jueves, 14 de julio de 2016

Chile, día 2: En todo lo alto

29 de Diciembre de 2015

Tras un reparador sueño fuimos a desayunar con la incógnita de que nos encontraríamos en el misterioso hotel. El desayuno nos lo sirvieron en un inmenso comedor, desproporcionado completamente para la cantidad de huéspedes que nos alojábamos ese día. Hay que decir que el complejo turístico (porque la palabra hotel no se ajusta a lo que es) era muy grande, con multitud de habitaciones, zonas comunes e incluso una piscina. La dueña, una belga muy amable parece encargarse de todo y nos cobró, nos sirvió el desayuno y nos hizo de guía turística muy amablemente.

Invadíamos su territorio. No les molaba.

Volvimos al coche para proseguir con nuestra ruta. De nuevo otra vez en el salar, avanzando rápidamente por la carretera de doble sentido y disfrutando con la vista de los volcanes a la izquierda y el desierto a la derecha. A mi mente saltaban los relatos de la expedición de Pedro de Valdivia y su compañía a comienzos del siglo XVI. Debieron de atravesar este terrorífico desierto sin apenas preparación y sin saber hasta dónde se extendía para alcanzar las tierras más fértiles del sur y no dudo en reconocer su mérito explorador y aventurero. Que huevos oye.

Laguna Tuyajto. Más allá solo queda el paso a Argentina

La altitud volvía a subir de nuevo, y en poco tiempo superábamos los tres mil metros y después los tres mil quinientos. A la altura del pueblo de Socaire hicimos una parada para apreciar su bella iglesia colonial, estirar las piernas y beber algo de agua. El paisaje ya había cambiado, y es que habíamos abandonado el desierto y el salar por el altiplano, tierras igual de inhóspitas, fronterizas y hogar de gentes duras que han sabido sobrevivir aquí desde siglos atrás.

Altiplano


Nos sorprendió que la carretera asfaltada continuara más allá de Socaire, pero tras unos kilómetros y tras pasar un estrecho cañón que alojaba un canal de riego, el asfalto dejó por fin paso al ripio y a la tierra y nuestro Peugeot 206 con luces de neón y techo solar se vio en clara desventaja frente a las furgonetas y los picks-ups de los tours. Pasamos de largo la desviación a las lagunas altiplánicas y proseguimos la ruta, observados suspicazmente por las vicuñas que se dejaban ver a los lados de la carretera y observando el cambio (o mejor dicho la aparición) de vegetación. Lentamente para no destrozar el coche íbamos avanzando y subiendo progresivamente por la pista, siendo adelantados a gran velocidad por todo el mundo (aunque no fueron más de 6-7 coches los que seguían nuestro camino). Tras una horita sin paradas y subiendo un pequeño puerto se abrió ante nosotros el gran salar de aguas calientes, impresionante en su extensión y en su color blanco que marcaba un claro contraste con los pardos volcanes y el cielo azul. Continuamos bordeando el salar hasta el punto más alejado de la ruta: la laguna Tuyajto, donde salvo por un coche de los carabineros nos encontramos completamente solos.

Salar de Aguas Calientes

Son pocos los tours que se acercan hasta aquí, ya muy cerca del paso a Argentina. Hicimos multitud de fotos, pudimos notar el peso de la altitud en nuestra resistencia física, comimos unas galletas y bajamos de nuevo al salar donde contemplamos gracias a los prismáticos de Jose las aves acuáticas que anidan en este rincón perdido.

La prudencia al conducir debe mandar aquí, ya que un pinchazo, una avería o quedarse atrapado en la arena o el barro supone un gran contratiempo por la gran distancia a San Pedro.

Regresamos por la ruta ya conocida hasta la zona asfaltada y allí volvimos a subir hasta unos 4300 metros hasta las lagunas Miscanti y Miñiques.

Laguna Miscanti

Más cerca de San Pedro y por tanto más visitadas, es quizás el sitio que más nos impresionó de toda la zona de Atacama. De un color azul intenso y al lado del volcán Miñiques parecen sacadas de otro planeta. Comimos arriba, abrigados contra el frío e intentando combatir el dolor de cabeza provocado por la altitud mascando hoja de coca.

Laguna Miñiques

Tras un rato volvimos al coche y bajamos al salar de nuevo donde nos desviamos de la ruta principal para ir a la laguna Chaxa, última visita del día. Es en este tramo de pista donde el salar se puede ver mejor y desde más cerca. A ambos lados de la carretera una costra blanca reina hasta donde se extiende la vista. Paramos a tocar y sentir la sal que anula toda posible fertilidad de esta tierra.


Salar de Atacama

Solo al final de la pista se abre la laguna Chaxa, repleta de flamencos y con un interesante “museo” donde explican la formación del salar y la riqueza mineral de esta zona, de donde se extrae litio para su posterior procesado.

