jueves, 8 de septiembre de 2011

Singapur - Malasia - Indonesia Día 9


30 de Julio: Un trabajo infernal y el cumple de Jimbo en la isla de los Dioses

Si te dicen que el día de tu cumple vas a estar despierto a las 03:30 de la mañana, cualquier ser humano medio pensaría que es normal, ya que has salido de fiesta y te van a dar las tantas. Pero que cojones, nosotros no somos normales y mi cumple comenzó con un madrugón de los que dan miedo pero a los que nosotros ya estábamos casi acostumbrados. El desayuno consistía en un sándwich de un relleno difícil de identificar y un huevo duro, con lo que muchos preferimos guardarlo para más adelante ya que a esas horas nos entra mejor un gintonic que un café. El guía se retrasaba y tuvimos que meterle un poco de prisa. No íbamos a ver amanecer arriba de todos modos, pero ya que nos habíamos levantado tan pronto, qué menos que emprender el viaje lo antes posible. Con lo que nos metimos en nuestra furgo esta vez con las maletas dentro por si se mojaban y nos dispusimos a llegar hasta el punto de acceso al volcán Kawah Ijen, famoso por la mina de azufre a cielo abierto que se encuentra en el fondo de su cráter.

Tras una media horita de baches, llegamos hasta un puesto de acceso al parque y compramos unas mascarillas (a precio de oro) para protegernos de los gases nocivos que suelta el volcán y que provocan un asqueroso olor a huevos podridos. Ataviados con nuestra ropa “de montaña” que no nos conseguía hacer entrar en calor, comenzamos la ascensión de 3 kilómetros bien marcada y sin pérdida. El camino y el paisaje eran completamente diferentes a los del día anterior: un verde manto de árboles nos rodeaba por todas partes y a ambos lados del camino se veían verdes y majestuosos volcanes como el que estábamos ascendiendo. Al principio la débil subida hizo que subiésemos todos en grupo, pero tras 500 metros, la pendiente empezó a hacerse mucho más dura y el grupo se dividió. Me puse en cabeza seguido de Jorge y Lucas y Villamor (el diesel) y Dueño intentaban no griparse en el intento de subir. Al principio esperaba al final de cada rampa, pero los inhumanos jadeos de Lucas me daban miedo y cogí mi ritmo para esperar arriba.

La impresionante vista según subíamos al Kawah Ijen

Aún era pronto, pero cada cierto tiempo nos cruzábamos con algún minero que, con dos cestas unidas por un travesaño, bajaban grandes piedras de azufre desde el cráter. Cabe sin embargo decir que muchos de ellos se ofrecían a posar para fotos a cambio de una propineja, con lo que estos esforzados hombres han conseguido una manera de ganarse un sobresueldo, cosa que en absoluto me parece mal, ya que así se benefician de algo del flujo de turistas que hasta allí llegamos. Aproximadamente en el kilometro 2, una vez que lo más duro de la subida ya ha pasado, nos encontramos con el puesto de pesaje. Una balanza muy rudimentaria sirve para recompensar a los mineros por el peso de azufre que hayan acarreado.

A partir de este punto el camino se allana mucho hasta el punto de descender en alguna ocasión. Tiempo pues para hacer fotos, admirar el paisaje y disfrutar del paseo mientras que comprobábamos que empezaba a oler algo a rancio, aunque no lo suficiente como para ponerse la mascarilla. Además, viendo como los pobre mineros subían sin nada, daba nosequé andar tu ahí con protección cual señorito.

