jueves, 28 de noviembre de 2013

Viaje a Japón. Días 12 y 13 (y fin): El Japón Meiji y la ruta cinematográfica

Teóricamente este sería nuestro último día de viaje (luego os contaré porque en realidad no fué así) y teníamos un buen programa de festejos preparado. Ya desde Madrid habíamos comprado entradas para el Sumo, dado que el torneo de Septiembre de Tokyo empezaba justo ese mismo día.

Pero en un primer momento teníamos planeado visitar el Santuario Meiji, y hacia allí nos dirigimos, a la parada de metro de Harajuku, que da acceso al parque Yoyogi y al parque del Santuario.

Nos habían avisado de que los famosos rockabillies que solían frecuentar la entrada del parque Yoyogi habían desaparecido como por arte de magia, pero aún así hicimos un intento ya que era domingo, el día en el que tenían por costumbre citarse. Pero efectivamente han debido de hartarse de ser contemplados como monos de feria y al menos ese día no estaban por allí. Una lástima, en otra visita quizás tengamos más suerte.

Vista aérea del Parque Yoyogi  (fuente: wikipedia)
Salimos de Yoyogi y entramos en el parque anexo, que aloja el santuario Meiji. El templo fue acabado en 1921 pero tras su destrucción en la segunda guerra mundial fue reconstruido de nuevo en 1958. El santuario está dedicado a los espíritus del emperador Meiji y su mujer, figuras clave de quizás la etapa más importante del Japón moderno, la restauración y era Meiji:

A mediados del siglo XIX la situación de Japón era la típica de una sociedad casi medieval, con relaciones feudales y un sistema político dominado por una especie de monarquía absoluta, el shogunato Tokugawa (ver anteriores entradas). Se podría decir que hasta este fecha, la historia japonesa había corrido de manera paralela a la occidental pero con un desfase de unos siglos. Para hacernos una idea, Japón a mediados del siglo XIX estaba como Inglaterra a comienzos del siglo XVI.

Después de los primeros contactos con europeos allá por el siglo XVI (portugueses y españoles fueron de los primeros), los shogunes Tokugawa cerraron el acceso al país para preservarlo de las perniciosas costumbres y modos de vida occidentales. Tan solo permanecía abierto en pequeña escala para ciertos comerciantes chinos u holandeses. Para el resto permanecía completamente aislado.

La revolución industrial de finales del dieciocho había espoleado el capitalismo y el colonialismo de tal modo que Inglaterra y su hermana pequeña los Estados Unidos de América buscaban incansablemente mercados y protectorados donde poder vender sus mercancías y comprar (a bajos precios) o extraer las materias primas que alimentaban sus fábricas. Nada escapaba de su gran tela de araña: África, sudamérica, el sureste asiático, China, Asia Central, todo pasó a formar parte de un gran terreno de juego en el que las piezas ya no eran solo los ejércitos sino también los barcos mercantes, los diplomáticos y las materias primas.

Así pues, con este panorama el cierre total del archipiélago japonés no gustaba nada a las grandes potencias. Los millones de japoneses constituían un mercado tan grande que no podía ser pasado por alto.

Con el fin de solventar este status, la primera y a la postre decisiva acción fue tomada por los Estados Unidos. En Julio de 1853 una flota de 4 navíos al mando del comodoro Perry entraba en la bahía de Tokyo (Edo por aquel entonces). Habiendo olvidado la amenaza extranjera, la defensa del país no estaba ni mucho menos preparada para hacer frente a una moderna escuadra de guerra occidental. Conscientes de su inferioridad militar e impactados por el suceso, los japoneses tuvieron que ceder y en el segundo viaje de Perry en 1854, se firmó un acuerdo para abrir el comercio del archipiélago a potencias extranjeras.

Los "barcos negros", como se conocieron los barcos del Comodoro Perry
El santuario Meiji es elegante, de líneas simples y grandes dimensiones pero mantiene la “sosez” del resto de santuarios Meiji. El parque que lo rodea es más bien un frondoso bosque, con grandiosos árboles que hacen que merezca una visita. Tuvimos la suerte de coincidir además con una boda japonesa, acompañada de todo el ceremonial posible con desfile de invitados incluido y posado de fotos de los novios.

Santuario Meiji (fuente: wikipedia)
Volvimos dando un paseo hacia la estación para callejear por la zona comercial de Harajuku. La calle principal está plagada de tiendas de ropa para jovenes (no en vano es conocida como el Campden Town de Tokyo). Entramos en un todo a 100 yenes donde saciamos nuestras ansias consumistas por muy poco dinero para después desviarnos a izquierda y derecha, donde las tiendas tienen otro toque más especial y exclusivo y se reune la modernidad (con la cuenta y la cartera saneadas, eso si) en torno a cafeterias, centros de arte y tiendas de moda.

El tiempo se nos echaba encima y si queríamos ver al menos un par de horas de sumo debíamos de irnos ya. Cogimos el metro pues hasta la zona del Ryōgoku Kokugikan (que es el estadio de sumo) y del Museo Edo, que nos quedó por ver pero parece ser muy interesante.

Mural exterior del estadio de Sumo
La incorporación de Japón al sistema comercial mundial supuso una auténtica revolución. Muchas fortunas se arruinaron, la inflación creció y el desempleo se incrementó radicalmente. Un gran número de extranjeros se establecieron en el país, principalmente en Nagasaki y Yokohama. Los problemas llegaron pronto y los enfrentamientos entre samurais y extranjeros o colaboracionistas fueron frecuentes.

Una facción de señores feudales (o daimyos) se rebelaron contra el shogun Tokugawa al que acusaban de favorecer al extranjero al negociar con ellos y socavar la dignidad nacional. Se atacaron numerosos intereses extranjeros, comerciantes y los que colaboraban con ellos fueron asesinados. En respuesta, Francia, Estados Unidos y otras potencias bombardearon en ocasiones el país, dejando claro que la reacción anti extranjera no sería posible.

Estos señores feudales junto con sus ejércitos (principalmente los del sudoeste), se concentraron alrededor del emperador y, una vez que las ideas anti-extranjeras de desvanecieron, se centraron en desbancar a los shogunes Tokugawa y encumbrar el emperador para así iniciar una nueva era. Los extranjeros, una vez asegurados sus derechos comerciales, apoyaron al nuevo partido y al emperador.

Así, en una sucesión de guerras y batallas, los shogunes Tokugawa fueron desplazados del poder y en 1868 el nuevo emperador Mutsuhito subió al poder, dando inicio a la era Meiji o “Era de culto a las reglas”. Se desplazó la capital a Edo, que se llamaría Tokyo (capital del este) desde entonces y el emperador pasó a residir en el palacio imperial de la ciudad, abandonando Kyoto tras 8 siglos.

