lunes, 14 de octubre de 2013

Viaje a Japón. Día 2: Hospitalidad y festín en las montañas

Llovía, llovía y llovía sin parar. El cielo era “grísoscurocasinegro” y parecía que el ambiente y la tierra no podían soportar tanta agua y que ésta permanecía en el ambiente, aumentando la humedad hasta niveles insoportables. El calor no había bajado un ápice por la lluvia, en contra de lo que ocurre en España, y dejaba un tiempo realmente agobiante. A pesar de todo esto, nos levantamos puntuales y logramos llegar a tiempo para coger el primer tren bala del viaje. Estuvimos a punto de montarnos en un tren de escolares (aquí en vez de autobuses fletan trenes de alta velocidad para las excursiones de los colegios) y aguantamos los 10 minutos de insospechado retraso (sería el primero y el último en todo el viaje) de nuestro tren.

Tren bala (foto cortesía de Pia Spry)

Los trenes japoneses son cómodos pero sencillos. No encontrarás pantallas planas ni última tecnología de comfort, pero si espacio de sobra entre asientos, aire acondicionado suficiente y asientos cómodos. Además, la función de vagón cafetería la hace una señora que se pasea por el tren con café, té y snacks. Como curiosidad, aquí sí se puede fumar en muchos vagones.

El tren nos depositó en Nagoya y nada más poner un pie fuera nos dimos cuenta de que el tiempo había cambiado. Ya no llovía, y aunque seguía haciendo calor la humedad angustiosa había desaparecido del ambiente. Más animados (al menos yo que era el que más lo sufría) cogimos el segundo tren, esta vez un regional con amplios ventanales para disfrutar del paisaje de montaña que nos ofrecería el trayecto a Takayama, a la orilla de un río caudaloso y enmarcado por bosques.



Nuncá pensé que Japón fuese a ser tan verde. Los bosques espesos y de un verde casi fosforito cubren todo el espacio que las torres de apartamentos no han tomado a la fuerza y en las zonas llanas campos de arroz inundados se ajustan formando un puzzle agrario. El verano es radicalmente diferente al nuestro, con lluvias esparcidas sobretodo en Junio y Septiembre y un calor húmedo con un sol que aplasta a los humanos pero actúa de catalizador para el crecimiento de cualquier planta.

El invierno en los alpes japoneses debía ser bien duro
Takayama es agradable, con un par de calles del Japón antiguo y una colina repleta de templos sintoístas. Como contacto con el Japón rural está bien, pero si no se va sobrado de tiempo es una visita suprimible. Nosotros estuvimos 24 horas aqui, y no nos habríamos quedado ni una hora más, es más que suficiente. Lo primero que hicimos fue comer algo en una tienda de comida para llevar: un poco de sushi (mediocre) y unos pinchos de pollo. Pero lo peor fueron las bebidas de té que elegimos, que se quedaron casi enteros y juramos no volver a comprarlos.

Museo de Hida no Sato
Con el estómago lleno cogimos el autobús en la estación anexa a la de tren, no sin antes comprobar la pulcritud absoluta de los baños japoneses para ir al poblado museo de Hida No Sato. Este museo al aire libre agrupa multitud de casas típicas del japón histórico, especialmente de las zonas de montaña. Siguiendo un itinerario marcado (siempre el orden japonés impera) recorrimos las distintas casas y cabañas que se situaban alrededor de un estanque dando un agradable paseo mientras que hacíamos fotos. Tras un par de horitas y una sesión de fotos vestidos como japoneses rurales volvimos a Takayama y dimos una vuelta por las calles típicas, repletas de tiendas de souvenirs (pero elegantes, no como las del centro de las ciudades españolas) y de sake, que parece ser muy típico por aquí.

La hora de la cena eran las 19:00 asi que nos dirigimos al hotel donde nos enseñaron las habitaciones, amplias y con tatami para dejar el futon e incluso con una pequeña terracita donde sentarse. Una amable ancianita nos invitó a te en la propia habitación y nos vestimos con unos kimonos más que nada para hacer un poco el mongolo antes de bajar a cenar a un comedor japonés donde había que sentarse en el suelo y en el centro de cada mesa había un pequeño fogon a gas que calentaba unas piedras planas y una pequeña cazuela con agua.

Y de repente, empezaron a traer platos. Siempre en cantidades pequeñas para que uno no se llenase y pudiera probar de todo llegaron a nuestra mesa carne de Hida en diferentes formatos, sashimi, sopa de miso, cosas inidentificables pero ricas, un huevo pochado de una manera extraña, verduras de todo tipo y bastante cosas más que el tiempo me impide recordar. Lo recuerdo (y creo que mis compañeras también) como una si no la mejor comida de todo el viaje, regada con cerveza y vino y solo empañada por la incomoda posición al sentarse y que nos sirvió como presentación y a la vez inmersión en la gastronomía japonesa. Lo mejor probablemente fuese la carne de Hida, que tiene fama de ser la mejor del pais después de la de Kobe. Con las vetas blancas de grasa intercalada entre la carne, se debía preparar o bien hervida en agua caliente o bien a la plancha y de cualquiera de las maneras y pasada levemente por unas salsas estaba exquisita.

Festín Japonés
Terminamos de cenar temprano y con mucha sed y poco sueño, asi que salimos en busca de un bar donde tomar una cerveza. Los bares no abundan en Japon, o al menos en Takayama. Los restaurantes estaban ya casi todos cerrados y la ciudad parecía desierta y deambulamos por las calles adyacentes a la principal sin atrevernos a entrar en ningún local, por miedo a que nos encontraramos algo que no ibamos buscando. Finalmente entramos en un restaurante - bar y nos acomodamos en la barra, donde pedimos unas cervezas y como colofón un vaso de sake del que dimos buena.

Cansados del largo día y sin mucho más que hacer (dicho sea de paso) retornamos al Ryokan (que asi se llaman los hoteles típicos japoneses) dispuestos a descansar de lo lindo, eso si, en el suelo.

1 comentario:

  1. Tienes que colgar fotos vestido de japonés rural, hombre, no a esos niños en blanco y negro con esquíes. (Y si te da verguenza ponte un smiley en la cara!)

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