, y aún más un fin de semana de Julio. Reservamos la cena y el desayuno y buscamos un sitio para poner la tienda a una distancia bastante pequeña de unos holandeses pero con unas vistas preciosas de el valle del río Arazas.

Relax en la explanda de Goriz

 A partir de ahí, descanso, ducha (precaria), cena copiosa (lentejas, ensalada, salchichas y yogur), llamada a casa para tranquilizar y charleta con unos holandeses mientras os tomabamos unos chupitejos de hierbas a precio de Cardhu rodeados de vascos y más vascos. A la tienda a eso de las 22:00, donde nos dio tiempo a matar a un familiar cercano de Ela La Araña que nos aguardaba en el techo de nuestra casita. La primera etapa del RG-7 tocaba a su fin, con un éxito total que auguraba una gran semana.

Resumen y datos básicos

Tiempo empleado: 8 horas más o menos con descansos

Desnivel: +1421 m / -387 m

Dificultad: Normal, hay alguna cadena antes de llegar a Serradets y en el paso de los Sarrios. Hay que echar mano bajando del paso de los Sarrios pero se puede evitar dando un pequeño rodeo.

Alojamiento: Tienda en las cercanías de Goriz. Masificado, duchas muy precarias. Cena y desayuno bien.Agua: En los refugios. Desde la Brecha a Goriz poca.

jueves, 2 de agosto de 2012

Transrrauláica 2012 Intro

Tras dar vueltas y más vueltas al plan veraniego del C.A.RA. (Club Alpino Raulista) y desechar objetivos más ambiciosos, el destino y la ruta quedó fijada. Sobre la base del GR-11, que es el camino que recorre los pirineos españoles de mar a mar, haríamos una interpretación bastante personal que nos llevaría a subir al Monte Perdido y al Aneto y a la que llamaríamos la RG-7, en honor al líder espiritual y físico de nuestro afamado club. Serían 7 días de ruta y 2 de desplazamientos, distribuidos de la siguiente manera.

Logo_CARA_ByN.JPG

Ida: 20 de Julio Madrid- Torla - Bujaruelo
Día 1: 21 de Julio Bujaruelo – Refugio de Goriz (por la brecha de Roland)
Día 2: 22 de Julio Refugio de Goriz – Camping de Pineta (por el monte Perdido)
Día 3: 23 de Julio Camping de Pineta – Parzán (por el GR-11)
Día 4: 24 de Julio Parzán – Granjas de Viadós (por el GR-11)
Día 5: 25 de Julio Granjas de Viadós – Puente de San Jaime (Benasque) (por el GR-11)
Día 6: 26 de Julio Puente de San Jaime (Benasque) – Refugio de La Renclusa
Día 7: 27 de Julio Refugio de La Renclusa – Aneto – Refugio de la Renclusa
Vuelta: 28 de Julio Benasque – Torla – Madrid

Ruta seguida. En rojo, la ruta en sí; en azul, el trayecto de vuelta en coche

Como se ve, son más o menos tres partes: una primera por Ordesa y subiendo al Perdido, una intermedia de 3 etapas siguiendo el GR-11 del valle de Pineta al de Benasque, y una última de aproximación y subida al Aneto. Las etapas más duras serían la segunda y la séptima, pero en todas las etapas nos saldrían 1000 y pico metros de desnivel positivo y al menos 7 horas de ruta, así que no tendríamos demasiado descanso. 
Los alojamientos serían variados, intercalando campings, refugios y un par de hostales para descansar. Además los campings nos valdrían también como avituallamiento ya que suele haber supermercado en alguno de ellos (camping Pineta y camping Aneto en el Puente de San Jaime). Normalmente podíamos comprar pan en casi todos sitios (menos en Goriz y La Renclusa) asi que para comer tirábamos de bocadillos. 
Llevábamos los mapas de la editorial Prames para las etapas del GR-11 y los mapas de la editorial alpina para la zona del Aneto y el Monte Perdido. Nada de GPSs, a la antigua usanza. Tampoco bastones de trekking, que, aunque a veces si se echan de menos, la mayor parte del camino estamos seguros que nos sobrarían.

Alojamientos:

Día 0: Camping de Bujaruelo. Ojo que hay dos en el valle. Nosotros nos alojamos en el más alejado de Torla, que también es refugio. En una zona muy bonita, una gran explanada de hierba al lado del río. Restaurante con cenas hasta las 22:00 y desayuno de buffet como opción. Te venden pan si les sobre. Baños y duchas aceptables. Servicio de lavadoras.

Día 1: Explanada del refugio de Goriz. Refugio en obras y masificado. Parece un camping. Aún no durmiendo en él, te dan de cenar y desayunar abundantemente si lo pides y puedes usar las 2 duchas extremadamente precarias que hay (haciendo cola y con un chorrillo de agua fría, claro). Carete como todos los refugios de montaña.

