jueves, 23 de octubre de 2014

Uzbekistan, Día 4: Bukhara, la ciudad santa

A primera hora de la mañana (pero ya con una luz ardiente que invadía la habitación), salimos del horno que hacía las veces de habitación. Comprobamos que el termómetro instalado en la terraza del hostal ya rozaba los cuarenta grados, confirmación de que el día que teníamos por delante iba a ser otra odisea de sol y sudor, gafas de sol y crema protectora. Afortunadamente el desayuno supuso una grata sorpresa, con una especie de porridge uzbeco, fruta, tortitas centroasiáticas y un decente café que hizo que las ganas de insultar al dueño por no instalar un ventilador decente en la habitación se redujeran.

El callejón donde se encontraba el hostal aún mantenía el frescor de la mañana, pero en cuanto salimos a la amplia plaza todo espejismo se disipó, y el instinto de buscar la sombra se adueñó de nuestros movimientos ya para todo el día. Caminamos hacia el Oeste, buscando el parque que se extiende más allá del Ark, o fortaleza del Emir.

Lo primero que nos encontramos fue una amable y semiescondida placita alrededor de un pequeño estanque y en un lado, una madrassah con otro minarete. Como las iglesias románicas en una vetusta ciudad castellana, las madrassahas florecen en Bukhara como las setas después del aguacero.

Reflejo sagrado

En la linde del parque, una mezquita adaptada al calor centroasiático sobresale. Es la de Bolo Khauz, que con su zona de rezo abierta permite observar los decorados del techo e incluso las oraciones de los fieles. En otro estanque anexo, los hombres observaban curiosos a los turistas, mostrando incredulidad ante la sorpresa ajena ante algo rutinario para ellos.

Mezquita de Bolo Khauz
Continuamos hacia el sur, aligerando el paso para evitar que el sol se cerniera sobre nosotros. Ya dentro del parque descubrimos uno de los monumentos más antiguos y originales que veríamos en el pais. Es el mausoleosamánidaa, especie de cubo barroco de la época de los últimos gobernantes persas y que se muestra humilde ante el visitante, descolocado, como sacado del valle del Ganges donde por su estilo pegaría más y trasladado aquí por arte de magia.

Memorial samanida

Antes, un lugar que evoca más de lo que es. El agua siempre ha sido fundamental en estas tierras desérticas, y la naturaleza ya estaba aquí antes que los dioses creados por los hombres. Así, en el lugar de un manantial que saciaba la sed de los primeros pobladores y ante el cual se venía a dar gracias, los conquistadores árabes y los fieles que vivieron después instalaron un santuario, apropiándose de la piedad local hasta hacerla suya y relacionarla con uno de sus profeta. Es el santuario del profeta …., al que los devotos le otorgan el descubrimiento de esta fuente, pese a ser sin duda mucho más antigua que el supuesto descubridor.

Alejándonos aún más del centro llegamos a otra plaza con dos madrassahs enfrentadas. Curiosa esta agrupación de edificios gemelos, como retándose mirándose cara a cara. Sin duda muchos estudiantes debieron vivir aquí para llenar todos estos centros de saber musulmán. La sombra es vital en esta ciudad, y a estas horas aún poblaba parte de la plaza y la aprovechamos para descansar unos minutos antes de volver a la explanada del Ark.

El palacio del Emir siempre ha simbolizado el terror, la represión y la muerte. Fue en este Ark de Bukhara donde los dos diplomáticos-espías-exploradores ingleses del Great Game, Connolly y Stoddard permanecieron encerrados en la última mazmorra del edificio, compartiendo espacio con todo tipo de alimañas y suciedad para por fin salir del agujero únicamente para ser decapitados.

Explanda del Ark

El gran juego de Asia Central, que tuvo lugar durante el siglo XIX, nos muestra la lucha de poder entre el imperio británico y el por entonces expansivo imperio ruso. El miedo inglés a una posible invasión rusa de la India, su posesión más preciada, les impulsó a establecer contacto y alianzas con los gobernantes de las tierras que se interponían entre ellos y el gran oso ruso. En una primera fase las tierras del otro lado del Indo y más tarde, las del otro lado de los pasos Khyber y Bolan, es decir, Afganistán.

Este último país siempre se les resistió a los ingleses, y sufrieron graves derrotas en estas duras tierras plagadas de pasos de montaña inhóspitos y desiertos infranqueables.

A las tierras situadas más allá del Oxus únicamente se adentraron exploradores y espías en solitario, a menudo sabiendo que el respaldo de su majestad sería únicamente nominal, y más aún en caso de ser descubiertos y encarcelados, como les pasó a Conolly y Stoddard. Sin embargo los rusos se internarían de manera mucho más masiva y planificada, hasta derrotar militarmente a las exiguas fuerzas locales y atraerlas definitivamente al regazo de su imperio.

