martes, 13 de septiembre de 2011

Singapur - Malasia - Indonesia Día 11

1 de Agosto: Cabreo en el templo madre y masaje con “Sad Ending”

Otro bañito en la piscina mágica para comenzar el día y otras tortitas de plátano con café con leche y fruta para recargar energía. Qué lástima que fuese el último día de disfrutar de este hotelazo y que nos tuviesemos que ir, porque era un sitio para quedarte allí una semana entera disfrutando de la piscina y las instalaciones del hotel, mientras que descubres la isla con calma montado en tu moto y viendo templos y pueblos. Sin embargo nosotros sólo tenemos dos días, así que teníamos que coger la moto sin más retraso y lanzarnos esta vez hacia el lago Danau Batur, situado en la caldera del volcán para luego bajar al templo Besakih y el Tirta Empul. Todo eso antes de las 15:00, ya que habíamos quedado a comer con los otros dos integrantes del grupo, que dedicarían la mañana a darse un masaje y vagabundear en la piscina.

Pero antes de salir de ruta, fuimos a ver el nuevo hotel donde nos habían conseguido alojamiento. Estaba al final de un callejón que salía de la misma calle que el actual hotel y las habitaciones estaban bastante bien, pese a no ser ni mucho menos del mismo nivel del Taman Sakti. El encargado se comprometió a venir a por nuestro equipaje y llevarlo a su hotel, así que una vez recogido todo, nos separamos de nuevo y emprendimos la marcha hacia el Norte, esta vez a una velocidad algo mayor y con la ruta más o menos clara en nuestras cabezas. 
 
Discurriendo por carreteras en donde abundaban las tiendas de artesanía de todo tipo, fuimos quemando kilómetros y gastando gasolina hasta casi quedarnos sin ella. En un cruce paramos a preguntar el camino al lago y ya de paso Nova echó gasolina casera en su moto. Como hay millones de motos en el país y no hay demasiadas gasolineras, la gente acumula gasolina que guarda en botellas de litro (en especial de absolut vodka, no sabemos por qué) y las muestra a la puerta de sus casas. Parece ser que es muy común quedarse sin gasolina y acudir a esta gasolina “alegal” con lo que nosotros hicimos lo mismo y confiamos en la calidad del combustible. La moto no se quejó mucho así que muy mala no debía ser. 
 
Con gasolina suficiente al menos para un rato más, proseguimos nuestro camino hasta llegar a la puerta de entrada al lago, donde te cobran una especie de peaje simplemente por pasar a la zona. Pagamos, hablamos amistosamente con un lugareño y accedimos al mirador, desde donde se contempla una maravillosa vista que almacenamos en las cámaras de fotos. Advertidos por la guía de que la zona es un sacadineros, nos bastó con la imagen de postal y nos dimos la vuelta cogiendo una carretera de montaña que salía a mano izquierda. La ruta era preciosa y discurría por un bosque con vistas al lago. La carretera tenía muchas curvas pero el firme estaba en buen estado con lo que disfrutamos mucho el camino y las vistas.
 
El lago del crater que domina Bali
El templo de Besakih es el más importante de Bali, y por ello está indicado el camino en muchos carteles, con lo que perderse es casi imposible. Hicimos otra parada para que mi moto repostara y seguimos montaña arriba. Íbamos siempre parejos con un alemán que ya habíamos encontrado en el lago y decidimos seguirle, ya que parecía que sabía muy bien a donde iba. Pagamos la entrada en un puesto a un guardia que parecía bastante “oficial” y seguimos con la persecución del guiri. Habíamos leído en la guía que este templo era el reino del engaño por parte de los locales. Te intentaban encasquetar un guía, vender un sari, que pagaras doble y todo tipo de artimañas sucias para que el turista desembolse dinero. Llegaban incluso a advertir de que la visita podría perder todo el encanto pese a lo bonito del templo.

