jueves, 24 de octubre de 2013

Viaje a Japón. Día 6: La isla sagrada del Tori flotante

Una de las ventajas que tiene el buen funcionamiento de la red de trenes de Japón es que te permite planear cada día casi al segundo. Si en el ticket de reserva dice que el tren saldrá a las 08:32 desde el andén 4 puedes quedar convencido de que así será.

Sabiendo esto, y dado que nuestro hotel estaba enfrente de la estación, nos levantamos con muy poco tiempo de margen, compramos unos bollos y unos cafés y buscamos nuestro andén, esquivando la marea de trabajadores uniformados (sobre todo ellos, con camisa de manga corta de color blanco y corbata) que atestaban los pasillos de la estación. Sin mayores problemas cogimos el tren a Hiroshima, recorrido que nos llevaría casi dos horas. El trayecto se hace rápido y cómodo, y cuando quieres darte cuenta ya estás en la ciudad con la horrible fama de ser la primera víctima de una bomba atómica en la historia.
Miyajima (A morada) e Hiroshima y su bahía
Sin embargo en nuestros planes no estaba la visita a la ciudad, en la que lo único interesante es el parque y el museo de la bomba atómica, sino el hacer un transbordo a un tren local (que se coge en la misma estación) y que tarda unos 30 minutos hasta Miyajima-guchi, el puerto desde donde zarpa el ferry hasta la isla de Miyajima.

Miyajima es una isla-santuario (precisamente su nombre significa eso) que alberga el santuario de Itsukushima, de gran importancia sintoísta y venerado por comerciantes, pescadores y marineros, debido a su peculiar construcción sobre el mar (bueno, digamos mejor que mitad mitad, no imagineis un santuario flotante). El templo fué construido en el 593 y ha sido ampliado, destruido y reconstruido unas n veces a lo largo de la historia. Su peculiar localización y su hiperfamoso gran Tori rojo hacen de él uno de los monumentos más visitado y míticos de Japón.

Desde Miyajima-guchi hay ferrys cada 20 minutos, de manera que no tienes que esperar casi nada desde que llegas en el tren. El trayecto es corto, la isla está muy cerca de Honshu. Al llegar los turistas se esparcen rápidamente, atraídos por la otra atracción: los puñeteros ciervos que pueblan toda la isla y acechan sigilosos tras cada árbol, esquina o contenedor para robarte la comida, comerse tus mapas o simplemente vigilarte con mirada suspicaz y luego contarle tus movimientos al señor rey ciervo (esto último no lo llegué a comprobar, pero desde luego que estoy casi seguro).

A mi no me engañas, ciervo disimulante, se para quien trabajas
De camino al santuario de nuevo mi apetito volvió a jugarme una mala pasada, y es que olvidada ya la experiencia del desayuno de Takayama, opté por almorzar un mejillón sobre una pasta rara y empanada. El sabor real no desentonaba en absoluto con la apariencia, que era horrenda y mi estómago no se recuperó en todo el día.

Mal / Error / No tocar (es lo que creo que debe de poner abajo)
Un tori de piedra te da la bienvenida al templo, de color rojo y que consiste en varias galerías porticadas sobre el agua (si hay marea alta), el Honden (edificio principal y santuario), el Haiden (oratorio) y el Heiden (edificio de las ofrendas), alineados con el gran Tori rojo, que se yergue surgiendo de las aguas dando la bienvenida (o advirtiendo) a los que llegan por barco a la isla.

O-toriii
Conviene ajustar la visita a la isla para así poder contemplar el templo y sobretodo el tori con marea alta y marea baja. Con la primera el santuario parece flotar sobre el mar y con la segunda puede uno acercarse a pata hasta el Tori y contemplar su gran tamaño desde cerca.