El Ark, aparte de alguna mezquita y un par de museos glorificando la historia uzbeca no reviste demasiado interés, razón de más para regatear la entrada, que fue lo que hicimos. Si no se dispone de mucho tiempo, con ver las murallas exteriores y la portada principal es suficiente para hacerse una idea de lo que suponía este edificio como centro de poder en la ciudad de Bukhara.

A pleno sol ya, huyendo de la luz como vampiros, volvimos nuestro rumbo al centro, hasta alcanzar de nuevo la plaza de Po-i-Kalon, nucleo gravitatorio de la ciudad. Subidos a una terraza enfrente del minarete aliviamos el calor con una cerveza uzbeca mientras que hacíamos fotos y descansábamos tranquilamente.


La mezquita de Kalon es inmensa, con un gigantesco patio interior sin duda diseñado en otras épocas donde la religiosidad de los uzbecos no había sido borrada por años y años de materialismo histórico. Hoy, el ridículo número de fieles se basta con una esquina bajo los soportales para congregarse y rezar a Allah. De la ciudad santa del Islam que otrora fue, a Bukhara hoy solo le queda el nombre, y si no fuera por el inmenso legado en forma de edificios religiosos, nada nos indicaría que siglos atrás miles y miles de estudiantes llegados de todos los rincones del mundo musulmán poblaban sus madrassahs.

Complejo de Po-i- Kalon
Hoy en día, de las pocas madrassahs que sigue funcionando como tal es la que se yergue al otro lado de la plaza. Sin embargo, no es posible la visita, y un serio guardián estaba plantado en la puerta dejándolo bien clarito. En la puerta se indica que poco a poco la actividad religiosa vuelve al edificio y al resto del país, y se enumeran los estudiantes de la madrassah que a día de hoy ocupan puestos prominentes en mezquitas de países vecinos. Pese a casi un siglo de represión oficial (que continúa si bien a otro nivel), la ilusión de otra vida después de esta se aferra a la cultura popular resistiendo casi a cualquier embate.


Comimos en el Minzifa, de nuevo atraidos por el aire acondicionado pero también por la espléndida comida y servicio y después de la siesta decidimos buscar un sitio donde relajarnos y tomar unas cervezas aprovechando que el calor se marchaba a la vez que el sol. El resto de la tarde y la noche transcurrieron calmadamente, como si el frescor que progresivamente le ganaba la partido al calor relajara nuestras ansias de visita y de descubrir nuevas maravillas. Teníamos tiempo de sobra el día siguiente así que decidimos disfrutar de otra manera, sentándonos en las terrazas de la plaza junto a los locales, mientras que mirábamos pasar el tiempo y la gente, relajados charlando entre chiquillos que jugaban y madres que vigilaban.



sábado, 18 de octubre de 2014

Uzbekistan, Dia 3: Cruzando el desierto para llegar a Bukhara

Empezamos el día con miedo. El trayecto de Khiva a Bukhara nos había sido presentado como una especie de travesía infernal en coches destartalados con poco espacio y sin aire acondicionado, atravesando el desierto a 50ºC y que suponía una tortura por la que había que pasar sí o sí en un viaje por Uzbekistan. Existía la opción de tomar un tren nocturno que hace el viaje una vez a la semana y siempre cabía la posibilidad de coger un vuelo Urgench – Bukhara, pero por unas u otras razones, en nuestro caso no nos quedaba otra que ir por carretera.

Contactamos con un hombre a través del recepcionista del hotel, y por un precio bajo para España y quizás un poco alto para Uzbekistan conseguimos un coche amplio, moderno y con aire acondicionado para nuestro road trip uzbeko. Además el conductor hablaba algo de inglés y podríamos comunicarnos con él para al menos saber por dónde íbamos y cuanto quedaba para llegar.

Para evitar el calor de las horas centrales del día a primera hora de la mañana nos montamos en el coche y cruzamos la huerta del oasis de Khiva, donde entre acequias y canales se suceden las plantaciones de algodón y de otros muchos productos comestibles. 

Al cabo de una media hora el Amu Daria se mostró ante nosotros por primera vez, enseñándonos su grandeza, imparable y mansa fluyendo hacia ninguna parte. Ahí entendimos como este río es capaz de regar todos los oasis que jalonan su curso por Asia Central y capaz por tanto de hacer habitable estas tierras, que jamás habrían albergado las florecientes culturas que ha hecho de no ser por él. No llegamos a ver su final, hoy moribundo e indigno de un gran rio como es, lejos del Mar de Aral que hace unos años le recibía.

Cruzando el Oxus
Tras una hora de trayecto, el desierto gradualmente se fue imponiendo. No es un desierto romántico y enigmático de dunas blancas y oasis de palmeras, no. Es un desierto feo y duro, de tierra ocre y poblado únicamente por piedras, rocas y arbustos agonizantes, que sobreviven chupando la poca humedad del subsuelo y la humedad del amanecer. No se ve el paisaje que acompaña a los cuadros de beduinos del desierto que muestran en los bazares, sino el desierto real, una tierra áspera e invivible, hogar únicamente de alimañas y prospecciones de gas.

