lunes, 22 de abril de 2024

Deambulando por Hoyo / La Berzosa (20.04.2024)

Habíamos ido al pueblo a hacer un recado y decidimos dar un mini paseo campestre con Victoria. Por ir a algún sitio al que no solemos ir cogimos la calle Frontera justo después del BM. Yo quería avanzar más con el coche pero la parte asfaltada se acabó pronto y tuvimos que dejar el coche ahí.



Caminamos por la pista de la calle Frontera - Empedrado - Carrascal (dudo mucho que alguien las llame así pero eso dice el mapa) hasta llegar a la zona de contenedores de poda donde era mi intención aparcar en un principio. Está claro que mejor acceder desde la carretera de Torrelodones en vez de la de Colmenar.

Entramos en el campo y es que no hace falta caminar grandes distancias estos días, está espectacular mires donde mires y vayas donde vayas. Incluso las zonas fronterizas campo-pueblo han sido colonizadas por los millones de plantas y flores y dan gusto. 

De camino al puente de Rolinares fuimos oyendo herrerillos y verdecillos, subiendo a rocas y cogiendo margaritas, viboreras, dientes de león y amapolas. El sol bajaba por el oeste y la luz era inmejorable. A nuestra espalda todo el cordal de la sierra del Hoyo cerraba el paisaje por el norte.

El puente de Rolinares no es más que dos vigas de piedra colocadas sobre un arroyo sin nombre que baja seco gran parte del año. Muchas veces tendemos a despreciar la utilidad de estos viejos puentes pero si están ahí es por algo. Seguro que en el pasado ayudaba a pasar carros pese a que ahora una persona pueda saltar el arroyo tranquilamente en su época de mayor caudal. 

La tarde era estupenda así que seguimos caminando y a una veintena de metros del camino saltó una abubilla. Victoria la vio y perseguimos al pobre pájaro haciéndole salir de entre las hierbas un par de veces hasta que se alejó entre unos arbustos. Me preguntaron el otro día por mi pájaro favorito y contesté que la abubilla sin pensarlo mucho. Tras pensarlo un rato más no modificaría mi respuesta.

Victoria iba ya cansada de todo el día y se acercaba la hora de dormir para ella así que dimos la vuelta, encarando ahora los picos de El Estepar y La Tortuga. Hicimos unas fotos entre la hierba y un pájaro voló hasta un árbol cercano. No lo reconocí inmediatamente pero me acerqué lentamente hasta el enebro en el que se había posado e identifiqué a un alcaudón común. No salió volando y de hecho me pude acercar hasta 2 metros del árbol sin que se molestara. Luego ya echó a volar de nuevo y se posó en otro árbol un poco más allá. En teoría son frecuentes por aquí pero yo al menos no lo había visto nunca. Es bastante inconfundible, con su modesto tamaño (siempre pensé que eran más grandes), su cabeza naranja-marrón y sus colores blancos y negros en vuelo con las alas abiertas.

Cruzado de vuelta el arroyo nos separamos del camino principal al ver a un perro suelto con malas pulgas. O mejor dicho, al ver al dueño del perro quien parecía tener aún menos luces que el animal. Les dejamos pasar y esperamos en las cercanías del arroyo escuchando a un chochín y a un escribano triguero.

Ya en las primeras calles del pueblo nos desviamos hacia unas fincas donde había un par de caballos blancos y un nutrido grupo de ovejas con los que Victoria se entretuvo un buen rato. Está absolutamente obsesionada con los caballos. Preferiría que fuera con los pájaros pero algo es algo.

Casi llegando al coche oí el canto de un ruiseñor desde muy cerca del camino, en una rama como quien dice encima de nosotros y Eva lo localizó a un par de metros. Es fácil oír a estos virtuosos del canto pero bastante difícil verlos así que nos deleitamos un buen rato con su canto y su visión. No es un pájaro muy espectacular a la vista pero insisto en que su canto es alucinante, con muchísimos modos diferentes.

Con las últimas luces del día y el sol cayendo tras los Picazos llegamos al coche, de nuevo encantados con un breve paseo campestre en la época que más luce el campo.

miércoles, 17 de abril de 2024

Deambulando por Hoyo / La Berzosa (14.04.2024)

Subo con Eva desde los depósitos de gas por la senda del pollo frito. Este risco era probablemente el sitio más alejado al que me llevaban mis padres cuando era pequeño. Tantos días y semanas pasados aquí y nunca me llevaron a descubrir mucho el entorno, curioso. Eso si, si recuerdo oir hablar de este risco y de hacer excursiones cortas hasta allí. En algunos sitios aparece como Cerro del Mesto, pero en este caso mis conocimientos vienen más de la experiencia familiar que de la oficialidad asi que se queda con el pollo frito. (Más que del pollo frito debería ser del pollo asado, pero bueno, los nombres quedan ahí y no seré yo quien cambie este).


Nada más entrar al campo cruzamos algún regato que llevaba agua y no suele hacerlo mientras disfrutamos con el planeo de un milano que oteaba el campo en busca de alguna presa. Marcas de jabalíes por todos lados, cantueso, jaramago, romero y jaras. Las encinas en flor y los enebros cargados de frutos.

