sábado, 1 de agosto de 2015

Uzbekistan, día 9: Epílogo en Moscú

La escala de vuelta la hicimos también en Moscú, donde aprovechamos para pasar unas 10 horitas recorriendo la impresionante capital rusa. He de decir que la última vez que la visité no me apasionó, pero que la impresión mejoró notablemente esta vez.

No me extenderé mucho, simplemente decir que paseamos tranquilamente por las anchisimas avenidas soviéticas cerradas al tráfico en Domingo y que tras pasar por la plaza roja caminamos al lado del rio hasta la calle Arbat.

Al menos aprovechamos el visado de día que nos consiguió sangre, sudor y lágrimas sacar en la central de visados rusos en Madrid, donde una "amabilisima" empleada de corte estalinista pone un primer filtro a los turistas, favoreciendo sin duda la visita de extranjeros a su país.







Uzbekistan, día 8: La sinagoga y el complejo Shah-i-Zinda


(Ha pasado ya casi un año desde el viaje asi que la entrada será más escueta, ya que noto que me cuesta acordarme con detalle de lo que hicimos en este último día de ruta, día que además fue muy muy largo.)

Nos despertamos con calma y desayunamos en la zona común del hostal, compartiendo mesa con un venezolano de avanzada edad pero de espíritu muy joven. Nos contó que había estado prácticamente en todo el mundo, aprovechando el tiempo que le dejaba libre su profesión de maestro de conservatorio. Especialmente interesado en países musulmanes, nos confesó que había visitado Irak, Afganistan en plena guerra y todo país al que cualquier persona con una prudencia dentro de la normalidad jamás se plantearía ir. No fue difícil saber su posicionamiento respecto al gobierno de su propio país, y tuvo que aguantar alguna impertinencia por parte de unas españolas presentes también en el hostal. Los ciclistas no se posicionaban, riendo simplemente y cogiendo fuerzas para el resto de su ruta hacia China, la cual retomarían ese mismo día.

Ya dispuestos a salir del hostal, el venezolano nos invitó a acompañarle por el casco antiguo de la ciudad, que nosotros habíamos descartado por no considerarlo de interés. Hicimos bien en unirnos a él, pues nos enseñó las callejuelas del antiguo zoco, hoy apenas reconocibles. Sin embargo, quizás por sus explicaciones y recuerdos fuimos cambiando la manera de ver las plazuelas y callejuelas hasta descubrir el típico esquema de una medina musulmana.

Así no dice mucho, pero tras un esfuerzo de evocación, acabas entrando en el escenario
Nuestro guía improvisado parecía estar buscando algo y finalmente tras doblar una esquina lo encontró: la sinagoga de Samarkanda, testigo milenario de una cultura y una religión que se apaga poco a poco en estas tierras de Asia Central. Para nuestra sorpresa estaban celebrando el sabbath y nos invitaron a unirnos a ellos. Así pudimos formar parte de un rito que sigue celebrándose casi sin cambios desde antes de Cristo.
Interior de la sinagoga
Los participantes eran pocos, y con pena nos confesaron que probablemente serían los últimos integrantes de la comunidad judía de la ciudad, que tras milenios de historia va desapareciendo poco a poco a causa de la emigración a Israel. Nos dejaron unas kippas y fuimos testigos mudos de cómo leían la Torah. Al acabar, en el patio de la sinagoga pudimos hablar con algunos de ellos, que orgullosos de su pueblo y sus tradiciones parecían encantados de charlar con nosotros. Fue una experiencia extraordinaria, algo que estoy seguro que poca gente ha podido presenciar.

Al terminar nos separamos de nuestro amigo venezolano, ya que era nuestro último día y aún teníamos cosas que ver en la ciudad. Enfilamos de nuevo la avenida que da acceso de la mezquita de Bibi Khanoum, pasando de largo y cruzando un puente sobre una autovía. Continuamos la ancha calle hasta que a mano derecha nos topamos con la entrada a un cementerio. Decidimos entrar ya que nuestro destino final estaba al final del mismo.

Recorrimos el largo paseo flanqueado por tumbas. Algunas más soviéticas, otras más musulmanas, pero todas con el dibujo o la foto del fallecido en la lápida. Curiosa la tradición uzbeka de enterramiento. 

Nada más atravesar la salida este del cementerio entras al mausoleo Shah-i-Zinda, que para mí es el otro monumento (junto al Registán) que justifica una visita a la ciudad de Samarkanda. En él se puede encontrar la tumba del primo de Mahoma Kusam ibn Abbas, que trajo la religión musulmana a esta zona allá por el siglo VII. Fue degollado por un infiel cuando dirigía la oración y enterrado aquí. Posteriormente y a lo largo de los que van del IX al XIV los más notables de la ciudad (familia de Timur, astrónomos, científicos) se hicieron enterrar junto a la tumba del santón. Con la peculiar decoración de azulejos de color azul aguamarina y pese a la restauración reciente, el pasillo flanqueado por los mausoleos es sin duda el segundo monumento más impresionante de la ciudad.
 

