martes, 6 de septiembre de 2011

Singapur - Malasia - Indonesia Día 8


29 de Julio: Amanecer en la luna y de baches en la jungla

La alarma del móvil de Lucas avisando de una catástrofe nuclear  resonó en la planta de arriba y, mecido por los insultos de Casanova a su compañero de habitación, dormitamos la media hora que restaba para que la gente normal se levantara. Lucas blasfemó porque no había agua para ducharse, cosa bastante normal teniendo en cuenta que eran las 03:30 de la mañana y que nadie en su sano juicio se ducharía a esa hora. Cogimos nuestro copioso desayuno, que consistía en un trozo de pan y un vaso de agua y estimulados por esta brutal ingesta de calorías nos distribuimos en los jeeps aún en medio de la más completa oscuridad. Dueñas subió solo en un jeep con unos coreanos con los que haría buenas migas, y los otros cuatro nos acomodamos en la parte de atrás de otro con dos alemanes que habíamos conocido la noche anterior. Las caras de sueño eran importantes y el odio se empezaba a vislumbrar en los gestos de alguno. 

Tras 30 minutos ascendiendo hacia el cráter del volcán, salimos del jeep y empezamos la última parte de la ascensión rodeados de caballos enanos que subían a los guiris que picaban en la treta que les preparaban los locales. La subida, a oscuras, con un suelo polvoriento que luego resultaron ser cenizas volcánicas y rodeados de bastante gente se hizo dura pese a su corta distancia, y cuando llegamos arriba, nos repartimos en puestos de observación a lo largo de un acantilado con vistas al cráter. Me alejé unos metros para disfrutar del amanecer en paz y tranquilidad.

Here comes the sun
Con una lentitud tranquilizadora, por el lado contrario al volcán, un débil haz de luz fue apareciendo bordeando la línea del horizonte. En principio unos tonos azulados precedieron al resplandor naranja y amarillo que anunciaba la pronta salida del sol. Estoy convencido de que mucha gente se pensaba que lo espectacular estaba a ese lado, sin darse cuenta de que, a 180º, la luz empezaba a dejar ver las primeras sombras y siluetas de un paisaje completamente extra-terrestre. La caldera del volcán Tengger alberga en su interior otros dos conos volcánicos, el Batok, con su perfecta silueta troncocónica, y el Bromo, con un nítido cráter en su parte superior. Estos dos conos se encuentran inmersos en un mar de ceniza volcánica, expulsada en las sucesivas erupciones del Bromo, uno de los volcanes más activos de Java. Al fondo, destaca la silueta cónica del Semeru, otro volcán envuelto normalmente en nubes de humo volcánico. El contraste entre lo desértico de la caldera y el verde del exterior es otro más de los atractivos de este paisaje, sin duda de lo más espectacular que puede verse en Indonesia.

El Bromo (o mejor dicho, el Tengger) al amanecer

El Semeru, muy activo y soltando humo
Situados al borde de la caldera, fuimos disfrutando de cada segundo de visión, ya que la luz que se acrecentaba por el E iba cambiando el escenario en cada momento. El frío era intenso, pero nos habíamos preparado bien para él, y únicamente Lucas necesitó de la manta que previsoramente habíamos tomado prestada del hotel. Tras una dilatada sesión fotográfica entre coreanos, japoneses, holandeses, americanos, suizas y demás nacionalidades, comenzamos el descenso hacia los jeeps esquivando caballos y las nubes de ceniza que éstos levantaban. Una vez montados en los todoterrenos, comenzamos el descenso hacia la caldera del Tengger, pasando del verde tropical al gris parduzco de la ceniza volcánica.

Paramos a los pies del cono del Batok y mientras Villa y Lucas preferían permanecer en el sitio, Nova, el independiente Dueño y yo caminamos por un terreno incómodo lleno de polvo hasta la cima del Bromo, sagrada para los hinduistas de la comarca y de la ya cercana Bali.
 
Dentro de la caldera
 Adelantando guiris y más caballos enanos, llegamos a los escalones que daban a la cima, y ayudándonos de un pañuelo para no respirar el polvo y la ceniza, conseguimos llegar a la cima, desde donde el amenazante cráter expulsaba humo blanco. Sobra decir que como le diese por entrar en erupción no nos salvaba ni Buda ni Ganesh ni Mahoma ni nadie. Ataviados como hombres del desierto, en especial Dueño con sus gafas de sol futuristas, emprendimos el descenso hacia los jeeps admirando a la vez el extraño escenario en el que estábamos inmersos, más semejante a las imágenes de un desierto Asiático, desnudo, muerto, que a lo que uno espera de un paisaje de un país tropical. Tras llegar con Villa y Lucas, tomamos una foto de este último al lado de un muy alegre caballo y, ávidos de una ducha que nos quitara el polvo de encima emprendimos el regreso al Yoshi Hotel.
 
El cráter del Bromo
La preocupación por la higiene y las condiciones de la ducha se vio relegada a un segundo plano, ya que llevábamos mierda (más bien polvo y ceniza) hasta en el interior de las orejas y nos hubiésemos duchado hasta metiéndonos en un barreño de agua estancada. Llegamos los primeros al hotel, con lo que, toalla en mano, salimos en estampida hacia las duchas para no tener que esperar cola. Villa y yo fuimos los primeros, pero Villa eligió equivocadamente la ducha con sólo agua fría y prefirió ponerse a la cola de la de agua caliente. Poco a poco, todos pasamos por la ducha y disfrutamos del sol amable de la montaña mientras desayunábamos precariamente y sacudíamos nuestras prendas de polvo (con poco éxito). Espantándonos los millones de moscas y cansados pero felices por lo que habíamos visto, volvimos a hacer las mochilas y nos metimos otra vez en el jeep para continuar la ruta de 3 días por los volcanes. Próximo destino: Kawah Ijen.

