sábado, 8 de septiembre de 2012

Circular de La Mujer Muerta

Integrantes: Coleman
Fechas: 4 de Marzo del 2012
Sector: Sierra de Guadarrama 
 


Como entrenamiento para la semana del GR-11 que haremos la última semana de Julio, me propuse hacer una ruta rompepiernas que combinara desnivel y longitud. Para evitar el sol criminal de estos días (o al menos intentarlo) descarté La Cuerda Larga y para evitar sentirme como en la calle Preciados hice lo propio con La Pedriza, llena a rebosar de pachangueros y domingueros a partes iguales en los fines de semana de Julio y Agosto.
 
Mujer muerta
La ruta elegida fue La Mujer Muerta, cordal que aún no conocía y que combinaba dureza, distancia y soledad mientras que la segunda parte del recorrido discurría en el fondo del valle del Rio Moros, al resguardo de los pinos del Guadarrama. Como mantenía alguna esperanza de volver a comer a casa, madrugué de lo lindo y a las 08:00 estaba en el parking enfrente de Casa Cirilo, cerca del area recreativa de Las Dehesas, en el valle de la Fuenfría. Con un ritmo elevado para entrenar y que no se me hiciera tarde, enfilé hacia el puerto por la Calzada Romana, disfrutando del fresquito de la mañana que me obligó a ponerme un cortavientos y saboreando uno de los mejores pinares de toda la sierra, que continúa hacia el E y se une con el del valle de La Barranca, por donde estuve hace tan solo 8 días.

Llegué al puerto de la Fuenfría al tiempo que lo hacían un grupo de corredores y una pareja de montañeros y giré hacia la derecha buscando la fuente situada al final de la senda de los Cospes. Con un exiguo chorro de agua aguanta la pobre este verano de este seco año, pero fue suficiente para rellenar mi bidón y la mitad de mi botella de agua de litro y medio. Sólo rellené la mitad para aligerar peso y en previsión de encontrar fuentes en el camino, sobre todo en el valle del río Moros, previsión que resultó fallida y que me hizo sufrir más de la cuenta en la segunda parte del recorrido.

De vuelta a la Fuenfría tomé la senda que sube directamente al Cerro Minguete, al Oeste del mismo puerto. Este cerro se sitúa en un segundo plano por la zona en la que se encuentra. Parece un monte “auxiliar” antes de coger la cuerda que nos lleve al Montón de Trigo o hacia la Mujer Muerta, pero las veces que lo he subido me ha hecho sufrir bastante. Son sólo 200 metros desde el puerto, pero se hacen duros hasta alcanzar su modesta cumbre. Desde allí, pese a que no es necesario para llegar al collado de Tirobarra, me propongo resarcirme de un intento de subida al Montón de Trigo que la niebla y la lluvia me llevaron a abortar hace un par de años. Con su particular forma el Montón de Trigo constituye un mirador incomparable del Valle de Valsaín, verdadero pulmón de esta Sierra y que fue incluido in extremis en el proyecto de parque nacional del Guadarrama. Esperemos que se recapacite y se incluya en su totalidad, así como el Pinar de los Belgas y el resto de masas boscosas que dan vida y forman parte inseparable de esta sierra.

Es una subida bonita y entretenida, en la que hay que superar algún bloque grande de piedra ya al final de la ascensión y cerca de la cumbre, desde la que se vislumbra un inmejorable paisaje de pinos entre nuestra posición y la ladera de Peñalara, un poco deslucida vista desde esta cara Noroeste. Realmente es un mar de pinos, verdadero tesoro centenario de nuestra tierra, que es necesario proteger como se ha hecho hasta ahora. En un monte cercano a nuestra posición se aprecian las antiguas ruinas del convento de Casarás, del que ya hablaré en otra ocasión. Tomé un par de piezas de fruta disfrutando de las vistas y de una soledad que no pensaba encontrar en un domingo de Julio.
 
