jueves, 14 de julio de 2016

Chile, día 2: En todo lo alto

29 de Diciembre de 2015

Tras un reparador sueño fuimos a desayunar con la incógnita de que nos encontraríamos en el misterioso hotel. El desayuno nos lo sirvieron en un inmenso comedor, desproporcionado completamente para la cantidad de huéspedes que nos alojábamos ese día. Hay que decir que el complejo turístico (porque la palabra hotel no se ajusta a lo que es) era muy grande, con multitud de habitaciones, zonas comunes e incluso una piscina. La dueña, una belga muy amable parece encargarse de todo y nos cobró, nos sirvió el desayuno y nos hizo de guía turística muy amablemente.

Invadíamos su territorio. No les molaba.

Volvimos al coche para proseguir con nuestra ruta. De nuevo otra vez en el salar, avanzando rápidamente por la carretera de doble sentido y disfrutando con la vista de los volcanes a la izquierda y el desierto a la derecha. A mi mente saltaban los relatos de la expedición de Pedro de Valdivia y su compañía a comienzos del siglo XVI. Debieron de atravesar este terrorífico desierto sin apenas preparación y sin saber hasta dónde se extendía para alcanzar las tierras más fértiles del sur y no dudo en reconocer su mérito explorador y aventurero. Que huevos oye.

Laguna Tuyajto. Más allá solo queda el paso a Argentina

La altitud volvía a subir de nuevo, y en poco tiempo superábamos los tres mil metros y después los tres mil quinientos. A la altura del pueblo de Socaire hicimos una parada para apreciar su bella iglesia colonial, estirar las piernas y beber algo de agua. El paisaje ya había cambiado, y es que habíamos abandonado el desierto y el salar por el altiplano, tierras igual de inhóspitas, fronterizas y hogar de gentes duras que han sabido sobrevivir aquí desde siglos atrás.

Altiplano


Nos sorprendió que la carretera asfaltada continuara más allá de Socaire, pero tras unos kilómetros y tras pasar un estrecho cañón que alojaba un canal de riego, el asfalto dejó por fin paso al ripio y a la tierra y nuestro Peugeot 206 con luces de neón y techo solar se vio en clara desventaja frente a las furgonetas y los picks-ups de los tours. Pasamos de largo la desviación a las lagunas altiplánicas y proseguimos la ruta, observados suspicazmente por las vicuñas que se dejaban ver a los lados de la carretera y observando el cambio (o mejor dicho la aparición) de vegetación. Lentamente para no destrozar el coche íbamos avanzando y subiendo progresivamente por la pista, siendo adelantados a gran velocidad por todo el mundo (aunque no fueron más de 6-7 coches los que seguían nuestro camino). Tras una horita sin paradas y subiendo un pequeño puerto se abrió ante nosotros el gran salar de aguas calientes, impresionante en su extensión y en su color blanco que marcaba un claro contraste con los pardos volcanes y el cielo azul. Continuamos bordeando el salar hasta el punto más alejado de la ruta: la laguna Tuyajto, donde salvo por un coche de los carabineros nos encontramos completamente solos.

Salar de Aguas Calientes

Son pocos los tours que se acercan hasta aquí, ya muy cerca del paso a Argentina. Hicimos multitud de fotos, pudimos notar el peso de la altitud en nuestra resistencia física, comimos unas galletas y bajamos de nuevo al salar donde contemplamos gracias a los prismáticos de Jose las aves acuáticas que anidan en este rincón perdido.

La prudencia al conducir debe mandar aquí, ya que un pinchazo, una avería o quedarse atrapado en la arena o el barro supone un gran contratiempo por la gran distancia a San Pedro.

Regresamos por la ruta ya conocida hasta la zona asfaltada y allí volvimos a subir hasta unos 4300 metros hasta las lagunas Miscanti y Miñiques.

Laguna Miscanti

Más cerca de San Pedro y por tanto más visitadas, es quizás el sitio que más nos impresionó de toda la zona de Atacama. De un color azul intenso y al lado del volcán Miñiques parecen sacadas de otro planeta. Comimos arriba, abrigados contra el frío e intentando combatir el dolor de cabeza provocado por la altitud mascando hoja de coca.

Laguna Miñiques

Tras un rato volvimos al coche y bajamos al salar de nuevo donde nos desviamos de la ruta principal para ir a la laguna Chaxa, última visita del día. Es en este tramo de pista donde el salar se puede ver mejor y desde más cerca. A ambos lados de la carretera una costra blanca reina hasta donde se extiende la vista. Paramos a tocar y sentir la sal que anula toda posible fertilidad de esta tierra.


Salar de Atacama

Solo al final de la pista se abre la laguna Chaxa, repleta de flamencos y con un interesante “museo” donde explican la formación del salar y la riqueza mineral de esta zona, de donde se extrae litio para su posterior procesado.

Flamenco en la laguna Chaxa

El sol descendía ya sobre el desierto y nosotros pusimos rumbo a San Pedro. Tan solo un inoportuno control de carreteras de los carabineros de Chile nos detuvo unos minutos pero nos dejaron continuar sin mayores problema. Llegamos justo para dejar las cosas en el hotel, ducharnos y salir a cenar por el animado centro del pueblo, esquivando los innumerables perros callejeros que dominan la ciudad a su antojo.

Al día siguiente tocaba madrugón para ir a los geyseres del Tatio, así que nos recogimos lo antes que pudimos para al menos dormir unas 5 horas.

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