miércoles, 13 de julio de 2016

Chile día 1: Llegada al desierto

27 y 28 de Diciembre de 2015

Llegamos el día anterior a Santiago, tras un vuelo transoceánico dividido en dos etapas bien distintas. La primera hasta Sao Paulo (o San Pablo adaptado a dialecto chileno, que la traducción suena rara pero si lo piensas es lógico) con Air China: un verdadero tormento y no solo por la duración del vuelo (9 horas y media) sino por el tamaño de los asientos, la cutre-pantalla de entretenimiento, la comida china y la poca educación de los pasajeros chinos, uno de los cuales se nos puso al lado a dormir y no paraba de tirarse pedos asquerosos. No tengo pruebas de que fuera él, claro, pero estoy seguro a un 95%. Air China nunca más, pese a que sea más barato.

La segunda, tras la escala en Brasil, mucho más placentera. Tres horitas nada más, con una fantástica compañía como LAN y ya con el destino final mucho más cerca.

Un rápido y cómodo transfer del aeropuerto a Santiago Centro y en nada ya estábamos con nuestros amigos; los de siempre, Jorge y Carmen y los nuevos: Jose y Patricia.

Bien acogidos por nuestros anfitriones y tras una larga charla para ponernos al día dormimos lo poco que el despertador nos dejó, ya que al día siguiente saldríamos pronto hacia el norte. Nos dio mucha pena esta breve escala en Santiago. Teníamos muchas ganas de estar con Jorge y Carmen y posponer las charlas pendientes y las risas cuatro días más nos jodió bastante pero bueno, el calendario del viajero-turista es duro y le pondríamos remedio más adelante.

Al día siguiente, aún somnolientos y sorprendidos con la luz que inunda Santiago ya a las 6 de la mañana y aún más sorprendidos de que los chilenos no hayan pensado que quizás con esos horarios unas persianas serían una buena idea, tomamos el taxi hacia el aeropuerto. Allí un café con wifi y embarcando para el norte, que pese a las 3 horas de vuelo sigue siendo el mismo país. Una cabezada, un snack salado y otro dulce (que nos pareció una gran opción en este primer vuelo pero del cual acabamos un poco hartos tras 5 o 6) y estábamos en Calama: ciudad de ensueño.

El panorama desde el avión era aterrador. Desde aproximadamente una hora antes de aterrizar (lo cual calculo a ojímetro que son unos 1000 km) no hay nada. Nada. Ni dunas. Ni arena. Ni pueblos. Solo una inmensa planicie ocre donde no habita nada ni llueve ni ha llovido nunca nada. No es coña, leí que había zonas donde no se había registrado precipitación NUNCA (al menos desde que se registra esto). Welcome to el desierto de Atacama.

No voy a engañar a nadie y es que la primera impresión del norte es lamentable. Calama (desde el avión of course) parecía (y es) un gran puñado de casas de uralita y latón puestas ahí por y para las minas que crecen como hongos en toda la región. Esta zona efectivamente no tiene nada en la superficie pero bajo tierra es de las zonas más ricas en minerales del mundo. Desde el avión se aprecian varios agujeros inmensos alrededor de la ciudad, una de ellas la mina más grande del mundo a cielo abierto, Chuquicamata.

La historia del cobre en Chile y en especial aquí en el norte es interesante y para cualquiera curioso por la historia del país diría que imprescindible, ya que hoy en dia el cobre (y antes los nitratos) es la fuente principal de ingresos de Chile. La lucha por su explotación ha supuesto grandes luchas para el pueblo chileno que curiosamente ni siquiera Pinochet pudo o quiso devolver a sus anteriores dueños americanos.

Alquilamos el coche aún con reservas acerca del lugar donde habíamos aterrizado (un sitio tan horrible no puede estar tan cerca de las supuestas maravillas que íbamos a visitar) y enfilamos una carretera en muy buen estado y con una o dos curvas cada 100 km. No había mucho que ver. Desierto a derecha y a izquierda (había debate en el coche sobre si era bonito, impresionante o simplemente horrible) y solo marcando la línea del horizonte a la izquierda (este) una sucesión de montañas o volcanes que servía de única referencia. Alguna planta solar diseminada y algún observatorio. Y nada más.