Vista hacia el E desde el Monton de Trigo (7 picos, Maliciosa, Bola del mundo, Cabezas de hierro)
Reemprendí el descenso hacia el collado, adentrándome en Segovia, y observando el contraste entre el verde que cubría el valle del Rio Moros a mi izquierda y el parduzco que asola la meseta castellana en estos meses. Enfilaba la mujer Muerta, para lo que primero debía subir a la cabeza, conformada por La Pinareja (2197 m). La subida es tendida pero aburrida, ausentes los árboles que jalonaban el camino a las dos cimas ya subidas. La cuerda de la mujer muerta es seca, pedregosa y hostil, chocando con el arbolado valle que se extiende a sus faldas.
 
Ruinas del convento de Casarás
Ya en la cumbre y refugiándome en una torreta de piedras del implacable sol de Julio que ascendía impertérrito por el cielo castellano observé la inmensa pedrera que constituye la cara norte de La Pinareja. Tras ella, se extienda la seca en esta época tierra segoviana, dando una sensación de desolación y crudeza que nada tienen que ver con los verdes y húmedos valles de la vertiente madrileña.
 
Paso de la Pinareja a la Peña del Oso
El paso entre La Pinareja y la Peña del Oso se realiza por una entretenida cresta que hay que bordear o pasar por encima en algunos casos. Con unas inmejorables vistas sobre el pinar del río Moros, su cantera y sus dos embalses, llegué en poco más de 30 minutos a la cima de la Peña del Oso, inconfundible con sus dos estatuillas del plantígrado animal. Me comí un bocadillo buscando la sombra que ya escaseaba mientras descansaba las piernas, sabiendo que la parte más dura de la ruta ya había pasado y que lo único que quedaba era devorar kilómetros superando el cansancio y el hastío por la soledad y la distancia.
 
Figuritas en la cima de la Peña del Oso
Enfilé hacia el puerto de Pasapán, visible ya en la distancia, con aún alguna esperanza de llegar a comer a casa a las 3. Una bajada por una pedrera donde me crucé con un grupo precedía a la pequeña subida al Pico de Pasapán, ultima elevación de más de 2000 metros que alcanzaría hoy. No es sin embargo la cumbre más occidental de más de dos mil metros del Guadarrama, ya que al otro lado del puerto la Majada Pielera alcanza los 2004 metros. Arriba, una pareja de excursionistas no parecían creerse que viniera de Cercedilla y seguí mi camino hasta que dos vacas con malas pulgas me obstruyeron el camino. Salté una valla metálica para evitarlas y llegué al Puerto de Pasapán, donde comenzaba la segunda parte de la ruta bajo un intenso sol.
 
Valle del Río Moros
El Valle del Río Moros se extiende en dirección NE- SW íntegramente por la provincia de Segovia. Delimitado por el cordal principal del Guadarrama por el SE y por La Mujer Muerta y la sierra del Quintanar por el NW, supone un pulmón verde para la vertiente segoviana de la sierra y el municipio al que pertenece, El Espinar. El Rio Moros discurre por su fondo junto con multitud de arroyos y se une al Gudillos para alimentar más allá de la sierra al Eresma. Aprovechado desde mucho tiempo atrás forestalmente, hoy aloja dos embalses que dan de beber a los municipios limítrofes, así como una cantera olvidada y abandonada. Es una zona solitaria y de gran belleza, en contraste con sus valles hermanos de la vertiente madrileña, valles domesticados y poco solitarios en cualquier época del año.
 
Pedrera que cruza el camino
Bajé por una pista forestal en no muy buen estado, y cuando esta giro bruscamente a la derecha seguí de frente, subiendo unas cuestas a la sombra de unos pinos cada vez más altos según bajaba la altitud. La pista trazaba una amplia curva a izquierdas cruzando una espectacular pedriza que se asemejaba a un inmenso rio de piedras por la que cruzaba el camino. Tras un cruce con algún ciclista, la pista empeoraba y perdía altura rápidamente, todo por en medio del profundo pinar hasta desembocar en otra pista forestal que atravesé para continuar campo a través a la vera de un arroyo saltarín. Unas vacas pastaban pacíficamente a la vera del arroyo y me hicieron desviarme y cruzar el curso de agua para prevenir: la mirada fija de un bicho de 500 kg con cuernacos no me parece una sensación muy tranquilizadora y tiendo a alejarme por muy pacíficos que sean. Por fin, desemboqué en otra pista, al lado de un puente que cruzaba el arroyo que venía siguiendo. Sediento y esperanzado de encontrar otra fuente cerca de los embalses, apuré las últimas gotas de agua que quedaban en la botella.

