martes, 30 de agosto de 2011

Singapur - Malasia - Indonesia Día 4


25 de Julio: Monos, Budas y l@s amig@s malayos del Dueño

Pues ale, visto que Kuala no iba a ser suficiente para ese día, Villa recordó un Madrileños por el mundo y, comprobando con la guía que merecían la pena, fijamos las Batu Caves como nuestro siguiente destino. El amable recepcionista del hotel (un poco troller por cierto) nos recomendó el monorraíl y el tren para llegar hasta allí, asegurándonos que nos saldría más barato que un taxi. Razón no le faltaba al amigo malayo, pero se le olvidó decirnos que nos iba a llevar tres veces más tiempo, y en uno de estos viajes y a estas alturas de la vida, es preferible ahorrar tiempo que dinero, ya que es un bien mas escaso.
 Madre mía que guarros deben de ser estos malayos
Pero nada, le hicimos caso y cogimos el monorraíl hasta KL Central y luego compramos unos billetes de tren hasta nuestro destino final. En la estación había una especie de mitin político y unos jovenzuelos con banderas malayas daban ambiente patriótico a la cómoda y funcional estación. Metidos en los fresquitos trenes, llegamos en un rato a las cuevas Batu. Estas cuevas son un santuario hindú muy importante para la minoría india malaya, que son cerca del 8% del país. ¿Qué cojones hace tanto hindú aquí? os preguntareis angustiados. Pues los ingleses, que colonizaron estas tierras, los trajeron como mano de obra barata y ya se quedaron. Los hijos de la gran Bretaña, siempre dando por culo allá donde van. En la festividad hindú del nosequé, se reúnen aquí hindúes para parar un puto tren, como bien diría Lucas y se ponen a hacer cosas desagradables como andar sobre ascuas y cosas del estilo. 
La estatua hortera que domina las Batu Caves
Lo primero que nos recibió nada más llegar fue una estatua de un dios hindú de tamaño gigante y con un toque un poco hortera. Aún así, impresionaba por su tamaño. Unas escaleras bien altas, subían hasta las cuevas en sí, y unos simpáticos monos las guardaban, mirándote con ojos de desconfianza si te acercabas mucho a ellos. Los guiris insistían en acercarse mucho a los monos, ignorando que no hay bicho más hijoputa que un mono, sólo en competencia directa con el mosquito que picó a Dueñas en Le Village. Arriba había un par de templos hindúes, pero no eran gran cosa, lo impresionante del lugar es el sitio, la estatua dorada y los pintorescos monos. Una vez abajo, el calor empezaba ya a apretar y nos tomamos un refrigerio en un restaurante indio lleno de indios comiendo con los dedos. Un poco cerdos estos señores, que luego seguro que se limpian con la mano al ir al baño.

Llegamos a la conclusión de que volveríamos en Taxi al centro pero las negociaciones con los taxistas locales no salieron bien, y eso que contábamos con el campeón mundial del regateo y la negociación salvaje, pero se ve que los antivirus son mas sencillos que los viajes en taxi, y nos vimos obligados a volver al tren para ahorrarnos un dinerillo. De vuelta a la estación de tren, ahora si cogimos un taxi con taxímetro, y por una miseria de ringgits malayos, nos dejó en el símbolo de la ciudad, las torres Petronas, que durante mucho tiempo fueron el edificio más alto del mundo y que fue dado a conocer por la película de La Trampa. Foto arriba, foto abajo, y una vuelta por el lujoso centro comercial de debajo, mientras que Dueñas insistía en entrar en una tienda japonesa para comprarse jerseys que según él eran de una lana magnífica. Comprarse un jersey aquí es como comprarse una camiseta de tirantes en noruega en Febrero, pero Dueñas insistía que la calidad textil era tal que sin duda merecería la pena. Obviamente no había ni un jodido jersey en toda la tienda y el ciborg se quedó sin compra.