Aspero. Duro. Seco.
El rio sigue asomando de vez en cuando a la derecha de la carretera (autovía al principio, casi camino al final, va empeorando según se acerca a Bukhara, se ve que el alcalde no es amigo del señor Karimov), tras un gran talud tallado por el propio rio, ahora lejos del gran caudal que debió llevar siglos atrás. En la otra orilla el oculto y misterioso Turkmenistan, de cuyas riquezas no paraba de hablar nuestro conductor.

Las horas pasaban, hicimos un par de paradas a echar gasolina y comprar unas patatas rancias y poco a poco el oasis volvió a ganar terreno al desierto. El paisaje se repetía, señal inequívoca de que nos acercábamos a otra ciudad, en este caso la reina del desierto y otrora capital del islam, la espiritual Bukhara.

Previo paso por la estación de tren para comprar los billetes a Samarkanda y previo paso también por una discusión con el conductor acerca del precio ya pactado conseguimos alojamiento en un hotelillo muy céntrico, regentado por una simpática familia y con muebles y habitaciones aceptables (y con un grandioso desayuno).
 
Lyab-i Hauz (es de otro día, pero para el caso)
Tras una buena comida en el mejor restaurante al que fuimos en Uzbekistan (Minzifa se llama) y una siesta de necesidad para esperar a que el sol bajara salimos a echar un primer vistazo sobre Bukhara. La placita de Lyab-i Hauz se asemeja a una plaza mayor de un pueblo del sur de España. Con su estanque en el centro y sus árboles rodeándolo es el punto donde los habitantes de Bukhara se reúnen al atardecer, aprovechando el fresquito que dan la vegetación y el agua del estanque. Un sitio muy agradable plagado de terrazas donde locales y turistas descansan juntos, gastando sus ansias de vivir despues de las horas en las que el sol hace inviable la vida en el exterior. A la propia belleza de la plaza se le suma la de las tres madrassahs que la rodean: la Kulkedash al norte, la de Nadir Divan-Beghi con sus pavos reales de azulejo al Este y la khanaka (lugar donde los peregrinos se alojaban) del mismo nombre al oeste.

Madrassah Ulug Bek

Atravesamos la plaza y el primero de los bazares cubiertos de la ciudad para llegar a una encrucijada donde tomamos el camino de la derecha. Allí, en una plaza de tamaño mediano dos madrassahs nos recibieron como escoltas de un líder ausente. Nos dimos la vuelta como intimidados sólo para atravesar otro bazar y, mientras la luz del ocaso inundaba la ciudad del desierto, descubrir la plaza de Po-i-Kalyan para quedarnos boquiabiertos. El minarete Kalyan, más que un minarete parece un faro que parece guiar a los creyentes hacia la mezquita del mismo nombre y la madrassah de Mir-i-Arab, impresionantes, como retándose en su belleza y solemnidad una enfrente de la otra. A esta hora del día los niños jugaban en el espacio entre ambas, acostumbrados ellos y quizás sintiéndose protegidos. Como bobos mirábamos para arriba, buscando un enfoque inexistente desde el que abarcar tanta majestuosidad. Por separado, cada uno rumiando poco a poco lo que estábamos viendo, dejamos pasar diez minutos en soledad, mirando hacia arriba y asimilando felices que nos quedaban dos días enteros en esta ciudad, joya musulmana del desierto de un mundo hoy quizás no muerto pero si aletargado tras un siglo de ateísmo radical.
 
Minarete y mezquita Kalyan
De vuelta en la plaza, nos alejamos un poco y subimos a la terraza de un restaurante, donde dimos cuenta de unas ensaladas locales y un cordero viejo. En el hotel, antes de descubrir que las habitaciones eran un auténtico horno donde el calor del día se acumulaba, charlamos animados programando el descubrimiento de la ciudad de Bukhara, que presagiaba maravillas que confirmaríamos en los días siguientes.

viernes, 17 de octubre de 2014

Uzbekistan, Dia 2: El magnífico decorado ardiente de Khiva, capital de Corasmia


Las nueve de la mañana hora local de Khiva y el sol ya golpeaba sin piedad a cualquiera que osara salir de la sombra. Aún hoy me duele la cabeza cuando recuerdo el calor seco y brutal que regía en la antigua capital de Corasmia. Desde las 12:00 hasta las 18:30 nadie en su sano juicio aconsejaría hacer turismo, ni siquiera dar un leve paseo. El sol, que en otras latitudes es fuente de vida y alegría aquí impide cualquier actividad al aire libre durante las horas centrales del día y si no fuera por los canales que alivian la sed de los campos, anularían cualquier posibilidad de vida en esta parte de la Tierra.
Itchan Kala
Sabiendo ya esto del día anterior, madrugamos bastante, nos hincamos un muy decente desayuno y nos dispusimos a recorrer la mágica y un poquito “fake” ciudad de Khiva. Digo fake porque nadie parece vivir en la ciudad vieja. Los edificios son preciosos pero no albergan vida en su interior, ni inquilinos en las casas ni feligreses en las madrassahs o mezquitas. Aquí empezaríamos a vislumbrar lo que posteriormente confirmaríamos en Bukhara y Samarkanda. Que pese a las creencias musulmanas que imperan aquí, la religiosidad les pilla bastante lejos a la mayoría de los uzbecos, cosa que si bien para unas cosas es de agradecer (entrada a mezquitas, cervezas en los restaurantes) resta espíritu y magia a las ciudades.