En esta foto no parece muy contento con su nombramiento
Se iniciaron entonces 45 años (1868-1912) en los que el país sufrió una brutal transformación, pasando de ser una sociedad medieval a una potencia industrial que discutía la supremacía en muchos campos a los países occidentales. La revolución Meiji se distingue de las demás revoluciones en que fue de las únicas que fue traida y desarrollada por la misma clase social que ostentaba el poder. Los daimyos o señores feudales fueron conscientes ante el desembarco extranjero de que debían evolucionar y cambiar para poder mantener su hegemonía.

Se abolieron las servidumbres campesinas, pero no lo tomemos como amor por el progreso e interés por mejorar las condiciones de vida del pueblo, sino como medio para aumentar la mano de obra de la floreciente pero recién nacida industria nacional. Todos los ciudadanos pasaron a ser iguales ante la ley y los señores feudales pasaron a ser los gobernadores de las respectivas provincias.Asíi, el trasvase de poder fue más bien relativo. Los daimyos pasaron a tener que residir en la corte, los derechos feudales se transformaron en un sistema moderno de derechos, los samurais pasaron a conformar el ejército nacional y se creó un sistema de grandes propiedades agrarias, por las que se pagaba un impuesto por hectárea y no por cosecha, fomentando así la productividad.

Imagen general del estadio
Si podeis no dejeis de asistir a un torneo de sumo, la experiencia es muy interesante. La entrada es válida para todo el día y te permite entrar y salir un número limitado de veces. Los combates más interesantes se producen a partir de las cuatro, y según entendimos con el folletos explicativo que nos dieron a la entrada, los 24 mejores luchadores se van enfrentando todos con todos durante el tiempo que dura el torneo, cada día un combate. Pese a comprar la entrada más barata se puede apreciar bien el espectáculo y la hermosura de los combatientes. También es posible comer y beber dentro. No nos pareció en absoluto un espectáculo para turistas, ya que estaba lleno de japoneses de todas las edades que se emocionan, chillan y animan como si de un partido de fútbol se tratara. Además el ceremonial que acompaña a cada combate permite asomarnos un poco a épocas anteriores de la historia del país.


Bien hermosos están
El emperador y sus consejeros durante el principio de la era Meiji tuvieron claro que si se quería evitar acabar como una colonia de las potencias occidentales, tal y como ocurría en otros países asiáticos cercanos como China o los del sureste asiático, era necesario en primer lugar crear y desarrollar la industria nacional, y en segundo asegurar el suministro de materias primas debido a la absoluta falta de las mismas en Japón.

Para lo primero, el emperador se puso a la cabeza del fomento industrial, subsidiando, encargando o entregando monopolios a los daimyos más importantes que le habían apoyado en la guerra. Se creó así una especie de burguesía industrial alrededor del emperador y unas grandes corporaciones llamadas “zaibatsu”, germen de algunas de las empresas más internacionales a dia de hoy en Japón. La industria creció de manera espectacular gracias en parte a la presencia de gran número de técnicos y expertos extranjeros en el país especializados en campos como la enseñanza del inglés, las ciencias, ingeniería, la milicia y la navegación y a las estancias en los países industrializados para formarse de numerosos jóvenes japoneses.

Para solventar el problemilla de las materias primas, Japón diseñó un plan expansionista en los países más cercanos: Corea y China. Básicamente lo que llevaban haciendo ya siglos las potencias occidentales: invadir o firmar pactos en clara desigualdad para así saquear la superficie y el subsuelo de países más atrasados.

En un primer momento tras aclarar la política interna del país, se embarcaron en la primera guerra chino-japonesa, motivada por asentar la influencia japonesa en la península coreana, que en ese momento se consideró amenazada por China. Tras la completa victoria, Corea se convirtió en un protectorado japonés y se consiguieron algunas bases en el continente, así como la isla de Taiwan.

A continuación entraron en conflicto con el todopoderoso imperio ruso, expandido en aquellos tiempos hasta el extremo oriente hasta el norte del río Amur. Japón consiguió una victoria total y sorprendente, y supuso un auténtico shock para occidente, ya que era la primera vez que un país extraeuropeo obtenía una victoria militar sobre uno europeo. Japón asentó aún más su influencia en el extremo oriente, principalmente en Manchuria y en Port Arthur, con lo que se aseguraba el carbón y el hierro de esta parte de Asia. Pese a que Manchuria se restituiría a China, Japón la invadiría de nuevo poco después.

El emperador Meiji con su traje nuevo comprado en Primark
En el plano religioso, el emperador Meiji se afanó por hacer del sintoísmo la religión del estado. Hasta entonces no había sido percibido como tal por el pueblo japonés, pero tras esta era se convirtió en un símbolo identificador del Japón y se separó completamente del budismo y otras influencias extranjeras. Los santuarios shinto se oficializaron y se integraron en una red jerárquica y se prohibió la coexistencia de budismo y sintoísmo en el mismo lugar de culto.

Como conclusión, fueron 50 años de absoluta transformación, en la que, utilizando el orgullo y la ética de trabajo japonesa, se consiguió pasar de una sociedad medieval y atrasada a una potencia industrial y avanzada que pasaría a formar parte del grupo de países que jugarían un papel preponderante durante el siglo XX.

A la salida seguimos a la masa que abandonaba el estadio y nos metimos de nuevo al metro, ya que queríamos pasar por casa antes de ir a cenar a un sitio muy especial.

El restaurante Gonpachi se encuentra en el barrio de Roppongi, en la zona más guiri de Tokyo. Es especial porque en él se rodó la escena de la pelea multitudinaria en Kill Bill 1. Uma Thurman contra un ejército de japoneses que quieren matarla. El restaurante está bien, la cocina no es impresionante pero merece la pena ir a cenar ya que no es muy caro (pero si bastante guiri, aviso).

Al acabar, y para redondear la velada cinéfila, fuimos a Shinjuku al hotel Park Hyatt y subimos a la última planta, donde nos tomamos una copa en el bar en el que fueron rodadas muchas escenas de Lost In Translation. Si vais a ir o habeis vuelto de Japón la peli puede verse, pero si no no creo que merezca la pena, me pareció una película del montón.

Nota de final de viaje:

Nuestro avión despegaba el día siguiente a las 13:00. Sin embargo, un tifón golpearía la isla esa misma mañana y cancelaría numerosos vuelos (entre ellos el de nuestra compañera de viaje Pia…). Afortunadamente, Air China logró cambiarnos el vuelo a las 19:00, cuando el tifón ya se había calmado.

La mañana del día siguiente la pasamos mirando por la ventana nuestro primer tifón, que no fue muy intenso y se quedó simplemente en una fuerte tormenta. De hecho nos atrevimos a volver a dar una vuelta a Akihabara para hacer las últimas compras y comer nuestro último plato de sushi.


A las 19:00 abandonábamos Japón y 3 horas más tarde desde Beijing el continente asiático.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Viaje a Japón. Dia 11: El vibrante corazón de Tokyo

El día anterior nos alargamos en el karaoke así que sin mucha prisa amanecimos y, esta vez acompañados de nuestra guía y anfitriona nos dispusimos a seguir recorriendo Tokyo tras el paréntesis Kamakureño.