Día 2: Camping Pineta. A 3 o 4 kilometros del refugio y a 7 u 8 de la pradera de Pineta. Muy bueno. Buena zona de acampada, bar-restaurante, supermercado, piscina, muy completo. Duchas y baños bien y no me fijé en si había lavadoras.

Día 3: Hostal Lafuen. Muy bien, aunque contando que llevábamos 3 días en tienda igual no soy muy objetivo. Al lado de la carretera que lleva al túnel de Bielsa. Con terracita, bar y restaurante donde se cena bien y se desayuna cojonudamente (el mejor desayuno de todos sin duda). Creo que fueron 75 euros dos personas con media pensión, que está bien. Cruzando la carretera hay un super bastante surtido.

Día 4: Refugio de Viadós: En un sitio excepcional, con una de las mejores vistas del Pirineo, con el Posets enfrente de ti. Cena muy rica y abundante, desayuno correcto. Habitaciones medianas sin separación entre camas. Un poco rumano que te cobren 2 euros por la ducha, pero al menos están decentes. Sólo dos baños para todo el refugio.

Día 5: Camping Aneto: Muy bueno. La zona de acampada es algo peor que la del de Pineta, pero el restaurante y el super son del estilo. Con piscina y lavadoras que nos vinieron de lujo. Baños y duchas numerosos y muy bien cuidados.

Día 6: Refugio de la Renclusa: Excepcional. Remodelado hace no mucho. Habitaciones confortables, limpias y espaciosas. Baños limpios y nuevos. Zonas comunes amplias. Cenas excelentes y copiosas y desayunos correctos. Simpatía del personal y alquiler de equipo. Un 10.

Día 7: Hotel Pilar (Benasque). Correcto. Estabamos derrotados y dormimos fetén. La tele era una basura y la entrada no es gran cosa pero vale para pasar la noche ya que está limpio y es funcional. Nos prepararon el desayuno a las 06:00, que es un detalle, y tenía buena pinta.


Como siempre uno de los principales quebraderos de cabeza fue el peso que acarrearíamos encima. Cabe la posibilidad de hacer la ruta entera durmiendo en refugios y hostales, pero nosotros no reservamos con tiempo y en Goriz no íbamos a tener sitio, por lo que desde un principio teníamos claro que llevaríamos la tienda con nosotros. Con la tienda, el saco y el aislante ya partíamos de un peso inicial importante y a esto le añadimos un pantalón corto y un largo, 4 camisetas, una segunda capa y un chubasquero/cortavientos, 4 mudas, unas sandalias/chanclas, unas botas de trekking, gorra, pañuelo y luego multitud de chorraditas imprescindibles tipo botiquín, aseo, navaja, cuaderno, libro, bolígrafo, móvil y cargador, cámara y cargador, cartera, brújula, mapas, frontal, cantimplora, comida (lata de sardinas y de magro de cerdo, frutos secos), pastillas potabilizadoras e isotónicas, un cojín hinchable y algo más que seguro se me olvida. Los crampones y el piolet, necesarios en esta época del año únicamente en el glaciar del Aneto, los alquilaríamos en La Renclusa, por lo que no fue necesario echarlos al equipaje.

De todo esto lo único que no usamos fue el libro, que con las revistas de los refugios y la charleta con la gente que te encuentras no te dan ganas ni de abrir. Eché de menos aguja e hilo para las ampollas y tiritas, que no eché al final por despiste asi como unos guantes finos para el glaciar del Aneto únicamente. Llevamos dos cámaras de fotos y al final solo usamos una, ya que la batería aguantó bastante y pudimos cargarla sin problemas en refugios, campings y hostales.

Otro rompecabezas interesante fueron los traslados desde y a Madrid o mejor dicho: como cojones íbamos a volver al punto donde dejamos el coche. Al ser una ruta lineal lo ideal sería tener dos coches, pero no era nuestro caso, asi que necesitábamos una manera de volver al punto de partida, que fue Torla. Las comunicaciones entre valles pirenaicos son malas, y peores aún un sábado, día que teníamos prevista la vuelta. Teníamos un autobús que nos bajaba de Benasque a Campo (eso si, a las 06:30 de la mañana) y otro que nos llevaba de Aínsa a Torla (a las 12:15), pero no había manera de ir de Campo a Aínsa. En un principio confíamos en que alguien nos recogiera haciendo autostop, pero teniendo como último recurso un taxi, que al final fue por lo que optamos tras una hora y pico de infructuoso esfuerzo autoestopista. 30 euros bien pagados a un taxista de Ainsa que nos solucionó el tramo más complicado de la vuelta.
Lamentablemente no contabamos con esta señorita como señuelo para el autostop, con lo que tuvimos que llamar a un taxi