Flamenco en la laguna Chaxa

El sol descendía ya sobre el desierto y nosotros pusimos rumbo a San Pedro. Tan solo un inoportuno control de carreteras de los carabineros de Chile nos detuvo unos minutos pero nos dejaron continuar sin mayores problema. Llegamos justo para dejar las cosas en el hotel, ducharnos y salir a cenar por el animado centro del pueblo, esquivando los innumerables perros callejeros que dominan la ciudad a su antojo.

Al día siguiente tocaba madrugón para ir a los geyseres del Tatio, así que nos recogimos lo antes que pudimos para al menos dormir unas 5 horas.

miércoles, 13 de julio de 2016

Chile día 1: Llegada al desierto

27 y 28 de Diciembre de 2015

Llegamos el día anterior a Santiago, tras un vuelo transoceánico dividido en dos etapas bien distintas. La primera hasta Sao Paulo (o San Pablo adaptado a dialecto chileno, que la traducción suena rara pero si lo piensas es lógico) con Air China: un verdadero tormento y no solo por la duración del vuelo (9 horas y media) sino por el tamaño de los asientos, la cutre-pantalla de entretenimiento, la comida china y la poca educación de los pasajeros chinos, uno de los cuales se nos puso al lado a dormir y no paraba de tirarse pedos asquerosos. No tengo pruebas de que fuera él, claro, pero estoy seguro a un 95%. Air China nunca más, pese a que sea más barato.

La segunda, tras la escala en Brasil, mucho más placentera. Tres horitas nada más, con una fantástica compañía como LAN y ya con el destino final mucho más cerca.

Un rápido y cómodo transfer del aeropuerto a Santiago Centro y en nada ya estábamos con nuestros amigos; los de siempre, Jorge y Carmen y los nuevos: Jose y Patricia.

Bien acogidos por nuestros anfitriones y tras una larga charla para ponernos al día dormimos lo poco que el despertador nos dejó, ya que al día siguiente saldríamos pronto hacia el norte. Nos dio mucha pena esta breve escala en Santiago. Teníamos muchas ganas de estar con Jorge y Carmen y posponer las charlas pendientes y las risas cuatro días más nos jodió bastante pero bueno, el calendario del viajero-turista es duro y le pondríamos remedio más adelante.

Al día siguiente, aún somnolientos y sorprendidos con la luz que inunda Santiago ya a las 6 de la mañana y aún más sorprendidos de que los chilenos no hayan pensado que quizás con esos horarios unas persianas serían una buena idea, tomamos el taxi hacia el aeropuerto. Allí un café con wifi y embarcando para el norte, que pese a las 3 horas de vuelo sigue siendo el mismo país. Una cabezada, un snack salado y otro dulce (que nos pareció una gran opción en este primer vuelo pero del cual acabamos un poco hartos tras 5 o 6) y estábamos en Calama: ciudad de ensueño.

El panorama desde el avión era aterrador. Desde aproximadamente una hora antes de aterrizar (lo cual calculo a ojímetro que son unos 1000 km) no hay nada. Nada. Ni dunas. Ni arena. Ni pueblos. Solo una inmensa planicie ocre donde no habita nada ni llueve ni ha llovido nunca nada. No es coña, leí que había zonas donde no se había registrado precipitación NUNCA (al menos desde que se registra esto). Welcome to el desierto de Atacama.

No voy a engañar a nadie y es que la primera impresión del norte es lamentable. Calama (desde el avión of course) parecía (y es) un gran puñado de casas de uralita y latón puestas ahí por y para las minas que crecen como hongos en toda la región. Esta zona efectivamente no tiene nada en la superficie pero bajo tierra es de las zonas más ricas en minerales del mundo. Desde el avión se aprecian varios agujeros inmensos alrededor de la ciudad, una de ellas la mina más grande del mundo a cielo abierto, Chuquicamata.

La historia del cobre en Chile y en especial aquí en el norte es interesante y para cualquiera curioso por la historia del país diría que imprescindible, ya que hoy en dia el cobre (y antes los nitratos) es la fuente principal de ingresos de Chile. La lucha por su explotación ha supuesto grandes luchas para el pueblo chileno que curiosamente ni siquiera Pinochet pudo o quiso devolver a sus anteriores dueños americanos.

Alquilamos el coche aún con reservas acerca del lugar donde habíamos aterrizado (un sitio tan horrible no puede estar tan cerca de las supuestas maravillas que íbamos a visitar) y enfilamos una carretera en muy buen estado y con una o dos curvas cada 100 km. No había mucho que ver. Desierto a derecha y a izquierda (había debate en el coche sobre si era bonito, impresionante o simplemente horrible) y solo marcando la línea del horizonte a la izquierda (este) una sucesión de montañas o volcanes que servía de única referencia. Alguna planta solar diseminada y algún observatorio. Y nada más.