Nova se me unió y ambos llegaron a la orilla del cráter desde donde pudimos observar las nubes de azufre, el lago turquesa del cráter lleno de ácido y la mina a cielo abierto. Mientras que esperábamos a los otros 3 integrantes de la expedición hablamos con un minero que se ofreció a bajarnos al cráter, pero ya veníamos avisados (bendito internet) de que se puede bajar sin problemas sin compañía y ahorrándote la propina que te “exigen” al llegar abajo. Ya con los 5 en la cima, sesión de fotos y empiezan a llegar más caminantes (ese día fuimos los primeros que llegamos al cráter). Pasaron un hombre mayor y un chico joven de camiseta verde que sin dudarlo enfilaron hacia el fondo del cráter. Tras dudarlo unos minutos, me lancé pendiente abajo para poder ver el trabajo de los mineros y el lago turquesa desde más cerca mientras que los otros cuatro intrépidos se acercaron a la cima del Kawah Ijen, que distaba unos pocos cientos de metros.

La mina de azufre del crater del Kawah Ijen
La mina de azufre una vez abajo

Con cuidado de no perder pie y dejando pasar a los trabajadores del volcán, seguí bajando poco a poco, notando que el olor a azufre iba en aumento. La bajada es muy vertical y a los pocos metros ya se veía la silueta de los de arriba muy alejada. Los mineros que subían lo hacían en condiciones muy malas, con chanclas y ropas nada adecuadas y con expresiones de pena pedían comida, “biscuits” o simplemente rupias. Se ve auténtica miseria en este volcán, y las condiciones de trabajo de esta gente no creo que les permitan vivir muchos años, aunque si se ve algún minero ya mayorcito.

Una vez abajo, sólo vi a un occidental, el chico con la camiseta verde que, ayudado por una máscara que le habían prestado, se internaba en la nube de humo sulfuroso para hacer fotos. En una de estas, salió de la bruma tóxica y al quitarse la protección pude ver sus ojos enrojecidos y llorosos mientras que escupía con gestos de asco. Obviamente, yo, que sólo contaba con una mascarilla muy precaria decidí no meterme en la nube y alejarme y acercarme lo más posible siguiendo las oscilaciones de la misma. Me bastó para ver a los mineros, con unas protecciones mínimas, trabajando en el corazón de la misma nube tóxica, golpeando la roca amarilla para desprender trozos de azufre que luego otros compañeros llevarían hasta arriba. Me dio la impresión de un cierto orden y organización, una especie de hormiguero donde cada uno parecía saber su papel en este trabajo de muerte que es el cráter del Kawah Ijen.

Empapado de la atmósfera del lugar, comencé a remontar la pendiente que había bajado, cruzándome esta vez con multitud de turistas que, acompañados por mineros que luego les pedirían unas rupias, bajaban al cráter. El madrugón no era imprescindible, pero si mereció la pena para ver todo el lugar casi en la más estricta soledad. Llegado arriba, me encontré con los dos franceses del autobús y, mientras que ellos hacían más fotos yo empecé a bajar a un buen ritmo mientras que más gente seguía subiendo. La impresión de soledad y de fin del mundo que se ve en los programas de televisión o los documentales no se corresponde en nada con la realidad, ya que a pesar de que con mucha menos intensidad que en su vecino Bromo, la ola del turismo internacional también ha llegado hasta este remoto lugar.

Hice una parada en el puesto de pesaje para hacer unas fotos y comprobar el procedimiento de pesaje y las cantidades que llevaban que resultaron ser de 70 a 80 kilogramos, que es en muchos casos más de su propio peso corporal. Agobiado por un más que probable retraso, continué la bajada casi corriendo hasta que en una curva del camino divisé a lo lejos a Lucas y a Villa. Me acerqué y caminé junto a ellos durante unos minutos, hasta que fui consciente de que su ritmo era completamente incompatible con el mío, ya que desarrollaban una velocidad similar a la de un abuelo de 130 años. Más abajo me encontré con Nova y Dueño, con un ritmo mucho más cómodo, e hice el resto de la bajada junto a ellos hasta llegar a la furgoneta.