El palacio del emir, donde dada matarile a tothom
Paso a paso y siempre desde la calle principal que atraviesa la ciudad de Este a Oeste fuimos descubriendo las madrassahs, las mezquitas y el palacio del emir, desde el que dictaba justicia y ajusticiaba a todo aquel que asomara los bigotes por encima de las murallas.

Mausoleo de Said Alauddin, único sitio donde vimos rezar a los khiveños
Realmente el encanto de Khiva está en pasear tranquilamente por sus callejuelas al amanecer y al ocaso y admirar el exterior de sus edificios, porque el interior está desacralizado en la mayor parte de ellos y alberga museos de escaso interés y tiendas de baratijas hechas en China. Si tuviera que recomendar alguna visita animaría al viajero a entrar al Palacio del Emir, al mausoleo de Said Alauddin, tumba de un mistico sufí del siglo XIV y ante al que aún rezan los uzbecos, a la mezquita Djuma, con su sala de columnas de madera y su minarete, al palacio de Tash Havli, con su patio espléndidamente decorado con brillantes colores y al minarete Islam Khodja. El resto de madrassahs y mezquitas son preciosas por fuera, pero su interior está echado a perder. Esta ciudad ha producido más religión y piedad de la que sus actuales habitantes son capaces de absorber, y no dan abasto ni parecen poder dar vida a tantos edificios religiosos.
Sala hipóstila de la mezquita Djuma

No quiero quitar interés a Khiva, ni mucho menos, y es que la primera impresión que se tiene cuando uno atraviesa sus murallas es de regresar en el tiempo unos siglos atrás, cuando aún estas tierras simbolizaban los exótico, lo prohibido y su solo nombre causaba miedo en los viajeros occidentales. Sin embargo, si incido en verla en la primera etapa de nuestro viaje, dejando Bukhara y Samarkanda para más adelante. De lo contrario, sus maravillas pueden dejar de sorprendernos tras la avalancha de monumentos de las dos otras ciudades.

Vista desde uno de los minaretes. Al fondo, la huerta.
Cuando no nos restaba nada por visitar y en un arranque de inconsciencia desafiamos al tórrido sol y salimos de la ciudad vieja para buscar un supuesto autobús que nos llevara en Bukhara al día siguiente. Un animoso mercado fue lo primero que nos encontramos, donde por fin pudimos ver la gente de la ciudad y no solo grupos de guiris con sombrero y chaleco de explorador. También se acabo la ilusión de ciudad limpia y ordenada, y es que vimos una de las peores caras del país, con niños pidiendo y calles sucias sin asfaltar. Ni el autobús ni su línea parecían existir, así que volvimos sobre nuestros pasos e ingresamos de nuevo en Itchan Kala, la vieja ciudad, donde comimos en un sitio con A.C. y nos retiramos al hotel a descansar mientras esperábamos a que el sol bajara un poco.

El sol te mata en esta ciudad
Tan solo recomiendan salir de la ciudad vieja para visitar el palacio de verano del emir, situado al NW, y allí nos fuimos, aún a sabiendas que lo encontraríamos cerrado. Imitando la disposición de Madrid, aquí nos dio la impresión de que las zonas situadas al noroeste están más limpias, mejor construidas y con menos gente y en un parque unos niños se bañaban en un canal y los mayores pescaban o al menos lo intentaban. No es que el canal fuera el manantial de Fontvella, así que presagio que en un futuro los chavales tendrán algún que otro problemilla cutáneo.


Pasado el poco reseñable palacio visitamos un supermercado uzbeco bastante bien surtido y entablamos una conversación con unos ingleses de la Mongol Rally, que como el resto de participantes intentarían llegar de Europa a Mongolia con un coche bastante destartalado. A lo largo de los días nos encontraríamos bastantes más “mongoles”, ingleses la mayoría de ellos. El reto parece entretenido pero me da a mí que debe de quedarles poco tiempo para visitar e imbuirse al menos minimamente de la cultura del país. Aún así ole sus huevos, que la aventura es bien chula.

El sol va cayendo sobre madrassahs y minaretes
Comiendo pipas cual casillistas volvimos a entrar a la ciudad y sin mucho interés y regateando el precio de la entrada conseguimos entrar a la parte alta del palacio del emir. Y que acierto: son sin duda las mejores vistas de la ciudad y a la caída del sol, ir viendo los diferentes tonos rojizos y marrones que van cogiendo los edificios de Khiva no tiene precio. Ahí vuelve a salir la fotogenia de la ciudad, puede que en este aspecto la mejor de la tripleta que visitaríamos. Ver cómo los últimos rayos del día impactan en la torre del minarete Kalta o en los azulejos de la fachada de las madrassahs es sin duda una imagen que se te queda en la retina.