Después de nuestro desayuno, cogimos la línea Ginza para desplazarnos al barrio de Akihabara.

Akihabara es el barrio de la electrónica por excelencia. No es el único sitio donde encontrar lo último y las mejores gangas pero si alberga la mayor concentración de tiendas y centros comerciales dedicados exclusivamente al gadgets, cachivaches y aparatos varios. Desde pequeñas tiendas de repuestos y de segunda mano hasta centros comerciales de 6 plantas, es imposible no encontrar lo que buscas en este barrio.

Akibahara: ciudad de la electrónica
 La avenida principal es un cartel luminoso continuo, con paneles gigantes en las altas fachadas de múltiples colores anunciando tiendas, videojuegos y productos varios. Y es que Akibahara es también el barrio de los videojuegos y los mangas, donde se producen los lanzamientos de las últimas novedades y la gente hace cola en la calle (pese a la lluvia) para probar el último juego de Sony o Nintendo.

Manga, electrónica y niñas vestidas de doncellas
También la avenida principal está repleta de chicas (o niñas casi) vestidas de doncellas invitándote a entrar a su maid café. No lo pudimos comprobar, pero en estos cafés las camareras van vestidas de doncellas antiguas y adulan y ríen las gracias al cliente. Es ciertamente incomprensible desde nuestra óptica occidental pero una vez habituados al choque cultural ya casi ni nos sorprendía.


Monumentalmente no tiene absolutamente nada, es simplemente pasear y ver lo que hace especial a Tokyo. Los grandes edificios inundados de anuncios coloridos, el gentío en todas las calles y la sensación de que lo último de lo último se puede encontrar aquí. Pasamos un buen rato en el Yodobashi, el centro comercial más grande de electrónica y que está presente en muchos barrios de Tokyo. Saciamos nuestra ansia de consumo (especialmente de cámaras de fotos) y alucinamos un poco con la pasión de los japoneses (adolescentes y adultos) por los grupos multitudinarios de quinceañeras (las AK48 aquí incluso tenían un restaurante temático).
Saturados de compras y electrónica, cogimos el tren y cruzamos el centro de la ciudad de punta a punta hasta otro núcleo importante: Shinjuku.

Shinjuku

Quizás si tuviésemos que definir un centro del Tokyo post-segunda guerra mundial sería este, principalmente porque aquí se halla el edificio del gobierno metropolitano. Este gran edificio en forma de cuernos se encuentra a 10 minutos de la estación de Shinjuku y se puede subir hasta un mirador de manera gratuita.

Edificio metropolitano de Tokyo

Las vistas desde arriba realmente merecen la pena, pudiendo contemplar la inmensidad de rascacielos que se extienden hasta donde alcanza la vista, cada uno con las características luces rojas parpadeantes para guiar a los helicópteros. Sin embargo está acristalado, por lo que pierde bastante interés.

Vistas desde el mirador del edificio del gobierno metropolitano
Al bajar dimos una vuelta por la zona de la estación, donde entramos a un pachinko por primera vez.
Es difícil explicar la sensación que se tiene al entrar y más difícil aún intentar comprender qué extraña fascinación ejercen estos sitios sobre muchos japoneses de todas las edades. Un pachinko es básicamente una gran sala repleta de máquinas estilo tragaperras que hacen un ruido ensordecedor que a su vez queda enmascarado por una estridente música electrónica aún más ensordecedora. Sentados en cada una de las máquinas están los jugadores que aparentemente lo único que hacen es accionar un mecanismo que deja caer bolas metálicas por la parte superior. Las bolas caen chocando contra distintos elementos y toman un camino u otro por puro azar que las dirige hacia distintos sitios. Sólo en algunos de estos finales hay un premio (en forma de bolas también). Las bolas pueden ser canjeadas por premios diversos (electrodomésticos, juguetes…) pero nunca por dinero, ya que los casinos están prohibidos por la legislación japonesa. Sin embargo, aquí también rige esto de “hecha la ley hecha la trampa” y parece ser que en las cercanías de muchos pachinkos hay locales que compran los premios obtenidos con dinero contante y sonante.

Calles de Shinjuku
Pese a que leído pueda parecer extremadamente aburrido, la realidad es que en vivo y en directo lo parece aún más, y por eso nos es tan incomprensible la proliferación de estos locales y su altísima ocupación. Alucinando por completo dimos un breve paseo entre hileras de máquinas y salimos de nuevo a las excitantes calles de Shinjuku, donde restaurantes, bares, más pachinkos, burdeles y numerosos locales inidentificables para el occidental se suceden por avenidas, calles y callejones oscuros. Es ciertamente un barrio intrigante y atractivo, donde se puede palpar el espíritu del Tokyo más moderno, transgresor y misterioso.

Ambiente callejero en Shinjuku
Volvimos de nuevo al metro para enfilar hacia el barrio vecino y competidor directo por el título de zona más vibrante de la ciudad: Shibuya.

Famoso por su cruce en diagonal, este barrio es uno de los que más actividad tiene de Tokyo. Parecido a Shinjuku pero más ordenado y limpio, quizás menos “canalla” y turbio en sus negocios y garitos.

Cruce de Shibuya. Preparados, listos...YA
A la salida de la estación se sitúa la estatua del perro Hachiko. La historia de este chucho es conmovedora incluso para los no perrófilos como yo (creo que lo habreis notado al leer la palabra “chucho”, pero es que es muy graciosa, lo siento).
 
El perro Hachiko
Su dueño, un profesor de la universidad de Tokyo, cogía el tren en esta misma estación todas las mañanas y el fiel Hachiko le acompañaba y luego le iba a recoger por las tardes. Así durante muchos años hasta que el profesor falleció dando clase (allá por los años 30). Desde ese día el perro Hachiko se quedó esperando a las puertas de la estación de Shibuya a que su dueño volviera. Las gentes de la estación le cuidaban y alimentaban ya que ya le conocían de verlo durante tantos años. Cuando falleció se le hizo un velatorio, se le disecó y se le erigió una estatua, que es la que se puede ver hoy en día.

La he visto y es una pelicula maravillosa....NO.
Como probablemente os dareis cuenta, Tokyo no es Kyoto. Es decir, no es famosa por sus templos y monumentos, basicamente porque la ciudad es casi completamente nueva. Durante la Segunda Guerra Mundial, Tokyo sufrió el bombardeo no nuclear más destructivo de la historia. En un primer momento, la idea de los estadounidenses era atacar objetivos militares o industriales. Sin embargo, tras unos primeros fracasos, la filosofía cambió y paso a ser la de bombardear con Napalm desde poca altura la ciudad japonesa, con la gran mayoría de sus casas hechas de madera. Por ejemplo la noche del 9 al 10 de Marzo de 1945, 334 bombarderos salieron desde las bases americanas en China y lanzaron 1700 toneladas de Napalm sobre la ciudad, desencadenando un inmenso incendio. Como resultado, las estimaciones indican que se destruyó un cuarto de la ciudad y murieron unas 100.000 personas aunque se piensa que fuerón muchos más.