Una vez reunido todo el grupo, bebimos un poco de agua, nos despedimos de la pareja franco-americana y nos embarcamos otra vez en la furgo, con la nueva promesa de nuestro guía de que en menos de 2 horas estaríamos en el ferry a Bali. El día anterior nos había dicho que el camino al puerto era aún peor que el del día anterior y razón no le faltaba. Literalmente recorrimos tramos de camino por la jungla lleno de rocas y con pendientes criminales. Gracias a Dios que el terreno estaba seco, porque no me quiero imaginar aquello con lluvias tropicales. Entre bache y bache y cuesta y cuesta poco a poco la carretera fue mejorando y la selva se tornó en arrozales, plantaciones de caña de azúcar, café y demás productos agrícolas tropicales. La verdad es que Java Oriental es mucho más bonita que la parte central de la isla, principalmente porque parece tener una densidad de población bastante menor. Aquí si se ve mucho campo cultivado y jungla, que es mucho más agradecido a la vista que la megalópolis sin fin que contemplamos dos días atrás.

Java y Bali están separadas por un muy estrecho brazo de mar, de manera que a la hora de camino ya veíamos las montañas del Oeste de Bali en la lejanía. En media horita más nos plantamos en Ketapang, puerto de embarque de los ferries hacia el puerto de Gilimanuk, en la vecina Bali. Tras coger nuestros bártulos y rechazar ofertas de buses hasta Ubud, cogimos el ferry por un precio muy razonable y subimos a la cubierta de arriba, donde bajo un sol tropical unos locales se ofrecieron a lanzarse al mar desde la considerable altura de la cubierta si tirábamos unas monedas. Rechazamos obviamente la propuesta, no por el dinero, sino por lo humillante que nos parecía la actividad para ellos. Con el último pitido del barco antes de zarpar, los chicos bajaron a tierra y el ferry que abandonaba Java zarpó hacia Bali.

Nuestro próximo destino: Bali y su costa esmeralda

Abandonábamos Java, el verdadero corazón y núcleo de poder de Indonesia. Superpoblada, cuenta con las ciudades mas grandes de todo el país a pesar de no ser ni mucho menos la isla más grande. De hecho, para muchos, Indonesia es en realidad un imperio de Java, desde donde emana el poder político y se explotan las ingentes materias primas del resto del país. El encargado de la agencia de Yogyakarta nos aseguró que era impensable que el presidente del país no fuese javanés (y musulmán) y ante la pregunta de si no existía descontento en las demás islas, contestó con no mucha emoción que el gobierno estaba haciendo mucho por construir infraestructuras en las islas “pobres”. Lo cierto es que según te alejas hacia el E, la pobreza y la naturaleza salvaje aumentan proporcionalmente, pero también el descontento y las ansias de separación, aunque este tema sea un tema tabú para los indonesios en general. La provincia de Irian Jaya, que es la mitad de la isla de Papúa y étnicamente diferente del resto del país, muestra su descontento periódicamente en forma de revueltas que se ven apagadas brutalmente por la policía y el ejército. También ha habido guerras en las Molucas (en este caso religiosas), en Sulawesi, Borneo y la tristemente famosa que acabó con la independencia de la antigua colonia portuguesa de Timor Oriental. Si le sumamos el afán separatista e islamista de la provincia de Aceh, en Sumatra, vemos que la convivencia en este inmenso y diverso país no es ni mucho menos un camino de rosas.

Bienvendos a Bali
Por fin comenzaban las verdaderas vacaciones según Villamor y Lucas, y mientras que el aire nos daba en la cara y el sol en los ojos, nos preparábamos para nuestra semana en Bali y las islas Gili. Lástima que a nuestro lado fuesen unas inglesas de lo más desagradable, que empeoraban notablemente la vista de una playa paradisiaca y unos montes de un verde intenso. Al otro lado, Java quedaba atrás mostrándonos su cara más salvaje de palmerales y volcanes.