El alemán seguía montaña arriba pasado lo que parecía la entrada principal del templo y en una bifurcación alejada ya del mogollón le perdimos y nos vimos obligados a parar. De manera completamente “casual” nos seguía una moto con dos lugareños ataviados con la ropa típica que nos ayudaron muy majos y nos conminaron a que les acompañásemos. Nosotros, reticentes ante tanta amabilidad y advertidos ya por la guía, pasamos de ellos y fuimos hacia donde nosotros pensábamos que estaba la entrada. Los dos listillos nos siguieron y de pronto empezaron con insistencia a decirnos que necesitábamos un sarong para entrar ya que era obligatorio. En otros templos, los sarongs los dan gratuitos con la entrada si es obligatorio para entrar, con lo que les miramos con desconfianza y pasamos de ellos. Su insistencia se tornó mala educación directamente, acusándonos de falta de respeto para su religión, cuando aún no habíamos entrado a ningún templo. Hartos del bombardeo de alquiladores de sarongs, preguntamos a unos cuantos y conseguimos bajar el precio a un cuarto y los alquilamos, aunque con grandes dudas de que de verdad fuese obligatorio.
 
Un gayer en el templo madre.
Sintiéndonos timados, entramos por fin a los templos, porque Besakih no es sólo uno, sino un conjunto de ellos situados en la falda de una colina. El principal de ellos tiene una entrada majestuosa, con estatuas situadas a ambos lados de una escalinata principal que da acceso al templo en sí. Acosados por vendedores de postales hicimos unas fotos y en el momento de intentar acceder al templo principal, nos asaltó otro de los peligros que anunciaba la guía. Resulta que dentro del templo estaban en una ceremonia (como todos en los que habíamos estado hasta ahora), y un supuesto guía decía que no podríamos entrar mientras que durara sin el acompañamiento de un local y que el amablemente se ofrecía por unas rupias. Como ya estábamos sobre aviso, le mandamos educadamente a la mierda pero no tuvimos huevos a entrar, ya que se situaron en la puerta impidiendo el paso y no era plan de montarla cuando uno está de visita. Así que nos dimos la vuelta y efectivamente, asqueados con el ambiente que se respiraba en el que se supone que es el templo mas importante de Bali, devolvimos el sarong y nos montamos en la moto, que afortunadamente estaba intacta. Acelerando a tope para salir del apestoso nido de timadores, emprendimos camino hacia el Sur, que el tiempo apremiaba.

Atravesamos pueblos muy típicos llenos de templos y nos cruzamos con grupos de niños que volvían del colegio en moto, a pesar de tener bastante menos de 16 años. Todos muy simpáticos nos saludaban, extrañados de ver a extranjeros en zonas tan profundas de la isla. Preguntando en cruces llegamos a un pueblo grande y tras mirar la guía, descubrimos que estábamos bastante cerca de un templo importante que habíamos descartado por la falta de tiempo. Nos lanzamos carretera abajo, guiados por mí y mi motinga, y atravesando algún valle lleno de palmeras y con escenarios tropicales de postal, llegamos finalmente al templo Tirta Empul. El guardia nos pilló cuando entrabamos por una puerta lateral y nos hizo pagar la entrada como a todo hijo de vecino. El templo es famoso por sus estanques y fuentes con peces y realmente es muy pintoresco y merece la pena la visita. Aquí sí que te daban un sarong a cambio de la voluntad, y nos vino bien esta visita para quitarnos el mal sabor de boca de la anterior, a pesar de que en este también había un buen número de turistas, sobre todo japos.
 
Tirta Empul, el templo de las fuentes y los caños (no el grupo de flamenquito)
 Con el poco tiempo del que disponíamos, volvimos a las motos para darnos cuenta de que estábamos también bastante cerca del restaurante donde habíamos quedado. Pasamos por un mercado de artesanía muy animado y un mirador sobre los arrozales muy concurrido por turistas y vendedores de souvenirs. Por fin llegamos al restaurante Café Kampur y, aparcando las motos, esperamos cervecita en mano a que llegaran Lucas y Villa, mientras que disfrutábamos del precioso paisaje que se veía desde el comedor del restaurante. Pablo pidió un coco que le sirvieron muy decorado y como aperitivo nos sirvieron unas hojas de árbol fritas que llenaban la tripa por lo menos. Sin embargo, cuánto hubiésemos pagado por unas aceitunitas y unas patatas…

Llegaron los dos rezagados, y nos contaron su día: un buen masaje balinés (sin happy ending) y luego unas horas de piscina en nuestro anterior hotel. Ah! Y dos anécdotas que merece la pena reflejar . Uno, la caída de Villa con la moto, que afortunadamente no tuvo consecuencias ya que iba a una velocidad casi negativa y se dejó caer en un arrozal, con lo que sólo se mojó y dos: la “mordida” que sufrió Lucas de la policía local tras girar en dirección prohibida delante de una comisaria entera. Aceptó las 50000 rupias que le sugerían y marchó libre sin cargos.
 