Los bombardeos siguieron hasta el final de la guerra y por ejemplo en Julio se estima que fueron lanzadas 45000 toneladas de napalm sobre la ciudad.

Shibuya
Al final de la segunda guerra mundial, algo más del 50% del territorio de la ciudad había sido destruido como consecuencia de los bombardeos.

Por ello, lo interesante de Tokyo no es visitar monumentos o edificios en concreto, sino pasear por sus barrios y calles y sentir la vida que emana la ciudad, mezclarse entre los japoneses, comer y beber con ellos para poder apreciar todo lo que podamos su cultura y estilo de vida, tan diferente al nuestro. Es por ello por lo que no te cansas de Tokyo, siempre hay cosas nuevas que ver y probar y gente nueva que ver e incluso conocer si tenemos la oportunidad.

Tras dar una vuelta por las calles principales y pasar por el cruce un par de veces haciendo el turista fuimos a cenar a un tipo de restaurantes muy típico de Japón, una especie de sitio de tapas japonesas, de los que hay muchos repartidos por la ciudad llamados Izakaya.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Viaje a Japon. Día 10: Kamakura y su buda

Para el último día de visita por las afueras de Tokyo se nos presentaban dos opciones: Hakone y Kamakura. Los dos mayores alicientes de Hakone son ver el monte Fuji y disfrutar de un baño en un Onsen y no íbamos a hacer ninguno de los dos, lo primero porque en verano es casi imposible por las nubes y lo segundo porque no nos apetecía lo más mínimo. Además, varias personas nos habían recomendado la visita a Kamakura, que además estaba más cerca y no nos llevaría todo el día. La decisión pues estaba clara.

Madrugamos bien y cogimos el tren (cuasi de cercanías pero muy cómodo y que circula por las poblaciones dormitorio de Tokyo) que nos llevaba a Kamakura, situada a unos 50 km al suroeste de la capital, en un entorno precioso, rodeado de colinas boscosas por todos los lados menos por uno, por el cual el mar le baña.
 
Mapa de Kamakura con los templos marcados en rojo

Los monumentos e importancia de Kamakura tienen su origen en el siglo XII. Fue entonces, allá por el año 1185 cuando se instauró el primer shogunato de la historia de Japón, el de Minamoto, y la capital se fijó en Kamakura. El primer shogún de la dinastía, de nombre  Yoritomo, fue quién dió forma a la ciudad, pero curiosamente fue también el último shogún de la dinastía que mantuvo el poder real, ya que los miembros del llamado Clan Hojo tomaron el poder en la sombra como shikken (regentes) y dictaron las leyes y los herederos al trono hasta el final del shogunato, allá por 1333.

La creación del shogunato Kamakura señala el principio de la edad medieval y feudal de Japón. Durante este periodo, el budismo (que recordemos atracó en las islas en el siglo VI con un gran éxito) siguió siendo la religión principal del país, pero se modificó y ramificó en numerosas sectas, “japonizándose” y alejándose de la influencia china.
 
Oooooh, Minamotooo no Yoritomoooooo (foto: wikipedia)
 Tuvimos mala suerte con el tiempo y es que probablemente este fuese el día más caluroso de todos los que pasamos en Japón. Nada más salir de la estación de tren cogimos una calle principal atestada ya a estas horas de turistas que se dirigían hacia el templo principal. La calle es un sitio perfecto para comprar souvenirs y pequeños regalos, aquí los encontramos más baratos que en muchos otros sitios pero también hay tiendas de objetos más especiales y de mejor calidad.

Entre la gente y el sol que apretaba de lo lindo nos agobiamos un poco y aceleramos el paso para llegar cuanto antes a la entrada del primer y más importante templo que visitamos (que no el más bonito), y que pasaba por ser uno de los símbolos de la ciudad.

El Tsurugaoka Hachiman-gū es un templo sintoista dedicado al dios Hachiman. Fue construido en el año 1063 pero fue el gran Minamoto Yoritomo quién lo movió a su localización actual en Kamakura e invitó al dios Hachiman a residir allí para proteger su recién instaurado shogunato. Hachiman es el dios de la guerra y los arqueros y uno de los dioses principales de Japón, además de su protector y el de los japoneses en general. Por ello es el segundo al que más templos están consagrados (después de Inari, el de los negocios). 

El templo cobró una importancia especial en la ciudad y la disposición de la misma se diseñó desde el templo, con 6 calles en cuadrícula que anteceden la entrada principal, una de ellas directamente desde la playa y con diversos grandes toris por los que hay que pasar.
  
Tsurugaoka Hachiman-gu (foto: wikipedia)
 
Durante mucho tiempo y como otros muchos, el templo fue conjuntamente budista y sintoista, ya que se pensaba que los dioses sinto, y especialmente Hachiman eran manifestaciones locales de divinidades budistas. Sin embargo, a raíz de la Restauración Meiji (1868) y enmarcada en la política nacionalista del nuevo imperio japonés que tendería a despreciar las influencias extranjeras y valorar lo autóctono se promulgó la shinbutsu bunri u orden de separación, por la que se ordenaba la separación de los santuarios sintoistas y budistas que hasta entonces hubieran estado unidos. Con ello, además de promocionar el sintoismo a religión nacional, se intentaba desprestigiar y quitar poder a las diferentes sectas del budismo que se estimaba que habían acaparado demasiada gente y poder. Numerosos tesoros budistas de los templos debieron de ser donados o destruidos, ya que su localización en templos sinto pasaba a ser ilegal. Se desató una ola de anti-budismo y muchos monjes volvieron a la vida seglar. El Tsurogaoka Hachiman-gu fue de los que más sufrió, ya que tuvo que donar numerosas estatuas budistas a templos cercanos e incluso derruir edificios destinados a celebraciones budistas.

El templo, con el característico color rojo de muchos templos sintoísta, se caracteriza por su larga y ancha escalera principal que da acceso al edificio suntuario. Compramos unos sobrecitos que hay en casi todos los templos que contienen un mensaje de buena o mala suerte. Si es de buena, deberás llevarlo contigo pero si te toca la segunda opción habrás de atarlo a unos soportes que verás a la entrada para que la mala suerte se quede en el templo o los dioses la subsanen.
 
 
Sudando la gota gorda pero con la buena suerte a las espaldas subimos las escaleras, pedimos algún deseo frente al altar (reverencia, reverencia, palmada, palmada, reverencia, deseo) y salimos por la puerta lateral del templo, que daba a una calle lateral. Una vez más, la visita al templo sinto había sido “apasionante”.

La dichosa calle lateral subía en cuesta durante unos 20 minutos hacia el siguiente objetivo del día: el Kenchō-ji. En un día normal habría sido hasta agradable, pero con el calorazo que caía fue todo un suplicio. Por fin llegamos al que es el templo zen más importante de Kamakura y uno de los más importantes de Japón.