Embalses del valle
La pista me dejó al pié de la pared del primer embalse donde eché un vistazo al estado de la misma y subí para cruzarlo por encima de la presa. Entre el calor y la sed que tenía, esa masa de agua fresquita me llamaba muchísimo, pero ni parecía muy limpia, ni se veía el fondo, así que opte por dejarlo para otra ocasión. Me reincorporé a la pista que rodeaba el embalse y la seguí durante una media hora, hasta que llego al pie de la senda que conduce al collado de Marichiva, que separa el valle del Rio Moros del de la Fuenfría. Sediento y muy cansado, descansé a la sombra del tupido pinar y emprendí con calma la subida de unos 200 metros hasta llegar al collado, donde había un grupo de personas que me indicaron la supuesta presencia de una fuente. No la encontré y opté por coger la calle alta hasta llegar a la fuente del Infante, siempre con agua fresca y sana. Me sacié todo lo que quise y comí algo de bocadillo, para volver al collado y bajar por una senda hasta el parking de Casa Cirilo, donde llegué a eso de las 15:20.

Una buena palicilla que me obligó a comer en casa a las 16:30 y a pasarme la tarde sentado en el sofá lamiéndome las heridas.

Transrrauláica 2012 Día 7 (y último) Subida al Aneto

Por fin llegaba el último día, el día del reto final, si cabe aún más desafiante por venir de 6 días de caminatas intensas. No empezaba bien, sin embargo, porque la noche no había sido del todo placentera…justo el día que mejor necesitábamos descansar fue el día que los ronquidos fueron más intensos y más cercanos. Ni los tapones podían contener los rugidos de oso polar que asolaban la habitación. A las 4 de la mañana, una hora antes de la hora prevista ya estábamos con los ojos como platos, esperando la hora de levantarnos y desayunar, momento que por fín llegó a las 5 en punto de la mañana. La gente estaba ya en pie y preparándose para salir pese a la total oscuridad.