El único cambio que se observa es el que te marca el GPS del coche en la altitud. Calama ya está a unos 2000 metros pero en el camino a San Pedro creo recordar que se alcanzan los 3400 msnm. Un buen adelanto a lo que nos íbamos a enfrentar en días posteriores. Según te acercas vuelves a bajar hasta los 2000 y pico de nuevo y en ese momento Jose y Patricia avisaron de que habíamos llegado a nuestro primer destino: el mirador del Coyote.

Vista desde el Mirador del Coyote

Nuestro Peugeot 207 empezó a habituarse a su nueva característica todoterreno y salimos de la carretera hacia la pista. La vista desde el mirador sirve como introducción a los próximos tres días. Desde él se observa el salar de Atacama y toda la extensión que continúa hasta donde alcanza la vista. Debajo el valle de la Luna y al lado el pueblo de San Pedro. Adelante y hacia el este, se ve como la carretera sube hacia el altiplano y más allá la línea de volcanes con el Licancabur y el Sairecabur presidiendo.

Tras hacernos unas fotos y felicitarnos porque el viaje a cuatro nos iba a permitir tener muchas fotos en pareja proseguimos hasta San Pedro. La primera impresión…tampoco es buena. Calles polvorientas, perros callejeros y trampas para guiris se suceden en las únicas dos calles con vida. Preguntamos en un par de agencias, descartamos la excursión a Bolivia de un día por su desorbitado precio, compramos provisiones y volvimos al coche para ir a las primeras lagunas.

La carretera que va hacia Toconao es buena y te va metiendo poco a poco en el salar de Atacama. Tras unos pocos kilómetros nos desviamos a la derecha para la laguna Cejar y la Tebenquiche.

El calor es ya bastante sofocante. Un calor seco, de desierto que al principio me deja un poco planchado. La primera laguna no es gran cosa, tengo mucha hambre y además el personal atacameño que te cobra no ayuda mucho. No te dejan acercarte a la laguna y a priori el baño en la laguna me parece algo guiri, sin mucho interés. Sin embargo según nos acercamos a la segunda laguna, la del baño, lo voy viendo todo con más optimismo (el bocadillo tuvo que ver) y tras dudarlo solo un poco acompaño a Jose y Patricia, que ya estaban flotando en la agua debido a su alta salinidad.

Laguna Cejar

Tras un rato chapoteando nos planteamos ir a la siguiente laguna, pero marca 20km por una pista horrible y queremos llegar a la puesta de sol al valle de la Luna así que pasamos de ella y de los ojos del Salar y cogemos el camino por el que hemos venido.

Laguna Cejar y gente flotando

El valle de la luna es uno de los principales atractivos del entorno de San Pedro. En un borde del salar se levantan de repente una sucesión de colinas, dunas y cañones en las que uno puede perderse un par de horas tranquilamente contemplando las formaciones de roca y sal.

Valle de la Luna

Tampoco el personal que atiende y te vende el ticket destaca por su extrema simpatía por cierto. Recorremos en coche toda la longitud del valle, parando primero en una ruta por unas cavernas, después en una planicie inmensa de tonos blancos y rojizos y al final en el paraje conocido como Las Tres Marias, que resulta ser la peor parada de todos. Para el final dejamos la subida a la majestuosa duna dorada desde donde vimos una decepcionante puesta de sol. Las vistas desde arriba son grandiosas, dominándose todo el valle y parte del salar pero la vista del sol ocultándose no es lo mejor.

Subiendo a la duna

Apurando los últimos minutos de luz condujimos de nuevo por la carretera hacia Toconao en la que la noche cerrada del desierto nos dió caza. Al llegar a nuestro destino la oscuridad reinaba por completo y el hotel al que íbamos no había pensado que quizás un cartel ayudaría a sus huéspedes.

Al final, tras un poco de confusión metiéndonos a una instalación militar llegamos al complejo El Toconao donde la dueña, una belga con tos de perro callejero nos indicó que si queríamos cenar nos fuéramos al pueblo que ya era tarde.

Dudando de si ese día nos íbamos a ir a dormir con el estómago vacío llegamos a la pintoresca plaza de Toconao, donde para nuestra sorpresa el restaurante recomendado por la dueña del hotel estaba abierto y nos dio de cenar bastante bien, con un lomo a lo pobre y unos lomitos italianos acompañados por cerveza fría y tamaño XXL.

El día había sido largo así que nos dimos por satisfechos y nos fuimos a la cama hasta el día siguiente.



sábado, 1 de agosto de 2015

Uzbekistan, día 9: Epílogo en Moscú

La escala de vuelta la hicimos también en Moscú, donde aprovechamos para pasar unas 10 horitas recorriendo la impresionante capital rusa. He de decir que la última vez que la visité no me apasionó, pero que la impresión mejoró notablemente esta vez.