¿Qué significa esa palabra tan repetida y manida del zen? El zen no es otra cosa que una escuela del budismo Mahayana creada en China durante el siglo VI y trasladada a Japón y a otros países como Vietnam o Corea. El zen enfatiza y se centra en la iluminación interior y en la experiencia y reflexión personal sobre las enseñanzas de Buda, alejándose de tecnicismos y teorías formales.
 
Kencho Ji
 
El Kencho-ji lo fundó Rankei Doryū, un sacerdote llegado de China allá por el año 1246 y contó con el apoyo del emperador y del regente del clan Hojo de entonces. Debido al rápido crecimiento del budismo zen se puso en marcha un sistema jerárquico para los templos de esta escuela a imitación del chino. Es el llamado sistema de las cinco montañas, en el cual el Kencho ji ocupaba la primera posición junto con uno análogo en Kyoto.
 
Sanmon del Kencho-ji

El templo es de los que merecen la pena, con varios edificios impresionantes de madera que contienen espectaculares estatuas de Buda. Destacan el Somon (puerta exterior), el Sanmon (puerta principal), el Bonsho (campana principal), el Butsuden o sala de Buda o el Hatto o sala de Dharma. Además el templo contiene un monasterio para los monjes que está cerrado al público y un pequeño jardín zen detrás del edificio principal.
 
Gran Buda del Kencho-ji
Tras la visita al templo, donde comprobamos lo apañados que son los escolares japoneses con sus mantelitos y sus tuppers de arroz y sushi, volvimos también a pata hasta la estación central (esta vez eso sí, cuesta abajo). También de allí salen los autobuses municipales que hay que coger si se quiere llegar cómodamente hasta la zona del Buda gigante o Daibutsu.

El Kotoku-in, que así se llama el templo en el que se encuentra el buda gigante, se asienta en la zona de Kamakura más cercana al mar y cerca de la estación de tren de Hase, al final de una calle muy animada con tiendas y restaurantes.

El gran Buda de bronce fue construido en el año 1252 para sustituir a uno similar pero de madera. En un principio la estatua estaba en el interior de un edificio, pero cuando este se destruyó a causa de una tormenta se decidió dejarlo a la intemperie. La estatua está hueca y es posible entrar y subir pero decidimos no hacerlo por la cola y la posible claustrofobia (además no debe de aportar mucho a la visita).

Daibutsu
 
La visita al buda es obligada, es sin duda uno de los monumentos más característicos y simbólicos de nuestro viaje, quizás la “foto” del mismo. Pero que no parezca algo a lo que hay que ir porque si, merece mucho la pena.

Comimos unos platos de ramen con setas y verduras en la calle principal a un muy buen precio y continuamos calle abajo hacia el último templo del día, el Hasedera, situado en la misma zona de la ciudad.

El Hasedera es un templo budista de la secta Jodo shu, famoso por albergar una estatua de 9,2 metros hecha de madera y cubierta de oro de la diosa Kannon. Cuenta la leyenda que allá por el año 721 un monje talló dos estatuas de la diosa. Una la dejó en el templo Hasedera de Nara (allá por entonces capital de Japón) y la otra la lanzó en el mar para que la propia estatua buscara su sitio. Quince años después, en el 736, se encontró la estatua precisamente aquí, en Kamakura e inmediatamente se construyó un templo para alojarla.
 
Hasedera
 
Los jardines del templo son también agradables y contienen miles de estatuas de Jizo, traidas por padres cuyos hijos no llegaron a nacer. También hay una gruta estrecha y de poca altura con numerosas estatuas de la diosa Benzaiten.
 
Jizo (son bastante tristes una vez sabes el porqué de las estatuas)
 Con estos cuatro templos te queda una visita muy apañada de Kamakura. Seguro que hay muchos más templos interesantes, pero tampoco es cuestión de saturarse y estos cuatro dan bastante bien la talla en cuanto a importancia y belleza. Se ven tranquilamente en un día sin agobiarse lo más mínimo y da tiempo a volver a Tokyo aún con algo de luz del día por si se quiere aprovechar. En general, la visita a Kamakura nos satisfizo mucho más que otras, por supuesto más que Nikko e incluso más que Nara. Deshicimos nuestros pasos por Kamakura y cogimos el tren de nuevo hacia Tokyo.

De vuelta en la estación central de Tokyo salimos afuera para conocer los alrededores con las últimas luces del día. Tras vagar cinco minutos entre edificios de oficinas llegamos a los jardines del palacio imperial, que es lo único que se puede visitar del conjunto.

El palacio imperial de Tokyo es la residencia del emperador desde el año 1868, cuando los shogunes Tokugawa que aquí vivían fueron invitados a desalojarlo, vamos, que fueron desahuciados en toda regla (no había PAH por entonces). Fue casi destruido por varios fuegos y por los bombardeos de la IIGM asi que lo que hay hoy se debe parecer en poco al castillo del periodo Edo.
 
Entorno del palacio imperial

Excepto por algún edificio gubernamental y los jardines el palacio está cerrado al público. El 2 de Enero y el día del cumpleaños del emperador se abre la puerta principal y los japoneses pueden ver a la familia imperial en el balcón, desde donde saludan y dan un discurso agradeciendo su presencia y deseando buenos deseos. Genial vamos, algo parecido al discurso de nochebuena de Juancar. Si estuviese iría seguro. Madrugaría incluso si es necesario.

Lo único que se puede ver es un puente de piedra así que la visita, más allá de una vueltecilla por un jardín no merece mucho la pena.

Ya era completamente de noche y decidimos acercarnos a la zona de Ginza para disfrutar de sus neones y sus tiendas. Dando un agradable paseo recorrimos la zona desde el palacio hasta la estación de Shimbashi, mirando los escaparates de las tiendas de lujo y haciéndonos a la idea de que no éramos los bolsillos a los que se dirigían primordialmente. Sin embargo la zona es muy adecuada para ir a pie, y eso en una ciudad como Tokyo es de agradecer.
 
Barrio de Ginza
 
Tras pasar a descansar lo mínimo posible por casa cenamos en un restaurante muy chulo en lo alto de uno de los rascacielos de la zona de Shimbashi. Lejos de ser caro, la cuenta nos sorprendió por lo moderado de cenar en un sitio de estas características, y más cuando no solo las vistas merecían la pena sino que la comida también estaba estupenda. A la salida quedamos con nuestra anfitriona en la zona de Roppongi (no pienso dedicar más que esta frase a este barrio, lleno de entretenimientos para extranjeros y de fauna de todo pelaje, en el que no perdería ni un solo minuto del tiempo a dedicar a Tokyo) donde repetimos en un karaoke japonés, esta vez mucho más cutre (y por ello más auténtico y barato) donde nos dieron las tantas de la mañana desgañitándonos con hits de los Backstreet Boys, Madonna o Lady Gaga.