Como es lógico suele haber mucho visitante y hay casi que hacer cola para hacerse una foto en condiciones. A la salida del santuario a mano derecha hay una pequeña playa desde donde se tiene también una bonita vista del tori. Una vez visto el templo queda la duda de que hacer durante el resto del día mientras esperamos a que la marea baje del todo. Nosotros optamos por subir por un camino que va ganando altura por la ladera del monte Misén y que te lleva a otro santuario, en este caso budista y merecedor de pasar un buen rato en él: el Daisho-in.

Como ya he dicho anteriormente los templos budistas son a mi parecer mucho más interesantes que los sintoístas, y éste no es una excepción. Una puerta flanqueada por dos imponentes estatuas nos da la bienvenida y nos deposita al comienzo de una larga escalera que sube al lado de una hilera de ruedas de plegarias giratorias de las cuales desconozco su significado. Arriba hay un par de edificios de oración con cuadros y estatuillas de buda, y el espacio intermedio está ocupado por un bello jardín repleto de estatuas de todo tipo de formas y tamaños. Es en conjunto un bello templo que merece la pena la visita. Fué fundado por el monje Kukai, fundador del budismo Shingon en el año 806 a la vuelta de su viaje a China y a lo largo de su historia ha permanecido como uno de los templos más importantes de Japón, siendo visitado por muchos de los gobernantes y líderes religiosos que han regido el destino del archipielago nipon.



De tanto subir y bajar escaleras se nos había despertado el hambre y acudimos a la única calle de la isla donde encontramos un acogedor sitio de ramen (es curioso como fuera de Tokyo los sitios de sushi son más complicados de encontrar y hay que conformarse muchas veces con el cansino, aunque rico bol de udon/soba).

Una vez terminado nos dimos una vuelta hasta una gran pagoda roja y por la falda del monte sagrado hasta llegar a la estación del funicular que lleva a la cima. Optamos por no cogerlo ya que no teníamos mucho tiempo y las críticas que habíamos recopilado no eran gran cosa. Continuamos el paseo por el frondoso bosque, deteniéndonos de vez en cuando a fotografiar algún ciervo y llegamos de nuevo a la pagoda al tiempo que la marea alcanzaba el nivel suficiente para acercarnos al tori.

La Pagoda de Miyajima
A priori parece que la vista del tori va a ser más espectacular flotando sobre el agua, pero en mi caso me impresionó más con la marea baja. Permite acercarse hasta su base y apreciar el gigantesco tamaño de los pilares. Nos surgió la duda de cómo resistiría el tori al tsunami del 2010 o a las tormentas que se deben desatar por aquí.

Ciervo enseñando a su cría como vigilar a los humanos
Cuando dimos por concluida la visita al tori, nos dimos cuenta de que poco más había que ver en la isla, así que deshicimos el camino de la mañana y nos montamos en el primer ferry que zarpó, que nos dejó de nuevo en Miyajima-guchi. Desde allí enlazamos los dos trenes y nos plantamos en Kyoto a eso de las 7 u 8. Decir que en un principio dudábamos de si, por la lejanía de Miyajima convenía hacer la excursion en el día. Me atrevería a decir que es lo óptimo, ya que los trenes son rápidos y el trayecto se pasa volando, y porque una vez que el último tren zarpa, la vida en la isla se apaga totalmente según nos han contado, y que las horas que te quedan hasta la noche son bastante aburridas. La opción de combinar la visita con Hiroshima también es una buena idea.
No nos apetecía más ramen para cenar, con lo que buscamos y preguntamos por un sitio de brochetas (yakitori) en las cercanías del hotel. Y justo a la vuelta de la manzana lo encontramos. Un sitio muy pequeño y típico, con asientos a ras de suelo, sala privada al fondo llena de trabajadores (o yakuzas, según la imaginación de cada uno) y brochetas a la brasa hechas en el momento. Un acierto.

NST (nivel de saturación templaria): 8/10 Estable dentro de la gravedad

1 comentario:

  1. Vi a uno de esos ciervos masticar entusiasmado el envoltorio de plástico de un caramelo. De seguir esa dieta todo el verano, ese bicho está bastante muerto a estas alturas. No parecen unos animales muy listos como para urdir un plan sofisticado...

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