Desayunamos fuerte: magdalenas, galletas y leche mientras que los cuerpos se desperezaban y la mente, intranquila ya por lo que nos venía encima, se iba sacudiendo los nervios de encima. Dejamos todo el equipaje no necesario en las taquillas (sin candado, el único fallo del refugio) y cargamos las mochilas con lo estrictamente necesario: ropa de abrigo, crampones, piolet y comida. La previsión meteorológica pronosticaba tormentas a primera hora de la tarde, asi que era conveniente salir temprano y darse una moderada prisa para que por lo menos la lluvia nos cogiese bajando al refugio y no atravesando el glaciar. Cuando salimos al porche del refugio, ya se veían varias luces en la ladera que conduce a los portillones. Que nosotros supiésemos, los jubilados con guía, los greco-canadienses y los valencianos estaban ya en marcha. De hecho, The Rock había caminado los primeros metros la tarde anterior para memorizar la ruta en el GPS y no perderse al día siguiente. Muy profesional.
El sol se empieza a ver
Enfilamos el camino, que discurre por un auténtico murallón de piedras, sin apenas 3 metros seguidos de senda terrosa. En esta primera mitad de camino es muy importante seguir los hitos, ya que es la única manera de no extraviarse y coger el camino más rápido al Portillon Superior. Y aún asi, es complicado y desviarte de la ruta si no la conoces previamente es más que probable. Recordamos con nostalgia como 2 años atrás habíamos dado estos mismos pasos en unas condiciones muy diferentes: en pleno Septiembre, la nieve nos sorprendió y ganamos varios cientos de metros ladera arriba bajo una espesa nevada que cubría poco a poco las rocas con un par de centímetros de resbaladiza nieve que ocultaba cualquier grieta o agujero. Tomamos la sensata decisión de volver al refugio tras un par de horas de camino. Dos años después, el destino nos daba la oportunidad de resarcirnos y conseguir la ansiada cima.
A rebufo de "The Rock"
Adelantamos a los valencianos y divisamos a los griegos más adelante. Subiendo de piedra en piedra, pronto empezó a amanecer y el calor empezó a hacerse notar. La subida no da tregua hasta el portillón, y no se tiene ninguna referencia visual que oriente hacia el paso. Al poco tiempo de amanecer, llegamos a la rueda de los griegos y el canadiense y tomamos la gran decisión de seguir a su ritmo, fiándonos de su experiencia y su GPS. “The Rock” lideraba la expedición, con un ritmo constante y decidido que no hacía sudar pero que avanzaba sin pausa. Se fijaba cada poco tiempo en los hitos, fiándose de ellos al completo, sin importarle en absoluto cambiar la dirección que llevaba. Conversando con ellos tranquilamente fuimos ganando altura, viendo el ibón de la Renclusa y los picos del otro lado del valle donde se sitúa el refugio. Un grupo de navarros ascendían también a buen ritmo pero por una ruta unos cientos de metros a la izquierda. Ninguno de nosotros sabíamos la ruta exacta, pero el camino parecía girar hacía la derecha, en dirección al glaciar de la Maladeta, visible desde el principio de la ruta bordeando la crencha de los portillones.
Glaciar de la Maladeta (por ahí NO se va)
En un momento dado, tras bordear varios neveros en nuestro camino a lo que creíamos que era el Portillon Superior, dejamos a los griegos y nos adelantamos por nuestra cuenta en dirección a los navarros, que parecían más decididos y con un ritmo más vivo. Pasamos por un pluviómetro desde el que se divisaba ya el otro lado de la cresta y desde donde observamos por primera vez el objetivo del día, el Aneto. Sin embargo, continuamos la senda que llevaba el grupo de navarros y continuamos ascendiendo por la cresta en dirección a La Maladeta. La cresta se ponía cada vez más complicada y no se vislumbraba el paso por ningún lado, por lo que juntos el grupo de navarros y nosotros dos, dimos la vuelta en dirección al pluviómetro. Y es que unos pocos metros más abajo se encuentra el paso del Portillón, constituyendo el pluviómetro una muy buena referencia visual para localizarlo. En cuanto uno lo divise, hay que dirigirse hacia él.
Primera vez que ves el Aneto. Desde el pluviómetro
Una vez allí nos encontramos con los valencianos, que habían ido por la ruta más directa, ya que él conocía el camino. Descansamos unos minutos, comimos algo y por fin cruzamos el Portillón Superior. Dos años antes, además de no acercarnos siquiera, sospecho que no tomamos ni la ruta correcta, demasiado pegados a la cresta desde el primer momento. Sin embargo hoy, bajo un cielo azul moteado por nubes altas, cruzamos la cresta para enfilar ya directamente hacia el rey del Pirineo, el Aneto. El atravesar este paso no supone que el fin de la ruta esté cerca, ni muchísimo menos. Si que se ha salvado ya un buen desnivel (aproximadamente la mitad del total), pero en distancia queda más de la mitad, eso si por un terreno más llano pero me atrevería a decir que igual de incómodo. Y es que el mar de rocas es común a ambos lados de la cresta, si cabe aún más grandes en este lado. Pegados a los muros del cresterío, hay que hacer equilibrios de piedra en piedra, poniendo toda la atención disponible en cada paso.

