miércoles, 14 de agosto de 2024

Deambulando por Hoyo / La Berzosa (17.07.2024)

Estaba solo en Madrid, sin familia. Ya no recordaba esa extraña sensación entre libertad y soledad pero tenía que sacarle partido a esas 72 horas solo para mi.

Aparque en el parque de la tirolina a eso de las 19:30 y eché a andar hacia las charcas de las lanchas. Me sorprendió gratamente ver la charca grande con bastante agua y a rebosar de ranas. Buena señal, buen año de anfibios.

Seguí avanzando por el camino de las cascadas y antes de empezar el descenso final, en la caseta de aguas giré a la derecha por el valle de Peñaliendre. Siempre alucino con este sitio y ese día no fue menos. 

En pleno mes de julio, con toda la sequera que eso supone el arroyo seguía oyéndose y pese a que el hilito de agua no era visible las pocas manchas de arboles caducifolios lo aprovechaban para vivir y mantener el recuerdo de la espléndida primavera.

Tras una pequeña subida ya se interna uno entre chopos, sauces y otros arbustos, a veces tan tupidos que cuesta avanzar. Es un camino muy poco transitado y la vegetación va invadiendo la senda poco a poco, año tras año. Al bajar el calor el monte empezó a sonar con silbidos de carboneros, chochines y petirrojos. Pense que todos los petirrojos huían de estas latitudes con el calor pero aún quedan sedentarios que nos dignan con su presencia en los meses estivales. Un juvenil de petirrojo me demostró que me tenía muy poco miedo y se me quedó mirando desde un arbusto a un par de metros nada más.

Únicamente perturbado por el zumbido de las molestas moscas subí una pequeña cuesta desde donde disfrutar del silencio y la luz cayendo sobre el valle. Fue el momento de los pitos reales que rompieron la quietud con su particular relincho. Por casa se ven mucho más a los picapinos, pero se ve que los pitos hoyenses huyen de la multitud y prefieren la soledad del monte. 

No avancé más porque ya se me iba a hacer de noche, para otro día dejaré llegar al mirador. De vuelta oí a algún jabalí que otro por las jaras y apreté el paso. Ya de noche y llegando a las charcas de nuevo el sonido de un chotacabras me llenó de ilusión. Inconfundible.

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Al día siguiente comprobé que las charcas de la Berzosa estaban sequísimas. Las de los Camorchos de abajo si que aguantan, a pesar de que algún imbécil sigue metiendo los perros en el recinto cuando no puede estar más clara la prohibición.