NST: 4/10, el día de margen funcionó

sábado, 9 de noviembre de 2013

Viaje a Japón. Día 9: Primeros esbozos de Tokyo

Y por fin llegaba el día de empezar a descubrir la capital de Japón. Tras 9 días en el país yendo de un lado para otro, perdiendo maletas, probando cosas extrañas y sobretodo cogiendo muchos trenes, al final llegó el momento de dejar el equipaje y explorar este hormiguero humano que es Tokyo.

Tokyo es la capital de Japón desde 1868, año de la restauración Meiji. Es el centro demográfico, cultural, financiero y empresarial de Japón, y es el área metropolitana más grande del mundo con 36 millones de habitantes. La ciudad es en realidad una red de mini ciudades y barrios, completamente policéntrica y muy alejada del concepto de ciudad europea en la que a partir de un centro histórico la urbe se extiende radialmente. El centro de Tokio, con sus 23 barrios, ocupa un tercio de la metrópoli y tiene una población cercana a los 8.340.000 habitantes
 
Mapa de Edo hacia 1840 (fuente: Wikipedia)
 
El primer gran hito de la historia de Edo (porque así se llamaba la ciudad hasta su conversión en capital) fue la construcción del Castillo en 1457 por Ōta Dōkan. El shogunato Tokugawa se estableció en 1603, contó con Edo como sede de gobierno (capital de facto) mientras que la residencia del Emperador permanecía en Kioto, capital oficial de Japón. En 1868, cuando el shogunato llegó a su fin, la ciudad fue renombrada como Tokio, que significa Capital del Este. Durante la restauración, el Emperador se mudó aqui, con lo que la ciudad se convirtió en la capital formal así como la capital de facto de Japón.
 
Panorama de Edo, 1865 o 1866. Fuente: Wikipedia
 
Tokyo es inmensa, casi inhumana y urbanísticamente indescifrable. El caótico entramado de calles, autovías elevadas, vías de tren y líneas de metro conforma un escenario futurista pero a la vez decadente, que nos muestra que la época dorada de la ciudad ya tuvo lugar hace un par de décadas. Sin embargo, es difícil encontrar una ciudad tan vibrante y en movimiento, en la que se tenga tal sensación de cambio constante y oportunidades esperándote casi al doblar cada esquina. Los carteles luminosos ayudan a la sensación de instantaneidad e impersonalidad y la ausente planificación urbanística, los cables aéreos y las obras nos confirman que la ciudad es casi un ser vivo en constante evolución, donde los habitantes no son más que meros pasajeros en la vida del monstruo tokyota.

La inmensidad de la ciudad se debe a que, fuera de los centros normalmente localizados en la cercanía de las estaciones de metro principales, las casas son bajas y por tanto la monstruosa población se desparrama por una superficie extensísima. Es por esto por lo que no es una ciudad muy adecuada para el paseo, ya que se perdería gran parte del tiempo en traslados que, si bien servirían para conocer la ciudad más humanamente, no son del todo interesantes ni cómodos (por la acumulación de vías de comunicación y tráfico).

Sin embargo, la red de transportes es estupenda, con un metro y unos trenes que llegan hasta casi cualquier punto del centro. El inconveniente principal es que no son de las mismas compañías, por lo que se necesitan billetes diferentes en varias líneas (al menos hay 2 empresas de metro diferente más la de trenes).

Nosotros decidimos comenzar la visita por la zona más alejada de nuestra base de operaciones: el noreste. Prontito por la mañana tomamos la Ginza Line que nos llevaría directos hasta Ueno, uno de los centros neurálgicos que entre otras cosas alberga una de las estaciones más importantes de la ciudad.
 
Zona de Ueno (izquierda) y Asakusa (derecha)
El área que hoy ocupa el parque de Ueno estuvo ocupada en su día por el templo Kan'ei-ji, de gran importancia para los shogunes Tokugawa (ver anterior entrada). Tenía un tamaño enorme, con casi 30 edificios y muchos de los shogunes tokugawa fueron enterrados aquí. Si recordamos, tenían en Edo (Tokyo) el centro de su poder, concretamente en el castillo. El área de Ueno y el templo guardaban el flanco NE del castillo. Durante la guerra que dió paso a la restauración Meiji (guerra Boshin), la zona del templo fue devastada por completo en la batalla que supuso la derrota de los ejercitos Tokugawa frente a los partidarios de la restauración del poder imperial y posteriormente en su lugar se diseñó el parque y la estación que hay hoy en día. Sin embargo, aún queda algún resto del gran templo de Kanei-ji, como son la pagoda y el santuario Toshogu.
 
Parque de Ueno
El parque alberga hoy un lago, un zoologico, varios templos y numerosos museos de gran interés, entre los que se encuentran el Nacional de Tokyo, el de artes occidentales y el de ciencias naturales.

Nada más salir de la estación de Ueno giramos a la izquierda y entramos en el parque, dirigiéndonos directamente al lago. No se si será así en todas las épocas del año, pero cuando fuimos era casi indistinguible como tal, ya que unas plantas gigantescas lo cubrían por completo, ocultando toda la extensión de agua. En el centro del lago hay una isla que aloja un templo dedicado a Benzaiten, o diosa de la fortuna. Comparado con los que ya habíamos visto era muy normalito y le dedicamos más tiempo a un anciano amaestrador de gorriones que había en los alrededores que al propio templo.
 
Pues si, ahí abajo había agua.
Salimos por el sitio equivocado y en vez de regresar al centro del parque nos vimos obligados a dar un gran rodeo por fuera del mismo bajo un horrible calor y por unas calles poco o nada interesantes. Al fin volvimos al parque y visitamos lo que queda del gran santuario Kaneiji, el Toshogu dedicado a los Tokugawa junto con la pagoda y una llama de la explosión nuclear de Hiroshima que mantienen encendida desde entonces. El paseo flanqueado por linternas nos sacó del mismo y fuimos a recalar a la explanada principal del parque, que da acceso a los diferentes museos.
 
Llama de Hiroshima
Nos sentamos en una sombra y decidimos que lo mejor que podíamos hacer era pasar las horas centrales del día en un museo, porque la humedad y el calor eran agobiantes. El elegido fue el de ciencias naturales, con su inmensa ballena a la entrada. Es un museo interesante y fácil de ver, con una sección de historia natural y otra de historia natural de Japón. Además hay un apartado de descubrimientos científicos con sencillos experimentos donde hordas de escolares se lo pasaban pipa. No era nuestra intención verlo entero y nos centramos en las partes de biología y prehistoria donde aprendimos un rato gracias a la experta del grupo.
 
Gigantesca ballena que preside el museo de CC.NN.
Cuando nos cansamos de cultura salimos hacia la estación y después de comer una ligera comida a base de pescado y arroz nos metimos en el mercado de Ameyoko, un laberinto de puestos de todo tipo donde venden desde pescado fresco a zapatillas de deporte, con un gran ambiente y muy alejado del orden y limpieza típico de los japoneses. Es el único sitio donde Japón nos recordó a otros países asiáticos como China, Malasia o Indonesia (salvando las distancias, eso sí, por supuesto nada de regatear).
 