El cansancio hacía mella y el frío aumentó, con lo que decidimos parar un poco al cobijo de una gran roca, comer algo que nos diese energías y dejar que algún grupo que conociese la ruta más directa tomara la delantera. Se veía ya al grupo de “jóvenes“ alemanes atravesando el glaciar, a una distancia inalcanzable. Reanudamos el paso por el campo de rocas, acercándonos más y más a la inmensa y grisácea masa de hielo, deseosos ya de ponernos los crampones de una vez por todas. Por fin llegamos al límite del glaciar y nos pusimos los crampones alquilados en el refugio.
Panorámica del glaciar del Aneto
Hasta ahora, nuestra única experiencia con crampones era por nieve dura, pero nunca por hielo. La sensación resulta totalmente diferente. El glaciar es una superficie dura y brillante por la que a estas alturas de año corren infinidad de pequeñas corrientes de agua que poco a poco merman el volumen del glaciar. Resulta bastante cómodo andar por él, siempre y cuando no te ocurre lo mismo que a nosotros y los crampones se te desajusten continuamente. Si es posible, es recomendable subir con tus propios crampones. En nuestro caso, con 6 días de travesía a la espalda no resultaba lo más práctico. Comenzamos la travesía del glaciar tras los únicos dos navarros que quedaban (los otros se habían dado la vuelta, no es que hubieran muerto) pero pronto se distanciaron y nos unimos a unos catalanes muy amables, que nos guiaron por el mejor camino hasta casi la cumbre.

Esta es sin duda la parte más bonita y entretenida de la ruta. La pendiente es bastante suave y las vistas hacia el Norte son espectaculares, con infinidad de picos de más de tres mil metros a la vista y el verde valle de Aigualluts abajo. Paso a paso, haciendo paradas para reajustar los crampones, bordeamos un gran hueco en la nieve para llegar a la última parte de travesía del glaciar, donde la pendiente se hace más dura y es necesario hacer zig-zags por el hielo. Un irlandés atómico nos adelantó como un rayo y creí entenderle que había salido de Llanos del Hospital bastante más tarde que nosotros de La Renclusa. En caso de ser así, ole sus huevos. Por fin llegamos al punto donde hay que quitarse los crampones y dejarlos, esperándote hasta que bajes de la cima. A partir de ahí únicamente quedan unos minutos de subida por roca hasta la antecima, que se recorren en un santiamén, llevados en volandas por la cercanía del destino.
Atravesando la ultima parte del glaciar
Sólo quedaba enfrentarse al Paso de Mahoma. Tantas veces habíamos leído, oído hablar y visto fotos del famoso último tramo a la cima que, cuando le hincamos el diente nos pareció bastante sencillo. Una mano aquí, un pie allí…los apoyos son claros y amplios, permitiendo disfrutar del paso. Si no se tiene vértigo no debe haber ningún problema, si se tiene es probable que cueste porque el patio es grande a ambos lados. Con cuidado recorrimos los 15-20 metros que separan la antecima de la cima y por fín, a eso de las 12 de la mañana, un poco más tarde del horario previsto debido a algún despiste en la ruta, hicimos cima en el techo del Pirineo.
¡Cima!
Una gran cruz con guirnaldas tibetanas preside la cumbre, a la que se hayan anexas todo tipo de banderas de las (selecciónese aquí la palabra que cada uno quiera) naciones/comunidades autónomas/regiones de España. La panorámica es grandiosa. Pese a que el día no estaba claro se podía apreciar perfectamente el macizo del Posets, más cerca las crestas del ibon de Cregüeña y por el Este las cimas que bordean el Vall d’Aran. La satisfacción era plena y nos hicimos unas fotos que atestiguaran la cima. Sin duda disfruté mucho más esta cima que la del Monte Perdido, quién sabe si quizás porque en esta tuvimos la suerte de estar solos, mientras que en el Perdido una multitud abarrotaba la cima. También la duración de la ascensión añade más sufrimiento a la ruta, y a más sufrimiento, más recompensa final.
Panorámica desde la cima
Deshicimos nuestros pasos hasta la antecima, donde vimos aproximarse a los valencianos y a los griegos. Comimos un bocadillo con una sonrisa en la boca y bajamos de nuevo al lugar donde habíamos dejado los crampones. Nos los calzamos de nuevo y volvimos al glaciar para recorrer, esta vez pendiente abajo, la masa de hielo más grande del Pirineo. Era el turno para mis crampones para desajustarse continuamente, asi que la bajada se me hizo un coñazo. Además, cayeron un par de grandes rocas desde lo alto que bajaban cogiendo una gran velocidad y pegándonos unos buenos sustos. Las corrientes de agua que surcan el glaciar hacen que te empapes botas y calcetines, pero ya todo importa menos, ya que cada paso que das te estás acercando al refugio.

