sábado, 19 de octubre de 2013

Viaje a Japón. Día 3: De los templos sagrados de la montaña a la cerveza helada

Innovar y descubrir cosas nuevas está muy bien, enriquece y hasta puede ser divertido, pero si no tienes un resorte en tu interior que te dice: “en esto igual no mola tanto experimentar” puede jugarte una mala pasada. Y es que la comida japonesa es riquísima y sanísima, pero el desayuno típico japonés no se lo deseo ni a mi peor enemigo porque ingerir de buena mañana un poquito de sopa miso con algas y algún otro mejunje inidentificable no es agradable.

Mis compañeras fueron más inteligentes y eligieron el desayuno tradicional, que tampoco era una maravilla pero se parecía más al occidental.

Con el estomago lleno salimos a pasear por Takayama, merodeando primero por entre los puestos de un mercadillo matutino en el que se despachaban tanto souvenirs como productos agrícolas de la zona.

El centro del pueblo es agradable, con un buen río flanqueado por dos animadas calles donde los turistas nos acumulábamos para ver que vendían en las tiendecillas, principalmente sake, que aquí es muy típico.

Maquina de bebidas bizarras (foto de Pia)

Acabado el mercadillo (en aproximadamente 5 minutos a paso lento) giramos hacia el norte para visitar la zona de templos de Higashiyama, a las afueras de la localidad. Los templos están rodeados de una profunda vegetación, y se suceden casi uno al lado del otro, sorprendiendo el primero y decayendo el interés hasta que agotan tu paciencia y decides volver al centro de nuevo.
Templo en Higashiyama
Mientras paseábamos utilizamos por primera vez las innumerables máquinas expendedoras de bebidas de japón, asombrándonos de bebidas con nombre de sudor (pocari sweat), fanta de uva y demás engendros bebibles. También hicimos un rato el mongolo con las señales de tráfico protagonizadas por dibujos animados (curiosa esta fascinación de los japoneses por infantilizar todo) y hasta vimos una culebra que se escondía en un pequeño estanque. Tras cinco o seis templos y nuestro NST (nivel de saturación templaria) en un 8/10, se nos hacía tarde para coger el tren y caminamos de nuevo en dirección a la estación.

Guardian de piedra de un santuario

Por el camino pasamos de largo una tienda dedicada únicamente a imanes de pájaros (y no había precisamente 10 o 12 modelos) y nos llevamos de recuerdo el primer souvenir, un muñequito/a de colores típico de estos lares.

Y ale, al tren, en el que echamos unas buenas siestas y que nos depositó en Nagoya a su hora precisa y con el tiempo justo para comprar unos sandwiches y unas cocacolas y meternos en el siguiente con dirección Kyoto. Nota: los japoneses compran con mucha asiduidad unas cajas con comida que llaman Bento u O-bento y que contienen diversos alimentos en general poco apetecibles para comer en el tren. Después de la mala experiencia de la mañana optamos por los sandwiches.

El tren te sirve para ver el paisaje de las zonas entre ciudades, que al menos en la zona de la costa del pacífico y al sur de Tokyo en la isla de Honshu, son pocas. Y es que la población de Japón se reparte esencialmente en una megalópolis que abarca desde la capital hasta el norte de la isla de Kyushu (Fukuoka). El resto del país, es decir, la parte norte, el extremos sur y la parte occidental de Honshu está poco poblado principalmente debido al clima y al relieve.

Así que desde el tren bala casi únicamente ves como sales de una ciudad y entras en otra casi igual, con cada casa de su padre y de su madre y los cables eléctricos tirados por aire. Los 10 primeros minutos que pasas en un tren le prestas atención, después, te dedicas a leer o dormir.

Kyoto fue la capital de Japón durante chorrocientos siglos, y ademas fue poco bombardeada durante la II Guerra Mundial, así que conserva multitud de templos y palacios antiguos. Eso si, no os esperéis un Salamanca, Paris o Florencia con un casco antiguo homogéneo y monumental. Aquí los templos son bonitos, sí, pero la ciudad que los separa sigue siendo una ciudad media japonesa, es decir bastante fea, con un urbanismo desordenado o directamente inexistente y edificios con una estética digamos que “poco cuidada”.

Una vez hecho el check in en el hotel cogimos un autobús de los cientos que salen de la estación central y tras un laaaaargo recorrido nos bajamos en Arashiyama, una zona verde del Oeste de Kyoto, justo en los límites de la ciudad. Como calculamos mal el tiempo del trayecto llegamos ya con el crepúsculo, pero nos dió tiempo a apreciar una zona muy agradable junto a un río bien hermoso, un bosque de bambú misterioso con las últimas luces del día y un par de templos enclavados en un gran parque, que tenía toda la pinta de ser la válvula de escape de los habitantes de Kyoto en los fines de semana o al acabar la jornada laboral.
Bosque de Arashiyama (la foto no es mía, pero es que lo vimos ya con poca luz)
Las últimas luces del día se disipaban rápidamente, con lo que salimos del parque y dimos una pequeña vuelta por el barrio adyacente, que con sus restaurantes elegantes y tiendas caras parecía una especie de Moraleja de Kyoto. Cuando ya nos disponíamos a volver hacia el centro para cenar por allí, nos topamos de frente con una terracita muy agradable en las instalaciones de una estación de tren. Allí, por un precio muy decente, la gente bebía una cerveza extraña y comía cosas de picar como pinchos de pollo empanado, patatas fritas y edamame. Nos gustó el plan y pedimos unas cervezas con la espuma helada y algunas “raciones” para comer.
Cerveza con espuma helada. Nos llevan años de ventaja.
 Cuando ya llevábamos unas cuantas rondas un japonés entrado en años se acercó a hablar con nosotros, o mejor dicho a intentar hablar con nosotros, porque el pobre hombre no sabía ni una palabra de inglés. Así, tras 5 minutos de infructuosa conversación llamó al que parecía un subalterno para ejercer de traductor. Pese a que tampoco es que fuese William Shakespeare, conseguimos que entendiese de donde veníamos, qué hacíamos en Japón y nuestra opinión sobre la futura elección de la sede de los JJ.OO. Parecieron muy contentos con nuestra visita y nos invitaron a beber sake y a tomar wakame, oséase unas algas saladas para acompañar la bebida.

Cuando la conversación en japoespanglés no dió más de sí, nuestros amigos se retiraron con una profusión de reverencias y sonrisas y nosotros cogimos el último autobús al centro, que pasó puntualmente por delante de la estación. 

Al llegar a la zona del hotel, no nos apetecía absolutamente nada ir a dormir así que nuestros ojos se encendieron al ver un gran karaoke nada más bajar del autobús. Entusiasmados y curiosos por conocer el gran hobby nocturno de los japos, cogimos una sala para los tres donde pudimos aprender a controlar un menu de opciones en japonés y berrear todo lo que quisimos con hits de Julio Iglesias, Madonna y las Spice Girls.


NST (al final del día): 3/10 Verde

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