Puesta de sol desde la terraza del palacio del Emir
Goodbye Khiva

jueves, 16 de octubre de 2014

Uzbekistan, Día 1: Una vuelta de reconocimiento por Tashkent y llegada a Khiva

Tashkent se mostró ante nosotros oscura, sucia y desordenada, como si fuera una prolongación de la terminal de llegadas del aeropuerto, la cual da una pobre imagen inicial del país que afortunadamente mejoraría rápidamente. A una hora intempestiva le pedimos a nuestro taxista – cambiador del mercado negro que nos dejara en el bazar Chorsu, que todas las guias dan como lo más interesante de la ciudad (uno se hace una idea de lo que puede ofrecer el resto).

Esto debían de ser como 5 euros #inflacion
No estaban puestas las mercancías aún cuando llegamos, y los comerciantes nos miraban alucinados. No les culpo, no creo que a las 04:00 AM muchos turistas lleguen al mercado. En la puerta principal, ya vimos que los uzbecos no agobian ni acosan al turista, seguían sus tareas matutinas casi sin reparar en los cuatro extraterrestres que sin nada que hacer y caras de sueño miraban al tendido en la escalera principal del mercado. Cuando la actividad aumentó un poco y la luz inundó progresivamente el interior del bazar, nos internamos entre los puestos observando sus mercancías, las cuales no diferían mucho de las de un puesto en España, sí sin embargo las medidas higiénicas. Siempre he pensado que para un estadounidense un mercado de alimentos puede suponer una experiencia, pero a un europeo no le llama mucho la atención. Mucho cordero (oveja más bien), casquería, vaca, pollo y mucha fruta y verdura con muy buena pinta. Nada fuera de lo común.

Nos tomamos un desayuno a base de sabroso pan uzbeco y chocolate en los exteriores del mercado que nos dió algo de fuerzas para salir del bazar. Un poco perdidos aún, sin un mapa decente con el que orientarnos, acabamos dando con nuestros pasos en el barrio viejo de Tashkent, que rodeamos en dirección a la madrassah Kulkedash, "admirando" las avenidas sovieticas de anchura M-40 y el trazado "peatonal" de las calles y aceras. Todo para el pueblo, rezaba la máxima soviética. Si, pero siempre que vaya en coche, porque el peaton al este de los Urales vale una mierda.

Madrassah Kulkedash
La madrassah, por ser la primera nos pareció bonita, pero si la hubiésemos visto el ultimo día no habríamos ni sacado la cámara de la funda. Es por eso por lo que merece la pena hacer el viaje en el orden en el que lo hicimos: Tashkent – Khiva – Bukhara – Samarkanda. Al lado de la madrassah asomaba la gigante mezquita del siglo XX Khoja Akhrar pero estaba cerrada a cal y canto con lo que dimos por vista la zona y bajamos al metro uzbeco donde la policía nada más entrar nos pidió los pasaportes (para ver los sellos básicamente y matar un rato el aburrimiento) y nos reprendió por hacer una foto, que me pidió que borrara y que yo hice gustosamente 1.- por no llevarme un sopapo centroasiatico y 2.- porque puedo hacer una foto más bonita en la estación de Plaza Elíptica.

La zona de la plaza de Amir Timur supone más o menos el centro de Tashkent. Una serie de edificios sovieticos algunos y post-sovieticos otros rodean una plaza arbolada con la estatua de Tamerlan en el centro. Los edificios parecen concursar en un torneo de feísmo centroasiático. El hotel de estilo soviético Uzbekistan es un buen punto de inicio en este tour del horror arquitectonico, ampliamente "mejorado" sin embargo por un mamotreto de columnas jónicas con cisnes dorados en el tejado, una iglesia ortodoxa post-apocalíptica y, en el lado opuesto de la plaza, el museo de los timuridas, cuya fealdad es únicamente superada por la de la exposición que alberga en su interior, a la cual no volvería a entrar ni aunque me estuviera muriendo de hambre y dentro estuvieran repartiendo pizza gratis.

La primera de las 8549 estatuas de Timur que vimos en 10 días
Por fin el tiempo transcurrió y, sobrevolando el desierto, el tercer avión nos deposito en Urgench, en el extremo Oeste del país y antesala fea de Khiva, primera etapa real del viaje después del prólogo de Tashkent.