Al llegar al collado bajamos en paralelo al barranco del Cura, aún en la cuenca del Guadarrama y por un camino bastante degradado por la culpa compartida de las bicis y de las lluvias. Llegamos a la zona de chopos del arroyo de la berzosa, un sitio muy agradable donde hay una especie de tipi hecho con troncos y varias charcas o represas en el arroyo. Hice una parada (eva ya pasa de mi en estas ocasiones y hace bien) ya que oí un canto no identificado y pude disfrutar de una curruca cabecinegra durante un buen rato. Ojos rojos, cabeza negra, bonito bicho. Son complicadas de ver las puñeteras currucas, no paran quietas. Seguimos camino tras encontrarnos con unos amables guiris marcando una carrera pese a su poca pinta de corredores y cogemos el camino de las charcas de las ranas.


No se como se llaman estas charcas pero este nombre me parece bastante adecuado, y más viendo el concierto que se llevaban el otro día. Con los prismáticos pudimos ver unas cuantas ranas o sapos en el agua mientras que un grupo de chavales nos amenizaba con reggaeton. Mejor esto que los dueños de los perros que los dejan bañarse en las charcas.

Subimos el camino por un entorno muy verde y bucólico hasta llegar a la zona de las praderas de Veris, con varios lugares pintorescos donde sentarse a la sombra y comerse un bocadillo de tortilla, cosa que esta vez no hicimos. Comprobamos el abrevadero y bajamos hasta el aparcamiento del Berzalejo donde cogimos la senda que sube a los Altillos.


No sé a qué lumbreras se le ha ocurrido instalar una valla metálica para proteger su muy especial terreno de 50 metros de lado, pero hay gente para todo. El camino sube en paralelo a un arroyo e incluso por mitad del mismo pero continuamos sin mayores problemas más allá de algún amago de taquicardia por parte de mi ya considerablemente embarazada esposa. Paramos en una roca a tomar aire un poco más adelante del cruce del barranco de las joyas y continuamos hasta que vimos una casa de campo a la derecha del camino. Allí evaluamos la situación y en vez de tirar al pueblo por los decorados y la Tejera giramos a la izquierda para, atravesando Los Altillos y Las Machorras volver a casa. Mucha jara, mucho enebro, alguna curruca, tiempo perfecto. Bastante agua, pero no se cuanto durará con estos calores.

Deambulando por Hoyo / La Berzosa (07.04.2024)


Salimos con Vic y su abuela Raquel desde el aparcamiento del parque de la tirolina bajo un cielo parduzco provocado por la calima. No recuerdo muchos episodios de calima cuando era pequeño pero el caso es que en los últimos años la tenemos aqui varias veces al año. ¿El cambio climático? ¿Memoria selectiva? Who knows. En cualquier caso es un incordio que hace que todo pierda color y yo en concreto la alegría de vivir.


Bajamos paralelos a la verja para luego girar hacia el norte bordeándola y cruzando el arroyo que mana de la zona de las charcas, inundadas de agua y rebosando. Menudo año de agua. Subimos entre las charcas oyendo el constante croar de ranas y/o sapos y enseñando los renacuajos a Victoria y tras una pequeña subida cogemos el camino que gira hacia el oeste, por las lanchas, Bóbilas y los Corrales de Julia. Hay movimiento en los colmenares y nos entretenemos viendo las mariposas, pregúntandonos porque algunas flores de las jaras tienen cuatro puntos granates, y oliendo las plantas aromáticas: cantueso en flor, tomillo, romero y otra que no identifico pero que huele muy fuerte llegando incluso a ser desagradable. Enfrente de las Bobilas hay unas cabras y unos burros tranquilos con los que Victoria se entretiene.

El tiempo se empieza a torcer y las nubes grises amenazan con venir desde El Escorial. En teoría no llovería hasta después de comer pero el viento se agita un poco y Eva decide unilateralmente que Victoria ha tenido suficiente paseo y me dejan solo de camino a las cascadas. Pese a que me hacía ilusión que Vic llegara no me quejo demasiado, valoro cada vez más un rato de tranquilidad en el campo.

Continúo a buen ritmo ahora que puedo y cruzo el arroyo del Ladrillar (entubado) y el de Peñaliendre, que bajan ambos con bastante agua, sobretodo el segundo el cual es hasta complicado cruzar sin mojarse. Pasado el vado me quedo un rato sentado en una roca intentando localizar a una curruca, un petirrojo y un pinzón, pero tras unos minutos me harto y sigo la ruta. 


En las cascadas me encuentro con bastante gente con crios y también con bastante perros. Ningún problema con los niños y tampoco con los perros, que molestan menos que los ciclistas panzudos equipados para bajar el Annapurna por los que hay que apartarse del camino cada poco tiempo. Las cascadas están en su mejor época con bastante agua que baja alegre camino del Guadarrama. No pierdo mucho tiempo allí y de bajada intento seguir el arroyo de peña Herrera hasta que su unión con el de Peñaliendre pero no hay camino y decido volver a la senda.


Allí vuelvo a pararme en el vado del arroyo de peñaliendre y ahora si consigo ver una curruca carrasqueña y oir un ruiseñor. Bonito momento de naturaleza. Cuando retomo el camino me empieza a llover encima, pero es hasta agradable sentir las gotas cayendo. Viene bien que se limpie la atmósfera del polvo sahariano este.

Vuelvo a pasar por delante de los burros, bajo a la zona de las charcas y oigo un canto no identificado. Mi app mágica me dice que es una alondra totovía y me entretengo un buen rato buscándola con poco éxito. Me vuelven a caer unas gotas así que aprieto el paso hasta llegar al coche.