Nota útil al margen: Cuando íbamos a salir del complejo nos dimos cuenta que al entrar por la salida nos habíamos ahorrado pagar la entrada.

Tras volver a salir por donde habíamos entrado, continuamos avenida abajo por una calle bastante poco interesante hasta pasar por delante del museo de Afrosiab, al cual no entramos por falta de tiempo. Más abajo encontramos la tumba del profeta Daniel, que alberga un ataúd tremendamente largo, ya que según la tradición el cuerpo no para de crecer. El edificio está rodeado de unos agradables jardines al lado del río, donde se estaban haciendo fotos unos novios.
Tumba del profeta Daniel, que habría hecho un buen pivot hoy en día.

Nos dimos cuenta de que no nos daba tiempo a ver el observatorio de Ulug-beg, asi que cogimos un taxi de vuelta al hostal para recoger las cosas e ir a la estación, desde donde un magnífico tren de fabricación española nos llevaría a Tashkent.

Uzbekistan, Día 7: La inmensa "obra" de Shahrisabz

Según lo pactado con el recepcionista del hotel, nuestro conductor pasó a recogernos temprano por la mañana para cubrir el trayecto a la ciudad natal del gran Timur, Shahrisabz. Era (el conductor, no Timur) maestro de escuela, de etnia tayika, y formaba parte de lo que nos dio la impresión de ser una especie de incipiente clase media. Durante el año lectivo enseñaba música, y durante el verano se ganaba un sueldo extra haciendo de conductor a los turistas, aprovechando para practicar su precario inglés y aportando sus conocimientos sobre la zona y la cultura del pais.

No recuerdo su nombre, pero fue un buen conductor, no se la jugó con el coche en ningún momento y fue un buen conversador en lo que duro el trayecto. Nos fue explicando los restos de la antigua ciudad de Afrosiab que se repartían a las afueras del núcleo urbano, ciudad anterior incluso a Alejandro Magno y germen de la posterior y gloriosa Samarkanda. Según salimos de la ciudad, pudimos contemplar la rica huerta que la rodea, con campesinos y mujeres en los arcenes vendiendo uva, tomate y multitud de otros productos recién recolectados. El algodón, omnipresente durante la colonización soviética, parece haber remitido y las cosechas se ajustan ahora más a las necesidades de la población local, y no a los designios y cálculos de burócratas sentados en sus poltronas a miles de kilómetros.

Avanzando a una velocidad prudente y esquivando algún carro tirado por burros asomaron al horizonte las primeras montañas. El paisaje es similar al que las televisiones nos enseñan cuando muestran imágenes de la guerra en Afganistán. Escarpados montes, ocres e inhóspitos, enmarcan el paisaje semi-desértico que nos anuncia la entrada a una tierra dura y hostil. Es ésta la misma carretera que lleva a Termez, ciudad fronteriza con Afganistán. Sorprende como la frontera, si bien no más que una línea imaginaria, separa aquí concepciones radicalmente distintas del islam y por tanto diferentes derechos y valor de la vida humana.

Siendo sinceros, no difiere mucho de la zona de Gredos en Agosto

Comenzando la subida al puerto la carretera serpenteaba por el valle del rio, evitando los riscos y salientes de las montañas y siguiendo el rastro de la vegetación de ribera y el rápido cauce de agua. Los pueblecillos se sucedían a la vera del camino y las majestuosas montañas cerraban el paso dejando únicamente libre el espacio por donde discurría la carretera, ahora de mucha peor calidad. Por fin subimos a la planicie previa al puerto y pudimos contemplar el maravilloso paisaje que dejábamos atrás.

En lo alto del puerto, además de un mirador, había un improvisado mercado de frutos secos atendido por locales. Los hijos de los tenderos revoloteaban alrededor mientras nos incitaban a comprar algo en una mezcla de estrategia de ventas y mendicidad en la cual por supuesto caímos.

En la bajada del puerto, nos encontramos más curvas y un paisaje duro más allá de la orilla del rio, donde un bosquecillo de ribera acompañaba al agua. En ocasiones el bosque se expandía un poco más y áreas de descanso con algún bar o restaurante se aprovechaban de la frescura del lugar.

Tras recorrer otros kilómetros más por la llanura, llegamos por fin a Shahrisabz para descubrir que el centro estaba enteramente levantado por unas obras de remodelación que pretendían hacer de la ciudad un centro turístico importante. Lamentando nuestra mala suerte, nos acercamos esquivando arena, polvo, vallas y prohibiciones varias, bajando taludes, evitando perros guardianes y poniéndonos hasta arriba de polvo y arena hasta que llegamos a una gigantesca estatua del omnipresente conquistador y después a lo que queda del palacio de verano de Timur, que no es más que las ruinas de las puertas de entrada.