No me extenderé mucho, simplemente decir que paseamos tranquilamente por las anchisimas avenidas soviéticas cerradas al tráfico en Domingo y que tras pasar por la plaza roja caminamos al lado del rio hasta la calle Arbat.

Al menos aprovechamos el visado de día que nos consiguió sangre, sudor y lágrimas sacar en la central de visados rusos en Madrid, donde una "amabilisima" empleada de corte estalinista pone un primer filtro a los turistas, favoreciendo sin duda la visita de extranjeros a su país.







Uzbekistan, día 8: La sinagoga y el complejo Shah-i-Zinda


(Ha pasado ya casi un año desde el viaje asi que la entrada será más escueta, ya que noto que me cuesta acordarme con detalle de lo que hicimos en este último día de ruta, día que además fue muy muy largo.)

Nos despertamos con calma y desayunamos en la zona común del hostal, compartiendo mesa con un venezolano de avanzada edad pero de espíritu muy joven. Nos contó que había estado prácticamente en todo el mundo, aprovechando el tiempo que le dejaba libre su profesión de maestro de conservatorio. Especialmente interesado en países musulmanes, nos confesó que había visitado Irak, Afganistan en plena guerra y todo país al que cualquier persona con una prudencia dentro de la normalidad jamás se plantearía ir. No fue difícil saber su posicionamiento respecto al gobierno de su propio país, y tuvo que aguantar alguna impertinencia por parte de unas españolas presentes también en el hostal. Los ciclistas no se posicionaban, riendo simplemente y cogiendo fuerzas para el resto de su ruta hacia China, la cual retomarían ese mismo día.

Ya dispuestos a salir del hostal, el venezolano nos invitó a acompañarle por el casco antiguo de la ciudad, que nosotros habíamos descartado por no considerarlo de interés. Hicimos bien en unirnos a él, pues nos enseñó las callejuelas del antiguo zoco, hoy apenas reconocibles. Sin embargo, quizás por sus explicaciones y recuerdos fuimos cambiando la manera de ver las plazuelas y callejuelas hasta descubrir el típico esquema de una medina musulmana.

Así no dice mucho, pero tras un esfuerzo de evocación, acabas entrando en el escenario
Nuestro guía improvisado parecía estar buscando algo y finalmente tras doblar una esquina lo encontró: la sinagoga de Samarkanda, testigo milenario de una cultura y una religión que se apaga poco a poco en estas tierras de Asia Central. Para nuestra sorpresa estaban celebrando el sabbath y nos invitaron a unirnos a ellos. Así pudimos formar parte de un rito que sigue celebrándose casi sin cambios desde antes de Cristo.
Interior de la sinagoga
Los participantes eran pocos, y con pena nos confesaron que probablemente serían los últimos integrantes de la comunidad judía de la ciudad, que tras milenios de historia va desapareciendo poco a poco a causa de la emigración a Israel. Nos dejaron unas kippas y fuimos testigos mudos de cómo leían la Torah. Al acabar, en el patio de la sinagoga pudimos hablar con algunos de ellos, que orgullosos de su pueblo y sus tradiciones parecían encantados de charlar con nosotros. Fue una experiencia extraordinaria, algo que estoy seguro que poca gente ha podido presenciar.

Al terminar nos separamos de nuestro amigo venezolano, ya que era nuestro último día y aún teníamos cosas que ver en la ciudad. Enfilamos de nuevo la avenida que da acceso de la mezquita de Bibi Khanoum, pasando de largo y cruzando un puente sobre una autovía. Continuamos la ancha calle hasta que a mano derecha nos topamos con la entrada a un cementerio. Decidimos entrar ya que nuestro destino final estaba al final del mismo.

Recorrimos el largo paseo flanqueado por tumbas. Algunas más soviéticas, otras más musulmanas, pero todas con el dibujo o la foto del fallecido en la lápida. Curiosa la tradición uzbeka de enterramiento. 

Nada más atravesar la salida este del cementerio entras al mausoleo Shah-i-Zinda, que para mí es el otro monumento (junto al Registán) que justifica una visita a la ciudad de Samarkanda. En él se puede encontrar la tumba del primo de Mahoma Kusam ibn Abbas, que trajo la religión musulmana a esta zona allá por el siglo VII. Fue degollado por un infiel cuando dirigía la oración y enterrado aquí. Posteriormente y a lo largo de los que van del IX al XIV los más notables de la ciudad (familia de Timur, astrónomos, científicos) se hicieron enterrar junto a la tumba del santón. Con la peculiar decoración de azulejos de color azul aguamarina y pese a la restauración reciente, el pasillo flanqueado por los mausoleos es sin duda el segundo monumento más impresionante de la ciudad.
 

Nota útil al margen: Cuando íbamos a salir del complejo nos dimos cuenta que al entrar por la salida nos habíamos ahorrado pagar la entrada.

