jueves, 20 de abril de 2017

Chile, día 11: ¡A la argentina!

7 de Enero de 2016

Nos levantamos con la calma en el Keoken Patagonia de Torres del Paine. Los B&B que proliferan por toda la Patagonia son acogedores y personales, pero tienen las desventajas de las casas, entre ellas que no están bien aisladas acústicamente y que a veces el propietario es más cercano de lo que debería.

Tomamos un correcto desayuno pero finalmente salimos con algo más de retraso porque no conseguimos hacer que el dueño dejara de hablar. Era un hombre agradable pero hay que saber cuando parar.

Vistas desde Puerto Natales
Por fin cogimos la carretera que nos conducía a la frontera argentina. Una vez allí, pasamos los rutinarios controles de ventanilla y sello a los que tan desacostumbrados estamos en la Europa de las fronteras abiertas. Sin ningún problema proseguimos el camino, que durante el primer tramo discurría entre modestas montañas y prados verdes.

Fue tras dejar atrás Rio Turbio cuando el paisaje cambió radicalmente. La pampa argentina se hizo presente y una inmensa y seca llanura se abrió ante nosotros, todo un contraste con las montañas y los glaciares que habíamos dejado atrás el día anterior. Las nubes provenientes del Pacífico descargan el agua en el lado chileno de los Andes y una vez en Argentina solo llevan un viento atroz que impide el crecimiento de árboles.

Vistas desde la carretera argentina
Y así fueron pasando las horas, con un monótono discurrir de estancias, vallas ganaderas y paisaje ocre, con únicamente un par de desviaciones y por una carretera en buen estado que te permitía disfrutar del viaje. Solo casi al final del camino, tras 4 horas largas de conducción llegamos a un mirador donde pudimos disfrutar de las primeras vistas sobre el lago Argentino, e intuir algo del verdor que al oeste, en la falda de la cordillera nos aguardaba.

El lago Argentino
El Calafate se nos descubrió como una especie de colonia alpina en mitad de la nada patagónica. Edificios de madera con jardines de abetos, un toque de belleza y cuidados con algo de artificialidad. Debió de ser un centro de turismo interior en épocas mejores, hoy solo se mantienen los precios altos y un continuo caudal de turistas extranjeros, que utilizan el pueblo como base de operaciones para visitar el Perito Moreno. Nuestro plan era visitar el glaciar al día siguiente y volver directamente a Chile a devolver el coche y coger el avión. Por ello dejamos las cosas tranquilamente en el hotel y salimos a dar un paseo por el pueblo, donde observamos una buena cola de coches para echar gasolina. Jeje, que costumbres tan curiosas tienen estos argentinos, haciendo cola para llenar el depósito, ¡que cosas!

Casa típica de El Calafate
Nos tomamos un café y un trozo de tarta bien grande en una cafetería de estilo europeo y curioseamos por un pequeño museo dedicado al descubrimiento del glaciar, el establecimiento de colonos en la Patagonia y un poco de la historia local. Tranquilos y relajados volvimos al hotel, donde por casualidad preguntamos al recepcionista el porqué de la cola en la gasolinera.

No había gasolina en el pueblo. Ni una gota.

Por cortes de suministro, escasez de camiones o lo que sea, no había combustible. El rumor era que llegaría un camión cisterna esa noche y por eso la gente hacía cola. Nosotros no teníamos otra opción, la primera gasolinera de vuelta estaba muy alejada para la gasolina que teníamos en el depósito. Si queríamos salir de Argentina y regresar a Chile necesitábamos combustible. Así que nos pusimos a la cola. Fuimos buscando dónde empezaba y no lo podíamos creer. 

Estuvimos 5 horas en una cola de coches hasta la 1 de la mañana, cuando como un milagro llegamos a la gasolinera y pudimos llenar el depósito. Una de las situaciones más surrealistas que hemos vivido en nuestras vidas sin ninguna duda. Una infinita línea de coches que se extiende por calles y calles, al principio parada por completo y luego avanzando poco a poco, de 20 en 20 metros. Entremedias arranques, paradas de motor, lectura, conversaciones con la gente que nos precedía, etc… Las familias traían comida y pasaban la tarde-noche con el dueño del coche, la gente leía y conversaba en corros. Parecían bastante acostumbrados y no les sorprendía lo más mínimo. Mantuvieron una actitud correctísima durante las cinco horas que nosotros estuvimos en la fila. Educación y humor para pasar el rato.

Tras valorar si poner un candado al depósito para que no nos robaran nuestro preciado combustible, nos fuimos a dormir tras un día en el que las cosas no habían ido como nos hubiera gustado. Eso si, habíamos solucionado la papeleta para poder ver nuestro objetivo al día siguiente: El Perito Moreno.