Según hemos leído mucha gente sin experiencia con crampones y piolet ni rutas largas por montaña intenta esta cima por el hecho de ser la más alta de la cordillera. Somos poco amigos de los que llamamos “licenciados en montaña” que se permiten el lujo de mirar por encima del hombro a los que no tienen tanta experiencia como ellos pero creo que en este caso es conveniente hacer alguna recomendación. Esta no es una ruta conveniente para gente con poca experiencia. Conviene no tener prisa y haber practicado bastantes veces sobre nieve dura antes de intentar atravesar el glaciar. Además, una buena forma física es imprescindible para acometer con garantías la ruta, ya que son casi 7 horas subiendo que para alguien desentrenado puede resultar un auténtico suplicio. El camino atraviese zonas muy alejadas de cualquier puesto de ayuda y es complicado volver al refugio si nos acometiese una gran pájara o cualquier pequeña lesión.

Salimos del glaciar y nos despedimos de los catalanes que tan amablemente nos habían indicado el camino hacia la cima. Optamos por coger un camino que nos sacaba rápidamente del glaciar, ya que estábamos ya deseosos de volver a la roca para sacarnos los crampones. Pese a las dudas de Antonio, la ruta era la correcta y apenas tuvimos que ganar un poco de altura antes de llegar al Portillon. Las nubes empezaban a aparecer ya sobre la cima del Aneto y era necesario darse un poco de vidilla para no empaparnos. De roca en roca llegamos por fin, ya bastante cansados hasta el Portillón, donde, sin más dilación comenzamos a descender. En un principio tomamos una dirección equivocada y unos chicos nos avisaron de que nos dirigíamos hacia un cortado. Reconducimos la ruta y les dimos alcance. Nos quedaba una bajada larga en la que era necesario poner mucha atención. No obstante, la tormenta se acercaba y estábamos decididos a no mojarnos así que apretamos el paso, saltando de roca en roca a toda velocidad, estrategia que casi nos cuesta algún que otro susto.

Desafortunadamente, cuando nos encontrábamos a unos 40 minutos del refugio, empezamos a notar las primeras gotas de la tormenta. Asumimos que las nubes habían sido más rapidas que nosotros y sacamos el abrigo de la mochila mientras que seguíamos bajando asumiendo que nos tocaba empaparnos. El refugio estaba ya a la vista pero quedaba aún una media horita fácil hasta llegar a él. Afortunadamente no fue ni de lejos una tormenta como la que nos cayó encima el día anterior y pudimos avanzar a buen ritmo hacia el refugio. Incluso nos dío tiempo a recoger un saco de dormir extraviado. Un autobús salía de La Besurta a las 17:00 hacia Benasque y el siguiente lo hacía a las 19:00 así que apretamos el paso. Llegamos al refugio a eso de las 16:15, unas 10 horas y media más tarde de la hora de partida. Sin tiempo nada más que para devolver el material, pagar y rehacer las mochilas emprendimos una casi carrera hacia el parking de La Besurta, al que llegamos 5 minutos antes de que el autobús saliera.

Sólo en el autobús nos permitimos descansar e incluso quitarnos las botas, mientras que disfrutábamos ahora si del éxito que nos había acompañado en el día y en general en toda la semana. Llegamos a Benasque, buscamos un hotelito para pasar la noche y a eso de las 21:00, tras la reglamentaria ducha, estábamos comiéndonos un chuletón a la piedra con unas cuantas cervezas para celebrar el fin de la ruta.

Caimos dormidísimos poco más alla de las 22:00 ya que, además de lo cansados que estábamos, teníamos que coger un autobús la mañana siguiente a las 06:30 de la mañana.
Datos Prácticos
Tiempo empleado: 11 horas más o menos con descansos

Desnivel: +1200 m

Dificultad: Laaargo y duro. El paso del glaciar no recomendado para gente que no este habituado a caminar con crampones. Paso de Mahoma si tienes vertigo no tiene que molar nada.

Alojamiento: Hostal noseque en Benasque. Bien, funcional, estabamos tan cansados que nos hubiesemos sobado en la plaza mayor del pueblo