Tras volver a salir por donde habíamos entrado, continuamos avenida abajo por una calle bastante poco interesante hasta pasar por delante del museo de Afrosiab, al cual no entramos por falta de tiempo. Más abajo encontramos la tumba del profeta Daniel, que alberga un ataúd tremendamente largo, ya que según la tradición el cuerpo no para de crecer. El edificio está rodeado de unos agradables jardines al lado del río, donde se estaban haciendo fotos unos novios.
Tumba del profeta Daniel, que habría hecho un buen pivot hoy en día.

Nos dimos cuenta de que no nos daba tiempo a ver el observatorio de Ulug-beg, asi que cogimos un taxi de vuelta al hostal para recoger las cosas e ir a la estación, desde donde un magnífico tren de fabricación española nos llevaría a Tashkent.

Uzbekistan, Día 7: La inmensa "obra" de Shahrisabz

Según lo pactado con el recepcionista del hotel, nuestro conductor pasó a recogernos temprano por la mañana para cubrir el trayecto a la ciudad natal del gran Timur, Shahrisabz. Era (el conductor, no Timur) maestro de escuela, de etnia tayika, y formaba parte de lo que nos dio la impresión de ser una especie de incipiente clase media. Durante el año lectivo enseñaba música, y durante el verano se ganaba un sueldo extra haciendo de conductor a los turistas, aprovechando para practicar su precario inglés y aportando sus conocimientos sobre la zona y la cultura del pais.

No recuerdo su nombre, pero fue un buen conductor, no se la jugó con el coche en ningún momento y fue un buen conversador en lo que duro el trayecto. Nos fue explicando los restos de la antigua ciudad de Afrosiab que se repartían a las afueras del núcleo urbano, ciudad anterior incluso a Alejandro Magno y germen de la posterior y gloriosa Samarkanda. Según salimos de la ciudad, pudimos contemplar la rica huerta que la rodea, con campesinos y mujeres en los arcenes vendiendo uva, tomate y multitud de otros productos recién recolectados. El algodón, omnipresente durante la colonización soviética, parece haber remitido y las cosechas se ajustan ahora más a las necesidades de la población local, y no a los designios y cálculos de burócratas sentados en sus poltronas a miles de kilómetros.

Avanzando a una velocidad prudente y esquivando algún carro tirado por burros asomaron al horizonte las primeras montañas. El paisaje es similar al que las televisiones nos enseñan cuando muestran imágenes de la guerra en Afganistán. Escarpados montes, ocres e inhóspitos, enmarcan el paisaje semi-desértico que nos anuncia la entrada a una tierra dura y hostil. Es ésta la misma carretera que lleva a Termez, ciudad fronteriza con Afganistán. Sorprende como la frontera, si bien no más que una línea imaginaria, separa aquí concepciones radicalmente distintas del islam y por tanto diferentes derechos y valor de la vida humana.

Siendo sinceros, no difiere mucho de la zona de Gredos en Agosto

Comenzando la subida al puerto la carretera serpenteaba por el valle del rio, evitando los riscos y salientes de las montañas y siguiendo el rastro de la vegetación de ribera y el rápido cauce de agua. Los pueblecillos se sucedían a la vera del camino y las majestuosas montañas cerraban el paso dejando únicamente libre el espacio por donde discurría la carretera, ahora de mucha peor calidad. Por fin subimos a la planicie previa al puerto y pudimos contemplar el maravilloso paisaje que dejábamos atrás.

En lo alto del puerto, además de un mirador, había un improvisado mercado de frutos secos atendido por locales. Los hijos de los tenderos revoloteaban alrededor mientras nos incitaban a comprar algo en una mezcla de estrategia de ventas y mendicidad en la cual por supuesto caímos.

En la bajada del puerto, nos encontramos más curvas y un paisaje duro más allá de la orilla del rio, donde un bosquecillo de ribera acompañaba al agua. En ocasiones el bosque se expandía un poco más y áreas de descanso con algún bar o restaurante se aprovechaban de la frescura del lugar.

Tras recorrer otros kilómetros más por la llanura, llegamos por fin a Shahrisabz para descubrir que el centro estaba enteramente levantado por unas obras de remodelación que pretendían hacer de la ciudad un centro turístico importante. Lamentando nuestra mala suerte, nos acercamos esquivando arena, polvo, vallas y prohibiciones varias, bajando taludes, evitando perros guardianes y poniéndonos hasta arriba de polvo y arena hasta que llegamos a una gigantesca estatua del omnipresente conquistador y después a lo que queda del palacio de verano de Timur, que no es más que las ruinas de las puertas de entrada.

 



Sin embargo, sólo con esta muestra pudimos hacernos una idea de las dimensiones del gigantesco palacio, comparable únicamente a mastodónticas construcciones de los inicios de la historia humana. Desafortunadamente es lo único que se puede apreciar. Aprovechando su sombra, estuvimos un rato contemplando las ruinas y proseguimos nuestro camino por la ciudad.