Mercado de Ameyoko
En Ueno había poco más que ver, así que cogimos el metro y nos fuimos hasta el barrio vecino, Asakusa, situado un poco más al este y a la orilla del río. Lo primero que hicimos nada más llegar fue subir a una cafetería situada en lo alto de un edificio justo enfrente de la entrada del templo. Nos habían aconsejado tomar allí un café mientras disfrutábamos de las buenas vistas y efectivamente es muy recomendable. La cafetería está en la última planta de un edificio con una oficina de información turística en la planta baja.
 
Templo de Asakusa Kannon desde la cafeteria
El templo del que hablo es el Senso-ji, un templo budista dedicado a la diosa Kannon. Pasa por ser el templo más antiguo de todo Tokyo y es que parece ser que allá por el año 628 dos pescadores encontraron una estatua de Kannon en el río y se propusieron hacerle un templo. El primer edificio data de 645 y desde entonces ha sido muy importante para el budismo japonés. Fue destrozado durante la segunda guerra mundial pero reconstruido justo después. Nos pareció muy curioso que la calle principal de acceso al santuario y aparentemente dentro ya de él estuviera completamente tomada por puestos de souvenirs para turistas. Al parecer el budismo no incluye un equivalente de la historia de los mercaderes y el templo.
 
Entrada al templo
No nos pareció gran cosa pero es gratuito, asi que tras dar una vuelta y cotillear entre los puestos no fuimos dando un paseo hacia el rio Sumida, que pilla a 5 minutos andando. Nos habían recomendado coger un barquito que nos llevase a Odaiba directos, pero a estas horas sólo zarpaban hacia Hanode Pier, en la orilla este derecha del rio casi ya en la bahía. El río Sumida es en realidad un brazo del rio Ara (Ara-kawa), uno de los principales ríos de la isla de Honshu y que ha sido desviado y canalizado hasta la extenuación desde tiempos antiguos. No nos sorprendió su gran caudal ya que ya habíamos comprobado como llueve aquí y con que frecuencia.

El paseo por el rio es totalmente recomendable, y especialemente a la caida de la tarde. Ver la sucesión de puentes iluminados y los innumerables rascacielos del skyline tokyota bien merece la pena. Sin embargo, un pero: la ciudad da completamente la espalda al río, y se echa de menos unas orillas más amables, con zonas de esparcimiento y algún sitio donde sentarse y zonas donde la ciudad se abra al rio. Algo parecido lo que ha hecho Madrid con el Manzanares (si, no os riaís de nuestro pobre arroyo, que ha quedado bien) o Paris con el Sena.
 



Con la noche ya cerrada llegamos a Hinode Pier y tras comprobar que no zarpaba ya ningún otro barco hacia Odaiba, cogimos el tren que pasa por el magnífico Rainbow Bridge hacia esta parte nueva de la ciudad.

Rainbow Bridge
Una sublime horterada
Nos dió la impresión que es únicamente una sucesión de centros comerciales y oficinas, donde lo único interesante son las vistas de Tokyo desde el otro lado de la bahia y con la réplica de la estatua de la libertad en primer plano. Es curiosa la diferente mentalidad de los japoneses, no me quiero ni plantear la que se liaría en cualquier ciudad española si nos propusieran instalar una estatua de la libertad en algun sitio mítico.
Hicimos unas cuantas fotos con nuestras cámaras, minúsculas y maluchas comparadas con las de los japoneses que nos rodeaban, ya que incluso los ancianos manejan unas cámaras impresionantes y las utilizan sin parar. Cuando nos hartamos volvimos a coger el tren y después el metro hasta casa e hicimos un pequeño paréntesis en nuestras dos semanas de gastronomía japonés y nos zampamos una hamburguesa en el Hard Rock. Oye, un antojo lo tiene cualquiera, ¿no?

NST (Nivel de Saturacion de Templos): 6/10 Fuera de peligro

martes, 5 de noviembre de 2013

Viaje a Japón. Dia 8: Nikko y el día tonto


Todos los viajes tienen un día tonto. Un día en el que no te apetece hacer turismo y todo lo que ves te parece una gran mierda. O quizás que todo lo que ves te parece una mierda y por ello no te apetece seguir haciendo turismo. El caso es que nosotros lo tuvimos en Nikko. Sin embargo estoy seguro al 100% de que para otros viajeros (nuestra opinión no coincide con la de otros amigos que han estado) Nikko será de lo mejor del viaje, por tanto no quiero influenciar a nadie que esté preparando su visita a Japón. Esta opinión es subjetiva al 100% y absolutamente determinada por el ritmo y planificación del viaje.

En nuestro caso veníamos de dos días de excursiones (Miyajima y Nara) y cuatro o incluso cinco de templos. Seguramente lo mejor habría sido dejar un día de paréntesis antes de otra excursión con templos (y así nos lo pedía el cuerpo), pero nuestro rail pass caducaba ese mismo día y a partir de entonces habríamos de pagar por los trayectos en tren. Dado que para ir a Nikko hay que enlazar dos trenes y uno de ellos “bala”, la mejor y casi única opción era la de dedicar este último día a Nikko, pese a la saturación acumulada.

Sin madrugar demasiado cogimos el metro hasta la estación central de Tokyo donde, con su característica puntualidad, salió el tren bala hasta Utsunomiya, donde hicimos transbordo en un tren regional hasta Nikko.
 
Mapa de localización de Nikko (arriba)
Nikko está metida en las montañas, y en Japón esto supone estar permanentemente envuelto en niebla y mojado por constantes lloviznas. Los monumentos de Nikko no suponen su única atracción, sino que los alrededores bien merecen una visita, ya que son un Parque nacional cubierto por un espeso bosque y salpicado de lagos, cascadas y ríos. Se recomienda dedicar dos días a Nikko, pero con uno aprovechado al máximo (que no fue nuestro caso) es más que suficiente.

Llegamos a Nikko y comenzamos a caminar en dirección al puente de Shinkyo bajo un leve chirimiri que llegaba a ser incluso agradable. El paseo por la población en sí no tiene nada de interesante y se puede coger un autobús desde la estación. La vida resurge según uno se va acercando al puente, construido en torno al 1630 para dar acceso al templo principal.
 
Puente Shinkyo sobre el río Daiya
La historia de Nikko comienza en torno a mediados del siglo VIII, cuando un monje budista de nombre Shodo Shonin llegó a Nikko de una manera de lo más verosimil: cruzando el río Daiya a lomo de dos serpientes enviadas por el dios Jinjaou, las cuales se transformaron en el puente. Se debieron cansar (las serpientes) allá por el año 1902 ya que el puente se cayó a causa de una inundación. El actual es una reconstrucción, y nadie nos dijo nada de que se usaran serpientes petrificadas (o mejor maderizadas) para el nuevo puente. Supongo que a los ecologistas no les haría mucha gracia.

