jueves, 16 de octubre de 2014

Uzbekistan, Día 1: Una vuelta de reconocimiento por Tashkent y llegada a Khiva

Tashkent se mostró ante nosotros oscura, sucia y desordenada, como si fuera una prolongación de la terminal de llegadas del aeropuerto, la cual da una pobre imagen inicial del país que afortunadamente mejoraría rápidamente. A una hora intempestiva le pedimos a nuestro taxista – cambiador del mercado negro que nos dejara en el bazar Chorsu, que todas las guias dan como lo más interesante de la ciudad (uno se hace una idea de lo que puede ofrecer el resto).

Esto debían de ser como 5 euros #inflacion
No estaban puestas las mercancías aún cuando llegamos, y los comerciantes nos miraban alucinados. No les culpo, no creo que a las 04:00 AM muchos turistas lleguen al mercado. En la puerta principal, ya vimos que los uzbecos no agobian ni acosan al turista, seguían sus tareas matutinas casi sin reparar en los cuatro extraterrestres que sin nada que hacer y caras de sueño miraban al tendido en la escalera principal del mercado. Cuando la actividad aumentó un poco y la luz inundó progresivamente el interior del bazar, nos internamos entre los puestos observando sus mercancías, las cuales no diferían mucho de las de un puesto en España, sí sin embargo las medidas higiénicas. Siempre he pensado que para un estadounidense un mercado de alimentos puede suponer una experiencia, pero a un europeo no le llama mucho la atención. Mucho cordero (oveja más bien), casquería, vaca, pollo y mucha fruta y verdura con muy buena pinta. Nada fuera de lo común.

Nos tomamos un desayuno a base de sabroso pan uzbeco y chocolate en los exteriores del mercado que nos dió algo de fuerzas para salir del bazar. Un poco perdidos aún, sin un mapa decente con el que orientarnos, acabamos dando con nuestros pasos en el barrio viejo de Tashkent, que rodeamos en dirección a la madrassah Kulkedash, "admirando" las avenidas sovieticas de anchura M-40 y el trazado "peatonal" de las calles y aceras. Todo para el pueblo, rezaba la máxima soviética. Si, pero siempre que vaya en coche, porque el peaton al este de los Urales vale una mierda.

Madrassah Kulkedash
La madrassah, por ser la primera nos pareció bonita, pero si la hubiésemos visto el ultimo día no habríamos ni sacado la cámara de la funda. Es por eso por lo que merece la pena hacer el viaje en el orden en el que lo hicimos: Tashkent – Khiva – Bukhara – Samarkanda. Al lado de la madrassah asomaba la gigante mezquita del siglo XX Khoja Akhrar pero estaba cerrada a cal y canto con lo que dimos por vista la zona y bajamos al metro uzbeco donde la policía nada más entrar nos pidió los pasaportes (para ver los sellos básicamente y matar un rato el aburrimiento) y nos reprendió por hacer una foto, que me pidió que borrara y que yo hice gustosamente 1.- por no llevarme un sopapo centroasiatico y 2.- porque puedo hacer una foto más bonita en la estación de Plaza Elíptica.

La zona de la plaza de Amir Timur supone más o menos el centro de Tashkent. Una serie de edificios sovieticos algunos y post-sovieticos otros rodean una plaza arbolada con la estatua de Tamerlan en el centro. Los edificios parecen concursar en un torneo de feísmo centroasiático. El hotel de estilo soviético Uzbekistan es un buen punto de inicio en este tour del horror arquitectonico, ampliamente "mejorado" sin embargo por un mamotreto de columnas jónicas con cisnes dorados en el tejado, una iglesia ortodoxa post-apocalíptica y, en el lado opuesto de la plaza, el museo de los timuridas, cuya fealdad es únicamente superada por la de la exposición que alberga en su interior, a la cual no volvería a entrar ni aunque me estuviera muriendo de hambre y dentro estuvieran repartiendo pizza gratis.

La primera de las 8549 estatuas de Timur que vimos en 10 días
Por fin el tiempo transcurrió y, sobrevolando el desierto, el tercer avión nos deposito en Urgench, en el extremo Oeste del país y antesala fea de Khiva, primera etapa real del viaje después del prólogo de Tashkent.

Un hotel muy majo
La bofetada de calor se notó enseguida. Zasca, 40 grados en la jeta que sólo aliviamos en el hotel Orient Star, caro pero claramente el mejor del viaje, situado en una antigua Madrassa y con un bello y eficaz aire acondicionado en cada habitación. Nuestra primera comida uzbeka a base de plov y dumplings fue el preludio de la siesta, tras la cual salimos a explorar la ciudad mientras el sol caía por fin detrás de las muralla de Khiva. Y precisamente fueron las murallas las que rodeamos por fuera, confirmando lo seguro y tranquilo que es el país y la ciudad, callejeando por oscuros rincones bajo la curiosa mirada de los locales, pero sin sentir ni un ápice de intranquilidad.

Las inexpugnables (menos si eres ruso) murallas de Khiva
Las murallas ocres nos dan una muestra del aislamiento de la ciudad durante los siglos XVIII y XIX, siglos durante los cuales fue capital del emirato del mismo nombre y centro del tráfico esclavista de la zona. Los exploradores rusos del Great Game que lograban llegar a la ciudad daban noticias de compatriotas suyos hechos prisioneros que les suplicaban que les ayudaran, y el orientalista húngaro Vambery contaba horrorizado las crueldades del emir y las ejecuciones sumarias dignas del Estado Islámico que presenció durante su visita de incognito. Sin embargo, el desierto y el aislamiento contribuyeron a que el emir creyese con demasiada confianza en su seguridad y superioridad, y cuando el ejercito ruso se plantó con toda su maquinaria ante las puertas de la ciudad, poco pudo hacer para evitar la toma de control ruso, control que se mantendría ya hasta la caída de la URSS.

Yo y un mapa muy majo
Khiva cobra protagonismo en la historia por un azar de la naturaleza, y es que el Amu Dariya que da vida a la zona decidió cambiar su cauce allá por el siglo XVIII. Hasta entonces, la capital de la región de Corasmia (O Khorzem) era Konya – Urgench, que debido al incomprensible trazado de la frontera hoy yace en el vecino Turkmenistan, pero cuando el rio dejó de bañarla se traslado a Khiva. Toda la zona forma un gran oasis que permite una rica agricultura regada por los innumerables canales que nacen del antiguo Oxus y que no solo alimentan plantaciones de algodón, sino también huertas repletas de sandias, melones y otras frutas y verduras. Eso si, no me extraña que estén secando el rio ya que parecen no ser conscientes de vivir en medio de un desierto a 45ºC y derrochan el agua en riegos absurdos y megalómanos como si vivieran en la jungla del Mekong.

Al anochecer la ciudad se vacía. El niño ese era un troquelado
Una cenita a base de shashik nos dio fuerzas para un último paseo nocturno, con la ciudad vacia y los edificios levemente iluminados de colores azules y verdes que daban a la ciudad aún más misterio y belleza. Tan solo faltaba un beduino con su camello para ser trasladados dos siglos atrás, cuando la bella Khiva ofrecía un descanso ideal a las caravanas que se atrevían a atravesar los desiertos al este del Caspio. Nosotros, aunque habíamos llegado en avión, también nos merecíamos una cama después de muchas horas sin ella, así que a ella nos fuimos.

Minarete Kalta

1 comentario:

  1. Oh, qué hermosas fotografias.
    Veo que como los viajeros de antaño, vestis con vuestros mejores ropajes para dar una buena imagen en el pais visitado.

    Precioso blog y preciosa camiseta.

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