Los únicos otros monumentos dignos de reseñar de la ciudad son un par de mezquitas y madrassahs, absolutamente sepultadas en el polvo de las obras. Una de ellas, al ser viernes, albergaba una multitudinaria oración, quizás la única que llegamos a ver en este atípico país musulmán. Nos permitieron quedarnos a observarla en un patio al aire libre pero al no entender nada a los 5 minutos nos fuimos de allí.

Un tanto decepcionados por la visita nos reunimos de nuevo con nuestro conductor y le comunicamos que la visita había acabado. El jodido bien nos podía haber avisado que la ciudad era un inmenso terreno de obras, pero bueno, es comprensible su silencio ya que igual se habría quedado sin paga extra.

En el camino de vuelta paramos a comer en un merendero a la orilla del río, en la subida al puerto. Comimos un rico pan con salsa de yogur y unos trozos de cordero viejo con buen sabor. Debíamos de ser los únicos extranjeros en para allí en mucho tiempo y la gente, que charlaba y bebía te disfrutando el frescor del lugar, nos miraba y se reía. Otros vinieron a hablar con nosotros pero la comunicación no fue del todo fluida. Nos tomamos una fresca sandia de postre y reemprendimos nuestro camino, ya sin parar hasta Samarkanda.

El resto de la tarde lo dedicamos a pasear tranquilamente por el agradable casco antiguo de la ciudad, acercándonos a ver otro impresionante monumento timurida: la Mezquita Bibi Khanum, a la cual se accede tras un breve paseo desde el Registán. El edificio, hoy en ruinas, fue ordenado por la esposa de Tamerlán, Bibi Khanum, mientras éste estaba de campaña fuera de la ciudad. Pese a que se derrumbo durante un terremoto en el siglo XIX, supone un bello monumento que nos da una idea de lo que debió de ser esta ciudad hace unos cuantos siglos.

Soporte de marmol para un Corán en la mezquita




Ya a última hora nos acercamos de nuevo al mausoleo de Timur, al que esta vez si pudimos entrar. En su interior, además de una exposición acerca de sus conquistas, una bella sala alberga varios ataudes, de entre los cuales destaca el negro del protagonista del mausoleo: el gran Tamerlán.

El ataud negro es el de Tamerlán

sábado, 17 de enero de 2015

Uzbekistan, Dia 6: El Registan y los dos locos en bici


El día comenzó como los anteriores: con un calor terrible. Realmente guardo buenos recuerdos de Bukhara, pero siempre trás de las imágenes de los minaretes y las madrassahs, la placita con el estanque y el burro con el sufí, asoma la marca del calor pasado, el implacable sol que te perseguía allá donde fueras hasta el ocaso. Mi recomendación es que digas un rotundo sí a Bukhara, pero que intentes evitar el verano uzbeco.

En un taxi nos trasladamos ya con las mochilas a la estación de trenes y a la hora prevista nos montamos en un tren modesto pero ni mucho menos cutre, simplemente funcional. En aire acondicionado solo empezó a funcionar cuando el tren se puso en marcha y los asientos y mobiliario eran los mismos desde hace 40 años pero por el contrario, el tren circulaba bastante rápido, fue puntual, y nos dejó en Samarkanda a la hora fijada. Nada de gallinas en jaulas, gente eructando u olores extraños. El uzbeco, aún humilde, es un pueblo educado y respetuoso.

Estampas desde el tren, el desierto queda atras
Rios caudalosos bajan de las cordilleras de Asia Central
Primera impresión de Samarkanda: la estación de tren es moderna, nada que ver con la de Bukhara. Se ve que la ciudad es el principal reclamo turístico del país y quieren impresionar al viajero con las infraestructuras y los transportes. Segunda impresión de Samarkanda: hace notablemente menos calor que en Bukhara y Khiva. El desierto ya no rodea la ciudad, que además está situada a más altura que las dos anteriores y más al norte. Alivio generalizado. Tercera impresión de Samarkanda: aquí se ven más rusos étnicos que se quedaron aquí después de la independencia (para entender la situación de los rusos en Asia Central después de la caida de la Unión Soviética recomiendo encarecidamente la lectura del libro de Colin Thubron). Para empezar el taxista que insistentemente nos persigue y da la brasa mientras que en las taquillas compramos los billetes a Tashkent para tres días después. Al final acabamos por ceder y por un precio razonable nos acerca al centro y después de insistir aún más nos lleva a dos hostales que conoce que resultan ser los mismos que recomienda la Lonely Planet. Es decir, festival de backpackers y mochileros con Mac, Ipad y envío de fotos en tiempo real a todas las redes sociales existentes. Sin embargo uno de ellos nos medio convence por su precio barato, las criticas que leemos y un agradable patio central con mesas bajas y colchones para tumbarnos. Algún integrante del grupo se muestra disconforme por un baño un tanto descuidado y jura no volver a fiarse de nosotros, pero al menos ya no será en este viaje.