Las torres son bien chulas y representan el espectacular desarrollo económico de Malasia y su potente industria petrolífera. Parece que la ciudad se ha convertido en un punto central para el turismo musulmán, y ves mucha mujer cubierta de pies a la cabeza acompañada de su maridito en sandalias, pantalón corto y camisa de flores, y con rasgos del golfo pérsico (él, porque ella igual era panchita de ecuador, porque no se la veía nada). En fin, como mola ser musulmán, yo ya me he apuntado para la próxima reencarnación, no me lo pierdo por nada del mundo!

Muy contentos con la experiencia de los taxis de KL, cogimos otro par, para desplazarnos hacia el centro, la plaza Merdeka. Sin embargo estos eran un poco más cabrones y nos llevaron por un sitio atascado y con un taxímetro megatrucado, que gracias al Nova conseguimos parar a tiempo y fijar un precio moderado. La plaza en si era un poco mierder, con tan solo un edificio colonial mezclado con influencia orientales que merecía la pena. Pero en esos momentos no nos importaba a ninguno ni la plaza, ni el edificio colonial ni la madre que los parió a ambos. Sólo nos importaba el sol y el calor. 15:00, 40 grados de temperatura, el sol del ecuador pegándonos en la chepa de lleno, y todos buscando la sombra como agua de mayo. ¿Todos? No, todos no, porque el ciborg caminaba plácidamente por el centro de la calle, sin sudar ni una gota y hasta parecía disfrutar del clima “benigno” de la ciudad. Mientras que los otros 4 maldeciamos el calor inmundo y jurábamos que no viviríamos allí ni aún cobrando una nómina como la de Gomi y Lucas juntas, Dueño estaba encantado y sólo le faltaba el jerseicito que no pudo comprar anteriormente por los hombros para parecer un hombre que disfruta plácidamente de un paseo primaveral. La hostia, como ha avanzado la robótica, dentro de poco los ciborgs dominarán el mundo, eso está claro.

Así que muertos de hambre y calor, vislumbramos un Burguer King donde estuvimos un par de horas disfrutando del magnífico aire acondicionado y de las ricas hamburguesas occidentales mientras que discutían (acaloradamente por supuesto) sobre futbol y yo leía la guía mientras.

Cuando el sol se calmó un poco y la gente de carne y hueso pudo salir a la calle, enfilamos hacia Chinatown, para ver un par de templos que no pudimos ver el día anterior por la noche. Nos volvimos a internar en las callejuelas atestadas de puestos, nos sorprendimos viendo chanclas de Facebook, Youtube y Twitter y Dueñas, que ejercía de guía después de mi fracaso absoluto del día anterior, nos llevo a las puertas de un templo indio donde, tras dejar el calzado fuera, presenciamos una ceremonia hindú. Los templos hindúes molan mucho, y la religión aún mucho más. Tienen un cirio de dioses, aunque en realidad son sólo 3, Brahma, Vishnu y Shiva que se reencarnan en miles de avatares. Los hindúes malayos adoran a Ganesh, que tiene cabeza de elefante y que es el hijo de Shiva y Parvati y da prosperidad en los negocios. Lo único malo  de los templos es que te obligan a dejar los zapatos a la entrada, lo que a la obvia falta de higiene se le suma la incertidumbre de saber si tus zapatos seguirán ahí fuera cuando salgas. Afortunadamente, los malayos son decentes y no es como sería en España, donde hordas de gitanillos, bakalas y demás fauna local te ventilarían los zapatos antes incluso de que te de tiempo a dejarlos en el suelo. En eso tenemos mucho que aprender de los asiáticos, la verdad…
Nova, te tenías que haber comprado unas chanclas de estas
Templo hindú de Kuala

