Tashkent se mostró ante nosotros oscura, sucia y
desordenada, como si fuera una prolongación de la terminal de llegadas del
aeropuerto, la cual da una pobre imagen inicial del país que afortunadamente mejoraría
rápidamente. A una hora intempestiva le pedimos a nuestro taxista – cambiador
del mercado negro que nos dejara en el bazar Chorsu, que todas las guias dan
como lo más interesante de la ciudad (uno se hace una idea de lo que puede
ofrecer el resto).
Esto debían de ser como 5 euros #inflacion |
Nos tomamos un desayuno a base de sabroso pan uzbeco y chocolate en los exteriores del mercado que nos dió algo de fuerzas para salir del
bazar. Un poco perdidos aún, sin un mapa decente con el que orientarnos, acabamos dando con nuestros pasos en el barrio viejo de Tashkent,
que rodeamos en dirección a la madrassah Kulkedash, "admirando" las avenidas
sovieticas de anchura M-40 y el trazado "peatonal" de las calles y aceras. Todo
para el pueblo, rezaba la máxima soviética. Si, pero siempre que vaya en coche,
porque el peaton al este de los Urales vale una mierda.
Madrassah Kulkedash |
La madrassah, por ser la primera nos pareció bonita, pero si
la hubiésemos visto el ultimo día no habríamos ni sacado la cámara de la funda.
Es por eso por lo que merece la pena hacer el viaje en el orden en el que lo
hicimos: Tashkent – Khiva – Bukhara – Samarkanda. Al lado de la madrassah asomaba la gigante mezquita del
siglo XX Khoja Akhrar pero estaba cerrada a cal y canto con lo que dimos por vista la zona y bajamos al
metro uzbeco donde la policía nada más entrar nos pidió los pasaportes (para ver los sellos
básicamente y matar un rato el aburrimiento) y nos reprendió por hacer una foto, que me pidió que borrara y que yo hice gustosamente 1.- por no llevarme un sopapo centroasiatico y 2.- porque puedo hacer una foto más bonita en la estación de Plaza Elíptica.
La zona de la plaza de Amir Timur supone más o menos el
centro de Tashkent. Una serie de edificios sovieticos algunos y post-sovieticos
otros rodean una plaza arbolada con la estatua de Tamerlan en el centro. Los
edificios parecen concursar en un torneo de feísmo centroasiático. El hotel de estilo
soviético Uzbekistan es un buen punto de inicio en este tour del horror arquitectonico, ampliamente "mejorado" sin
embargo por un mamotreto de columnas jónicas con cisnes dorados en el tejado,
una iglesia ortodoxa post-apocalíptica y, en el lado opuesto de la plaza, el
museo de los timuridas, cuya fealdad es únicamente superada por la de la
exposición que alberga en su interior, a la cual no volvería a entrar ni aunque
me estuviera muriendo de hambre y dentro estuvieran repartiendo pizza gratis.
Por fin el tiempo transcurrió y, sobrevolando el desierto, el tercer avión nos deposito en Urgench, en el extremo Oeste del país y antesala fea de
Khiva, primera etapa real del viaje después del prólogo de Tashkent.
La bofetada de calor se notó enseguida. Zasca, 40 grados en
la jeta que sólo aliviamos en el hotel Orient Star, caro pero claramente el
mejor del viaje, situado en una antigua Madrassa y con un bello y eficaz aire
acondicionado en cada habitación. Nuestra primera comida uzbeka a base de plov
y dumplings fue el preludio de la siesta, tras la cual salimos a explorar la
ciudad mientras el sol caía por fin detrás de las muralla de Khiva. Y
precisamente fueron las murallas las que rodeamos por fuera, confirmando lo
seguro y tranquilo que es el país y la ciudad, callejeando por oscuros rincones
bajo la curiosa mirada de los locales, pero sin sentir ni un ápice de
intranquilidad.
Las murallas ocres nos dan una muestra del aislamiento de la
ciudad durante los siglos XVIII y XIX, siglos durante los cuales fue capital
del emirato del mismo nombre y centro del tráfico esclavista de la zona. Los
exploradores rusos del Great Game que lograban llegar a la ciudad daban noticias de compatriotas suyos hechos prisioneros que
les suplicaban que les ayudaran, y el orientalista húngaro Vambery contaba
horrorizado las crueldades del emir y las ejecuciones sumarias dignas del Estado Islámico
que presenció durante su visita de incognito. Sin embargo, el desierto y el
aislamiento contribuyeron a que el emir creyese con demasiada confianza en su
seguridad y superioridad, y cuando el ejercito ruso se plantó con toda su
maquinaria ante las puertas de la ciudad, poco pudo hacer para evitar la toma
de control ruso, control que se mantendría ya hasta la caída de la URSS.
Khiva cobra protagonismo en la historia por un azar de la naturaleza, y es
que el Amu Dariya que da vida a la zona decidió cambiar su cauce allá por el
siglo XVIII. Hasta entonces, la capital de la región de Corasmia (O Khorzem)
era Konya – Urgench, que debido al incomprensible trazado de la frontera hoy
yace en el vecino Turkmenistan, pero cuando el rio dejó de bañarla se traslado
a Khiva. Toda la zona forma un gran oasis que permite una rica agricultura
regada por los innumerables canales que nacen del antiguo Oxus y que no solo alimentan
plantaciones de algodón, sino también huertas repletas de sandias, melones y otras
frutas y verduras. Eso si, no me extraña que estén secando el rio ya que
parecen no ser conscientes de vivir en medio de un desierto a 45ºC y derrochan
el agua en riegos absurdos y megalómanos como si vivieran en la jungla del Mekong.
Una cenita a base de shashik nos dio fuerzas para un último
paseo nocturno, con la ciudad vacia y los edificios levemente iluminados de colores azules y verdes que daban
a la ciudad aún más misterio y belleza. Tan solo faltaba un beduino con su
camello para ser trasladados dos siglos atrás, cuando la bella Khiva ofrecía un
descanso ideal a las caravanas que se atrevían a atravesar los desiertos al
este del Caspio. Nosotros, aunque habíamos llegado en avión, también nos merecíamos
una cama después de muchas horas sin ella, así que a ella nos fuimos.
Minarete Kalta |
Oh, qué hermosas fotografias.
ResponderEliminarVeo que como los viajeros de antaño, vestis con vuestros mejores ropajes para dar una buena imagen en el pais visitado.
Precioso blog y preciosa camiseta.