Un hotel muy majo
La bofetada de calor se notó enseguida. Zasca, 40 grados en la jeta que sólo aliviamos en el hotel Orient Star, caro pero claramente el mejor del viaje, situado en una antigua Madrassa y con un bello y eficaz aire acondicionado en cada habitación. Nuestra primera comida uzbeka a base de plov y dumplings fue el preludio de la siesta, tras la cual salimos a explorar la ciudad mientras el sol caía por fin detrás de las muralla de Khiva. Y precisamente fueron las murallas las que rodeamos por fuera, confirmando lo seguro y tranquilo que es el país y la ciudad, callejeando por oscuros rincones bajo la curiosa mirada de los locales, pero sin sentir ni un ápice de intranquilidad.

Las inexpugnables (menos si eres ruso) murallas de Khiva
Las murallas ocres nos dan una muestra del aislamiento de la ciudad durante los siglos XVIII y XIX, siglos durante los cuales fue capital del emirato del mismo nombre y centro del tráfico esclavista de la zona. Los exploradores rusos del Great Game que lograban llegar a la ciudad daban noticias de compatriotas suyos hechos prisioneros que les suplicaban que les ayudaran, y el orientalista húngaro Vambery contaba horrorizado las crueldades del emir y las ejecuciones sumarias dignas del Estado Islámico que presenció durante su visita de incognito. Sin embargo, el desierto y el aislamiento contribuyeron a que el emir creyese con demasiada confianza en su seguridad y superioridad, y cuando el ejercito ruso se plantó con toda su maquinaria ante las puertas de la ciudad, poco pudo hacer para evitar la toma de control ruso, control que se mantendría ya hasta la caída de la URSS.

Yo y un mapa muy majo
Khiva cobra protagonismo en la historia por un azar de la naturaleza, y es que el Amu Dariya que da vida a la zona decidió cambiar su cauce allá por el siglo XVIII. Hasta entonces, la capital de la región de Corasmia (O Khorzem) era Konya – Urgench, que debido al incomprensible trazado de la frontera hoy yace en el vecino Turkmenistan, pero cuando el rio dejó de bañarla se traslado a Khiva. Toda la zona forma un gran oasis que permite una rica agricultura regada por los innumerables canales que nacen del antiguo Oxus y que no solo alimentan plantaciones de algodón, sino también huertas repletas de sandias, melones y otras frutas y verduras. Eso si, no me extraña que estén secando el rio ya que parecen no ser conscientes de vivir en medio de un desierto a 45ºC y derrochan el agua en riegos absurdos y megalómanos como si vivieran en la jungla del Mekong.

Al anochecer la ciudad se vacía. El niño ese era un troquelado
Una cenita a base de shashik nos dio fuerzas para un último paseo nocturno, con la ciudad vacia y los edificios levemente iluminados de colores azules y verdes que daban a la ciudad aún más misterio y belleza. Tan solo faltaba un beduino con su camello para ser trasladados dos siglos atrás, cuando la bella Khiva ofrecía un descanso ideal a las caravanas que se atrevían a atravesar los desiertos al este del Caspio. Nosotros, aunque habíamos llegado en avión, también nos merecíamos una cama después de muchas horas sin ella, así que a ella nos fuimos.

Minarete Kalta

domingo, 12 de octubre de 2014

Uzbekistan: Intro 3 Breve historia de Asia Central o "Que pase el siguiente que en el fondo hay sitio"

Un siglo después, en el XIV, otro guerrero mongoloide asolaría el mundo, pero ahora procedente de la hoy uzbeca Samarkanda. Hablamos de Timur, o Tamerlán como le conocemos nosotros, que con su horda de guerreros nómadas conquistaría el mundo árabe, la Rusia eslava, el valle del Indo y las tierras adyacentes, a la vez que hacía de Samarkanda la capital del mundo, atrayendo hacia ella a los mejores artistas, científicos, astrónomos y artesanos de los mundos iranios, indio, árabe y eslavo.

Durante su reinado y el de sus seguidores Samarkanda adquiriría parte de las connotaciones míticas que hoy nos trae como centro de un mundo exótico y distante y cuna guerreros y artistas por igual. Un enviado castellano, Ruy Gonzalez de Clavijo nos lo contaría de primera mano en su magnífico libro: Embajada a Tamerlán.

Parte de la extensión que llego a alcanzar el imperio Timurida. Muy artista y cientifico pero daba hostiejas como panes

Los herederos de Tamerlán mantuvieron a Samarkanda y las ciudades cercanas en una posición de prestigio y temor, favoreciendo las artes y las ciencias mientras que desarrollaban un islam peculiar, poco ortodoxo y abierto a las influencias paganas de los pueblos primitivos y en el que florecieron los santones y los cultos sufíes, a cuyos santuarios hoy siguen dirigiéndose campesinos y peregrinos, creyentes aún en los ancestrales cultos mitad islámicos y mitad paganos.

Sin embargo, a lo largo de los siglos XV y XVI las definitivas migraciones uzbecas (turquicos también) desplazarían a los timúridas hacia el sur y el sureste, más allá de las fronteras de Asia Central. Los invasores adoptaron el islam, algunos abandonaron el nomadismo y se organizaron en kanatos independientes, de los cuales los principales fueron el de Khiva, el de Bukhara y el de Khojand. De esta época son los principales monumentos que hoy se pueden apreciar en el país.