 



Sin embargo, sólo con esta muestra pudimos hacernos una idea de las dimensiones del gigantesco palacio, comparable únicamente a mastodónticas construcciones de los inicios de la historia humana. Desafortunadamente es lo único que se puede apreciar. Aprovechando su sombra, estuvimos un rato contemplando las ruinas y proseguimos nuestro camino por la ciudad.


Los únicos otros monumentos dignos de reseñar de la ciudad son un par de mezquitas y madrassahs, absolutamente sepultadas en el polvo de las obras. Una de ellas, al ser viernes, albergaba una multitudinaria oración, quizás la única que llegamos a ver en este atípico país musulmán. Nos permitieron quedarnos a observarla en un patio al aire libre pero al no entender nada a los 5 minutos nos fuimos de allí.

Un tanto decepcionados por la visita nos reunimos de nuevo con nuestro conductor y le comunicamos que la visita había acabado. El jodido bien nos podía haber avisado que la ciudad era un inmenso terreno de obras, pero bueno, es comprensible su silencio ya que igual se habría quedado sin paga extra.

En el camino de vuelta paramos a comer en un merendero a la orilla del río, en la subida al puerto. Comimos un rico pan con salsa de yogur y unos trozos de cordero viejo con buen sabor. Debíamos de ser los únicos extranjeros en para allí en mucho tiempo y la gente, que charlaba y bebía te disfrutando el frescor del lugar, nos miraba y se reía. Otros vinieron a hablar con nosotros pero la comunicación no fue del todo fluida. Nos tomamos una fresca sandia de postre y reemprendimos nuestro camino, ya sin parar hasta Samarkanda.

El resto de la tarde lo dedicamos a pasear tranquilamente por el agradable casco antiguo de la ciudad, acercándonos a ver otro impresionante monumento timurida: la Mezquita Bibi Khanum, a la cual se accede tras un breve paseo desde el Registán. El edificio, hoy en ruinas, fue ordenado por la esposa de Tamerlán, Bibi Khanum, mientras éste estaba de campaña fuera de la ciudad. Pese a que se derrumbo durante un terremoto en el siglo XIX, supone un bello monumento que nos da una idea de lo que debió de ser esta ciudad hace unos cuantos siglos.

Soporte de marmol para un Corán en la mezquita




Ya a última hora nos acercamos de nuevo al mausoleo de Timur, al que esta vez si pudimos entrar. En su interior, además de una exposición acerca de sus conquistas, una bella sala alberga varios ataudes, de entre los cuales destaca el negro del protagonista del mausoleo: el gran Tamerlán.

El ataud negro es el de Tamerlán

sábado, 17 de enero de 2015

Uzbekistan, Dia 6: El Registan y los dos locos en bici


El día comenzó como los anteriores: con un calor terrible. Realmente guardo buenos recuerdos de Bukhara, pero siempre trás de las imágenes de los minaretes y las madrassahs, la placita con el estanque y el burro con el sufí, asoma la marca del calor pasado, el implacable sol que te perseguía allá donde fueras hasta el ocaso. Mi recomendación es que digas un rotundo sí a Bukhara, pero que intentes evitar el verano uzbeco.

En un taxi nos trasladamos ya con las mochilas a la estación de trenes y a la hora prevista nos montamos en un tren modesto pero ni mucho menos cutre, simplemente funcional. En aire acondicionado solo empezó a funcionar cuando el tren se puso en marcha y los asientos y mobiliario eran los mismos desde hace 40 años pero por el contrario, el tren circulaba bastante rápido, fue puntual, y nos dejó en Samarkanda a la hora fijada. Nada de gallinas en jaulas, gente eructando u olores extraños. El uzbeco, aún humilde, es un pueblo educado y respetuoso.

Estampas desde el tren, el desierto queda atras
Rios caudalosos bajan de las cordilleras de Asia Central
Primera impresión de Samarkanda: la estación de tren es moderna, nada que ver con la de Bukhara. Se ve que la ciudad es el principal reclamo turístico del país y quieren impresionar al viajero con las infraestructuras y los transportes. Segunda impresión de Samarkanda: hace notablemente menos calor que en Bukhara y Khiva. El desierto ya no rodea la ciudad, que además está situada a más altura que las dos anteriores y más al norte. Alivio generalizado. Tercera impresión de Samarkanda: aquí se ven más rusos étnicos que se quedaron aquí después de la independencia (para entender la situación de los rusos en Asia Central después de la caida de la Unión Soviética recomiendo encarecidamente la lectura del libro de Colin Thubron). Para empezar el taxista que insistentemente nos persigue y da la brasa mientras que en las taquillas compramos los billetes a Tashkent para tres días después. Al final acabamos por ceder y por un precio razonable nos acerca al centro y después de insistir aún más nos lleva a dos hostales que conoce que resultan ser los mismos que recomienda la Lonely Planet. Es decir, festival de backpackers y mochileros con Mac, Ipad y envío de fotos en tiempo real a todas las redes sociales existentes. Sin embargo uno de ellos nos medio convence por su precio barato, las criticas que leemos y un agradable patio central con mesas bajas y colchones para tumbarnos. Algún integrante del grupo se muestra disconforme por un baño un tanto descuidado y jura no volver a fiarse de nosotros, pero al menos ya no será en este viaje.