A la vera del templo fundado por el monje, el Shihonryu-ji llamado hoy Rinno-ji tras un cambio de secta budista (se ve que pagaban más) fueron creciendo el resto de edificios y santuarios de Nikko y la población anexa a ellos.
 
Detalle de una fuente de Nikko
Continuamos el paseo colina arriba en dirección a la atracción principal, el Toshogu, que es uno de los templos sintoistas más venerados de Japón por contener los restos de Tokugawa Ieyasu. Y ahora os preguntareis, ¿quién fue este pollo para tener un santuario tan importante y venerado? Y allá voy yo a contároslo.

Q: ¿Quén fué el tal Tokugawa Ieyasu?
A: El señor Ieyasu fue el fundador del shogunato Tokugawa.
Q: Ah, pues muy bien, ¿y que es eso de un shogunato?
A: El shogunato fue la organización política de Japón desde mediados del siglo XIV. Hubo tres shogunatos, el shogunato Kamakura (1192-1333) el shogunato Ashikaga (1336 - 1573) y el último de ellos y que ahora nos concierne, el shogunato Tokugawa (1603-1867). Eran una especie de dictadura militar donde el poder supremo lo ostentaba el shogun, general en jefe. 
Q: ¿Y el emperador que leñe hacía entonces?
A: El poder nominal seguía en el emperador, residente en Kyoto, pero era el shogun el que controlaba el país, en este caso desde Edo, actual Tokyo. Algo parecido a lo que ocurre ahora con las monarquías occidentales, el emperador se dedicaba a cazar osos borrachos y elefantes y a tirarse plebeyas era poco más que un símbolo del estado.
Q: ¿Y hasta cuándo duraron los shogunatos estos?
A: El último shogunato cayó tras fuertes presiones en 1868 (restauración Meiji), y dio el poder (no solo nominal) al emperador, que a partir de entonces controló todo.
Q: ¿Tienes algo más que contarme sobre el periodo este para que pueda luego tirarme el moco cuando enseñe las fotos de mi viaje a Japón?
A: Te debería decir que mirases la wikipedia, que lo sabe todo, pero te adelanto que el período del shogunato tokugawa se caracterizó por el aislamiento exterior, intentando eliminar todas las influencias exteriores, incluido por supuesto el cristianismo. También proporcionó una estabilidad y una paz que fueron muy bien recibidas, ya que venían de una época de guerras y desorden global y por ello el grato recuerdo y el respeto con el que se verera a los Tokugawa.
Q: Muy bien gracias, ya he llenado mi cabeza de datos absurdos que olvidaré en el siguiente párrafo.
A: De nada, a mandar.
 
Pagoda del Toshogu
El mausoleo se construyó del año 1634 al 1636, y fue su nieto quien orderó la construcción para el descanso eterno de su abuelo. Durante estos dos años más de quince mil artesanos y carpinteros de todo el país trabajaron en la construcción del mausoleo. Es por tanto un santuario sintoista, pero conserva algunos elementos anteriores budistas, como la pagoda de cinco pisos, el depósito de sutras y la puerta de acceso o Niomon. El templo es una sucesión de tres patios a los que se accede por puertas, que son sin duda lo más espectacular del conjunto, en especial la segunda, la Yomeimon, peeeero lamentablemente estaba en obras y no la pudimos ver.


Otros highlights del conjunto son los tres monos (Mizaru, Kikazaru, Iwazaru) que ni ven, ni oyen ni dicen el Mal, un gato representado en un mural de madera a la entrada de un edificio y un dragón gigante pintado en el techo de otro. Sé que puesto así no parece muy atractivo, pero es que no nos lo pareció en absoluto. No está mal, pero no es la maravilla que nos pintó todo el mundo. Quizás con la puerta Yomeimon a la vista habría cambiado la impresión. Para más INRI la tumba del shogun está situada aparte y es necesario pagar otro ticket, asi que hicimos caso a la guía que decía que no era en absoluto imprescindible y pasamos de mostrarle nuestros respetos al shogun Tokugawa (no offense, Ieyasu). Eso si, fuimos asaltados en repetidas ocasiones por colegiales nipones con gorrita blanca que nos hicieron una encuesta para practicar su nivel de inglés. Los crios eran majisimos y nos regalaban una pajarita o un rombo de papiroflexia, pero a la tercera encuesta decidimos que habíamos olvidado todo el inglés que sabíamos y nos escabullimos como buenamente pudimos.
 
Establos del templo
Salimos del mausoleo y una gran disyuntiva nos asaltó: ¿seguíamos viendo templos sintoistas en la zona o pasábamos a otro tercio y nos acercábamos al parque nacional? Por absoluta unanimidad ganó la segunda opción, ya que la posibilidad de ver otro templo sintoista más hizo que alguno de los integrantes del grupo amenazara con lanzarse de cabeza al río desde el muy sagrado puente serpentil.

Desde la misma carretera principal cogimos un autocar que nos llevó tras un laaargo trayecto de casi 50 minutos por una preciosa carretera llena de curvas a través de un espeso bosque que cubría todo lo que la vista alcanzaba. Es impresionante lo verde y arbolado que está el país en todo lo que las ciudades no cubren. Una impresionante masa arbórea cubre todas estas montañas de Nikko. Una ruta a pie por estos lares debe de ser impresionante.

La altitud a la que nos dejó el autobús nos despertó el hambre, y en el pueblecillo de arriba encontramos (de nuevo) un sitio de ramen donde comimos y bebimos entre japos. Desde allí dimos un breve paseo hasta las cataratas Kegon, que con 97 metros de caída es una de las más espectaculares de Japón. La visita es gratuita si se quiere ver desde arriba, pero si se pretende bajar hay que pagar una entrada para utilizar el ascensor. El sitio es muy bonito (y húmedo) y tiene la dudosa fama de ser que un lugar habitual de suicidas juveniles (los actuales emos) desde principios del siglo XIX.
 
Sin duda un sitio precioso para terminar con tu vida
Volvimos a subir de nuevo, y en dirección opuesta a las cataratas dimos un tranquilo paseo (con cafe con leche incluido) hasta el lago Chuzenji, del que desaguan las cataratas. Es un gran lago, tranquilo y con una vista bucólica, pero está demasiado urbanizado para mi gusto, ya que es un lugar de vacaciones habitual de los japoneses.
 
Lago Chuzenji
Cogimos el bus de vuelta y paramos directamente en la estación de tren de Nikko, que parece ser que es la más antigua de Japón y diseñada por el afamado arquitecto Frank Lloyd Wright.

El tren nos depositó de vuelta en Tokyo ya entrada la noche. Nos reencontramos con nuestra anfitriona que nos llevó ( ¡¡por fin!!) a un sitio de sushi donde nos pusimos hasta las patas por un precio moderado. ¡Hay que ver qué complicado es (o al menos nos resultó a nosotros) encontrar restaurantes de sushi fuera de Tokyo!

NST (al final del día): 10/10 Alta probabilidad de ictus en caso de entrar a otro templo