Sin más tardanza y muertos de hambre caminamos hacía las cúpulas que se otean en la cercanía buscando un restaurante en el entorno del Registan. A pesar de las recomendaciones parecían no tener mucha variedad más allá del cordero y alguna empanadilla uzbeca, pero nos sirvió para llenamos el estómago.

Por fin, ¡el Registan!
Al acabar la comida cruzamos la calle y admiramos tranquilamente una de las plazas más hermosas del mundo, el Registán (que significa lugar de arena). Sobran presentaciones. Tres madrassahs de la época gloriosa de la ciudad, allá por tiempos de Ulug Beg y los primeros gobernantes uzbecos cierran tres lados de la plaza, componiendo una imagen de perfectas e intimidatorias proporciones. La mezquita de la izquierda, llamada de Ulug Beg es la más antigua (1417-1420) y más valiosa artísticamente hablando. Fue construida durante la dinastía timurida, y por tanto es anterior a sus dos compañeras de plaza, la de Sher-Dor (1619–1636) y la de Tilya-Kori (1646-1660). Sus interiores son notablemente más elaborados que los de las otras dos, con una sala recubierta de material dorado que verdaderamente impresiona pese a su excesiva restauración.

Sin embargo lo mejor de la plaza son sin duda los exteriores, y es que hay que admirar con tiempo y detalle las magníficas fachadas y torres de las madrassahs. Pagamos la (cara) entrada y estuvimos un par de horas visitando las madrassahs por dentro y haciendo infinidad de fotos. El Registán no es ni mucho menos la única atracción de Samarkanda, pero aún si lo fuese, es de los pocos sitios que conozco que justifica por si solo una parada en la ciudad que lo alberga. La luz del día cambia el aspecto de la plaza totalmente con lo cual se puede disfrutar de una visión diferente casi a cada hora. Nos sentamos en un chiringuito a contemplar la plaza bajo la luz del ocaso bebiendo unas repugnantes bebidas locales.

Interior de la madrassah de Ulug Bek
En Samarkanda, además de más turismo, se ve más nivel económico y me atrevo a decir que un modo de vida más occidental. La gente pasea a todas horas, y no solo cuando el sol se va, se sienta en las terrazas, restaurantes, y viste más a la manera europea. Los coches son mas nuevos, las tiendas más modernas, las carreteras mejores, y las amplias avenidas y los extensos parques parecen mejor cuidados y trazados.

Así es como estaba la plaza hace no demasiados años
Cuando cayó la noche definitivamente, anduvimos por una avenida principal hacia la zona del mausoleo de Timur, atravesando parques con fuentes donde los niños jugaban y los turistas agotaban las últimas horas del día. El mausoleo ya estaba cerrado, pero pudimos apreciarlo por fuera. Lo han restaurado demasiado, y lamentablemente parece un monumento de cartón piedra, pese a la belleza que sin duda atesoró en su día.

La tarde cae sobre Samarkanda
De vuelta al hostal cenamos algo en una cadena de comida rápida y nos acomodamos en el patio central del hostal para echar una partida al Carcassonne. Cuando llevábamos un rato jugando, aparecieron dos tipos barbudos y desaliñados que nos saludaron en castellano. Resultaron ser los dos tios con los huevos mas grandes que hemos conocidos, y es que estaban a mitad de una ruta que les llevaría de Madrid a Xian (China) … en bicicleta. Completar enteramente la ruta de la seda en bicicleta, durmiendo en las cunetas la mayor parte de los días, bebiendo de acequias, y gastando lo menos posible. Madrileño uno y vasco otro, habían atravesado ya España, Francia, Italia, los Balcanes, Albania, Grecia, Turquía, Armenia, Georgia, Irán, Turkmenistan y ahora Uzbekistan, todo esto sin hacer ni un metro en otro medio que no fuera su bicicleta. Cuando les conocimos tenían pensado pasar a Kirguizistan y de ahí a China por Sinkiang, y lo consiguieron, llegando a mediados de ….. a Xian. ¡¡Gloria eterna a ambos!! Podeis leer sus aventuras en Facebook buscando Madrid/Xiang"La Ruta De La Seda" En Bici.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Uzbekistan, Dia 5: Los alrededores de Bukhara

Un día más padecimos el pésimo diseño del edificio del hostal. Siglos y siglos de sabiduría árabe plasmados a la arquitectura y a como diseñar y construir edificios que conserven el fresco en su interior, para que llegue un listo con ganas de dinero fácil a costa del turista y decida que lo mejor es poner las habitación justo debajo de la cubierta del edificio donde golpea durante 14 horas sin piedad el sol del desierto. Nuestra parte de culpa tuvimos, más preocupados por ahorrar cuatro sums que por asegurarnos un sitio cómodo donde descansar. Cuanto más lo pienso, más ganas me dan de desaconsejar el hostal, pero mi cabeza, con más bondad que yo gira con presteza hacia el estupendo desayuno que seguía al horrendo despertar y la idea de nombrar el hostal se disipa entre murmullos.