Tras un trayecto más largo de lo previsto y las consecuentes quejas de Villa, desembarcamos en Bali, donde una horda de taxistas nos ofrecía sus servicios para dejarnos en Ubud. Finalmente, y tras un no muy buen regateo, conseguimos un precio de 500.000 rupias en un coche “executive” que, tras 4 horitas de camino y una parada para comer nos depositaría en nuestro hotel. Había un bus que te dejaba en Denpasar, la capital de la isla, desde donde deberíamos coger otro bus a Ubud. Seguro que saldría más barato, pero estábamos muy cansados y preferimos dejarnos llevar por la comodidad. En estos casos, lo mejor es pasar la cifra a pagar a euros y darte cuenta de que lo que parece un precio desorbitado se convierte en algo muy razonable…Tras esperar el coche y comprobar que era espacioso y nuevo, nos embarcamos de nuevo en otro transporte en este interminable día de traslado.

Bali nos sorprendió desde el primer momento: las expectativas de una isla excesivamente turística y occidentalizada se vieron pronto nubladas ante una isla en la que, fuera del núcleo tomado por los anglosajones (Kuta y resto del Sur) te muestra su cara más real y diferente a cualquier otra parte del mundo. Los templos se suceden por todos lados, acompañándote por cualquier camino y mostrando la voluptuosa religiosidad de la isla y sus habitantes. Y es que cada casa, familia, clan y pueblo tiene un templo donde honrar a los dioses, parecidos pero nunca iguales y donde cada mañana, mujeres ataviadas con el traje típico hacen ofrendas de flores e incienso ante los dioses. Cometeríamos un error si pensamos que sólo lo hacen para vender la imagen a los turistas: en zonas remotas de la isla que recorreríamos en días posteriores, estas ceremonias se repetirían a pesar de no ser zonas frecuentadas por occidentales. Bali es un paraíso real, no artificialmente creado o conservado para seguir ingresando rupias a costa del adinerado turista.

Puesta de sol sobre los arrozales de Bali
La parte oeste es la menos visitada de Bali, y está dominada por el único parque nacional de la isla, perfecto para el senderismo. Pero nosotros ya habíamos tenido suficiente tute en Java, y pasamos de largo por esta zona. Decir que Bali es mucho más grande de lo que aparenta y además está llena de atractivos, con lo que perfectamente se pueden pasar aquí 7 o 10 días viendo cada día cosas nuevas y disfrutando de rincones inexplorados. Como nuestro tiempo era mucho menos, apenas 2 días y medio, nos centramos en el centro y las montañas de la isla, que es donde en nuestra opinión está el verdadero Bali. Lucas y Villa diseñaron otra estrategia bien diferente, y es que, hartos de visitas, deseaban ansiosamente la playa y los cocos. Paramos a comer en un sitio medio Indonesio medio chino donde Dueñas arriesgó con una comida ensopada como todas las chinas y el resto seguimos fieles al nasi/mie goreng que ya empezábamos a aborrecer. Continuando la marcha, el movimiento de gente y coches aumentaba según nos acercábamos a la zona de Denpasar, y tras un par de horitas más, llegamos a las cercanías de Ubud, que nos sorprendieron por la cantidad de actividad artesanal y artística que inunda las calles: mascaras, estatuas, cuadros, objetos de decoración abarrotan tiendecitas y puestos para el disfrute del coleccionista o turista ocasional. Pasamos por delante del Monkey Forest donde vimos alguno de los bichos que lo pueblan y, guiando nosotros mismos al guía y alejándonos del centro del pueblo llegamos al mejor hotel del viaje y probablemente uno de los mejores en los que yo he estado en mi vida: Taman Sakti: An intímate resort.