El único cambio que se observa es el que te marca el GPS del coche en la altitud. Calama ya está a unos 2000 metros pero en el camino a San Pedro creo recordar que se alcanzan los 3400 msnm. Un buen adelanto a lo que nos íbamos a enfrentar en días posteriores. Según te acercas vuelves a bajar hasta los 2000 y pico de nuevo y en ese momento Jose y Patricia avisaron de que habíamos llegado a nuestro primer destino: el mirador del Coyote.

Vista desde el Mirador del Coyote

Nuestro Peugeot 207 empezó a habituarse a su nueva característica todoterreno y salimos de la carretera hacia la pista. La vista desde el mirador sirve como introducción a los próximos tres días. Desde él se observa el salar de Atacama y toda la extensión que continúa hasta donde alcanza la vista. Debajo el valle de la Luna y al lado el pueblo de San Pedro. Adelante y hacia el este, se ve como la carretera sube hacia el altiplano y más allá la línea de volcanes con el Licancabur y el Sairecabur presidiendo.

Tras hacernos unas fotos y felicitarnos porque el viaje a cuatro nos iba a permitir tener muchas fotos en pareja proseguimos hasta San Pedro. La primera impresión…tampoco es buena. Calles polvorientas, perros callejeros y trampas para guiris se suceden en las únicas dos calles con vida. Preguntamos en un par de agencias, descartamos la excursión a Bolivia de un día por su desorbitado precio, compramos provisiones y volvimos al coche para ir a las primeras lagunas.

La carretera que va hacia Toconao es buena y te va metiendo poco a poco en el salar de Atacama. Tras unos pocos kilómetros nos desviamos a la derecha para la laguna Cejar y la Tebenquiche.

El calor es ya bastante sofocante. Un calor seco, de desierto que al principio me deja un poco planchado. La primera laguna no es gran cosa, tengo mucha hambre y además el personal atacameño que te cobra no ayuda mucho. No te dejan acercarte a la laguna y a priori el baño en la laguna me parece algo guiri, sin mucho interés. Sin embargo según nos acercamos a la segunda laguna, la del baño, lo voy viendo todo con más optimismo (el bocadillo tuvo que ver) y tras dudarlo solo un poco acompaño a Jose y Patricia, que ya estaban flotando en la agua debido a su alta salinidad.

Laguna Cejar

Tras un rato chapoteando nos planteamos ir a la siguiente laguna, pero marca 20km por una pista horrible y queremos llegar a la puesta de sol al valle de la Luna así que pasamos de ella y de los ojos del Salar y cogemos el camino por el que hemos venido.

Laguna Cejar y gente flotando

El valle de la luna es uno de los principales atractivos del entorno de San Pedro. En un borde del salar se levantan de repente una sucesión de colinas, dunas y cañones en las que uno puede perderse un par de horas tranquilamente contemplando las formaciones de roca y sal.

Valle de la Luna

Tampoco el personal que atiende y te vende el ticket destaca por su extrema simpatía por cierto. Recorremos en coche toda la longitud del valle, parando primero en una ruta por unas cavernas, después en una planicie inmensa de tonos blancos y rojizos y al final en el paraje conocido como Las Tres Marias, que resulta ser la peor parada de todos. Para el final dejamos la subida a la majestuosa duna dorada desde donde vimos una decepcionante puesta de sol. Las vistas desde arriba son grandiosas, dominándose todo el valle y parte del salar pero la vista del sol ocultándose no es lo mejor.

Subiendo a la duna

Apurando los últimos minutos de luz condujimos de nuevo por la carretera hacia Toconao en la que la noche cerrada del desierto nos dió caza. Al llegar a nuestro destino la oscuridad reinaba por completo y el hotel al que íbamos no había pensado que quizás un cartel ayudaría a sus huéspedes.

Al final, tras un poco de confusión metiéndonos a una instalación militar llegamos al complejo El Toconao donde la dueña, una belga con tos de perro callejero nos indicó que si queríamos cenar nos fuéramos al pueblo que ya era tarde.

Dudando de si ese día nos íbamos a ir a dormir con el estómago vacío llegamos a la pintoresca plaza de Toconao, donde para nuestra sorpresa el restaurante recomendado por la dueña del hotel estaba abierto y nos dio de cenar bastante bien, con un lomo a lo pobre y unos lomitos italianos acompañados por cerveza fría y tamaño XXL.

El día había sido largo así que nos dimos por satisfechos y nos fuimos a la cama hasta el día siguiente.



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