Sin más tardanza y muertos de hambre caminamos hacía las cúpulas que se otean en la cercanía buscando un restaurante en el entorno del Registan. A pesar de las recomendaciones parecían no tener mucha variedad más allá del cordero y alguna empanadilla uzbeca, pero nos sirvió para llenamos el estómago.

Por fin, ¡el Registan!
Al acabar la comida cruzamos la calle y admiramos tranquilamente una de las plazas más hermosas del mundo, el Registán (que significa lugar de arena). Sobran presentaciones. Tres madrassahs de la época gloriosa de la ciudad, allá por tiempos de Ulug Beg y los primeros gobernantes uzbecos cierran tres lados de la plaza, componiendo una imagen de perfectas e intimidatorias proporciones. La mezquita de la izquierda, llamada de Ulug Beg es la más antigua (1417-1420) y más valiosa artísticamente hablando. Fue construida durante la dinastía timurida, y por tanto es anterior a sus dos compañeras de plaza, la de Sher-Dor (1619–1636) y la de Tilya-Kori (1646-1660). Sus interiores son notablemente más elaborados que los de las otras dos, con una sala recubierta de material dorado que verdaderamente impresiona pese a su excesiva restauración.

Sin embargo lo mejor de la plaza son sin duda los exteriores, y es que hay que admirar con tiempo y detalle las magníficas fachadas y torres de las madrassahs. Pagamos la (cara) entrada y estuvimos un par de horas visitando las madrassahs por dentro y haciendo infinidad de fotos. El Registán no es ni mucho menos la única atracción de Samarkanda, pero aún si lo fuese, es de los pocos sitios que conozco que justifica por si solo una parada en la ciudad que lo alberga. La luz del día cambia el aspecto de la plaza totalmente con lo cual se puede disfrutar de una visión diferente casi a cada hora. Nos sentamos en un chiringuito a contemplar la plaza bajo la luz del ocaso bebiendo unas repugnantes bebidas locales.

Interior de la madrassah de Ulug Bek
En Samarkanda, además de más turismo, se ve más nivel económico y me atrevo a decir que un modo de vida más occidental. La gente pasea a todas horas, y no solo cuando el sol se va, se sienta en las terrazas, restaurantes, y viste más a la manera europea. Los coches son mas nuevos, las tiendas más modernas, las carreteras mejores, y las amplias avenidas y los extensos parques parecen mejor cuidados y trazados.

Así es como estaba la plaza hace no demasiados años
Cuando cayó la noche definitivamente, anduvimos por una avenida principal hacia la zona del mausoleo de Timur, atravesando parques con fuentes donde los niños jugaban y los turistas agotaban las últimas horas del día. El mausoleo ya estaba cerrado, pero pudimos apreciarlo por fuera. Lo han restaurado demasiado, y lamentablemente parece un monumento de cartón piedra, pese a la belleza que sin duda atesoró en su día.

La tarde cae sobre Samarkanda
De vuelta al hostal cenamos algo en una cadena de comida rápida y nos acomodamos en el patio central del hostal para echar una partida al Carcassonne. Cuando llevábamos un rato jugando, aparecieron dos tipos barbudos y desaliñados que nos saludaron en castellano. Resultaron ser los dos tios con los huevos mas grandes que hemos conocidos, y es que estaban a mitad de una ruta que les llevaría de Madrid a Xian (China) … en bicicleta. Completar enteramente la ruta de la seda en bicicleta, durmiendo en las cunetas la mayor parte de los días, bebiendo de acequias, y gastando lo menos posible. Madrileño uno y vasco otro, habían atravesado ya España, Francia, Italia, los Balcanes, Albania, Grecia, Turquía, Armenia, Georgia, Irán, Turkmenistan y ahora Uzbekistan, todo esto sin hacer ni un metro en otro medio que no fuera su bicicleta. Cuando les conocimos tenían pensado pasar a Kirguizistan y de ahí a China por Sinkiang, y lo consiguieron, llegando a mediados de ….. a Xian. ¡¡Gloria eterna a ambos!! Podeis leer sus aventuras en Facebook buscando Madrid/Xiang"La Ruta De La Seda" En Bici.