La vista desde el restaurante
 Con un hambre importante pedimos unos comida occidental y otros indonesia y otra ronda de cervecitas. Los del sándwich de pollo tuvieron lo que merecían, es decir, un sándwich de pollo clásico mientras que yo me pedí unas satay (brochetas) con la salsa de cacahuete típica y dueñas un pollo local. Pero lo mejor vino en los entrantes, y es que pedimos una delicia local, un gado-gado, que resultó ser una puta mierda aplastante compuesta por una especie de rollos de verdura envueltos en hojas y el repugnante tofú, que aquí tanto les gusta. Como salsas, una que picaba como el infierno y que le echamos a la ensalada que pidió Lucas pero que éste, demostrando que realmente no tiene paladar, ni notó. Tras disfrutar de las vistas (y del wifi) un rato más, nos dirigimos a Ubud, ya que tocaba compras y el mercadillo cerraba a las 18:00. Echamos gasolina y aparcamos cerca del palacio de Ubud y nos internamos en el mercadillo cuando ya muchos puestos habían cerrado y otros estaban en ello. Mejor, porque comprobamos que era todo mierda y que encima te intentaban timar como bellacos. Sólo Dueño compró unas perlas que pasaron la prueba de fuego (literalmente). 
 
Dando un paseo por la calle principal (Monkey Forest Rd) la cosa mejoraba sensiblemente y poco a poco las compras fueron cayendo (pulseras, sarongs, etc…). La hora se acercaba así que fuimos a dejar las motos al sitio del alquiler, en perfectas condiciones aunque el cabrón no lo mereciese por la timada que nos había pegado. Nos cruzamos a la simpática pareja de holandeses del tour de los volcanes, que, sorprendentemente, seguían sonriendo y no parecían tener intención de asesinarnos después de la treta que les hicimos, fíjate tú que majos.

Y por fin, llegó el turno del masaje para los tres que no habíamos tenido ración de placer por la mañana. Copiando el sitio a Lucas y Villa cogimos sitio para media hora más tarde y mientras nos dimos una vuelta comprando más cosas. Lucas y Villa, que no tenían nada que hacer, fueron a por el segundo masaje, o mejor dicho, tratamiento facial. Personalmente, el masaje me decepcionó bastante, y no sólo porque me lo dieron en una sala con Nova al lado, sino porque no me hizo daño ni se metió a fondo con las zonas que tenía jodidas. Estuvo bien, duró una horita pero ni mucho menos fue una experiencia cojonuda, contrariamente a lo que Villa y Lucas dijeron. Happy Ending ni de coña, aunque Dueñas, que estaba en una sala aparte, apareció con una cara de satisfacción bastante sospechosa. Tras el masaje, un té y una piña y para fuera, embadurnados de aceite que aún no había conseguido quitarme ni con la ducha. Nos juntamos con los dos trollers del tratamiento facial y buscamos un sitio para cenar. De camino me compré una estatua de bronce de mi nuevo Dios, el elefante Ganesh. Optamos por cenar en un sitio de música en vivo, donde disfrutando de un concierto de Reggae y dimos buena cuenta de unas hamburguesas y el wifi del local. Al acabar, buscamos un taxi para que nos devolviese al hotel, que tras un regateo al estilo Rey conseguimos por un módico precio. Allí, Nova recogió la ropa lavada en el Taman Sakti y subimos hacia el callejón donde dormiríamos. Repartimos las habitaciones, comprobamos que el baño era una jungla llena de bichos y arañas de tamaño considerable y, preparándonos para el madrugón del día siguiente, nos sobamos.

1 comentario:

  1. Todo está dicho, el templo Besakih deja un regustillo amargo, el templo Tirte genial con sus juegos acuáticos y su tortuga (claramente, una atracción turística más porque no creo que sea la reencarnación de nadie, pero está bien), y estoy contigo en lo del masaje, vaya porquería, no merece la pena perder una hora.
    De lo mejor del viaje a nivel social, saber que los niños van a la escuela felizmente. Puede parecer una tontería, pero me dio una gran alegría ver que los países progresan.
    Por cierto, tenían que habernos cobrado un extra por disfrutar de una noche en la jungla, ¡vaya baño! Creo que andaba por allí Frank... El día que más riesgo corrimos tras Le Gallerie

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