La plaza del Registán, de época ya uzbeca

El periodo de esplendor se mantuvo hasta el siglo XVIII, donde el aislamiento provocado por el declive de la ruta de la seda poco a poco pasó factura marginando a estas tierras, dejándolas de lado de cualquier corriente comercial, artística e ideológica, sumiéndolas en una realimentación que supuso el empobrecimiento de sus gentes y el aumento de la tiranía de sus líderes.

Asi, cuando el potente imperio ruso desde el norte y el británico desde el sureste mantuvieron durante el siglo XIX una tensa pero incruenta lucha en estas tierras, encontraron unas kanatos que si aguantaron algún tiempo los embates del gran oso ruso fue por la dureza de los desiertos y el clima que los rodeaban. Uno tras otro fueron cayendo desde el norte y el Caspio hasta la frontera con Afganistan, sin que sus primitivos guerreros nomadas y sus sobreconfiados kanes pudieran hacer nada contra la efectiva maquinaria de guerra rusa.

Mapa del Asia Central Soviética

El proceso de colonización, a imitación de los equivalentes de las otras potencias europeas comenzó imparable, y no se vio sino intensificado tras la revolución bolchevique. Los estados centroasiáticos fueron utilizados como granero de materias primas y particularmente en Uzbekistan se destruyó toda la economía y la agricultura local, que hasta entonces había sido famosa por sus melones, albaricoques, sandías… y se plantaron millones de hectáreas de algodón, aumentando el rendimiento de los suelos durante la época soviética y convirtiéndolo en el mayor productor mundial, unicamente para alimentar las fábricas textiles de la metropoli.

Los bolcheviques movieron las fronteras y cambiaron las banderas, pero la relación imperio - colonia continuó.

Sin embargo, el algodón, que se enviaba a Moscú a un precio irrisorio, sería la condena del país. El algodón no se come y por el contrario empobrece los suelos y exige una gran cantidad de agua de riego. Los ríos principales del país fueron represados y canalizados, y tan solo se dejó un mínimo caudal hasta su desembocadura. El mar de Aral, que se nutría del Sir Daria y el Amu Daria, comenzó a secarse, desplazándose sus orillas centenares de kilómetros. Toda la zona oeste del país se desertificó aún más, el suelo se salinizó y donde antes había prósperas ciudades que vivían de la pesca y el turismo, ahora solo hay pobreza, desierto y desolación. 

Evolución de la superficie ocupada por el Mar de Aral

Tras la caída de la URSS y las consecuentes independencias, las nuevas identidades nacionales, antes inexistentes o relegadas a un segundo plano tras la elites migradas rusas fueron fomentadas y las luchas étnicas estallaron en el valle de Fergana, donde la mezcla existente y las cuasi aleatorias fronteras diseñadas por Stalin, unidas a un islam más riguroso crearon el caldo de cultivo perfecto para disturbios y masacres varias.

Sin embargo hoy, aunque ninguno se va a llevar el premio Martin Luther King a la democracia del año, parece que todos los paises de la zona han alcanzado una estabilidad relativa (basta que diga esto para que estalle un golpe de estado o algo así) mediante la exportación de materias primas y los negocios con Rusia y China, que parece querer extender sus tentáculos comerciales también a este lado del Turquestán. Aparentemente también el radicalismo islámico se mantiene al otro lado de las fronteras sur de los tanes, donde la frontera turquica – irania se dibuja también en el modo de afrontar las cuestiones religiosas: moderación al norte (qué duda cabe que amortiguadas tras casi 80 años de laicismo obligado) frente a radicalismo afgano y de los ayatollahs al sur.

Veremos pues qué nos depara la visita al país más poblado y culturalmente rico de los cinco, Uzbekistan, y si podemos representar dignamente en el siglo XXI una renovada Embajada a Tamerlan.

jueves, 9 de octubre de 2014

Uzbekistan: Intro 2 Breve historia de Asia Central o “Que pase el siguiente, que en el fondo hay sitio”

La historia de estas tierras es la de los pueblos que las han poblado desde tiempos inmemoriales. Y precisamente por estos lares se ha movido siempre la frontera entre pueblos iranios y turquicos.

Al sur, el gran Irán de etnia y lengua persa ha influenciado desde siempre estos desiertos y riberas, trayendo desde los desiertos árabes la religión musulmana, que desde el siglo VII tiene una supremacía casi monopólica por estos lares.