El nombre ya anunciaba que era un sitio de parejitas, pero nos distribuimos en dos dobles de categoría superior y una cama supletoria que me tocó a mí. Las habitaciones eran espectaculares, con unas camas enormes y espacio suficiente para que hiciese noche un equipo de rugby. El baño, por fin acorde a los estándares de higiene occidentales (aunque con la ducha-bañera fuera de él y separada sólo por un biombo del resto del cuarto) y en la zona de “servicio” estaba situada la cama supletoria. Pero lo mejor sin duda eran las instalaciones comunes: una piscina de diseño mirando al monte y una zona cubierta para el desayuno muy al estilo balinés hasta los que se llegaba por un camino empedrado bordeado por vegetación y estatuas de dioses balineses. Vamos, un paraíso por menos de 20€ que hizo que este hotel fuese de los mayores hits del viaje. Además, tenía lavandería, lo cual a Villa y a mí nos vino de perlas ya que íbamos ya con el piloto rojo encendido. El tipo de la recepción nos dirigió a su amigo para alquilar las motos con las que descubriríamos la isla los dos próximos días. Nos pegamos una señora ducha y fuimos con el hombre del alquiler hasta su tienda donde le pagamos la jubilación y la matrícula de la universidad de sus hijos ya que además de las 3 motos, cambiamos dinero a un cambio bastante mediocre y le compramos los billetes a las islas Gili, donde nos metió una clavada de cuidado ya que nos cobró 1.000.000 de rupias a cada uno, cuando en otros sitios lo ofrecían a 750.000. En fin, cosas de las prisas y los agobios.

Con nuestras motingas ya alquiladas y con la lluvia disipada dimos una vuelta para habituarnos a los bólidos y buscamos un sitio para cenar y celebrar mi cumpleaños. Estábamos de acuerdo en buscar un sitio de pizzas y encontramos uno a un precio un poco caro pero se hacía tarde y no había muchas más ganas de buscar. Un entrante de verdura bastante regulero precedió a las pizzas de todos menos Lucas que optó por una ensalada para seguir su dieta sin fin que le ha llevado a ser conocido como Benjamin Button. Con el buche lleno, pagué la cuenta y Dueñas intentó sin éxito que me cantaran el cumpleaños feliz balinés para mi alivio y el de mi vergüenza.

A todo esto, yo ya había hablado con su madre, y a la pregunta de donde eran las lluvias torrenciales, mi madre, licenciada en Geografía Universal por la universidad de Colmenar de Oreja, respondió que en Corea. En fin, no comments. Buscamos un sitio para unas cervezas, pero estaba todo petado y el rollo en Ubud es bastante viejuno, con sitios de música en directo y abuelitos bailando así que, cansados de todo el día, nos dirigimos en las motos hacia nuestro pedazo de resort a descansar. En la vuelta a casa, un par de curvas mal tomadas me hicieron mosquearme con la moto y me mantuvieron intranquilo hasta la mañana siguiente, intranquilidad que se disiparía en los primeros giros. Emplazándonos a la mañana siguiente a las 08:30, nos dormimos enseguida tras repasar la ruta del día siguiente, donde se produciría la primera (y única a la postre) escisión del viaje.

1 comentario:

  1. Precioso Kawah Ijen, opino que de naturaleza es lo mejor del viaje. Por cierto, a pesar de estar en contra de cualquier cosa que comience por trek, coroné, y las vistas del lago desde un mirador natural que hay en la cima son increíbles (no ir borracho o caerás abajo). Es de los pocos momentos en que eché de menos una cámara. ¡Otro punto positivo para la ruta de Jimbaco!
    Me has hecho recordar, y tienes mucha razón, que la conversión a € te alegra el momento en el que intentan estropearte el viaje. Es verdad que en Occidente disfrutamos de mejores condiciones de vida, pero timar al turista no creo que sea la solución. Por cierto, no coincido contigo en cuanto a riqueza, me dio la sensación de que en Bali hay más nivel de vida que en Java. Puede que sea por la superpoblación de ésta última.

    P.D. Siento mucho que no pudiera conseguir un cumpleaños feliz balinés. Así, en general, muy sonrientes, pero algo rancias estas balinesas... (sin rencor)

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