Hoy madrugamos menos, visto que tampoco nos quedaba tanto por ver, y dedicamos la primera hora del día a visitar con calma la plaza de Lyabi. La estatua de Nusreddin con su burro presenta una imagen amable y simpática del islam, alejada de tanto IS, Al-qaeda, talibanes, clérigos chiíes y demás gente seria y cabreada con pocas ganas de sonreir y muchas de complicar la vida a la gente bajo pretextos de dioses y profetas pasados.




A la espalda de la estatua, la madrassah de Nadir Divan-Beghi, con los pavos reales en la fachada principal, contraviniendo las estrictas reglas del islam, muestra de que pese a ser ciudad santa, en Bukhara siempre ha pervivido unas creencias suaves, moduladas por los pueblos que han pasado por aquí, y que aglutina creencias ancestrales y herejías exiliadas en estas tierras aisladas por terribles desiertos.


Callejeamos hacia el este, internándonos en las vidas de los habitantes, bajo la mirada de madres sentadas en escalones y niños jugando alegres, ajenos a los turistas ocasionales que como nosotros se alejaban de las plazas principales. Buscábamos el mausoleo de Char Minor, interesante edificio con cuatro torres coronadas por cúpulas turquesas, que pone otra nota discordante entre la homogeneidad de las madrassahs al estilo uzbeco. La encontramos en una placita muy agradable, de las muchas que jalonan el paseo del viajero por Bukhara. Un curioso columpio solitario a la vera de otro estanque acompaña al mausoleo, que por dentro no tiene mucho interés y en el que además han instalado otra tienda de souvenirs para turistas.

           

La siguiente parada exigía coger un taxi y salimos a la calle principal con ese propósito. Nos buscó él a nosotros, y el hombre mayor que lo conducía nos llevó en dirección opuesta para cambiar su puesto con el de su hijo, que hablaba algo más de inglés y se le veía bastante más suelto con los turistas que a su padre. Le indicamos nuestro destino, pactamos el precio y atravesamos la zona “moderna” de la ciudad hasta el santuario de Bakhaouddin Nakhchbandi, un clérigo sufí del siglo XIV muy venerado por la zona.

Al llegar nos sorprendió el gentio, nada habitual en los edificios religiosos que habíamos visto hasta ahora, bien fueran mezquitas o madrassahs. Gente de todas las edades, mujeres, hombres acudían alegres al santuario poblando la entrada principal o comprando souvenirs y golosinas que vendían en los alrededores. No se veían muchos turistas y los feligreses nos miraban curiosos y sonrientes. No nos sentimos incomodos en ningún momento y entramos con la marea de gente al interior del santuario.

Este se componía de patios con fuentes y arboles, y pese al criminal calor paseamos con total libertad por su interior mientras que nos mezclabamos con la gente que acudía a rezar o a pasar el día. En el último patio, y el más grande está plantado un arbol aparentemente más muerto que vivo bajo el que pasan los supersticiosos, esperando un golpe de suerte. También la gente arranca pequeñas astillas del tronco para llevarselas de recuerdo o de amuleto. Respetuosamente decidimos no tocar ni pasar por debajo del arbol y nos volvimos al comienzo del santuario, donde revoloteamos alrededor del cementerio, mientras que nos cobijabamos en las ya escasas sombras.



De nuevo fuera del santuario, compramos unas rosquillas de anis bastante sosas enlazadas por un cordel y le pedimos a nuestro flamante chofer que nos llevara al palacio del último emir de Bukhara,  que lo fue ya durante la época de protectorado ruso.


El palacio, honradamente lo diré, nos pareció una soberana castaña, indigno de gastar ni un solo minuto en su visita. Hay algun edificio con el interior de algún interés, pero nos entretuvimos más en alimentar a los pavos reales con las rosquillas que de admirar los detalles de los edificios. Además se acercaba la hora en la que uno no puede estar haciendo turismo en Asia Central, así que le dijimos a nuestro amigo conductor que nos llevase de vuelta al centro, donde tomamos unas coca colas a la vera del estanque de Liabi Hauz.


Tras comer en el sitio de siempre y tomarnos un cafe en la cafetería con wifi extraña por la que no pasaba nadie, la tarde la pasamos deambulando por Bukhara, repitiendo las visitas que más nos habían gustado y disfrutando por ultima vez sobre todo de la vista del complejo de Po-i-Kalon, que espero que nunca se disipe del todo de nuestras retinas.


Al día siguiente por fin llegaríamos a la etapa final de la ruta: Samarkanda.