domingo, 20 de octubre de 2013

Viaje a Japón. Día 4: Descubriendo Kyoto

El día empezó con el cielo aún gris pero sin lluvia y el calor seguía desaparecido, así que nos lanzamos a descubrir los innumerables templos de Kyoto. Aviso al que vaya para allá: es totalmente imposible ver todos los templos que contiene la ciudad y aunque hay una leyenda que dice que turistas profesionales consiguieron ver 9 templos en un día, lo más normal es que no logres ver más de cinco, con lo que es importante escoger los que más merecen la pena, que suelen ser unos 9 o 10.
Nosotros optamos por empezar por el rincón noroeste, que resultan ser los más alejados y así ir acercándonos poco a poco según el día avanzase. Todos los templos son fácilmente accesibles con la magnífica red de autobuses de la ciudad, por eso es importante alojarse en las cercanías de la estación de autobuses, ya que todos o casi todas las líneas pasan por ahí.

Tras un café y un bollo en el Starbucks (omnipresentes en todas las calles) nos subimos al bus que tras media horita de trayecto nos acercó a la zona del Kinkaku ji o pabellón dorado. Entre una leve llovizna que no molestaba demasiado nos unimos a la marea de turistas y pagamos religiosamente la entrada al templo (nota: llevad dinero previsto para los templos porque, aún sin ser demasiado caros, te dejas una pasta al final del viaje).
 
Pabellón dorado
En realidad no es un templo, o al menos no se ve un templo, sino un frondoso y húmedo jardín japonés con un estanque en medio en donde en una pequeña península se aloja el templo en sí, cubierto de pintura dorada y al que no se puede acceder. Un shogun muy importante llamado Yoshimitsu, allá por el 1397 lo hizo su residencia habitual y tras su muerte el lugar se convirtió en un templo zen. A lo largo de su historia el templo ha sido varias veces dañado y restaurado, la ultima vez en 1987.
No sé si por el aura de misterio que le daba el día lluvioso o por ser el primer templo me gustó especialmente. Siempre siguiendo la ruta marcada (es prácticamente imposible ir por libre en estos monumentos japoneses) e intentando que el río de turistas no le quitara belleza al entorno, llegamos a otro pequeño templo sintoista aún dentro del recinto, donde los locales hacían una especie de ofrendas con incienso. Salimos del templo y anduvimos hasta la parada del autobús con dirección al Ryoan ji, donde llegamos en escasos 5 minutos.

Este templo zen, con un nombre realmente curioso: El templo del dragón tranquilo y pacífico está al final de otro bonito jardín japonés que hay que atravesar (y rodear su estanque) si se quiere acceder al templo en sí. El principal atractivo del mismo es su jardín zen de piedras. Colocadas estratégicamente para provocar paz y relajación, las piedras deben servir como ayuda a la reflexión y meditación. El creador del jardín no dejó escrito la intención o significado que le movió para disponer las piedras de la manera en que las puso, asi que hay multitud de teorías acerca de ella. Si las quereis leer podeis leer algunas en la wikipedia. No sé si por la cantidad de gente que intentaba meditar a la vez o porqué, nos pareció un buen camelo (si bien es cierto que original) y tras unos pocos minutos de reflexión personal y profunda sobre la vida y la muerte, el bien y el mal y la titularidad de Diego Lopez o Casillas proseguimos con la vuelta al jardín para llegar al final del recinto.
 
La reflexión nos llevó a la conclusión de que eran 7 piedras grandes situadas aleatoriamente
Y de nuevo a la parada, y de nuevo otro bus y de nuevo otro templo, esta vez el Ninna ji. Este templo budista fue fundado en el año 888 y es el templo principal de la escuela Omuro de la secta Shingon del Budismo (muy bien unificados estos budistas según veo). En un principio no teníamos prevista su visita, pero el transbordo para ir al castillo Nijo ji estaba justo delante así que atraídos por el tamaño de su puerta principal y su monumentalidad nos decidimos a entrar. Y realmente mereció la pena. Una amplia explanada sirve de “recibidor” del templo en sí, que está nada más entrar a la izquierda (y al que hay que pagar) y al fondo puede verse una pagoda roja y dos o tres más estancias del conjunto. Un característico color rojo tiñe todos los edificios y el templo principal merece una visita con sus pasillos al aire libre y su jardín japonés. Estuvimos un largo tiempo en el templo durante el cual el hambre se nos despertó y salimos de nuevo a la parada para acercarnos a los alrededores del castillo Nijo donde buscaríamos un sitio para comer antes de proseguir la ruta turística.
 
Portón principal del Ninna ji
 Paseamos un rato por la manzana y muy cerca de la puerta de entrada encontramos un sitio con aspecto de comida rápida pero que servían udon y soba con una calidad muy decente y un precio muy moderado. Comimos nuestros primeros fideos del viaje acompañados de pollo empanado y gyozas y descubriendo un sitio de “menú del día” japonés.

A continuación, venciendo al sopor post- comida rodeamos lo que nos faltaba de castillo y bajo un cielo cada vez más amenazador entramos al castillo, en el que hay que ver el castillo en sí y los jardines. El castillo no vale demasiado, una sucesión de estancias monótonas sin mobiliario con unas pinturas de estilo japonés en las paredes. La arquitectura típica de los templos, con suelos y techos de madera se hace monótona y la historia de Japón nos queda muy lejos a los occidentales, y sobretodo con pocos lazos de unión con la nuestra propia.

Castillo Nijo
El castillo comenzó a construirse en el año 1601, bajo el gobierno del clan Tokugawa. ¿Quienes eran estos señores tan importantes? Pues basicamente los gobernantes de Japón desde el 1600 al 1868, nada más y nada menos. Estaban a la cabeza del sistema feudal imperante en Japón en dicha época, y desde el castillo de Edo (actual Tokyo) hacían y deshacían con ayuda de los shogunes (señores feudales). El emperador seguía nominalmente siendo el todopoderoso del país desde su castillo de Kyoto, pero los Tokugawa dominaban en la sombra, mientras que los samurais daban hostias a diestro y siniestro, entre ellos o a quien se lo mandara su shogun.

El jardín si molaba más, eso es así.
 Los jardines si merecieron más la pena, húmedos y verdes como todos los demás pero muy agradables de pasear. Lamentablemente la lluvía iba a más y tuvimos que refugiarnos varias veces en cobertizos construidos a tal efecto con, como en todos lados, máquinas expendedoras de bebidas de todo tipo, color y sabor. Cuando la lluvia nos dió un respiro, salimos de allí y fuimos a la zona de Gion, ya con la noche metida encima.

En esta primera visita nos decepcionó un poco, no logramos encontrar las calles pintorescas y deambulamos por las calles llenas de prostíbulos con nombre sugerente (y evidente) hasta llegar al río, a cuya orilla paseamos, contemplando las terrazas de los restaurantes y las parejitas y grupos de gente que tomaban el aire sentados en la orilla. La zona está a medio camino entre ser agradable y ser directamente cutre, la verdad es que no logro decidirme por una de las dos.

Los restaurantes tenían pinta de caretes, así que nos desplazamos un par de calles hasta la zona comercial y compramos dulces extravagantes para probarlos: kitkat de te verde, patatas de sabores exóticos, mikados, gominolas y demás mierdas que nos sirvieron de cena. También nos metimos en una galería comercial donde curioseamos tiendas y máquinas recreativas muy bizarras antes de coger un bus de vuelta y retirarnos temprano a dormir.

Máquinas expendedoras adictivas
NST: (al final del día): 6/10 Amarillo

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