Al norte, los pueblos túrquicos, que en sucesivas oleadas desde el siglo XI invadieron estas montañas y llanuras y que hoy aún suponen la etnia mayoritaria. Entre medias mongoles, árabes, griegos y eslavos han dejado su impronta en forma de idiomas, religión y culturas

Sogdiana
Me remontaré hasta allá por los siglos VII y VIII antes de Cristo, cuando la población original irania (o persa) desarrolló la civilización de Sogdiana en las tierras más allá del Oxus. Ya inmersa en las rutas de comercio que unían Este y Oeste, su cultura floreció entre la tolerancia religiosa que permitía el zoroastrismo y diversas religiones primitivas iranias de cultos paganos al fuego, al agua y a la naturaleza. Con comunicaciones abiertas con el Irán aqueménida e incluso formando parte del mismo como una provincia más formaban otro eslabón más de la milenaria Ruta de la Seda a traves de la cual llegaban las influencias chinas.

En el museo de Afrosiab de Samarkanda se pueden ver los pocos restos sogdianos que quedan
 En el año 326 a.C, Alejandro Magno, al mando de las tropas greco macedonias tomaba lo que ellos llamaron la Transoxiana, y su capital Marakanda, que ellos llamaron Samarkanda. Fundaron ciudades incluso hasta en el valle de Fergana (Alejandría Escate, hoy Khojand, en Tadjikistan) y dejaron al mando a una élite helenística que mantuvo su cultura durante todo el tiempo que duró el imperio seleucida antes de que las invasiones escitas disolvieran sus estructuras y los iranios sasánidas volvieran al control de la zona. 

El extremo Noreste del imperio de Alejandro Magno

A estas alturas, las ideas y doctrinas budistas ya habían llegado desde la India vía Taxila y Gandara en Pakistan y Afganistan, y habían imbuído ya el reino grecobactriano y estas tierras con una mezcla de cultura budista y helenística. La transmisión de las ideas de Buda seguiría hacia el norte y el este, llegando hasta China y Mongolia por la ruta de la seda, y para seguir más adelante hacia Corea y Japón.

Las siguientes invasiones importantes se produjeron ya en el siglo VII D.C y fueron las de los árabes, que tras las predicaciones de Mahoma se extendieron hacia Este, Oeste, Norte y Sur, y llegaron hasta estas tierras más allá del Oxus, donde dejaron su arte, su ciencia floreciente y sobre todo, su religión musulmana, que aún hoy domina claramente las creencias de los uzbekos, tadjikos, turkmenos y algo menos de kirguizes y kazajos. La rama del islam suní es la que rige aquí, a diferencia de en el irán transfonterizo y constituye otra diferencia quizás aún más insalvable que la étnica de persas y turcos.

Sin embargo tras la invasión árabe fueron los persas samánidas los que volvieron a controlar estas tierras durante los siglos IX y X desde sus capitales de Samarkanda y Bukhara. Los árabes se retirarían, pero dejaron su cultura y arquitectura. La ciudad de Merv, hoy en Turkmekistan, rivalizaba con Bagdag por ser el centro del floreciente imperio musulmán, siendo durante una breve ventana de tiempo la ciudad más poblada del mundo y Samarkanda, Bukhara y Konya Urgench florecían como ciudades clave en la transmisión de cultura y mercancías entre el occidente cristiano y el este chino.

Merv, otrora la ciudad mas poblada del mundo

Allá por el siglo XI llegarían más invasiones de las estepas del norte. Los pueblos turcos bajarían en sucesivas oleadas y tras conquistar estas tierras seguirían hacia el Oeste consiguiendo hacerse con prácticamente todo el mundo musulman y basándose en la actual Turquía. Fundarían además ciudades e imperios nuevos, como el Corasmio (Khorzem) pegado al Mar Caspio que primero desde su capital en Konya- Urgench y luego desde Khiva controlarían la ribera baja del Oxus y los desiertos del Kyzil Kum y Karakum. 

Corasmia
Tal y como cuenta Thubron, los antiguos sogdianos, de etnia u origen persa, ante las sucesivas invasiones de árabes y turcos se vieron obligados a desplazarse hacia el Este, cada vez más arriba en los intrincados valles que ascienden hacia el Pamir, el nudo de cordilleras donde se juntan las mayores montañas del mundo. Asi permanecieron durante casi un milenio y forman hoy el núcleo del pueblo tayik, cuña irania en pleno mundo túrquico. Los antiguos pueblos iranios de sogdiana y bactriana tienen hoy su huella en los tayikos que se disgregan entre tayikistan, uzbekistan y afganistan. De hecho, según cuenta Thubron, aún quedaban en los años 90 del pasado siglo hablantes de sogdiano, variedad primitiva del persa que hablaban los comerciantes, guerreros y aldeanos que Alejandro Magno encontró aquí allá por el siglo cuatro antes de Cristo.

Los pueblos turquicos se vieron sin embargo derrotados por las hordas imparables del mayor conquistador terrestre de la historia: Gengis Khan. Los mongoles arrasaron con ciudades, reinos e imperios, y por supuesto no pasaron por alto esta zona. Merv, Konya-Urgench y muchas otras fueron destrozadas para siempre, y únicamente contados monumentos de Khiva, Bukhara y Samarkanda quedaron en pie para posteriores generaciones.

Las conquistas (y destrucciones) de Gengis Khan