El verdor del volcán
Descendimos hacia Probolinggo admirando el paisaje exuberante que la oscuridad nos había impedido ver la noche anterior. Al llegar al pueblo dejamos nuestra furgoneta y, montamos al nuevo bus, que distaba mucho de ser un minibús decente con aire acondicionado sino que era un cacharro antediluviano. Para aliviar nuestro cabreo, nuestro guía nos aseguro que el conductor era muy bueno y que las 7 horas de trayecto se iban a ver claramente reducidas al coger un atajo. No mentía ni un ápice, pero se olvidó de detallar las condiciones del tal atajo…

Con lo que, de vuelta con nuestro grupo multinacional, fuimos devorando kilómetros con un paisaje mucho más bonito, viendo volcanes majestuosos, campos verdes por fin y la costa a nuestra izquierda, donde, comprobamos que las playas no son el fuerte de la isla de Java. Paramos a comer en un sitio al lado del mar, donde vimos por fin alguna playa local que valía bien poco y comimos otro poco de comida local y nos aprovisionamos de comida y bebida para el resto del trayecto. Un nutrido grupo de italianos se unió a la expedición general, ya que unos cuantos minibuses hacíamos la misma ruta y parábamos en los mismos sitios.

El paisaje del Este de Java es mucho más agradecido
Continuamos la marcha, con la promesa del guía de que en 2 horas llegaríamos al destino. El paisaje acompañaba mucho, y el viaje se hizo mucho más llevadero que el del infernal día anterior. Pero la carretera empezó a empeorar cuando nos internábamos en el medio de la isla y, rodeados de campos de caña de azúcar y arrozales, el terreno se iba empinando. La carretera se convirtió en una vía, y esta a su vez en camino donde los trozos asfaltados eran excepción. Además, nos metíamos poco a poco en la jungla, una jungla espesa con la que no contábamos y que algunos les entusiasmó y a otros les hizo acordarse del desechado medicamente anti-malárico (y las menciones a mi querida madre, claro está). 
Con luz aún, subíamos por la jungla camino de la meseta del Ijen, admirando la flora selvática y con los 4 sentidos puestos en ver algún mono mientras que nos cruzábamos con autobuses y caminos con gente en el techo que nos saludaba sonriente, curiosos al ver occidentales en una zona tan remota. Arriba, el terreno se aclaró y empezamos a ver las primeras plantaciones de café, ya que ésta es la principal zona de cultivo en Indonesia. Los volcanes ya nos vigilaban en el horizonte y unas nubes no presagiaban nada bueno. Después de que el conductor sobornara adecuadamente al guardia del parque, pasamos a lo largo de un pueblo muy cuidado y bonito, con flores a los lados de la carretera y cada casa con un jardincito individual. Sin duda, aquí la zona rural aparecía mucho más agradable que las caóticas urbes de Java. Además, el clima era muy cómodo, con fresquito que te hacía descansar del calor tropical.

Con adelanto sobre la hora prevista, llegamos a nuestro hotel, que era una especie de resort con piscina, jacuzzi y zonas comunes, pero en las que otra vez, las habitaciones y en especial los baños dejaban mucho que desear. Con las habitaciones repartidas (Dueño y Lucas por un lado y Villa, Nova y yo en una habitación notablemente más cutre), decidí acompañar a dos franceses a un secadero de café, mientras que el resto del grupo permanecía en el hotel descansando. La visita fue rápida, vimos el café secándose en el suelo y aparecieron unos chavalines que trabajaban allí con un machete de grandes dimensiones que nos hicieron temer por nuestras cámaras. Nos hicimos una foto con ellos (porque así lo exigieron) y salimos de allí bastante rápido no sin antes entenderles que habían cubierto el café porque se esperaban lluvias para el día siguiente. Mal rollo. De vuelta al hotel y mientras esperábamos la hora de la cena jugamos un cinquillo en unas mesas de la terraza mientras comprobábamos que los italianos se atrevían con el jacuzzi a pesar del frio que hacía.

La cena fue una grata sorpresa, con cantidades abundantes de arroz, noodles, pollo, buñuelos de patata, tortilla, sopa y fruta de postre con las que por lo menos, nos pusimos las botas y llenamos el buche como no lo habíamos hecho hasta entonces en el viaje. Unas Bintang grandes acompañaron la animada conversación, que dimos por terminada muy pronto en parte por el cansancio acumulado y en parte por el madrugón del día siguiente. Nos dormimos rápidamente, en mi caso un poco alarmado por un mensaje desde casa en el que se mostraban muy preocupados por las lluvias torrenciales de la zona. Hasta ahora, no habíamos sufrido ni una gota de agua, pero el enigma debería esperar hasta el día siguiente en el que hablaríamos con Madrid.

1 comentario:

  1. La caldera me impresionó bastante con sus cenizas y el cono humeante; un paraje totalmente distinto, y como bien dices, rodeado de verde. Mucho contraste. El amanecer no me dejó tan buen sabor de boca, quizá la noche en blanco tuviera influencia, quizá cada uno tiene sus gustos. Pero, nuevamente, mis felicitaciones por tu parte de viaje. Cero arrepentimiento, cero odio (ni siquiera en ese momento).

    Pues sí, muy bonita esta zona de Java, increíble ¡shortcut! Sin menospreciar al del día siguiente que también fue bestial. Y pensándolo ahora, ¿nos acostamos a las 9? Sí que estábamos cansados, incluso dormí.

    Por cierto, grandes tipos los dos coreanos. Sin olvidar a una pareja francesa y una mujer malaya que también me acompañaron en el Jeep. Hay que relacionarse más chavales.

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