Como este templo nos había gustado, miramos en la guía que había otros dos templos en las cercanías, y nos fuimos en su búsqueda. Nova insistía en subir a una colina coronada por un centro de góspel o algo así, a lo que todos le miramos con cara rara y pasamos de él. Caminando por Chinatown, llegamos a un templo chino que resulto ser bastante mojón. Los chinos tienen una religión un poco extraña en la que adoran a los antepasados, así que había muchas fotos en altares de chinos en blanco y negro rodeadas de puestos donde vendían gofres. Un poco raros estos chinos. Había un libro de visitas, y a Lucas no se le ocurrió otra cosa que honrar a los chinos muertos dejando escrita la tonada que reza así: “Villamor, jamame la poya, Villamor cómeme la poya…” Famoso en el mundo entero te vas a hacer, Jesús. Decepcionados por este último templo, resolvimos volver al barrio del hotel, para pasear por la calle comercial de Kuala, llena de edificios modernos, centros comerciales y demás.

El monorraíl es bastante espectacular, aunque me surge la duda de si es verdaderamente útil tener un medio de transporte por encima de las calles pudiendo tenerlo todo subterráneo. Llama mucho la atención, pero me parece más cómodo y con menos impacto soterrarlo todo, pero bueno igual es que estoy influenciado por el modelo Gallardón. El sistema de transporte público de KL es muy bueno, lo que pasa es que las líneas son independientes y no están integradas en un solo sistema, con lo que hay que comprar un ticket diferente para cada línea, un engorro, vamos.
A cinco paradas de monorraíl, la ciudad cambia de manera radical. Centros comerciales, gentes vestidas a la manera occidental, tiendas de lujo, restaurantes caros…decidimos entrar a un centro comercial y tomar un soplo de vida occidental y nos tomamos una cerveza en un Fridays mientras charlábamos animadamente y descansábamos del calor malayo. De camino Dueñas se cruzó con dos travelos de importante magnitud que le saludaron amistosamente como si le conocieran de toda la vida. ¿Qué nos oculta el misterioso ciborg? ¿Cuántas visitas acumula ya al SE asiático? ¿O quizá conozca a estos dos personajes de internet? Son muchas preguntas que tendrá que responder algún día, aunque el happy ending que seguramente ofertaban estas dos mujerzuelas se orientaba más al medio Oeste norteamericano, ya sabéis, la ruta por Detroit y el estado de Ohio. 
Con coñitas sobre este último episodio y la desconocida afición de Villamor por Batman y su amigo gayer Robin pasamos las horas en un oasis de civilización occidental hasta que salimos de nuevo a la calle, ya de noche para encontrarnos con un concurso de desfiles. Coincidimos con el equipo checo, que nos abrió los ojos y nos desengañamos de las asiáticas: Donde esté una europea, que se quité cualquier otra raza. Mientras que Villa huía de una cucaracha de proporciones épicas, anduvimos un poco más para descubrir la otra parte de la calle comercial. Y ahí la cosa cambiaba, mucho moro, mucho, y mucha sordidez, restaurantes cutres, ofertas de masajes en locales misteriosos, chicas ligeras de ropa ofertando sus servicios. Dueñas estaba en su salsa, pero yo quería salir de ahí lo más rápido posible así que tras un paseo, giramos a la calle del hotel y vislumbramos un restaurante indonesio con buena pinta. A pesar de que al día siguiente llegaríamos a Java, no pudimos aguantarnos y entramos para probar las delicias del país vecino.

Y menos mal que la comida que nos esperaba no sería así, porque fue sin duda la peor cena del viaje. Dueño optó por un trozo de carne calcinada, mientras que Villa y yo gozamos de un trozo de paloma asado. Lucas acertó no pidiendo nada porque aquel garito era vergonzoso. Con el rabo entre las piernas y la amenaza del madrugón al día siguiente, nos retiramos al hotel, ya que el taxi no vendría a recoger a las 4 de la mañana y llevábamos una buena paliza encima.

2 comentarios:

  1. a puntito de pillarme unas chanclas twitter o skype, pero no me quedaban bien fijo...

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  2. Algún día tendrás tu jersecito de Uniqlo.

    P.D. Bien guapas que son las malayas (de nacimiento)

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